Por Tata Yofre
“¿Quién quiere el golpe en la Argentina?”, le preguntaba la revista católica Criterio a sus lectores, a comienzos de 1976. Seguidamente sacaba como conclusión: “Porque se puede querer el golpe sin ser golpista, y en esa situación se encuentra la guerrilla. Pero lo que parecería cada vez más evidente, a juzgar por las conductas públicas y privadas, es que hay muchos altos dirigentes gubernamentales que recibirían con alivio un golpe que los descargara del manejo de una situación imposible y los transformara de nuevo en víctimas inocentes. Hay demasiados dirigentes irresponsables que están jugando a quedar bien colocados ‘para la próxima’, y que habiendo procedido como el administrador infiel del Evangelio, han previsto un cómodo retiro a la vida privada”. El 13 de enero de 1976, el semanario de circulación restringida Última Clave se atrevió a aventurar: “Al paso que van las cosas anticipamos a nuestros lectores que la inflación para 1976 no estará por debajo del 500 por ciento anual, signo que representará un valor para el peso actual, a fines de este año, no mayor de un 20 por ciento de su poder adquisitivo al 1° de enero pasado (…) Mientras esto continúa su marcha inexorable hacia el desastre, al Tony (Cafiero) lo esperan grandes y graves problemas por cuestiones salariales, sobre las que nadie en los ministerios de Economía o de Trabajo sabe cómo va a terminar ni de dónde saldrán los dineros para satisfacerlos, en particular los correspondientes a los 1.660.000 agentes del Estado”. “El país marcha a la deriva” dejaban entrever los principales medios escritos. Un simple dato revelaba el clima de inestabilidad que vivía la Argentina: desde el 1º de julio de 1974, día en que asumió Isabel Perón, hasta el 24 de marzo de 1976, los gabinetes se sucedieron uno tras otro. Hasta el 24 de marzo de 1976, pasaron por el ministerio de Economía José Ber Gelbard, Alfredo Gómez Morales, Celestino Rodrigo, Pedro Bonani, Antonio Cafiero y, por último, Emilio Mondelli. La crisis no tenía límites, ningún día era similar al anterior. Todo se alteraba diariamente, vertiginosamente: un litro de leche en enero de 1975 costaba 415 pesos y 1.125 pesos en enero de 1976. La emisión monetaria, de mayo de 1973 a marzo de 1976, aumentó catorce veces, según las estadísticas oficiales. Según el boletín semanal del Ministerio de Economía de febrero de 1976, el salario real estaba una cuarta parte más abajo del nivel en que lo había dejado Alejandro Agustín Lanusse, en mayo de 1973. El sábado 17 de enero, la Secretaría de Comercio Exterior de los Estados Unidos de Norteamérica advirtió a los exportadores que no debían anticipar una “rápida o fácil” solución de los problemas económicos argentinos, pues el futuro de la Argentina aparecía signado por la inestabilidad, la falta de cohesión política y la reacción gubernamental sobre bases “ad hoc”, desprovista de un plan económico global para superar la crisis.
Mientras, desde su clandestinidad, el jefe del PRT-ERP, Mario Roberto Santucho, editorializó: “Frente a la aventura golpista”, sosteniendo que “alentado por los sectores reaccionarios del imperialismo yanqui, los altos mandos de las Fuerzas Armadas Contrarrevolucionarias han adoptado la decisión de instrumentar a corto plazo un nuevo golpe de Estado represivo (…) Si finalmente ponen en ejecución sus planes será el comienzo de la guerra civil abierta y los generales facciosos encontrarán a su frente a la resistencia vigorosa y victoriosa de un pueblo dispuesto a entregar todo de si por la independencia y liberación”.
