Se
suele decir que José María Rosa fue el creador del revisionismo
histórico o, con mejores razones, el gran divulgador de esa corriente
que denunciaba la falacia de la Historia Oficial. Sería más apropiado
señalar que con él, la interpretación revisionista de nuestro pasado
puso al pueblo como protagonista principal. Fue, desde el primer momento, uno de los principales representantes
de esta corriente. Pero fue la experiencia peronista, y su propio
compromiso personal, lo que lo llevó al riesgo de ser fusilado, y al
exilio en Uruguay y España, donde completaría la formación de su
personalidad de historiador y de político.
Abogado y profesor universitario, nació en Buenos Aires el 20 de
agosto de 1906, en el seno de una familia tradicional. Su abuelo Jose
María fue Ministro de Hacienda de Julio Roca y de Roque Sáenz Peña.
Se recibió de abogado a los 20 años y luego de un breve ejercicio de
la profesión y de desempeñarse como juez de instrucción, se dedicó a la
enseñanza, en cátedras universitarias y secundarias. De su experiencia
como juez en Santa Fe nació su primer libro "Más allá del código", una
de las obras en que no se ocupa de la Historia. Trata de algunos de los
casos que trató como juez. Sin embargo, en ellas se pueden descubrir los
valores que habría de mantener a lo largo de su vida pública. Siempre
trató, como él mismo recordaba, de “dar a cada uno lo suyo, según su
ciencia y su conciencia (que) es cosa de dioses.” Su militancia política comenzó en las filas de la Democracia
Progresista, en los años treinta, una época que no se caracterizó por el
respeto por la soberanía popular. Pero su destino lo llevó al encuentro
con el pueblo real. Había nacido y se había criado en un ambiente que
lo destinaba a ser, como solía recordar, antiyrigoyenista –es decir
contrario a la corriente popular- y anti federal, lo que lo instalaría
entre los que abominaban de Don Juan Manuel de Rosas. Su amor a nuestra
historia y su profundo patriotismo lo hicieron descubrir al defensor de
la Soberanía. Al héroe de Obligado. Al que no aflojó un tranco de pollo a
los imperios gringos y que se ganó el sable de San Martín. Del que el
propio Libertador nunca había dudado “que nuestra patria tuviese que
avergonzarse de ninguna concesión humillante presidiendo usted sus
destinos; por el contrario, más bien he creído no tirase usted demasiado
de la cuerda… cuando se trataba del honor nacional.” Todavía en Santa
Fe y junto con otros estudiosos de la historia fundó en 1938 el
"Instituto de Estudios Federalistas", desde donde se dictaron
conferencias, se establecieron lazos con entidades similares en el país y
en el exterior y a través de ellas se perfilo una vigorosa corriente de
los que buscaban "revisar" la historia y sobre todo mirarla desde un
ángulo social.
Y un 17 de octubre se encontró con “mi gente (la que) sentía la vida
como yo, tenía mis valores, no se manejaba por palabras sino por
realidades: era el pueblo, era mi pueblo, era el pueblo argentino…
tantas veces mencionado en los programas de los partidos políticos y en
los editoriales de los diarios... No era una entelequia: era algo real y
vivo. Comprendí dónde estaba el nacionalismo. Me vi multiplicado en mil
caras, sentí la inmensa alegría de saber que no estaba sólo, que éramos
muchos”.
Y desde entonces marchó junto a ese pueblo. Comprendió que se había
cumplido la profecía de Fierro “Hasta que venga algún criollo en esta
tierra a mandar”, y se abrazó a esa causa con el fervor que lo llevaría a
la cárcel, al exilio y a ser hombre de confianza de Perón.
Tras un segundo libro al que nunca apreció especialmente,
“Interpretación Religiosa de la Historia", en 1942 publicó su primer
obra de historia argentina, "Defensa y Pérdida de nuestra independencia
Económica", principio de una larga serie de publicaciones. En 1945, ya
sumado a la naciente corriente nacionalista de pensamiento y acción
política, debió trasladarse a Buenos Aires por desinteligencias con el
rectorado y algunos centros de estudiantes, fruto de su militancia
política e histórica. Centró su actividad en la Universidad de La Plata,
ejerciendo también la cátedra en colegios secundarios.
Por entonces
publicó "Nos Los Representantes del Pueblo", "La Misión García ante Lord
Strangford" y "El Cóndor Ciego".
La llamada "Revolución Libertadora" lo dejó cesante y lo encarceló
por haber dado refugio a su amigo John W. Cooke La acusación: corromper a
la juventud con su "rosismo". Luego de varios meses de prisión salió
para militar, enrolándose en el fallido y trágico intento del General
Valle el 9 de junio de 1956. La asustada reacción del gobierno "gorila"
de entonces lo buscó para fusilarlo pero consiguió pasar a Montevideo y
de allí, aceptando una invitación del Instituto de Cultura Hispánica,
viajó a España donde permaneció hasta 1958, ejerciendo el periodismo y
dando conferencias en distintos ámbitos. Allí publicó “Del Municipio
Indiano a la Provincia Argentina”, profundo análisis de la historia
institucional de nuestro federalismo, y su monumental y definitoria “La
Caída de Rosas”, originalmente llamada Caseros, nombre que debió
abandonar por que en España –donde se publicó originalmente- todos
supondrían que sería un libro sobre los encargados o porteros de los
edificios. Vuelto a la Patria, se mantuvo de lo poco que le producían
sus publicaciones y eventuales cursos de historia, que daba en
sindicatos de todo el país. Su actividad tenía como marco el Instituto
de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, del que fue
presidente en varias oportunidades. De esa época son sus libros
"Rivadavia y el Imperialismo Financiero" y "Francisco Solano López y las
montoneras Argentinas".
