Rosas
miércoles, 8 de agosto de 2012
La misión Sassenay...caída del virrey Liniers...
El nombramiento de Santiago de Liniers como virrey interino del Río de la Plata fue uno de los últimos decretos firmados por Carlos IV, aliado de Francia y de su Emperador. Cuando el 13 de mayo asumió el mando el héroe de la Reconquista no sabía que estaba representando a un rey cautivo y que la patria de su nacimiento se hallaba en guerra a muerte con su patria adoptiva. La primera complicación grave a la que debió hacer frente su gobierno fue la instalación en Río de Janeiro de la corte portuguesa, lo cual suscitaba la necesidad de una defensa inmediata de la frontera.
Habíamos tenido que defendernos solos contra los ingleses: todo indicaba que tendríamos que hacer frente por nuestros propios medios al porvenir. Esta convicción se iba extendiendo, aunque no todos aceptaran sus consecuencias extremas.
¿Qué ocurriría en Europa?¿Quién triunfaría en definitiva? La verdad es que en ese momento de precipitación de los sucesos, aquí se estaba a oscuras, dependiendo de las gacetas y comunicaciones que llegaban con dos meses de atraso, cuando había cambiado ya todo. En este rincón remoto del mundo —tan remoto como no podemos ni siquiera imaginarlo los contemporáneos de Internet- se especulaba sobre realidades muertas y se vivía de cavilaciones y conjeturas sobre datos insuficientes: situación propicia a la fabricación de fantasmas.
Todo ello, reflejado en un ambiente aldeano, explica las reacciones excesivas, las desconfianzas, los temores, la singular zozobra que caracterizó a estos años.
La primera noticia que llegó a Buenos Aires de los sucesos de España fue la referente a la abdicación de Carlos IV y la asunción del trono por su hijo Fernando VII
Se estaban terminando los preparativos para la jura del nuevo monarca, en la forma solemne indicada por el ceremonial, cuando apareció en Montevideo un visitante inesperado.
El 10 de agosto llega a Maldonado una fragata francesa con un enviado personal de Napoleón ante Liniers, el marqués de Sassenay. Su llegada, y sus palabras sobre lo ocurrido en Bayona, produjeron tal indignación a Elío (Gobernador de Montevideo) que casi le cuesta la vida al francés.
Sassenay era amigo personal de Liniers. Emigrado durante la Revolución como tantos nobles, había ido a Estados Unidos primero y llegado a Buenos Aires en 1800; hizo aquí amistad con el entonces capitán de la flotilla fluvial. Desde 1803 vivía otra vez en Francia. De su retiro provinciano lo sacó un enviado de Napoleón, llamándole a Bayona. Sassenay llegó el 29 de mayo y fue conducido ante el emperador: "¿Estáis vinculado al Sr. Liniers?", le preguntó y ante su asentimiento, le dio orden de partir a Buenos Aires en una fragata dispuesta en el puerto. Quiso el marqués unos días para arreglar sus asuntos, pero Napoleón no le dejó: "Haced vuestro testamento: partiréis inmediatamente; Champagny os dará las instrucciones de vuestra misión. Adiós".
Las instrucciones eran explicar lo ocurrido en Bayona, hablar del "Congreso" reunido allí para dictar una constitución y jurar al nuevo rey José I y conseguir que José fuera jurado en Buenos Aires. Elío mandó a Sassenay a Buenos Aires en una zumaca —la Belén— en compañía de Luis Liniers, hijo del virrey, con palabras para su padre que "pensase bien el apuro en que estaba por ser francés; no recibiese al enviado sino públicamente, y no ocultase nada". Liniers, ya informado de lo ocurrido en Bayona, siguió el prudente consejo de Elío. Recibió a Sassenay en compañía del cabildo y la audiencia; le hizo dejar sus papeles que se leyeron y rechazaron. Pero Sassenay no fue embarcado inmediatamente. Esa tarde había temporal; quedó en el Fuerte, y Liniers le hablará en privado.
Sassenay se embarcó al día siguiente, pero a causa del mal tiempo llegaría a Montevideo el 19. Elío, cuya ruptura con Liniers había madurado se apoderó del marqués para saber el objeto real de su misión. Sassenay aceptó haber hablado a solas con Liniers, pero "sobre la Reconquista". Elío, que desconfiaba le llevase el marqués información militar a Napoleón, o un mensaje de Liniers pidiendo apoyo para pronunciar el Plata por el bonapartismo, lo apresó en la Ciudadela.
A los diez meses, el amigo de Liniers logrará fugarse, pero capturado nuevamente, el implacable gobernador lo retendrá con grillos otros cinco meses mientras gestionaba transportarlo a Cádiz. A fines de 1809 fue llevado allí y arrojado a un pontón; en agosto de 1810 sería incluido en un cambio de prisioneros, y el marqués verá el fin de su odisea. Nada le agradeció Napoleón y volverá Sassenay a su existencia de noble provinciano con la esperanza que otra vez no se acuerden de él
La oposición contra el Virrey Liniers se agravaría a raíz de la proclama que lanzó el 15 de agosto, dando cuenta de los acontecimientos ocurridos en la península.
