Por Juan D. Perón
Primera Parte
Capítulo I
INTERESES FORÁNEOS
El golpe de Estado que ha derribado a mi Gobierno, elegido con una mayoría de votos aplastante,
después de elecciones claras y libres, no ha estado inspirado en
sentimientos nacionales, pero sí financiado por fuerzas que se agitan
dentro y fuera de la Argentina. Se trata de una verdadera traición
consumada en perjuicio del pueblo y, como todas las traiciones, también
ésta ha sido comprada con dinero. No existen cien acciones de ese género sostenidas o motivadas por ideales.
La conclusión de esos sucesos es que hemos sido objeto de un verdadero
ataque armado, no muy distinto de aquel que hizo posible la caída de
Mossadegh; como el premier persa, también nosotros fuimos víctimas de la
sorda lucha por el petróleo. El consejero comercial inglés en Buenos
Aires declaró un día, con desusada franqueza, que cualquier esfuerzo
realizado por quienquiera para asegurarse la producción petrolífera
argentina sería considerado en Londres como un atentado a los intereses
británicos. La Armada Argentina, que presume de haber sido la
protagonista número uno de esta “victoria”, no parece querer darse
cuenta de haber jugado, en cambio, el simple y absurdo rol de “caballo
de Troya”. El objetivo era impedir que los recursos petrolíferos
argentinos fuesen explotados, de manera de concurrir al desarrollo
industrial del país y la lucha era principalmente contra los Estados
Unidos que, según nuestros adversarios, habían tenido la “culpa” de
proporcionarnos una operación sobre bases sólidas y concretas.
No es necesario retroceder mucho en el tiempo para hallar la prueba de
lo que digo. Basta con leer el contenido de un documento que en estos
días y bajo la forma de publicación clandestina circula por Buenos
Aires.
I. Instrucciones de la masonería
La importancia de las publicaciones clandestinas es enorme en mi
país. Son ellas las que preparan a la opinión pública y forman los
grandes movimientos de opinión de los que nacen después las
insurrecciones. Con esas mismas armas fui combatido yo, y muchos que
en un tiempo lucharon en mi contra hoy están de nuevo en contra de mis
adversarios que fueron sus aliados de ayer. Apenas una situación de
emergencia frena la libertad de prensa, aparecen los panfletos para
inundar las calles. Dice uno: “Masones y traidores”. Gracias a las
revelaciones de un masón que ocupa un alto cargo, y cuyo testimonio es
de una seriedad indudable, ha sido posible tomar conocimiento de una
ceremonia secreta realizada tiempo atrás con la participación de los
miembros del Gran Oriente Argentino. La información está dirigida a
todos, sean o no católicos. El Gran Maestro, abriendo la sesión, dio
lectura a un mensaje recibido de la Real y Soberana Logia de Londres,
con la firma del Gran Maestro Hermano 33.
Tal Hermano 33 es un conocido príncipe inglés. Así prosigue el manifiesto clandestino:
La Real y Soberana Logia de Londres, por medio de su Gran Maestro,
ordena a los hermanos argentinos del Gran Oriente de Buenos Aires
adoptar una línea de conducta particular en el debate de la ley sobre la
enseñanza religiosa y de la no menos importante sobre el divorcio.
Es indispensable insistir en la campaña contra la Iglesia Católica y sus
prelados, con el fin de llegar cuanto antes a la total separación entre
el organismo religioso y el Estado. Es necesario, por otra parte,
evitar que las fuerzas trabajadoras se alíen con los católicos y es
necesario, asimismo, que aparezcan instituciones religiosas de carácter
privado. Toda tendencia nacionalista debe ser combatida y sofocada y
también en el seno del Ejército es indispensable que se formen
corrientes de opinión similares a las que existen en la Marina.
Se señala luego que, en la cuestión del petróleo, la fuerza masónica
debe actuar de manera de sustraer la administración de los yacimientos
al Estado; que debe ser rechazada toda participación en el desarrollo de
nuestra industria y que, contra la radicación de capitales americanos,
conviene facilitar la intervención de los capitales europeos.
No es difícil comprender que en materia de petróleo, los capitales definidos como “europeos” son esencialmente británicos.
II. Ascensos “patriotas”
Foto de los Golpistas y traidores a la patria: Isaac Rojas - Pedro Eugenio Aramburu
Prosigue el manifiesto:
Por su actividad personal y por los grandes servicios prestados al Gran
Oriente, los hermanos son informados de la siguiente disposición: el capitán de navío Arturo Rial es nombrado Gran Inquisidor y Supremo Maestro del Gran Oriente de Buenos Aires. El contralmirante Rojas es honrado Gran Arquitecto; el capitán de navío Mario Robbio, Gran Inspector; el capitán Alberto Patrón Laplacette, el capitán de fragata Aldo Molinari, el general Emilio de Vedia y Mitre y el general Osorio Arana son investidos del título de Guardianes del Gran Secreto. El capitán de navío José Dellepiane es designado Gran Custodio de la Libertad y de la Fraternidad.
III. Antecedentes de algunos “Hermanos”
Es oportuno ahora echar un vistazo a esta lista de nombres. Muchos lectores se preguntarán por qué Arturo Rial en la jerarquía masónica es más importante que el contralmirante Rojas. Es simplísimo. El verdadero inspirador y jefe de la Revolución, conducida desde la Marina, fue Rial y no Rojas.
Se debe a Rial la organización de las células de los opositores y es
él, hoy, quien dirige la política del Gobierno, quien impone las
depuraciones y quien firma secretamente los decretos en base a los
cuales tanta gente es enviada a poblar las provincias del sur argentino.
Desde hace seis meses, por si alguien no lo sabía, la Argentina tiene
también su Siberia, y la Siberia
argentina es la Patagonia, una tierra desolada, batida por los vientos polares. El almirante Rojas habla por boca de Rial, y Rial es aconsejado en lo referente a cuestiones políticas por dos hombres que se han instalado en el Ministerio de Marina, en calidad de miembros civiles del grupo militar que controla la vida del país. Son dos radicales unionistas:
argentina es la Patagonia, una tierra desolada, batida por los vientos polares. El almirante Rojas habla por boca de Rial, y Rial es aconsejado en lo referente a cuestiones políticas por dos hombres que se han instalado en el Ministerio de Marina, en calidad de miembros civiles del grupo militar que controla la vida del país. Son dos radicales unionistas:
Santander y Zavala Ortiz, los cuales tienen un solo programa:
combatir a los peronistas, por un lado, y a los católicos, por el otro.
En el momento de la Revolución, el almirante Rojas era el jefe de la
flota fluvial, y sólo posteriormente unió sus buques a las unidades de
la flota de mar.
De Rojas diré algo más.
Mal puede adoptar la pose de depurador del país desde el momento en que
él, como tantos otros oficiales, resultó beneficiado con los famosos
permisos de importación, con los que se podrá adquirir un automóvil a
precio de costo. Rojas, como tantos otros, importó su automóvil y lo
revendió de inmediato obteniendo una ganancia de algunos centenares de
miles de pesos. Pero sigamos adelante en la lectura de los nombres.
Se habla del capitán Alberto Patrón Laplacette. Constituye, en la
actualidad, el interventor o comisario del Gobierno en la CGT. Segundo
en el orden que se menciona en el folleto clandestino, Patrón Laplacette
ha desmantelado la central obrera, desplazando a sus dirigentes, muchos
de los cuales han estado y están encarcelados. Luego viene el general
Osorio Arana, uno de los pocos que queda en servicio. Osorio Arana es el
ministro de Ejército, sucesor de Bengoa, que presentara su dimisión
pocos días después de la Revolución. Antes aun de la caída de Lonardi,
Bengoa se dio cuenta del verdadero programa de la Revolución, y para no
sumar su nombre al de numerosos revanchistas que están actuando en la
Argentina, saludó a sus compañeros de Revolución y antes de retirarse
advirtió, en su propia casa, a Lonardi del peligro que lo acechaba.