El costo de la vida aumentó en enero 14% y en febrero tocó el 20 por ciento. El aumento salarial (del 18% con un mínimo de 150.000 pesos), que otorgó el ministro Cafiero el 22 de enero, fue absorbido por la inflación a los pocos días. El dólar subió, entre enero y los primeros diez días de febrero, de 12.500 a 32.000 pesos. Y pronto llegaría a 38.000 en el mercado paralelo. El miércoles 4 de febrero asumió Emilio Mondelli como ministro de Economía. El viernes 5 de febrero, el nuevo Ministro de Economía se dirigió a la población. En su discurso apeló a la frase del Apóstol San Juan “conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” y pasó a informar: el producto bruto interno había caído 2,6 % en 1975; la demanda global había crecido 3% y la inversión había caído 16 % (la inversión en obras públicas cayó 24 por ciento). El déficit del balance de pagos ascendió a 1.095 millones de dólares. El ministro admitió: “Estoy en el aire”. Fue la frase del día.
El viernes 7 de febrero de 1976, el Rambler negro que trasladaba al gobernador de la provincia de Buenos Aires, Victorio Calabró, y dos funcionarios, ingresó a la residencia presidencial de Olivos un minuto antes de las 19 horas. Iba a entrevistarse con la presidenta Perón luego de mucho tiempo de desencuentros. Era famosa su frase, que había pronunciado hacia fines de 1975: “Así no llegamos” (a las próximas elecciones presidenciales). Era un duro crítico del gobierno a pesar de pertenecer al mismo partido. Había asumido la primera magistratura del Estado bonaerense en enero de 1974, cuando Perón hizo echar a Oscar Bidegain, tras el ataque del PRT-ERP al regimiento de Azul. En ese momento se sostenía que Bidegain era “laxo” con las organizaciones guerrilleras, especialmente con Montoneros (tiempo después integró la conducción del Partido Auténtico, brazo político de la organización subversiva). La reunión terminó cerca de las 21 horas, luego Calabró con sus acompañantes se retiraron a comer un asado en las cercanías. Mientras cortaba una tira de asado les comentó: “Bueno, no podrán quejarse, les di el gusto. Pero no sirve. Es como hablarle a una pared, no entiende nada”. El martes siguiente Isabel intentó calmar a las fieras, también en Olivos, porque Lorenzo Miguel y los “verticalistas” estaban enojados por su entrevista con Calabró. Mientras el sindicalismo discutía a través de todos los medios públicos, en la intimidad dialogaban con los militares. Hacían lo mismo que los dirigentes políticos. Nadie quería quedarse a la intemperie de lo que iba a venir. Así lo relató el embajador Hill al Departamento de Estado: “Funcionarios de la Embajada en Buenos Aires han sido tanteados por líderes sindicales que buscaban saber cuál sería la reacción de USA ante la posibilidad de un golpe militar. El descontento de los sindicalistas con la presidente está al borde de la ruptura tal vez pronto, a menos que la señora de Perón restablezca su influencia. La respuesta de la embajada a todos los sondeos ha sido que la forma de gobierno de Argentina es un asunto absolutamente interno”. El mismo martes 10 de febrero, el ministro Emilio Mondelli concurrió a un almuerzo organizado por la Comisión de Presupuesto y Hacienda de la Cámara de Diputados y blanqueó la situación que se vivía. Dijo públicamente: “Estoy tremendamente preocupado por el destino de la República. Ustedes saben positivamente que nosotros tenemos una ley de inversiones extranjeras que nos ha resguardado sin lugar a dudas de todo imperialismo y de toda invasión extraña. Ahora sí, inversión no hay ninguna. Háganle un poco de fe a este hombre sencillo, que dice las cosas como son porque las ha estado viviendo hasta ayer y las tiene que vivir más dramáticamente desde hoy. No nos creen más”.
