Por el Prof. Julio R. Otaño
El bicentenario de la Revolución de Mayo, generó nuevas investigaciones y se rescató del injusto olvido a María Remedios del Valle, mujer, afroamericana, militar perteneciente al Estado Mayor del Ejército del Norte al mando del General Belgrano. Fue un soldado embuído de patriotismo, “La Capitana”, ha sido un personaje sobresaliente de la Independencia: los afroamericanos que desde el primer día de la revolución estuvieron presentes, Argentina, Bolivia, Chile y Perú fue liberada por un ejército en gran parte conformado por afroamericanos y originarios, liberada por los esclavos y sus mujeres e hijos. El día 8 de noviembre de 2013 ha sido establecido por Ley N° 26.852 como el “Día de los/ las afroargentinos/as y de la Cultura Afro”, en memoria del fallecimiento de una luchadora de la Guerra de la Independencia, María Remedios del Valle Rosas, conocida como “La Capitana”, “Madre de la Patria” y “Niña de Ayohuma”. ¿Cuáles fueron esas acciones que la terminarían incluyendo en el panteón de los héroes patriotas ? María Remedios del Valle nació en Buenos Aires -entonces capital de la provincia o gobernación del Río de la Plata, en el Virreinato del Perú- en 1766 o 1767, fue una militar argentina, una de las llamadas “niñas de Ayohuma”, aquellas que asistieron al derrotado ejército de Manuel Belgrano en esa batalla. Afrodescendiente argentina, actuó como auxiliar en las Invasiones Inglesas y tras la Revolución de Mayo acompañó como auxiliar y combatiente al Ejército del Norte durante toda la guerra de Independencia de la Argentina, lo que le valió el tratamiento de “Capitana” y de “Madre de la Patria” y, al finalizar sus días, el rango de Sargento Mayor del Ejército. En su honor, la Ley Nº 26852 establece el 8 de noviembre como el “Día Nacional de los Afroargentinos y de la cultura afro”. Durante la Segunda Invasión Inglesa al Río de la Plata, María auxilió al Tercio de Andaluces, uno de los cuerpos milicianos que defendieron con éxito la ciudad. Según un parte del comandante de ese cuerpo, “durante la campaña de Barracas, asistió y guardó las mochilas para aligerar su marcha a los Corrales de Miserere”. Al concretarse la revolución del 25 de mayo de 1810 y organizarse la primera expedición auxiliadora al Alto Perú, conformando lo que luego se denominaría Ejército del Norte, el 6 de julio de 1810, María se incorporó a la marcha de la 6ª Compañía de artillería volante del Regimiento de Artillería de la Patria, al mando del capitán Bernardo Joaquín de Anzoátegui, acompañando a su marido y sus dos hijos (uno de ellos adoptivo), quienes no sobrevivieron a la campaña.