Eran las 08.00 de la mañana y empezaba a amanecer cuando los destructores de la Escuadra de Ríos, ARA“Cervantes” (D-1) a las órdenes del capitán Pedro J. Gnavi y ARA “La Rioja” (D-4),
bajo el mando del capitán Rafael Palomeque, soltaron amarras y
abandonaron las radas de la gran base naval para internarse en Río de la
Plata.
Mientras eso
ocurría, varias lanchas cruzaban el canal desde los astilleros hasta la
Escuela, transportando efectivos de Infantería de Marina para que
tomasen posiciones de combate en ese sector. Hacía mucho frío y la
creciente humedad empapaba las cubiertas de las embarcaciones
dificultando los movimientos del personal.
Mientras los destructores se alejaban separados 1000 metros uno del otro con el “La Rioja” delante
y el “Cervantes”detrás, sus tripulaciones, a viva voz, recibieron la
orden de colocarse sus cascos y salvavidas y adoptar zafarrancho de
combate. La tranquilidad reinaba a bordo, en parte por la buena
preparación de los cuadros y en parte porque nadie esperaba problemas
porque la misión asignada parecía sencilla: había que bloquear la
navegación en el Plata y evitar la llegada de buques a los puertos
bonaerenses, algo que, a simple vista, no representaba riesgos de
magnitud.
Los
destructores navegaban lentamente, para dar potencia a sus motores una
vez en aguas abiertas, debido a que sus calderas eran bastante vetustas.
Lo hacían bajo estricto silencio de radio y con buen tiempo pese a que a
lo lejos se percibía el avance de un frente de tormenta.
Había mucho
viento y el frío calaba los huesos cuando el sol emergía lentamente por
el horizonte provocando en las tripulaciones una sensación de agrado, no
así en sus comandantes ya que, de persistir esas condiciones, la
aviación enemiga podría actuar con facilidad.
Las naves
llagaron a la boya de Punta Indio y de allí viraron hacia la costa
uruguaya, frente a la cual navegaron lentamente en dirección oeste.
De los dos
comandantes, el más preocupado era Palomeque, que en su celo
profesional, había recomendado la máxima atención en espera de un
posible ataque aéreo. Enfundado en su gabán, con las manos en los
bolsillos y la gorra calada hasta las orejas, el veterano marino
observaba los movimientos con sus anteojos de gran aumento (era corto de
vista), sin decir nada.
La alegría y
emoción inicial de los marineros más jóvenes fue desapareciendo ante las
permanentes indicaciones de alerta que, en ambas embarcaciones, dieron
lugar a sentimientos de seriedad y preocupación.
A estribor, sobre el puente de señales del “La Rioja”, se
encontraban los cadetes Juan Angel Maañón y Jorge Augusto Fiorentino,
atentos ambos a todos lo que ocurría. Los artilleros, por su parte, se
hallaban en sus puestos, listos para accionar sus cuatro cañones de 120 mm, dos a proa y dos a popa, más dos montajes de ametralladoras Bofors de 40 mm, uno entre las chimeneas y otro en la popa, armamento poco adecuado para enfrentar un ataque aéreo.
Por el lado leal, la Fuerza Aérea ya
estaba en alerta cuando las primeras luces del 16 de septiembre
asomaban por el horizonte. El alto mando había llamado a sus miembros a
una reunión urgente y poco después, desde la sede de Lavalle 2540, su
titular, el brigadier Juan Ignacio San Martín, partió hacia el
Ministerio de Guerra para ponerse a disposición de Perón y explicarle la
situación.
Mientras San
Martín se dirigía al Ministerio, su segundo, el brigadier Juan Fabri se
trasladaba al Aeroparque para abordar un DC-3 del Comando en Jefe,
decidido a volar inmediatamente a la Base Aérea de Morón.
Aquella mañana,
temprano, el capitán de fragata Hugo Crexell, de la Aviación Naval, se
presentó en el Ministerio de Ejército, expresamente convocado por las
altas autoridades de Gobierno, para hablar personalmente con Perón. El
valeroso piloto fue conducido por los pasillos del edificio hasta la
oficina en la que el primer mandatario se hallaba reunido con miembros
de su gabinete. Venía de realizar un importante programa de instrucción
en el extremo sur del país, que incluía ejercicios de ataque a
embarcaciones desde aeronaves que habían causado muy buena impresión en
el Alto Mando. Y aunque todavía no lo sabía, en esos cruciales momentos,
le esperaba una tarea de importancia, es decir, una verdadera misión de
guerra.
Mientras
caminaba por los pasillos, guiado por un oficial del Ejército, Crexell
ignoraba que se le iba a encomendar una misión de guerra y que estaba a
punto dirigir la primera batalla aeronaval de la historia argentina.
Junto a su
guía, se detuvieron frente a una de las puertas de la dependencia e
inmediatamente después, ingresó a un amplio salón donde lo recibió el
ministro de Marina en persona, almirante Luis J. Cornes, quien lo
condujo hasta la oficina donde se encontraba Perón en compañía de varios
funcionarios.
-Este, mi
general, es el piloto que se mantuvo leal el 16 de junio y que comandó
los ejercicios aeronavales con gran pericia en el sur – le dijo Cornes
al presidente después de cuadrarse y hacer la venia– Es quien está a
cargo del Comando de Aviación Naval.
Nervioso e
incluso perturbado, por hallarse ante una de las personalidades más
poderosas de la historia de América, Crexell se cuadró y permaneció
firme.
Perón se veía preocupado cuando le estrechó la mano y le dijo que debía “limpiar” de elementos rebeldes el Río de la Plata. Le dio
algunas explicaciones y acto seguido, ordenó a San Martín que lo
condujese personalmente hasta Morón, con la expresa indicación de “hacer
lo que él creyera conveniente”; en una palabra, debían cumplirse todas
sus directivas (las de Crexell) sin cuestionamientos de ninguna índole.
-Vaya usted con
él y póngalo al mando – le ordenó a San Martín y dirigiéndose
nuevamente a Crexell agregó – ¡Dele leña a esos traidores! ¡Adopte las
medidas que crea necesarias!
Crexell hizo el
saludo militar y junto a San Martín abandonó presurosamente el
Ministerio en dirección al Aeroparque, donde lo aguardaba un helicóptero
con los motores en marcha, listo para despegar.
La aeronave se
elevó e inició su viaje hacia Morón, atravesando la Capital Federal
hacia el oeste. Una vez en la base, el piloto naval saltó a tierra
pensando que San Martín lo seguiría pero grande fue su sorpresa al ver
que el alto oficial permanecía en su asiento, sin moverse.
Crexell volvió
sobre sus pasos para preguntarle que ocurría y quedó absorto al escuchar
del propio jefe aeronáutico que como no era bien visto en el lugar,
regresaba inmediatamente a Buenos Aires.
Todavía
absorto, Crexell retrocedió unos pasos y se quedó parado en la pista
viendo como el helicóptero levantaba vuelo y se alejaba, sin comprender
todavía cual era la situación.
Una vez frente
al brigadier Fabri, el recién llegado hizo saber las órdenes que le
había dado Perón y enseguida dispuso un vuelo de reconocimiento para
familiarizarse con el área de operaciones y adoptar las primeras
medidas. Subordinado a sus órdenes, Fabri mandó alistar un De Havilland
que, al comando de un alférez, llevaría al mismo Crexell como navegante.
El avión partió
sin inconvenientes y al cabo de media hora detectó a las unidades
rebeldes navegando en aguas próximas a Colonia. El aviador naval ordenó
el regreso y una vez en tierra, se encaminó a la central de operaciones
para notificar la novedad a Fabri y a su segundo, el capitán Daniel de
Marrote, ex colega suyo de la Armada pasado ahora a la Fuerza Aérea. Inmediatamente después, ordenó el primer ataque.
En un clima de
gran excitación fue alistada una escuadrilla de cuatro Gloster Meteor a
las órdenes del vicecomodoro Carlos A. Síster, el mismo que había
ametrallado la Base Roja de Ezeiza el 16 de junio, a quien se le encomendó hostilizar y poner fuera de combate a las unidades de la Escuadra de Ríos.