Mientras la crisis avanzaba, en el mayor secreto el teniente general Jorge Rafael Videla y el líder radical Ricardo Balbín se entrevistaban en la casa del periodista Alberto Jesús “Piqui” Gabrielli, en la calle Ombú 3054 de Barrio Parque. “Tanto uno como el otro querían un lugar neutral para reunirse”, me dijo el dueño de casa. “Primero llegó Balbín, acompañado por otro señor mayor que no recuerdo quién era, y pasó a la biblioteca. El general Carlos Dalla Tea, cuñado de Gabrielli, arribó y me dice que estaban llegando, que abriera las puertas. Abrí y entró manejando Viola, creo, y Videla en el mismo auto. Un auto particular cualquiera. Bajaron los dos y entraron a la biblioteca para hablar con Balbín. Allí, lo que uno rescata, es que Balbín dijo: ‘Si ya lo tienen decidido, que sea cuanto antes’”. En febrero de 2006, Videla me contó: “En un encuentro reservado que podemos ubicar en febrero de 1976, el titular de la Unión Cívica Radical me pidió conversar reservadamente. Un amigo común ofreció su casa, un lugar neutral”. Luego de las presentaciones de rigor, el dueño de casa amagó retirarse. “De ninguna manera”, dijeron casi al unísono los dos. Pasados los años, Videla me confió lo sustancial del encuentro. Palabras más, palabras menos:
-Balbín: General, yo estoy más allá del bien y del mal. Me siento muy mal, estoy afligido. Esta situación no da más. ¿Van a hacer el golpe? ¿Sí o no? ¿Cuándo?
-Videla: Doctor, si usted quiere que le dé una fecha, un plan de gobierno, siento decepcionarlo porque no sé. No está definido. Ahora, si esto se derrumba pondremos la mano para que la pera no se estrelle contra el piso.
-Balbín: Si van a hacer lo que pienso que van a hacer, háganlo cuanto antes. Terminen con esta agonía. Ahora, general, no espere que salga a aplaudirlos. Por mi educación, mi militancia, no puedo aceptar un golpe de Estado.
En el archivo del Departamento 52 de la Inteligencia checoslovaca encontré una nota que acompaña el informe que denominé “adjunto Argentina”, cuyo texto dice lo siguiente: “Enviamos en forma de adjunto el informe ‘La preparación del golpe militar en la Argentina’”, obtenido de los amigos soviéticos. Es importante porque el KGB tenía con más de un mes de antelación la decisión militar de derrocar a Isabel y, establece, además una fecha del encuentro Videla-Balbín. El resto del texto constituye una interpretación sobre los papeles de Videla y Viola en las cercanías del poder. La gran pregunta es: ¿quién le informó a los soviéticos?
Copia de la nota que acompaña el informe soviético, de alta confidencialidad, sobre la entrevista Videla-Balbín
La conducción de las Fuerzas Armadas argentinas llegó a la conclusión de que se agotaron los medios legales para resolver la crisis interna por intermedio de la vía constitucional. El Jefe del Estado Mayor del Ejército Argentino, el general Videla, informó el 4 de febrero del año en curso al líder del Partido Radical opositor, Ricardo Balbín, respecto a que las Fuerzas Armadas decidieron tomar el poder del Estado. Se supone que el Congreso será disuelto, la actividad de los sindicatos –la Confederación General de Trabajo– se interrumpirá temporalmente. (La Confederación General de Trabajo debería ser reorganizada; y se les pedirá a los representantes de las principales cinco uniones de sindicatos que propongan nuevos candidatos para los puestos dirigentes). Se le atribuye una gran importancia al extremismo y el terrorismo político. No se debería instaurar un régimen de tipo chileno, ya que según la opinión de los representantes militares argentinos, la junta chilena no llegó a resolver ningún problema que se le presentó”. El martes 24 de febrero