Una fuerte militarización en su legado, un manto de oscuridad en su condición de gran economista, un silencio de su labor como periodista y un freno en su empeño por el acceso a la educación pública, sufre la figura de Manuel Belgrano. El relato de la historia oficial resumió su herencia a no ser.
El hijo de la Patria no tiene día que lo recuerde en el calendario oficial; el día de su fallecimiento, el 20 de junio de 1820, y por la ley N° 12361 sancionada en tiempos de la “década infame” (1938) se celebra el Día de la Bandera.
El cambio nace cuando desde el propio Estado nacional se comienza a resignificar la figura del hombre que a los 36 años se involucró en la defensa de los intereses de una nación emergente, desde las primeras invasiones inglesas en 1806 hasta liderar ejércitos sin ser militar, invirtiendo su salud y todo su capital económico.
Los días 12 y 13 de febrero de 1812, Manuel Belgrano comenzó hacer realidad la creación de un símbolo que estimulara a la tropa a su cargo. Fue durante las expediciones libertadoras del Paraguay, poco antes de hacerse cargo del Ejército del Norte, que había sido creado a instancias de Mariano Moreno semanas después del 25 de mayo de 1810 para perseguir hasta la muerte al ex virrey Santiago de Liniers y tras la derrota frente a los realistas en Huaqui un año después, recaía en Belgrano en reemplazo de su primo Juan Castelli y el breve interinato de Juan Martín de Pueyrredón. El flamante distintivo tenía los colores de la “escarapela nacional de las Provincias Unidas del Río de la Plata”, aprobada por el primer Triunvirato a instancias del propio Belgrano, quien se hacia cargo de esos soldados criollos con las intenciones de transformarlo en una milicia ordenada y regular.
El 27 de febrero de 1812, tras inaugurar una nueva batería militar, denominada Independencia, en la ciudad santafesina del Rosario, Cosme Maciel quedaba inmortalizado para siempre en ser el primero en izar la bandera a instancias de Belgrano, vocal de la Primera Junta de Gobierno y devenido por las circunstancias en General de la Revolución.
La flamante insignia inquietó al entonces secretario del Triunvirato, Bernardino Rivadavia, preocupado en no lastimar los intereses de Inglaterra, tan relacionados con los hacendados de Buenos Aires, prohibiendo su uso para continuar bajo la bandera española.
La igualdad de oportunidades para el hombre y la mujer, la enseñanza estatal, gratuita y obligatoria, el aprendizaje de las tareas agrícolas y ganaderas, la importancia de disponer de una fuerte industria, eran las eternas luchas que Belgrano venía revindicado desde los días en que se hizo cargo del Consulado en 1794 o en la pluma periodística en el primer diario que se editó en Buenos Aires (1801), el Telégrafo Mercantil del Río de la Plata; en las batallas contra los ingleses, en la confección del Plan de Operaciones, que erróneamente se atribuye exclusivo a Mariano Moreno.
En ese mítico 27 de febrero, Belgrano hizo oídos sordos a los reclamos porteños con Rivadavia a la cabeza de retornar las tropas a Buenos Aires por temor a una invasión española. De haber cumplido, la futura Argentina hubiese perdido a manos de la contrarrevolución las provincias norteñas.
La bandera fue bendecida el día del segundo aniversario de la Revolución de Mayo, en 1812, en la catedral de Jujuy, por el sacerdote Juan Ignacio Gorriti.
La enseña nacional, que comienza a usarse con franjas horizontales celeste, blanca y celeste y poco después, cuenta con la presencia del Sol Inca, en un reconocimiento de Belgrano por los primeros habitantes y al Dios Inti, que significa Sol en quechua. La bandera, que supo brillar en las victorias de Tucumán y Salta y en enero de 1813 fue avalada por la Asamblea General Constituyente de 1813 y aprobada por el Congreso que declararía la independencia de España tres años después.
Al igual que con la creación de la enseña nacional, la reivindicación inca y la defensa de los pueblos originarios le costaron a Belgrano no pocos encontronazos con los dirigentes porteños. El proyecto de la monarquía constitucional incaica, tenía un objetivo principal: ganar las masas indígenas y ampliar la base social de la Revolución.
“Me parece realmente admirable el plan de un Inca a la cabeza; las ventajas son geométricas”, decía José de San Martín en apoyo a la propuesta que finalmente no fue.
Manuel Belgrano murió en soledad, pobre y olvidado. “Espero que los buenos ciudadanos de esta tierra trabajarán para remediar sus desgracias”, fueron sus últimos deseos, que se convertirían en realidad muchos años después, cuando Evo Morales, un hijo de los primeros habitantes americanos, llegaría a la presidencia de Bolivia en el año 2006 o en la protección e incentivación de una industria latinoamericana propia.
Porque la figura de Belgrano, del hijo pródigo de estas tierras, es para revisar y resignificar frente a quienes la escondieron, cuyo legado es ser un modelo a continuar, en el deseo patriota de un civil, abogado, economista y periodista que no dudo en luchar por sus sueños y deseos de un país libre, con más educación e igualdad para todos.
Gracias por rescatar el guante y ayudar a la tarea de resignificar el pasado para reconstruir el futuro.
ResponderEliminarme gusto mucho la nota..hace poco estuve en un homenaje donde se hacia hincapié en el "GENERAL" Belgrano...lamentable...
ResponderEliminarCarta pública al querido Diego Maradona, tras sus recientes declaraciones contra Manuel Belgrano, pegale un vistazo¡¡
ResponderEliminarYo diria que Manuel Belgrano fue un exelente procer honesto
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