El documento se hallaba escrito en tono mesurado y lleno de contemplaciones para el usurpador. Aconsejaba a la población que se mantuviera tranquila a la espera del desarrollo de los suce¬sos, como lo había hecho en 1700. El recuerdo de la guerra de sucesión española era una imprudencia, porque significaba aceptar de antemano la posibilidad de un cambio de di¬nastía a favor de Bonaparte. La reacción no se hizo esperar.
El Rey legítimo, a quien el Virrey representaba, se hallaba prisionero e impedido, mientras que un usurpador ocupaba el trono. La autoridad de Liniers se había convertido con ello en una autoridad fantasmal, y sólo podía mantenerse en la medida en que prevaleciera el espíritu de conservación de los habitantes o su confianza en la persona que la encarnaba. Esta confianza se hallaba decididamente en baja por las causas que ya se han expuesto. Era natural que en esta situación maniobraran los representantes de los poderosos intereses en litigio, como lo habían hecho a raíz de la visita de Sassenay. Y que se manifestaran en el sentido de definir la situación en el Río de la Plata de acuerdo con el vuelco de los acontecimientos europeos
La posición del Reconquistador en Buenos Aires era débil, no obstante su gloria militar y su indudable prestigio popular. Lo ayudaba el poder del cabildo de Buenos Aires, dueño efectivo de los recursos con el insobornable y duro Álzaga a su frente reelegido alcalde para el año 1808. Junto a Liniers, tuviera o no razón, en las malas o en las buenas, estuvo el pueblo criollo de Buenos Aires y su expresión militar —la Legión patricia— con el coronel Saavedra al frente, acompañado de las demás milicias y los tercios de montañeses y andaluces. Se vino a sumar un factor de perturbación para el espíritu heroico, romántico y en el fondo muy ingenuo de Liniers: Se había enamorado como un adolescente, mejor dicho, había caído en las redes de una mundana de alta esfera, espía al servicio de todos: Ana Perichon de Vandeuil era casada con Edmundo O'Gormann. Después del 12 de agosto su relación con Liniers se hizo pública, favorecida por la fuga del complaciente O'Gormann en los buques de Popham. Liniers era viudo, hombre galante y resultó presa fácil de la bellísima y joven Perichona. Para evitar más inconvenientes Liniers accedió a jurar fidelidad a Fernando VII: se juraría por el momento al “Deseado”, "no hallándome con órdenes suficientemente autorizadas que contradi¬gan las Reales Cédulas del Supremo Consejo de Indias que así lo disponen".
La jura se hizo el 21 en Buenos Aires sin gran dispendio "debido a la situación del erario público". Hubo algunas iluminaciones, fuegos artificiales y el alférez real dio en las esquinas los tres gritos rituales de la proclamación, terminándose la ceremonia con un Tedeum en la Catedral. No obstante, hubo entusiasmo popular, que siguió por muchos días: se esperaba del Deseado el fin de los males que afligían al imperio español, que iniciase una reacción saludable contra el godoísmo, el afrancesamiento de las costumbres y la política de sus predecesores. Al tiempo de llegar Sassenay de regreso a Montevideo, entró a ese puerto una goleta española con un curioso personaje que daría mucho que hacer: José Manuel de Goyeneche y Barreda, nativo de Arequipa (Perú) y brigadier general sin mando efectivo. Venía, así lo dijo a Elío, “con una misión de la Junta de Sevilla a instalar en América, juntas de gobierno semejantes a las creadas en la metrópoli, se declarase la guerra a Francia y hacer un armisticio con Inglaterra". Después andaría entusiasmado con los proyectos portugueses de la princesa Carlota y por esa causa incendiaría la revolución de mayo de 1809 en Charcas para culminar su carrera como "héroe" de la resistencia a los revolucionarios americanos, grande de España y mariscal de campo de sus ejércitos.
La separación entre el gobernador de Montevideo y el virrey llegó a ser total. Y el gobernador Elío negó obediencia a Liniers y organizó en la ciudad una junta independiente como las de España. La Junta Central de Aranjuez miró con explicables recelos al virrey interino de Buenos Aires por su reciente actitud y por la intromisión que empezó a demostrar en los negocios del Plata la princesa Carlota, esposa del príncipe re¬gente del Brasil y hermana de Fernando VII
Elío era hombre de pocas pero tenaces ideas. Tal vez no sabía lo que quería, pero sabía perfectamente lo que no quería: estaba contra Napoleón, que para él representaba lo extranjero y la revolución francesa.
Esta postura negativa le hacía ponerse, imaginariamente, contra España misma si aceptase a Napoleón: era la "independencia" de una España afrancesada que hacía la España hispanista que sobrevivía en América.
El nombramiento de un nuevo Virrey era un hecho...un héroe de Trafalgar viajaba rumbo a Buenos Aires: Baltasar Hidalgo de Cisneros.
bibliografia:
Busaniche, José Luis "Historia Argentina"
Palacio, Ernesto "Historia Argentina"
Rosa, José María, "Historia Argentina" t 3
Dr. Julio R. Otaño
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