Crexell en
persona impartió las indicaciones en la sala de prevuelo y una vez
finalizadas, los pilotos se pusieron de pie y se dirigieron a sus
aviones para efectuar los controles correspondientes, trepar a sus
cabinas y esperar que los mecánicos terminasen de cargar combustible.
Cuando todo
estuvo listo, Síster comunicó a la torre que despegaban y después de
recibir la autorización, comenzó a rodar por el pavimento hacia la pista
principal, seguido por sus escoltas. Una vez en la cabecera, se detuvo y
menos de un minuto después, dio máxima potencia a sus turbinas y
comenzó a carretear a gran velocidad, para decolar en primer lugar,
seguido por sus tres numerales con una diferencia de quince segundos
entre uno y otro.
Mientras los aparatos remontaban vuelo y enfilaban hacia el sudeste, a varios kilómetros de allí, en dirección a la Banda Oriental, los destructores rebeldes continuaban el bloqueo con sus tripulaciones en permanente estado de alerta.
Los relojes a bordo daban las 09.18 cuando la escuadrilla peronista fue detectada.
-¡¡¡Cuatro aviones a proa!!! – gritó uno de los vigías en el “La Rioja”.
Era el anuncio de alerta; el temido momento había llegado.
El capitán
Carlos F. Peralta, segundo de a bordo, observaba con sus prismáticos
desde el puente de mando cuando sonó la alarma. Intentaba ubicar a los
aparatos pero como no lo logró, le pidió al cadete Maañón que lo
hiciera:
Peralta enfocó sus binoculares en esa dirección y enseguida distinguió cuatro puntos pequeños que se acercaban a gran velocidad.
-¡¡Carguen cañones!!- ordenó, directiva que fue pasada a viva voz por los jefes de baterías.
-¡¡Artillería lista, señor!! – fue la respuesta.
En esos
momentos, el comandante le ordenó al teniente de navío Ríos, que izase
la bandera de guerra, indicación que aquel se apresuró a retransmitir.
-¡¡¡Que nadie
dispare hasta que de la orden!!! – gritó el capitán Palomeque cuando la
aviación peronista avanzaba formada en “V”, tal como se los había
enseñado en los cursos de entrenamiento Adolf Galland, el as de la Segunda Guerra Mundial contratado por Perón.
A bordo del “La Rioja” la
tripulación vio a los aparatos efectuar un amplio giro en dirección a
Montevideo y colocarse en línea, uno detrás de otro, con el vicecomodoro
Síster a la cabeza.
Al ver eso, el teniente Ríos no tuvo más dudas.
-¡¡¡Nos van a atacar, señor!!!
Palomeque permaneció incólume en el puente de mando, observando con las manos en los bolsillos de su gabán a los aviones que se le venían encima;
Peralta, por su parte, se apresuró a tomar ubicación en su puesto de
combate dando directivas a los gritos mientras el personal corría por la
cubierta.
Con el sol de
frente, las piezas de estribor apuntaron a las aeronaves y esperaron
mientras los constantes alertas anunciaban el inicio de las
hostilidades.
Los dos
primeros cazas se descolgaron de las nubes disparando sus cañones
furiosamente, elevando gruesas columnas de agua a medida que se
aproximaban. El capitán Palomeque ordenó abrir fuego y la pieza Nº 1
comenzó a tronar, accionada por el guardiamarina Julio César Ayala
Torales, a quien asistían los cadetes Edgardo Guillochón y Washington
Bárcena.
-¡¡Viva la Patria, carajo!! – gritaron los oficiales en medio del ensordecedor estruendo.
El avión de Síster, pasó en primer lugar ametrallando la cubierta; inmediatamente después lo hizo el segundo, que volaba 1500 metros detrás,
perforando con sus proyectiles la estructura del buque. Sus impactos
destrozaron el foco de señales, varios termómetros y algunos
instrumentos del cuarto de navegación, aunque no causaron bajas.
La tripulación
experimentó estupor y admiración al ver a su comandante de pie en una
saliente del puente, recibiendo el ataque sin buscar protección. Ninguna
bala lo alcanzó.
Palomeque le
ordenó al teniente Federico Ríos que informase al almirante Rojas que
había comenzado el combate y que se estaba respondiendo el fuego. Y
cuando las máquinas atacantes se alejaban hacia el oeste, ordenó el
“alto el fuego”.
-¡¿Averías o heridos?! – preguntaban los suboficiales en medio de la excitación.
-¡Sin novedad! – fue la respuesta.
Segundos después volvieron a sonar las alarmas anunciando un segundo ataque.
Se trataba de
las otras dos aeronaves que llegaban a vuelo rasante, accionando sus
cañones. Las antiaéreas devolvieron el fuego llenando la cubierta de
olor a pólvora y ensordeciendo a sus servidores con los estampidos en
tanto oficiales y marineros, en su necesidad de aflojar tensiones, lanzaban vivas a la patria y duros epítetos contra un régimen al que, a esa altura, identificaban como su enemigo.
Los
aviones pasaron sobre el destructor disparando de manera implacable e
inmediatamente después tomaron altura y se alejaron, siguiendo a Sister y
su compañero. El que volaba en último lugar fue el que más daños causó
ya que alcanzó diversos puntos de la estructura, hiriendo gravemente al
cadete Maañón. Un proyectil de 20 mm le
había volado el maxilar inferior, provocándole una espantosa herida que
lo dejó sin boca y con varias de sus piezas dentales perdidas.
Sangrando en
abundancia, el marino se sujetaba el mentón intentando mantener en su
sitio la lengua que le colgaba monstruosamente, sin reparar en los
restos de dientes, sangre y trozos de carne que cubrían su gabán. Un
sentimiento de horror estremeció a sus compañeros al ver su rostro
desfigurado.
-¡¡¡Hijo mío!!!
– gritó el capitán Palomeque tomando al marino por los hombros y de
manera inmediata, ordenó su traslado a la enfermería.
El “La Rioja” presentaba serios daños en su estructura, los más graves, seis orificios de 20 mm bajo la línea de flotación a través de los cuales penetraba el agua inconteniblemente.
La escuadrilla
del vicecomodoro Síster retornó a Morón, aterrizando a las 10.00 horas,
sin inconvenientes. Su jefe exteriorizaba euforia cuando descendió de su
aparato y refirió a sus superiores los pormenores de la incursión,
solicitando inmediatamente un nuevo ataque. Se dispuso entonces, el
envío de una segunda formación al mando del vicecomodoro Orlando Pérez
Laborda con la expresa indicación de dejar fuera de combate a la
escuadra.
La nueva
formación despegó quince minutos después y una vez en el aire, enfiló
directamente hacia el objetivo, en momentos en que un frente de tormenta
se aproximaba por el noreste.
Las embarcaciones se encontraban en medio del estuario cuando la Fuerza Aérea volvió a atacar.
El cadete José L. Cortés, del “La Rioja”,
fue herido en el rostro. En el “Cervantes”, el cadete Juan Pieretti,
recibió un disparo en la cadera y el capitán de corbeta Rodolfo de
Elizalde resultó levemente quemado por una trazadora que le rozó su
pierna derecha. Los marinos se encontraban en el puente de mando cuando
se produjo el ataque y su rápida reacción, al arrojarse al suelo, los
salvó de una muerte segura. Sin embargo, en esta nueva incursión, uno de
los Gloster pareció ser alcanzado porque al alejarse hacia el oeste
comenzó a perder velocidad al tiempo que efectuaba un brusco viraje
antes de alcanzar la vertical del “La Rioja”. Pese a ello, cuando casi tocaba el agua se estabilizó y se alejó en dirección a Morón.
Mientras se
llevaba a cabo la segunda incursión, el capitán Crexell explicaba al
vicecomodoro Síster y al oficial Islas, la forma en la que debían
hacerse los siguientes ataques, modificando el ángulo de disparos con
corridas de popa a proa y no de costado como lo habían hecho en la
incursión anterior. Eso facilitaría la acción de los pilotos y los
pondría a cubierto detrás de las densas columnas de humo que despedían
las chimeneas de los destructores.