la reunión del bloque de diputados radicales comenzó a las 16 con la presencia de Ricardo Balbín y otros directivos del Comité Nacional y dirigentes como Raúl Alfonsín para considerar la actualidad política. En primer término habló el diputado (Antonio) Tróccoli sobre todo el proceso y las posibilidades de resolver la crisis planteada entre el Poder Ejecutivo y Legislativo. A continuación se escuchó al senador (Carlos) Perette que explicó la posición de sus colegas de la Alta Cámara. Por su parte, Balbín, como tercer orador, expresó que había hecho toda clase de gestiones para evitar una crisis que parece irreversible pero que no había encontrado eco favorable. “Cuando lo escuché a Balbín decir aquello de que ‘hace a mi lealtad comunicarles que la decisión militar ya está tomada y es irreversible’, lo primero que atiné a pensar fue ¡trágame tierra! Don Ricardo cometía un doble error político: por un lado, la indiscreción, y por el otro, se daba por vencido sin esperar el final de la pelea”, relató un legislador radical bonaerense a Última Clave el 8 de marzo de 1976. El sábado 6 de marzo, mientras los porteños observaban cómo los extranjeros vaciaban los escaparates de las tiendas (con las ventajas del dólar paralelo), en el Teatro Cervantes de la avenida Córdoba, se reunió el Congreso Nacional del Partido Justicialista. Nunca se supo si en realidad hubo quórum, pero lo cierto es que decapitaron a Ángel Federico Robledo y a Genaro Báez. Como vicepresidente 1º asumió el gobernador del Chaco, Deolindo Felipe Bittel. En la calle, grupos de personas armadas y “pesados” sindicales hostigaban a los adversarios de la presidente. Isabel Perón fue elegida presidente del partido por aclamación y pronunció dos discursos. Uno, leído, con tono mesurado, el otro improvisado que se convirtió, casi, en una incitación a la violencia. Fue el último discurso de la presidente ante el partido: “Sé que algunos creen que no aprendí nada. Pero se equivocan. Los 20 años que estuve en Europa junto al conductor no los pasé mirando desfiles de moda... Yo no mando a nadie a la horca, se ahorcan solos. Si creen que no sé nada de lo que pasa en la calle y de los pillos que existen. Pero a ellos también les vamos a dar con el hacha. Si es necesario, me tendré que convertir en la mujer del látigo para defender los intereses de la patria... Yo seré la primera a la que le cortarán la cabeza. Pero después les cortarán la cabeza a los otros. Así que aquí nos tenemos que jugar todos. Si tuviera que destapar ollas no se podría andar por las calles....si no estuvieran aquí las cámaras de televisión podría seguir hablando de este tema. Estamos viviendo un tiempo de tempestuosas expectativas”.
El 10 de marzo de 1976: el día en que Isabel Perón habló en la CGT
El viernes 12 se produjeron nuevos cambios en el gabinete ministerial: el ministro Ricardo Guardo, de Defensa, en los 56 días que estuvo en la cartera se dio cuenta de que coincidía más con los militares que con la presidente, por lo tanto renunció. Fue reemplazado por Alberto Deheza. En Justicia fue designado el doctor Pedro Saffores. El lunes 15 de marzo, una “bomba vietnamita” (control remoto) explotó dentro de un Citroën en la playa de estacionamiento del Edificio Libertador. El objetivo principal fue matar al teniente general Jorge Videla. Murió el chofer de un camión (Blas García) y 26 personas resultaron heridas (entre ellos un coronel). Miembros de la organización Montoneros se adjudicaron el atentado y la inteligencia militar señaló como jefe del pelotón al periodista “Salazar”, “Alberto” o “Perro”, nombres de guerra con los que era conocido el periodista Horacio Verbitsky.