María Remedios del Valle Rosas, mujer negra, esposa y madre de varios hijos que dieron su vida por la Patria, fue una de las tantas mujeres que participaron en el momento de mutación y transición política, como actoras principales en la independencia. En el Río de la Plata, las mujeres de todas las clases sociales cumplieron un rol primordial durante la experiencia revolucionaria y también durante la militarización que acompañó María Remedios del Valle Rosas. Diversas fuentes nos revelan que la presencia femenina en los campamentos militares de la época fue una constante y se dio en todas las situaciones posibles. De manera particular, en las provincias del noroeste y en el Alto Perú, el sistema de mujeres cuarteleras estaba tan bien establecido que incluso tenían el nombre de “rabonas”. La tropa estaba compuesta de manera generalizada por los campesinos y trabajadores pobres de la campaña, la plebe urbana, migrantes internos y regionales, morenos, pardos, indios y mestizos. Junto a los hombres, las referidas mujeres recorrieron cientos de kilómetros a través de desiertos y terrenos montañosos muy inhóspitos y debieron lidiar con una vida llena de sacrificios, privaciones y peligros. Situación que se acentuaba en la geografía del Norte argentino y del Alto Perú, con su altiplano, valles, diferencias climáticas muy contrastantes y terrenos difíciles. Su actuación se inicia con la primera expedición militar a las provincias interiores, que partió de Buenos Aires el 20 de junio de 1810, acompañando a su esposo y dos hijos (uno propio y el otro adoptivo) en la primera expedición militar a las provincias interiores, que partió de Buenos Aires el 20 de junio de 1810, en la división del comandante Bernardo de Anzoátegui, luchó en Suipacha y se internó en Potosí en el mes de diciembre de 1810 y se encontró en el desastre de Desaguadero, el 20 de junio de l811, y en el retroceso que siguió a esta derrota. Allí continuó sirviendo como auxiliar durante el exitoso avance sobre el Alto Perú, en la derrota de Huaqui y en la retirada que siguió. Antes de empezar la batalla de Tucumán se presentó ante el general Manuel Belgrano para pedirle que le permitiera atender a los heridos en las primeras líneas de combate. Belgrano, reacio por razones de disciplina a la presencia de mujeres entre sus tropas, le negó el permiso, pero al iniciarse la lucha, Del Valle llegó al frente alentando y asistiendo a los soldados quienes comenzaron a llamarla la “Madre de la Patria”. Tras la decisiva victoria, Belgrano la nombró Capitana de su ejército. Tras vencer en la batalla de Salta, Belgrano fue derrotado en Vilcapugio y debió replegarse. El 14 de noviembre de 1813 las tropas patriotas se enfrentaron nuevamente a las realistas en la batalla de Ayohuma y fueron nuevamente derrotadas. María combatió, fue herida de bala y tomada prisionera. Desde el campo de prisioneros ayudó a huir a varios oficiales patriotas. Como medida ejemplificadora, fue sometida a nueve días de azotes públicos que le dejaron cicatrices de por vida. Logró escapar y reintegrarse al ejército argentino donde continuó siguiendo a las fuerzas de Martín Miguel de Güemes y Juan Antonio Álvarez de Arenales, empuñando las armas y ayudando a los heridos en los hospitales de campaña.
Finalizada
la guerra y ya anciana, regresó a la ciudad de Buenos Aires, donde se encontró
reducida a la indigencia. Según relata el escritor, historiador y jurisconsulto
salteño Carlos Ibarguren (1877-1956), quien la rescató del olvido, María
Remedios del Valle vivía en un rancho en la zona de quintas, en las afueras de
la ciudad y frecuentaba los atrios de las iglesias de San Francisco, Santo
Domingo y San Ignacio, así como la Plaza de la Victoria, ofreciendo pasteles y
tortas fritas o mendigando, lo que junto a las sobras que recibía de los
conventos le permitía sobrevivir. Se
hacía llamar “la Capitana” y solía mostrar las cicatrices de los brazos y
relatar que las había recibido en la Guerra de la Independencia, consiguiendo
solamente que quienes la oían pensaran que estaba loca o senil. No conforme con su condición, el 23 de
octubre de 1826 inició una gestión solicitando que se le abonasen 6.000 pesos “para acabar su vida cansada”
en compensación de sus servicios a la patria y por la pérdida de su esposo y
sus hijos. El expediente es firmado, en su nombre, por un tal Manuel Rico y se
le agrega, en apoyo, una certificación de servicios del 17 de enero de 1827