Los pilotos
seguían las explicaciones con atención mientras Crexell las graficaba en
el pizarrón de la sala de comando y cuando su superior terminó de
hablar, corrieron de regreso a los Gloster, para llevar a cabo una nueva
embestida.
Destructor ARA "Cervantes" navegando en aguas del Plata (Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima) |
Siguiendo esas indicaciones, el tercer ataque al mando de Síster, fue demoledor.
Los relojes señalaban las 11.00 cuando el “La Rioja” volvió a ser ametrallado con ferocidad.
La escuadrilla
sobrevoló su cubierta en cuatro oportunidades, acribillándola con sus
cañones, desafiando valerosamente a las antiaéreas y ametralladoras de a
bordo, que intentaban rechazarla. Poco fue lo que pudieron hacer porque
la velocidad de los cazas era su mejor defensa.
En una de las pasadas, los aviones le ocasionaron al “Cervantes” numerosas bajas, algunas de ellas fatales.
Una bala
atravesó la cabeza de Carlos Cejas, cadete de 4º año que servía una
pieza Bofors a popa. El muchacho cayó sin sentido sobre cubierta,
muriendo minutos después. Cerca de ahí, el ayudante Raúl Machado recibió
una profunda herida en el brazo derecho que obligó su inmediata
evacuación a la enfermería, donde el Dr. Luis Emilio Bachini, médico
odontólogo de a bordo, intentaba hacer lo mejor que podía. Machado
falleció en la camilla, cuando el facultativo se disponía a amputarle el
brazo. La metralla alcanzó también al teniente de navío Alejandro
Sahortes cuando intentaba introducir en el cuarto de máquinas al cabo
principal Juan Carlos Berezoski, presa de una crisis nerviosa. Berezoski
murió en el acto y Sahores cayó bajo los botes salvavidas con el
estómago perforado y la arteria femoral despedazada.
Fue, sin ninguna duda, una tremenda incursión que dejó un saldo de 21 bajas, cinco de ellas fatales.
La labor del
Dr. Bachini fue encomiable. Con la asistencia del capitán Rodolfo de
Elizalde, armó en la sala de personal un improvisado hospital de sangre y
asistido por el mencionado oficial y un cadete, hizo todo lo que estuvo
a su alcance para aliviar el sufrimiento de los heridos.
La situación en el “La Rioja” era
peor. Los cazas peronistas arrasaron su cubierta y perforando su
estructura en varios sectores, destruyendo completamente el cañón Nº 1.
El cadete de 2º año Edgardo Guillochón fue alcanzado por los proyectiles
y cayó muerto, sobre la pieza que servía. Su compañero, Washington
Barcena, recibió una esquirla en la pierna izquierda, que le hizo perder
el equilibrio y caer al suelo pesadamente.
En la
enfermería el cabo principal Araujo, que tenía nociones de primeros
auxilios, se ocupaba de los heridos, atendiendo con esmero a Maañón y
Cortés. Se trataba de un lugar reducido bajo el puente de mando, con dos
camillas superpuestas y un pequeño ropero. En esas condiciones, el
abnegado suboficial también realizó una labor excepcional, pese al
escaso instrumental del que disponía.
Mientras
sujetaba la lengua de Maañón para evitar que se la tragase, quitó con
una gasa los restos dentales y las esquirlas del maxilar, lo mismo un
pedazo de metal incrustado muy cerca de su ojo izquierdo. Finalizada esa
tarea, le suministró uno de los pocos calmantes que había en el
botiquín y le pidió que permaneciese quieto.
Sobre la
camilla superior se hallaba el cadete José Luis Cortés con una grave
herida en la cabeza. El bravo Araujo se la vendaba cuando los
proyectiles del tercer ataque perforaron la estructura metálica del
habitáculo, atravesándolo de lado a lado.
Una bala de
cañón se incrustó bajo del omóplato derecho de Maañón, provocándole una
nueva lesión. Otro marinero herido que se hallaba parado junto a la
entrada, recibió impactos en las piernas al tiempo que la puerta en la
que estaba apoyado saltaba de su marco. Araujo inyectó una dosis de
morfina a Maañón y le practicó torniquetes al otro marinero, doloridos
ambos por las nuevas lesiones.
Debido al duro
castigo soportado por su embarcación, el capitán Palomeque se comunicó
con el “Cervantes” para decirle que lo más conveniente era alejarse del
área en dirección a la desembocadura del río, fuera del radio de alcance
de los aviones peronistas.
Después de
escuchar la propuesta, el comandante Gnavi manifestó estar de acuerdo y
accedió, ya que de esa manera, podrían seguir cumpliendo con la misión
de bloqueo sin arriesgar al personal de a bordo.
Palomeque llamó
al almirante Rojas para informarle que las embarcaciones habían sido
sometidas a violentos ataques y que tenían muertos y heridos a bordo. Y
cuando pidió autorización para el repliegue, esta le fue concedida de
manera inmediata.
Los viejos
destructores viraron hacia el este y se dirigieron hacia el océano
mientras a bordo se repartía el rancho a la tripulación. En esos
momentos, cuando nadie lo sospechaba, se produjo un cuarto ataque.
Los buques
navegaban hacia la desembocadura del Río de la Plata cuando por entre
las nubes aparecieron cuatro Gloster Meteor que se abalanzaron sobre
ellos.
Las cubiertas
volvieron a ser ametralladas en tanto la tropa intentaba ponerse a
cubierto. Y una vez más, el cadete Maañón fue alcanzado, esta vez en el
pie derecho, cuando un proyectil perforó su borceguí y le rompió varios
huesos del empeine y el talón. Sobre él se precipitó una vez más el
valeroso cabo Araujo, aplicándole un nuevo torniquete y una nueva
inyección de morfina que lo dejó completamente inconsciente.
Tras esta nueva
incursión, los destructores dieron mayor potencia a sus motores y se
alejaron de la zona a gran velocidad mientras las aeronaves de la Fuerza Aérea se
retiraban hacia Morón. Las viejas embarcaciones estaban maltrechas pero
salieron indemnes de la acometida. Habían disparado más de 1000
proyectiles y recibido 250 impactos y perdido algunas de sus piezas de
artillería, dos el “Cervantes” y una el “La Rioja”.
Los buques
navegaban escorados debido a los impactos que habían recibido bajo la
línea de flotación y sobre esas vías de agua, trabajaban los equipos de
reparaciones provistos de tacos de madera y alquitrán.
A la última incursión de los Gloster Meteor, le siguió un período de tensa calma en el que los ataques parecieron cesar.
Pese a los
daños, el “Cervantes” aprovechó la oportunidad para detener un carguero
estadounidense cargado de frutas, al que solicitó un médico.
Lamentablemente los norteamericanos no tenían ninguno porque su
tripulación era mínima y no lo necesitaban.
En
esa tarea se hallaba ocupada la tripulación del destructor cuando
repentinamente apareció en el aire una escuadrilla de bombarderos
livianos Calquin que se dirigía directamente a los buques, procedente de
Morón.
El hecho de que
la nave de guerra se hallara en esos momentos junto a un mercante
extranjero la salvó de lo que pudo haber sido un ataque demoledor. Las
bombas cayeron a 50 metros,
levantando altas columnas de agua sin provocar daños. Sin embargo,
fueron motivo suficiente como para que el carguero virase y se alejase
presurosamente hacia las bocas del río, al mismo tiempo que el buque de
guerra se preparaba para repeler la agresión. Inmediatamente después de
los Claquin apareció un Avro Lincoln a gran velocidad, con sus copuertas
inferiores abiertas.
En un
desesperado intento por evitar el ataque, el “Cervantes” se aproximó al
mercante pensando que el aviador no se atrevería a dañarlo, pero el
Avro Lincoln lanzó su bomba provocando un tremendo estallido que sacudió
las estructuras de ambos buques.
Los
destructores intentaron evitar las cargas virando continuamente de
derecha a izquierda mientras abrían fuego y estremecían el aire con sus
cañones.