Frente a la violencia Ricardo Balbín expresó, sin identificar a Cuba: “Ahí está la guerrilla poniendo al país en peligro y encendiendo una mecha en el continente americano. ... Se conjugan los movimientos de las Fuerzas Armadas Argentinas, esas importantes fuerzas argentinas. Las que soportaron todo. Las que enterraban a sus muertos y hablaban de las instituciones del país. Esas fuerzas armadas que no vi nunca, están ahí defendiendo y sufriendo, ayer nomás, el atentado brutal, sumado a otros atentados”. Luego pediría “las soluciones magistrales”. Al día siguiente dijo La Opinión en su contratapa: “El jefe de la UCR olvidó consignar que el logro de aquellas metas depende de la identificación, con nombre y apellido, de quienes prefieren como la presidente María Estela Martínez de Perón, invocar el látigo y el hacha. Los argentinos hubieran agradecido también al doctor Balbín ese señalamiento preciso, íntimamente ligado a sus propuestas. Porque los argentinos no temen al látigo ni al hacha”.
El 16, en otro lugar de Buenos Aires, a las 21:05, Robert Hill, embajador de los Estados Unidos, envió el cable secreto Nº 1751 para conocimiento del subsecretario de Asuntos Latinoamericanos, William Rogers. Sus conceptos principales fueron: “Hoy tomé un café acompañado por (el banquero) Alejandro Shaw y el almirante (Emilio Eduardo) Massera, quien aprovechó la ocasión para hablar en privado conmigo, y me dijo que no era secreto que los militares tendrían que entrar en la arena política muy pronto. Ellos no quieren hacerlo pero a este punto las opciones parecen ser la intervención militar o el caos total, llevando a la destrucción total del Estado argentino. Massera me dijo que no quería discutir la intervención (militar) conmigo ya que estaba seguro de que lo tomaría diplomáticamente incorrecto (…) Le enfaticé que EEUU no se involucraría de ninguna manera en los asuntos internos de la Argentina”. Al final del mensaje, Hill aclaró a Rogers que tenía reservado un vuelo a Miami para el día siguiente. Y que decidió confirmarlo para no comprometer a los EE.UU. si se quedaba daría la sensación de que él estaba al tanto de los planes.
Después de dos encuentros entre Balbín y Bittel (entre el jueves 18 y viernes 19 de marzo) se concretó una reunión multipartidaria. Además del justicialismo y radicalismo, asistieron representantes de los partidos comunista, Intransigente, Revolucionario Cristiano y los socialistas populares. En la ocasión, se convino la convocatoria a una asamblea multipartidaria para que elaborara un plan económico y social, a través de una comisión legislativa. ¿Cómo podían ponerse de acuerdo pensamientos tan encontrados? Días más tarde (el 22 de marzo), los economistas radicales más relevantes rechazaron prestarse a colaborar.
El 24 de marzo dentro de la Casa Rosada se mantenían múltiples reuniones mientras las tropas ya habían iniciado operaciones de despliegue. A media tarde, bien maquillada y sonriente, Isabel recibió las cartas credenciales del embajador de Suecia. Luego asistió a un ágape para festejar el cumpleaños de Beatriz Galán, jefa de Asuntos Legales de la Presidencia de la Nación. Con los invitados celebró en forma ruidosa, se brindó, y cantó el “feliz cumpleaños”. Más tarde (21:30 horas), la presidente fue al comedor de la Casa de Rosada, al que parsimoniosamente fueron acercándose Lorenzo Miguel, Osvaldo Papaleo, Miguel Unamuno, Néstor Carrasco y Amadeo Nolasco Genta. Ella comió pollo con papas al horno y espuma de chocolate de postre. El helicóptero tardó en llegar desde Olivos. Cuando lo hizo, Isabel Perón se dispuso a viajar. La despidieron en la azotea de la Casa de Gobierno algunos miembros de su custodia y dos o tres oficiales de granaderos. El helicóptero decoló, a la 0:50 del 24 de marzo de 1976, con la presidente; Julio González, su secretario privado; Rafael Luisi, jefe de la custodia personal; un joven oficial del Regimiento de Infantería I Patricios, el edecán de turno (teniente de fragata Antonio Diamante) y dos pilotos de la Fuerza Aérea. En pleno vuelo, el piloto más antiguo le dijo a la presidente que la máquina tenía un desperfecto y que necesitaba bajar en Aeroparque. Cuando bajaron, Luisi observó un sospechoso movimiento de hombres e intentó manotear su pistola. “Quédese tranquilo”, le dijo la señora de Perón. Pese a las sospechas de Luisi, ella bajó y se encaminó hacia el interior de las oficinas del jefe de la Base. Cuando entró, las puertas se cerraron para los otros miembros de la delegación. A la una de la mañana, aproximadamente, entraron al salón principal del edificio el general José Rogelio Villarreal, el almirante Pedro Santamaría y el brigadier Basilio Lami Dozo. testimonio del Brigadier General Basilio Lami Dozo, en un diálogo grabado por el autor de esta nota.