A raíz de esta última publicación fue muy apreciado en el Paraguay, a
donde era invitado a dar conferencias o a eventos relacionados con el
prócer máximo de la patria guaraní. Mientras tanto participó de la
Resistencia Peronista convirtiéndose en uno de sus referentes más
respetados y queridos. Es en ese período que el peronismo, antes
indiferente, toma con entusiasmo las banderas revisionistas y las hace
suyas.
El 17 de noviembre de 1972 integró la comitiva de notables que
acompañaron el retorno de Perón en el vuelo charter del avión Giuseppe
Verdi. Para entonces ya se había publicado su Historia Argentina en 13
tomos, a los que luego de su muerte se le agregaron ocho más. El General
Perón, dispuso que se hiciera cargo de la embajada en Asunción, por su
bien ganado prestigio en Paraguay. Muerto el Líder fue designado en la
embajada en Atenas, donde permaneció hasta el golpe militar de 1976.
Regresó a Buenos Aires, donde sus libros eran retirados de las
bibliotecas y su nombre puesto en un "cono de silencio". Pero el viejo
luchador no se resignaba a quedarse de brazos cruzados. Ya viejo, no se
refugió en el gabinete del intelectual, sino que dirigió la revista
Línea "la voz de los que no tienen voz”. El propósito fue mantener viva
la llama del pensamiento nacional y mostrar que subyacía otra Argentina
llamada a renacer. En sus páginas llamó pendejos, a los jueces de la
dictadura, aunque poniendo la expresión en boca del rey Alfonso el
Sabio, y los tildó de subversivos y corruptos, lo que le valió una
querella por injurias, que le iniciaron Videla, Massera y Agosti.
Los chacales no se atrevieron a desaparecerlo, pero así como se había
jugado la vida con Valle contra los fusiladores de 1956, seguía
poniéndose en la línea de fuego, cuando los dirigentes políticos
actuaban con comprensible prudencia, porque los castigos eran terribles.
Cuenta Alberto González Arzac, su abogado: “Íbamos a las audiencias
como quien va a la guerra,… (lo recibía) un juez del proceso que
presentaba en todas sus paredes fotos de él codeándose con almirantes,
generales y brigadieres. … Y ¿cuál era la reacción de Don Pepe? … no
perdía el humor y decía ‘El gobierno del Partido Militar’… A mí me
corría frío por la espalda y él ni se inmutaba… todavía desaparecían
personas… y ¡Don Pepe, con ese par de pelotas que tenía, manifestándose
allí de esa manera!”
Su última batalla, que le costó el alejamiento de algunos amigos
"nacionalistas" cortos de vista fue sobre la cuestión del Beagle, que
casi nos había llevado a una irreparable guerra entre hermanos.
Ahora, cuando más vivimos los valores que defendió, los hombres de la
historia establecida lo quieren condenar al peor castigo que puede
sufrir un historiador: borrarlo de la memoria. Pero si nuevamente han
venido un criollo, y una criolla –antiguos discípulos suyos- “en esta
tierra a mandar”, como anunciaba Martín Fierro, es hora de rescatar
aquel reconocimiento de 1969, que hemos visto renglones arriba, y que
decía: “los argentinos tenemos con usted una inmensa deuda de gratitud,
por habernos puesto en el verdadero camino de la Historia Patria y
habernos evitado la vergüenza de seguir transitando entre falsedades e
injusticias.” Juan Perón
Enrique Manson. Diciembre de 2012
(Con importantes elementos aportados por el hijo del prócer, Eduardo Rosa)
Madrid, 30 de noviembre de 1969
Señor Dr. D. José María Rosa
Buenos Aires
Mi querido amigo:
Por manos y amabilidad del compañero Don Osvaldo Agosto he recibido
sus libros “La Guerra del Paraguay” y “Fraudes y adulteraciones en La
Caída de Rosas” y deseo agradecerle el recuerdo y el saludo que
retribuyo con mi mayor afecto.
Los argentinos tenemos con usted una inmensa deuda de gratitud por
habernos puesto en el verdadero camino de la Historia Patria y habernos
evitado la vergüenza de seguir transitando entre falsedades e
injusticias.
Sé que está fuerte, bien y en la lucha lo que para mí es un gran
placer. Quiera Dios que un día no lejano pueda sintetizarle en un abrazo
toda mi admiración y mi cariño.
En cuanto lea sus libros le escribiré más largo. Ahora estos muchachos están apurados por regresar.
Un gran abrazo.
Juan Perón
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