El avión se alejó dejando a sus espaldas a los maltrechos buques bajo la lluvia, apuntando sus proas en dirección al Uruguay.
De las dos
embarcaciones, el “Cervantes” fue la que peores condiciones presentaba.
Escorado, con pérdida de velocidad y una turbina dañada, se hallaba
prácticamente fuera de combate porque sus piezas de artillería casi no
operaban.
Frente a la capital uruguaya el capitán Gnavi contactó a su par del “La Rioja” para
notificarle que necesitaba imperiosamente entrar en puerto. Palomeque
estuvo de acuerdo por lo que el “Cervantes”, colocando su artillería en
crujía, puso proa a la vecina orilla y se alejó. A esa altura, la
atención de los heridos era más que urgente.
El ARA "La Rioja" gravemente dañado se dirige a Montevideo
seguido por el "Cervantes" (Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima) |
Eran las 18.30
cuando, a la vista de Montevideo, se aproximó el remolcador “Capella y
Pons”, de la marina de guerra uruguaya se situó junto al “La Rioja” para solicitar amarras.
Su comandante, el capitán Diego Culachín, estableció contacto con el destructor y
Palomeque le
informó que había un muerto y varios heridos a bordo y que necesitaba
transferir inmediatamente para regresar a la batalla.
La operación de
traspaso no se hizo esperar. Los marineros colocaron el cadáver del
cadete Guillochon sobre una camilla, lo cubrieron con la bandera
argentina y lo pasaron con sumo cuidado al buque uruguayo. Tras él
hicieron lo propio, también en camillas, los cadetes Maañón y Bárcena y
el suboficial artillero Ángel Stamati, que pese a sus graves heridas,
pedía permanecer a bordo.
Cuando el
último herido se hallaba en el “Capella y Pons” y el temporal comenzaba a
agitar las aguas, la voz del cadete Ferrotto, a cargo de las señales,
puso a todo el mundo en estado de alerta.
-¡¡Aviones enemigos!! – gritó – ¡¡Aviones enemigos!!
Cumpliendo
directivas, la tripulación corrió a sus puestos tal como tantas veces lo
había hecho durante los ejercicios y maniobras, mientras el remolcador
uruguayo desenganchaba presurosamente y se alejaba.
A lo lejos, se
recortó contra el gris plomizo del cielo, una formación de cuatro cazas
que se acercaban velozmente hacia los destructores.
-¡¡¡Suelten amarras, carajo!!! – tronó la voz de un oficial.
-¡¡¡Preparen artillería!!! – ordenó otro.
-¡¡Alto!! - gritó alguien repentinamente - ¡¡Son aviones uruguayos!!
A través de sus prismáticos, el capitán Palomeque y sus oficiales pudieron distinguir a los cuatro aparatos Mustang P-51D de la Fuerza Aérea Uruguaya
cuando se aproximaban velozmente en la misión de cobertura, dispuestos a
brindar protección a las naves argentinas en caso de ser hostigadas.
-¡¡Son aviones que se preparan para atacar! - volvió a gritar el cadete Ferrotto - ¡¡Nos atacan!!
-¡¡¡Pero cadete pel...!!! ¡¡¿No se da cuenta que son uruguayos?!! – gritó furioso el capitán Peralta.
Los aviones
pasaron junto a los buques, volando a baja altura, luciendo en su cola
los colores de su país, hecho que tranquilizó a los combatientes a
bordo, devolviéndoles la serenidad.
Mientras el “Cervantes” era remolcado hacia Montevideo, el “La Rioja” metió
presión a sus máquinas y se alejó aguas adentro dispuesto a proseguir
la lucha, eludiendo legalmente la internación que el derecho
internacional establece para las fuerzas beligerantes que llegan a
países neutrales.
Tanto
el “Cervantes” como el “Capella y Pons”, ingresaron lentamente en el
puerto de Montevideo y amarraron junto a los diques, maniobra que
presenció una multitud de ciudadanos uruguayos, hombres y mujeres, que
se habían dado cita desde temprano para seguir de cerca las acciones de
guerra1.
El desembarco
de los muertos y los heridos impactó profundamente en el ánimo de
quienes se habían acercado hasta allí y el descenso de los cadetes
del “Cervantes” fue saludado con vivas y aplausos recordando a más de un
uruguayo, hechos similares acaecidos dieciséis años atrás cuando los
tripulantes del “Graf Spee” echaron pie a tierra en ese mismo lugar.
Según relatan diez periodistas en Así Cayó Perón. Crónica del movimiento revolucionario triunfante, cerca de la Aduana y
frente a los accesos al puerto se había congregado una verdadera
muchedumbre que pugnaba por acercarse al “Cervantes” en procura de
novedades. Entre el público, había familiares y amigos de los
tripulantes que intentaban averiguar si sus allegados se encontraban
entre las víctimas.
A las 20.45 las
radios uruguayas efectuaron un dramático pedido de sangre destinada a
los marinos heridos, interrumpiendo sus programas habituales para hacer
efectiva la solicitud. Decenas de personas se acercaron al Hospital
Militar y al Hospital Maciel para ingresar de a dos por vez.
Los
combatientes argentinos fueron alojados en barracones especialmente
acondicionados en la zona portuaria donde fueron alimentados y asistidos
con solicitud, al tiempo que se les prodigaba todo tipo de atenciones.
También recibieron visitas, la mayoría de importantes personalidades del
vecino país, una de ellas, la señora Matilde Ibáñez Tálice, esposa de
quien fuera presidente del Uruguay hasta 1951, Luis Batlle Berres. La
dama, nacida en Buenos Aires, se ocupó personalmente de muchas de las
necesidades de los cadetes.
A poco de
desembarcar, falleció el cadete Cejas y dos días después se produjo el
deceso del cadete Vega, elevando el número de muertos a ocho. Maañón fue
operado y atendido por el Dr. Vecchi, destacado facultativos uruguayo,
quien advirtió al soldado que podía morir en la intervención. Maañón dio
su consentimiento para ser intervenido pero antes escribió una carta de
despedida a su padre, explicando las alternativas que había vivido2.
En horas de la noche se montó una guardia de honor en dependencias de la Armada Uruguaya,
donde los caídos en combate fueron velados. La misma fue puesta a cargo
del teniente de fragata Fernando Nis que durante el segundo ataque de
los Gloster Meteor, se encontraba en la sala de máquinas junto a su
jefe, el teniente de navío Alejandro Sahores, abatido por los
proyectiles enemigos. El cadete de 4º año Luis Bayá, formó parte de la
guardia.
Mucha más gente
se acercó hasta el lugar para hacer llegar sus condolencias o,
simplemente, curiosear, mientras decenas de periodistas pugnaban por
obtener información. Y mientras eso sucedía, las radios seguían
brindando amplia cobertura de los acontecimientos, lo mismo los
periódicos, que a la mañana siguiente anunciaban las noticias con
grandes titulares.
Tanto el “La Rioja” como el “Cervantes” tuvieron una brillante actuación. Con ellos, la Armada Argentina protagonizó
la primera batalla aeronaval de su historia, pagando con sangre la
experiencia vivida. Sus comandantes y las tripulaciones estuvieron a la
altura de los acontecimientos, destacando muy especialmente el capitán
Rafael Palomeque por su brillante accionar en cumplimiento del deber.
Habían operado más allá de lo exigido y se habían desempeñado
heroicamente, poniendo a resguardo el honor nacional. El almirante Rojas
tenía motivos de sobra para enorgullecerse de su gente3.
Imágenes
Vicecomodoro Carlos A. Sister Jefe de la sección de Gloster Meteor que atacó a la Escuadra de Ríos (Fotografía: Isidoro Ruiz Moreno, La Revolución del 55, Tomo II) |
El "Cervantes" intenta cubrirse y hacer lo propio con el "La Rioja"
desprendiendo una columna de humo (Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima) |
La contienda ha finalizado. El "La Rioja" muestra los daños que ha sufrido (Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima) |
El puente del "La Rioja" acribillado por los cañones de 20 mm de los Gloster Meteor (Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima) |
Plana Mayor del "La Rioja". Sentado en primera fila, al centro,
su comandante, capitán Rafael Palomeque (Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima) |
Tripulación del "La Rioja" junto a su comandante,
Cap. Rafael Palomeque detrás del salvavidas (Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima) |
El "La Rioja" en el dique seco de los Astilleros Tandanor de Buenos Aires, después de la batalla (Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima) |
Notas
1 Pueblo
y autoridades demostrarían una altura digna de su tradición al momento
de ofrecer ayuda y atención a combatientes extranjeros.