Juan Bautista Yofre: -¿Qué le dijiste a Villareal?
Basilio Lami Dozo: -”Chango, mirá, vos que siempre dijiste que naciste con la patria, ahora hablá con ella y decile que dejó de ser gobierno”. Y así le dijo él. La decisión más difícil fue la detención de Isabel Perón. Había tres opciones: asaltando la Casa Rosada, detenerla en la residencia de Olivos o simulando una falla en el helicóptero y tener todo preparado en Aeroparque.
Yofre: -Asaltar la Casa de Gobierno, era entonces, combatir con los granaderos.
Lami Dozo: -El que se portó muy bien en ese momento fue el coronel Roberto Wehner, jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo. Delante de los tres comandantes en jefe y de nosotros dijo: “Señores, mi responsabilidad es defender a la presidenta de la Nación. La voy a cumplir como lo debe cumplir un militar”. O sea que él iba a luchar a muerte para defenderla a Isabel en la residencia y en la Casa Rosada. Él quería defenderla porque era su función. El general Villarreal le dijo: “Señora, las Fuerzas Armadas se han hecho cargo del poder político y usted ha sido destituida”. La señora de Perón respondió: “¿Me fusilarán?”. “No. Su integridad física está garantizada por las Fuerzas Armadas”.
El Brigadier Lami Dozo, a la derecha de la foto
Luego, ella se extendió en un largo parlamento. “Debe haber un error. Se llegó a un acuerdo con los tres comandantes. Podemos cerrar el Congreso. La CGT y las 62 me responden totalmente. El peronismo es mío. La oposición me apoya. Les doy a ustedes cuatro ministerios y los tres comandantes podrán acompañarme en la dura tarea de gobernar”. En un momento de la conversación, amenazó con que iban a “correr ríos de sangre” por el país a partir de su destitución, de la movilización de los sindicatos y de las manifestaciones populares. Dijo que las Fuerzas Armadas no iban a poder contener la protesta popular por su caída. Como toda respuesta, se le dijo: “Señora, a usted le han dibujado un país ideal, un país que no existe”.
El testimonio del Contralmirante Pedro Antonio Santamaría, en otro audio grabado por el autor.
Yofre: -¿Cuándo se entera usted que va a haber un golpe militar?