firmada por el coronel Hipólito Videla. Cuando su solicitud llegó a ser
tratada, el 24 de marzo de 1827, el ministro de Guerra de la Nación, general Francisco Fernández de la Cruz, rechazó el
pedido recomendando dirigirse a la legislatura provincial, ya que no estaba “en
las facultades del Gobierno el conceder gracia alguna que importe erogación al
Erario”. En agosto de 1827,
mientras Del Valle, de 60 años, mendigaba
en la plaza de la Recova, el general Juan José Viamonte, entonces diputado en
la Junta de Representantes de la Provincia de Buenos Aires por los pagos de
Ensenada, Quilmes y Magdalena, la reconoció. Tras preguntarle el nombre,
exclamó: “¡Usted es la Capitana, la que nos acompañó al Alto Perú, es una
heroína!”. Del Valle le contó entonces cuántas veces había golpeado a la puerta
de su casa en busca de ayuda, pero que su personal siempre la había espantado
como pordiosera. Esta reseña, junto
a una narración realizada por Carlos Ibarguren y dos breves citas de Araoz de Lamadrid en sus memorias, – y que
fuera una de ellas reproducida por Bartolomé Mitre –, completan el material
bibliográfico sobre María Remedios del Valle. Los escritos de Yaben e Ibarguren
están basados a su vez en dos fuentes principales relacionadas con las
sucesivas gestiones llevadas a cabo por María Remedios para lograr la pensión
militar. Estas diligencias fueron ejecutadas primero ante la Inspección General
de la Nación y la Contaduría General, de la que obra un expediente que se
encuentra en el Archivo General de la Nación. Luego, ante la Honorable Junta de
Representantes de Buenos Aires, cuyo trámite y debate se puede leer en los
libros de sesiones correspondientes. Es importante enfatizar, asimismo, que el
trámite emprendido por María Remedios del Valle contó con el apoyo y el compromiso de los generales Juan
José Viamonte, Eustoquio Díaz Vélez, Juan Martín de Pueyrredón y de los
coroneles Hipólito Videla, Manuel Ramírez y Bernardo de Anzoátegui, quienes a
través de diferentes expresiones y elogios destacaron la bravura, el
patriotismo y su espíritu abnegado de servicio. Estos oficiales, que
gozaban de valimiento y reconocimiento declararon larga y elocuentemente a
favor de una retribución monetaria para María Remedios del Valle. Todos habían
compartido los avatares, triunfos y desgracias guerreras correspondientes al
Ejército Auxiliador del Perú. Conceptos
como “valentía”, “heroicidad”, “benemérita” se suceden una y otra vez en sus
declaraciones y no parecieran ser enaltecimientos de circunstancia, en tanto se
comprometieron de manera documental al ponderar la actuación de la misma. Resulta significativo por ello detenernos en
el expediente consignado, que se inició el 23 de octubre de l826 con el escrito
de Manuel Rico como representante de María Remedios. Aquí se menciona que fue
nombrada “Capitana”, con sueldo y demás consideraciones a su empleo. Viamonte
aportará datos importantes en otra declaración realizada dos años más tarde
ante la Honorable Junta de Representantes. La que representa es singular mujer
en su patriotismo. Se aclara en la presentación que María Remedios no reclama como Capitana que había sido
nombrada por el General Belgrano, sino como cualquier persona que ha trabajado
y sufrido. Solicitaba a tales fines la cantidad de seis mil pesos para
acabar su vida “cansada”. La Inspección General, con fecha 6 de marzo, hace
constar que no está entre sus facultades disponer de esta compensación, por lo
que se decreta que la peticionante se dirigiese al Congreso para intentar su
segundo tratamiento (24 de marzo de l827, con la firma del ministro de Guerra
Fernández de la Cruz). Viamonte, ahora en calidad de diputado en representación
de los pagos de Ensenada, Quilmes y Magdalena, reivindica el otorgamiento de la
pensión solicitada que le permitiese terminar sus días dignamente. En una de
sus varias intervenciones éste dirá : Esta
mujer es realmente una benemérita. Ella ha seguido al ejército de la patria
desde el año 1810. No hay acción en que no se haya encontrado en el Perú. Era
conocida desde el primer general hasta el último oficial en todo el ejército.
Ella es bien digna de ser atendida porque presenta su cuerpo lleno de heridas
de balas, y lleno además de cicatrices de azotes recibidos de los españoles
enemigos y no se la debe dejar pedir limosna como lo hace.
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