2 Afortunadamente
el Dr. Vecchi era una eminencia y el valeroso cadete sobrevivió y una
vez finalizada la contienda regresó a su país para reincorporarse a la Marina, retirándose años después, con el grado de capitán de fragata.
3 Los detalles del enfrentamiento fueron extraídos de “El torpedero 'La Rioja' y su intervención en la batalla aeronaval del Río de la Plata”, de Juan Manuel Jiménez Baliani, aparecido en el Boletín del Centro Naval Nº 773 de Febrero de 1994; La Revolución del 55, Tomo II, de Isidoro Ruiz Moreno, Puerto Belgrano. Hora 0. La Marina se
subleva, de Miguel Ángel Cavallo y Así Cayó Perón. Crónica del
movimiento revolucionario triunfante, de diez periodistas argentinos.
El crucero "9 de Julio" bombardea posiciones en Mar del Plata |
Hasta la noche del día 18, nadie sabía donde se encontraba la Flota de Mar. La misma, que al momento del estallido se hallaba fondeada en Puerto Madryn, estaba formada por los cruceros “17 de Octubre” y “La Argentina”, los destructores “Buenos Aires”, “San Luis”, “ Entre Ríos” y “San Juan”; las fragatas “Hércules” , “Heroína” y “Sarandí”, el buque de salvamento “Charrúa” y el buque taller “Ingeniero Iribas”, de los que eran comandantes los capitanes de navío Fermín Eleta y Adolfo Videla; los capitanes de fragata Eladio Vázquez, Benigno Varela, Aldo Abelardo Pantín, Mario Pensotti, Pedro Arhancet, Leartes Santucci y César Goria, el capitán de corbeta Marco Bence y el capitán de fragata Jorge Mezzadra respectivamente.
El vicealmirante Juan C. Basso comandaba la Flota desde su nave insignia, el “17 de Octubre”, asistido por el contralmirante Néstor Gabrielli, comandante de la Fuerza de Cruceros, a bordo de “La Argentina”, el capitán de navío Raimundo Palau, comandante de la Escuadrilla de Destructores, a bordo del “Entre Ríos” y el capitán de navío Agustín Lariño, comandante de la División de Fragatas, a bordo del “Hércules”. En el “17
de Octubre”, viajaban también el jefe de Operaciones, capitán de
fragata Enrique Gunwaldt y el capitán de navío Raúl Elsegood, jefe del
Estado Mayor.
La primera señal del alzamiento llegó a la Flota a
las 08.22 del 16 de septiembre, cuando el vicealmirante Basso recibió
un comunicado del Comando de Operaciones Navales imponiéndolo de los
últimos acontecimientos. Dos horas y media después (11.00), oficiales
rebeldes encabezados por el capitán de navío Agustín P. Lariño y el
capitán de fragata Aldo Pantín, se reunieron a bordo del “Hércules” para iniciar el amotinamiento y hacerse cargo de la Flota.
De acuerdo a lo planeado, Grunwaldt, secundado por el capitán Manuel Rodríguez, el jefe de Comunicaciones, capitán Félix E. Fitte y el teniente de navío Rodolfo Fasce, se trasladó hasta el “17 de Octubre” con la misión de reducir a su comandante y a los capitanes Raúl Elsewood y Fermín Eleta, quienes a punta de pistola, fueron encerrados en un camarote, bajo la custodia del teniente Ricardo Bustamante. Refiere Ruiz Moreno que en esos momentos, el teniente de navío José A. Lagomarsino procedió a arrancar los cables de los teléfonos internos, incomunicando de ese modo a los elementos leales que se encontraban a bordo.
Minutos después, el capitán de fragata Carlos A. Borzone informaba desde “La Argentina” que la situación en el buque se hallaba bajo control, al igual que en el “Buenos Aires”, el “Entre Ríos” y el resto de las unidades. En el primero, el contralmirante Gabrielli fue reducido por el capitán Videla; en el “Entre Ríos” su
comandante, el capitán Vázquez detuvo a su segundo y a un teniente y en
el último, el capitán Pantín hizo lo propio con el capitán Palau, jefe
de la Escuadrilla de Destructores.
Un hecho confuso se produjo en la nave insignia cuando se hizo presente el capitán Lariño procedente del “Hércules”.
Sospechando de su persona, el capitán Grunwaldt mandó detenerlo,
ignorando que se trataba de un declarado partidario de la revolución y
lo hizo encerrar en el camarote del comandante. El capitán Alberto
Tarelli debió interceder para aclarar el asunto, logrando su inmediata
liberación. Como explica Ruiz Moreno, Lariño permaneció a bordo del “17 de Octubre”, como oficial de comando táctico y ya no regresó al “Hércules”.
Antes de zarpar, Lariño ordenó trasladar a los oficiales detenidos al “Ingeniero Iribas”, que en esos momentos se hallaba amarrado en el muelle de Puerto Madryn y sumamente apenado por la situación de su superior, el vicealmirante Basso, a quien estimaba y respetaba profundamente ordenó que, al momento de abandonar la nave, le fueran rendidos honores de comandante.
Basso era un hombre leal, un verdadero
caballero, esclavo del reglamento y de las disposiciones superiores,
razón por la cual, mantuvo su lealtad al gobierno pese a que discrepaba
con él en muchos aspectos. Fueron numerosos los oficiales que se
conmovieron cuando lo vieron abandonar la embarcación, entre ellos el
propio Lariño, que se quedó observando de lejos cuando el vicealmirante
ordenó arriar su insignia1.
Poco después de sublevada la flota,
aterrizó en Puerto Madryn el avión Catalina que transportaba a los
oficiales que los comandantes Perren y Rial habían enviado para hacerse
cargo: capitanes de navío Carlos Bruzzone, Mario Robbio y Luis Mallea;
capitanes de fragata Raúl González Vergara y Recaredo Vázquez y teniente
de navío Benjamín Oscar Cosentino. Una vez en tierra, fueron llevado a
bordo y allí se los impuso de los últimos acontecimientos.
Robbio fue designado jefe del Estado Mayor, Vázquez y González Vergara sus asistentes, Mallea, jefe de la Escuadrilla de Destructores y Bruzzone comandante del “17 de Octubre”. Como comandante de la Armada continuó al mando Lariño y el resto de la oficialidad siguió ocupando sus cargos.
Tras ordenar a la Escuadra de Destructores su inmediato regreso a Puerto Madryn, el comando de la flota procedió a informar a las tripulaciones que todo aquel que se sintiera obligado a mantener su lealtad al gobierno nacional y no quisiera luchar en su contra, podía desembarcar con la tranquilidad de que no se tomarían medidas en su contra. De 6000 efectivos embarcados, solo 85 lo hicieron, la mayoría de ellos conscriptos. Dos oficiales, Félix Darquier y Alcides Cardozo, siete cabos y dos marineros, se hallaban entre ellos y en esa postura abandonaron la flota, cuando un remolcador especialmente designado para esa tarea, pasó a recogerlos por cada una de las unidades navales.
La Flota estaba
sublevada y en tales condiciones, levó anclas y zarpó hacia el norte,
dividida en dos grupos. El grueso de la misma enfiló hacia el Río de la Plata con el “17 de Octubre” a la cabeza y el resto, los destructores “San Luis”, “Entre Ríos”, “Buenos Aires” y “San Juan”, rumbo a Puerto Belgrano.