Pedro Antonio Santamaría: -Asumí la jefatura de la Escuela de Guerra los primeros días de febrero del 76, y al mes, mes y pico, me llama el almirante Massera, que era comandante en jefe, a su despacho para comunicarme que iba a haber un golpe de Estado que se iniciaba con la detención de la presidenta. Yo iba a ser el delegado de Marina en ese trabajo. Entonces me comunica quiénes iban a ser los delegados del Ejército y la Fuerza Aérea, que eran (José Rogelio) Villarreal y el brigadier (Basilio) Lami Dozo. Ahí empezamos a planificar. La orden que nos había dado la Junta de Comandantes era que la detención debía hacerse sin derramamiento de sangre y cuidando la vida de la presidenta. Ahí se inicia una ronda de reuniones para ver cómo se podía hacer y era bastante difícil. Entonces se decide hablar con el jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo, la custodia de la presidenta, el coronel Roberto Wehner. Lo entrevista el general Villarreal y nos dice que se había negado a colaborar diciendo que él no podía ser el segundo traidor de la presidente siendo su custodia. Entonces se empezó a pensar y tuvo una buena idea el almirante Massera al ver a sus custodios, los pilotos del helicóptero cuando la trasladaban. Nos pusimos en esa campaña y efectivamente los pilotos no tenían juramento de custodios. Entonces se les planteó a dos de ellos si cumplirían una orden nuestra cuando la trasladaban y dijeron que sí. El problema era entonces hacerla volar. El día que se decide detenerla, el que tenía que hacer ese trabajo era el capitán de navío, Fernández, que era el jefe de la Casa Militar. Era infante de Marina. Fernández nos iba a avisar cuando ella volara. Nos empieza a comunicar que estaba reunida con varios funcionarios y su custodia, y él la quiere convencer de que vuele con el helicóptero por razones de seguridad. El jefe de la custodia, el comisario Rafael Luisi, dijo que prefería ir por tierra. Entonces Fernández le inventó varias bombas y cosas durante el trayecto y ella finalmente decide volar. Nos llama por radio y nos dice “la paloma vuela”. Esa era la consigna. En el momento en que sale nos avisa y al pasar por Aeroparque el helicóptero tenía orden de bajar. Cuando bajan, el que la recibe y que se portó diez puntos fue el comodoro Proscetto, el jefe de la base militar en Aeroparque. Él ya estaba al tanto, por supuesto. Y nosotros tres, Villarreal, Lami Dozo y yo, nos quedamos en el despacho de Proscetto.
Proscetto va al helicóptero y les dice que bajen, pero el comisario Luisi se niega. Entonces uno de los pilotos dice que había peligro de incendio y ahí deciden bajar. Salen Proscetto con la presidenta adelante, y atrás venían el teniente de fragata Antonio Diamante, el comisario Luisi, otro comisario, puede ser Julio González, y había seis conscriptos que eran oficiales; dos de Ejército y uno de Marina. Iban al costado, armados. Cuando llegan a la puerta del despacho de Proscetto, uno de ellos lo empuja a Luisi afuera y se lo lleva. Y al secretario general, que era González, también lo empujan y se lo llevan. En el despacho se inicia una conversación que la inicia Villarreal, que le comunica que estaba detenida por orden de la Junta Militar que había decidido tomar el gobierno. Y ahí es donde ella pregunta si la iban a fusilar y se le dice que la Junta había determinado que por el momento no. ¿Y adónde me van a llevar? A un lugar en el sur donde va a estar cómoda y no va a tener problemas. Cuando vio que no corría peligro su vida, empezó la defensa de su gobierno. El servicio de Inteligencia naval me arma todo un equipo para grabar el momento. Un equipo obsoleto, viejísimo, lleno de claves y de cosas. Y cuando lo empezamos a probar, apretamos el botoncito y cuando lo sacamos no había grabado absolutamente nada. Me lo achacaban a mí. ¿Qué me lo van a achacar si este equipo no sirve para nada?
En esos minutos, otro alto oficial se comunicó con los comandantes generales. Les pasó la contraseña: “La perdiz cayó en el lazo”. Mientras se desarrollaban estos sucesos, en la Casa Rosada se cortaban las comunicaciones y fue ocupada por tropas militares. El periodista Juan Rey Romo (que tenía 76 años), “Romito” para los amigos, el que nunca abandonaba su charuto, alcanzó a comunicarse con El Cronista Comercial. Gritó: “Escuche, óigame bien jefe, ¡Empezó el golpe!”. Alfredo Bufano, de La Prensa, más vivo, pasó la información a Noticias Argentinas por walkie-talkie. Cerca de la una de la madrugada, Rodolfo Baltiérrez, ex embajador y periodista de La Nación, lo llamó al canciller Raúl Quijano. “Escuche la radio, van a pasar comunicados militares”, lo advirtió.
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