Pasado el medio día del 18 de septiembre, la Armada navegaba
hacia el norte a máxima velocidad y en silencio de radio. Sus
tripulantes experimentaban una emoción indescriptible y mucha confusión
también. La Marina de
Guerra se hacía a la mar para entrar en conflicto por primera vez en lo
que iba del siglo, ya que no lo hacía desde la revolución de 1893,
cuando el combate de “El Espinillo” y
eso tenía su significado. Era el momento esperado por todos, pese a que
había algo que no los terminaba de convencer: el conflicto era entre
hermanos y eso repercutía en el ánimo de los marinos. Había muerto mucha
gente a esa altura y muchos se preguntaban cuantos más sucumbirían.
Hasta la noche del día 18, nadie sabía donde se encontraba la Flota de Mar. La misma, que al momento del estallido se hallaba fondeada en Puerto Madryn, estaba formada por los cruceros “17 de Octubre” y “La Argentina”, los destructores “Buenos Aires”, “San Luis”, “ Entre Ríos” y “San Juan”; las fragatas “Hércules”, “Heroína” y “Sarandí”, el buque de salvamento “Charrúa” y el buque taller “Ingeniero Iribas”, de los que eran comandantes los capitanes de navío Fermín Eleta y Adolfo Videla; los capitanes de fragata Eladio Vázquez, Benigno Varela, Aldo Abelardo Pantín, Mario Pensotti, Pedro Arhancet, Leartes Santucci y César Goria, el capitán de corbeta Marco Bence y el capitán de fragata Jorge Mezzadra respectivamente.
El vicealmirante Juan C. Basso comandaba la Flota desde su nave insignia, el “17 de Octubre”, asistido por el contralmirante Néstor Gabrielli, comandante de la Fuerza de Cruceros, a bordo de “La Argentina”, el capitán de navío Raimundo Palau, comandante de la Escuadrilla de Destructores, a bordo del “Entre Ríos” y el capitán de navío Agustín Lariño, comandante de la División de Fragatas, a bordo del “Hércules”. En el “17 de Octubre”, viajaban también el jefe de Operaciones, capitán de fragata Enrique Gunwaldt y el capitán de navío Raúl Elsegood, jefe del Estado Mayor.
La primera señal del alzamiento llegó a la Flota a
las 08.22 del 16 de septiembre, cuando el vicealmirante Basso recibió
un comunicado del Comando de Operaciones Navales imponiéndolo de los
últimos acontecimientos. Dos horas y media después (11.00), oficiales
rebeldes encabezados por el capitán de navío Agustín P. Lariño y el
capitán de fragata Aldo Pantín, se reunieron a bordo del “Hércules” para iniciar el amotinamiento y hacerse cargo de la Flota.
De acuerdo a lo planeado, Grunwaldt, secundado por el capitán Manuel Rodríguez, el jefe de Comunicaciones, capitán Félix E. Fitte y el teniente de navío Rodolfo Fasce, se trasladó hasta el “17 de Octubre” con la misión de reducir a su comandante y a los capitanes Raúl Elsewood y Fermín Eleta, quienes a punta de pistola, fueron encerrados en un camarote, bajo la custodia del teniente Ricardo Bustamante. Refiere Ruiz Moreno que en esos momentos, el teniente de navío José A. Lagomarsino procedió a arrancar los cables de los teléfonos internos, incomunicando de ese modo a los elementos leales que se encontraban a bordo.
Minutos después, el capitán de fragata Carlos A. Borzone informaba desde “La Argentina” que la situación en el buque se hallaba bajo control, al igual que en el “Buenos Aires”, el “Entre Ríos” y el resto de las unidades. En el primero, el contralmirante Gabrielli fue reducido por el capitán Videla; en el “Entre Ríos” su
comandante, el capitán Vázquez detuvo a su segundo y a un teniente y en
el último, el capitán Pantín hizo lo propio con el capitán Palau, jefe
de la Escuadrilla de Destructores.
Un hecho confuso se produjo en la nave insignia cuando se hizo presente el capitán Lariño procedente del “Hércules”. Sospechando de su persona, el capitán Grunwaldt mandó detenerlo, ignorando que se trataba de un declarado partidario de la revolución y lo hizo encerrar en el camarote del comandante. El capitán Alberto Tarelli debió interceder para aclarar el asunto, logrando su inmediata liberación. Como explica Ruiz Moreno, Lariño permaneció a bordo del “17 de Octubre”, como oficial de comando táctico y ya no regresó al “Hércules”.
Antes de zarpar, Lariño ordenó trasladar a los oficiales detenidos al “Ingeniero
Iribas”, que en esos momentos se hallaba amarrado en el muelle de
Puerto Madryn y sumamente apenado por la situación de su superior, el
vicealmirante Basso, a quien estimaba y respetaba profundamente ordenó
que, al momento de abandonar la nave, le fueran rendidos honores de
comandante.
Basso era un hombre leal, un verdadero caballero, esclavo del reglamento y de las disposiciones superiores, razón por la cual, mantuvo su lealtad al gobierno pese a que discrepaba con él en muchos aspectos. Fueron numerosos los oficiales que se conmovieron cuando lo vieron abandonar la embarcación, entre ellos el propio Lariño, que se quedó observando de lejos cuando el vicealmirante ordenó arriar su insignia1.
Poco después de sublevada la flota,
aterrizó en Puerto Madryn el avión Catalina que transportaba a los
oficiales que los comandantes Perren y Rial habían enviado para hacerse
cargo: capitanes de navío Carlos Bruzzone, Mario Robbio y Luis Mallea;
capitanes de fragata Raúl González Vergara y Recaredo Vázquez y teniente
de navío Benjamín Oscar Cosentino. Una vez en tierra, fueron llevado a
bordo y allí se los impuso de los últimos acontecimientos.
Robbio fue designado jefe del Estado Mayor, Vázquez y González Vergara sus asistentes, Mallea, jefe de la Escuadrilla de Destructores y Bruzzone comandante del “17 de Octubre”. Como comandante de la Armada continuó al mando Lariño y el resto de la oficialidad siguió ocupando sus cargos.
Tras ordenar a la Escuadra de Destructores su inmediato regreso a Puerto Madryn, el comando de la flota procedió a informar a las tripulaciones que todo aquel que se sintiera obligado a mantener su lealtad al gobierno nacional y no quisiera luchar en su contra, podía desembarcar con la tranquilidad de que no se tomarían medidas en su contra. De 6000 efectivos embarcados, solo 85 lo hicieron, la mayoría de ellos conscriptos. Dos oficiales, Félix Darquier y Alcides Cardozo, siete cabos y dos marineros, se hallaban entre ellos y en esa postura abandonaron la flota, cuando un remolcador especialmente designado para esa tarea, pasó a recogerlos por cada una de las unidades navales.
La Flota estaba
sublevada y en tales condiciones, levó anclas y zarpó hacia el norte,
dividida en dos grupos. El grueso de la misma enfiló hacia el Río de la Plata con el “17 de Octubre” a la cabeza y el resto, los destructores “San Luis”, “Entre Ríos”, “Buenos Aires” y “San Juan”, rumbo a Puerto Belgrano.
Pasado el medio día del 18 de septiembre, la Armada navegaba
hacia el norte a máxima velocidad y en silencio de radio. Sus
tripulantes experimentaban una emoción indescriptible y mucha confusión
también. La Marina de
Guerra se hacía a la mar para entrar en conflicto por primera vez en lo
que iba del siglo, ya que no lo hacía desde la revolución de 1893,
cuando el combate de “El Espinillo” y
eso tenía su significado. Era el momento esperado por todos, pese a que
había algo que no los terminaba de convencer: el conflicto era entre
hermanos y eso repercutía en el ánimo de los marinos. Había muerto mucha
gente a esa altura y muchos se preguntaban cuantos más sucumbirían.
Para no ser detectada, la flota navegó
en el más completo silencio de radio en tanto a bordo, más de un marino
especulaba con varias hipótesis, le peor que al pasar de largo por
Puerto Belgrano, se decidiese un ataque masivo sobre Bahía Blanca, Punta
Alta y las bases rebeldes.
Puente de mando del crucero "17 de Octubre" (Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima) |
Lo que preocupaba a sus mandos era la imposibilidad de establecer contacto con la Escuadra de
Ríos debido a que los códigos se habían extraviado y sin ellos, las
comunicaciones iban a ser descifradas y el plan de operaciones
descubierto.
Dos días después, la Flota de Mar llegaba al pontón “Recalada”, y se unía a la Escuadra de Ríos.
Una vez dentro del estuario, el rastreador “Robinson” se aproximó al “17 de Octubre” llevando
a bordo al capitán de navío Carlos Sánchez Sañudo quien se apresuró a
pasar a su cubierta, para saludar alborozado a su comandante, el capitán
Bruzzone. Desde el puente de mando, Sánchez Sañudo llamó al almirante
Rojas y minutos después, el gran crucero, nave insignia de la Armada Argentina, pasó frente al “Murature” con
su tripulación formada en cubierta, disparando las diecisiete salvas de
saludo en honor a quien, a partir de ese momento, asumía el mando total
de la Flota unificada. Detrás del gran crucero hizo lo propio “La Argentina”, también con sus tripulantes en cubierta, mientras arrojaba gruesas columnas de humo, por sus chimeneas.
Como relata Ruiz Moreno, “…17 secos estampidos de cañón afirmaban la subordinación de la Flota a su nuevo comandante”.
Rojas, emocionado, contemplaba la
escena desde el patrullero, acompañado por el general Uranga y su plana
mayor de oficiales de Marina y Ejército, viviendo lo que, según sus
palabras, fue el momento más sublime de su vida y el punto más alto de
su carrera. El orgullo lo embargaba y la emoción insuflaba nuevos bríos a
su persona.
Esa misma mañana, con el viento azotando las cubiertas de las embarcaciones, el almirante Rojas pasó al “17 de Octubre”, izando su insignia en el palo mayor y a las 11.45, emitió el siguiente comunicado: “Se ha efectuado reunión de la Flota de Mar con la Escuadra de
Ríos. Asumo comando en Jefe”. Quince minutos después, anunció por radio
el bloqueo de los puertos y el estado de beligerancia de la escuadra.
Eran las 18.00 del 16 de septiembre, los destructores “San Luis” y “Entre Ríos” entraron en Puerto Belgrano y atracaron junto al muelle principal. Muy cerca, el “9 de Julio” terminaba su alistamiento para zarpar al día siguiente y unirse a la Flota. A las 22.00 hicieron su arribo el “Buenos Aires” y el “San Juan” y poco después hicieron lo propio otras unidades.
En el “Entre Ríos” viajaba detenido el capitán Palau, que una vez en puerto, fue conducido al “Moreno” junto
al cabo principal Aníbal López, de conocida filiación peronista,
quedando ambos encerrados junto al resto de los prisioneros.
De los destructores mencionados se
descargaron torpedos y cargas de profundidad y, acto seguido, se los
proveyó de munición adecuada y víveres. En plena noche, después de seis
horas de intenso trabajo, los operarios navales finalizaron la provisión
de combustible, mientras el “9 de Julio” era dotado de la munición necesaria para abastecer a cada una de las unidades de la Flota. Puesta a
prueba su maquinaria, la central de tiro y la antena del palo, todo
estuvo listo para partir. El comando de la unidad quedó a cargo del
capitán de navío Bernardo Benesch, con el capitán de fragata Alberto M.
de Marotte como su segundo y el capitán de fragata Raúl Francos como
jefe de Artillería.
Enterado el gobierno de la reunión de la Armada en el Río de la Plata, se dispuso un ataque a cargo de la Fuerza Aérea, dado su exitosa acción sobre la Escuadra de Ríos el día 16. Por ese motivo, almirante Luis J.
Cornes, ministro de Marina, tomó
contacto con el capitán de fragata Crexell, imponiéndolo de la decisión.
El ministro ordenó al aviador se dirigiese inmediatamente a la Base Aérea de
Morón desde la que operaban los Avro Lincoln, donde un amigo suyo, el
comodoro Luis A. Lapuente, lo esperaba para planificar la misión.
Se le propusieron a Crexell dos alternativas: atacar la Base Espora, neutralizando de ese modo a la Aviación Naval que operaba desde allí sobre unidades del Ejército o hacer lo propio contra la Flota, todo un símbolo en manos rebeldes. Crexell no lo dudó, porque creía que la Escuadra representaba
un peligro mucho mayor, con su poder de fuego amenazando a la misma
Buenos Aires. Según su opinión, era mucho más conveniente preservar
intacta la base del sur y hostigar a los buques que amenazaban a la
capital.
Crexell y Lapuente se encontraron en
la base, donde el segundo estudiaba un plan de ataque y se pusieron de
acuerdo en que lo más acertado era incursionar sobre la flota. Estaban
seguros del éxito porque los buques de gran calado se habían internado
demasiado en aguas del Plata y ello les impediría maniobrar
adecuadamente cuando estuviesen bajo ataque. Un hecho de importancia
vino a confirmar que las unidades de mar eran el blanco adecuado cuando
el Servicio de Informaciones Navales descifró las claves de Puerto
Belgrano poniendo al tanto al Comando de Represión al tanto de las
comunicaciones rebeldes.
Por entonces, las radios insurrectas propalaban la noticia de que a las 12.00 de ese día, la Armada iba
a bombardear Buenos Aires, y eso obligó a las emisoras estatales a
desmentir apresuradamente la noticia, minimizando el poder de las
fuerzas enemigas.
El 17 por la mañana, el crucero “9 de Julio” y los destructores “Buenos Aires”, “San Luis”, “San Juan” y “Entre Ríos” se hicieron a la mar, poniendo proa directamente hacia el Río de la Plata. A la
mañana siguiente, el almirante Rojas dialogaba en la sala de mando con
el capitán de corbeta Andrés Tropea, cuando un comunicado urgente del
general Lonardi lo impuso de la difícil situación que atravesaban las
tropas revolucionarias en Córdoba.
Comprendiendo la gravedad, Rojas
convocó a su Estado Mayor y después de ponerlo al tanto de lo que
acontecía, dispuso llevar a cabo una medida de fuerza tendiente a
aliviar la presión sobre las posiciones rebeldes. Se decidió bombardear
los tanques de combustible de Mar del Plata, la Base de
Submarinos y el Regimiento de Artillería Antiaérea de Camet si aquellas
unidades no aceptaban plegarse a la revolución, medida solicitada
oportunamente por Puerto Belgrano.
A las 17.11 del 18 de septiembre el crucero “17 de Octubre” cursó la siguiente directiva a su gemelo, el “9 de Julio”: “Destruir depósitos de petróleo y nafta de Mar del Plata, previo aviso a la población”. Dos horas después (19.02), la Escuadra de Destructores recibió un nuevo despacho: “… destruir tanques de petróleo de Mar del Plata y bombardear Regimiento antiaéreo”.
Encabezando al grupo de destructores, el “9 de Julio” desvió su rumbo y enfiló hacia los objetivos.
A poco de recibida la orden, ocurrió un hecho inesperado que vino a tensionar los ánimos en el “9
de Julio”. El cabo principal Miguel Spera, sabiendo que la flota
atacaría Mar del Plata, intentó amotinar a la tripulación, atacando a un
oficial. Fue muerto de un disparo cuando el reloj de a bordo daba las
22.30 y mientras su cuerpo era sacado de la Sala de
Máquinas, diez efectivos sospechosos fueron arrestados y encerrados en
un camarote, severamente custodiados por una guardia armada.
Casi enseguida, otro hecho descabellado desconcertó a los integrantes del alto
mando: el capitán Bernardo Benesch se negaba a abrir fuego sobre Mar
del Plata demostrando con su actitud que todavía había gente que no
asumía que estaba en guerra.
Benesch manifestó que no pensaba
disparar y se encerró en su camarote. Si esa era su postura, debió
haberse pronunciado antes, descendiendo en Puerto Belgrano cuando el
comando dispuso que aquel que no estuviese de acuerdo con la revolución.
El que hubiera permanecido embarcado para finalmente, obrar de esa
manera, fue una clara señal de que su actitud fue de mera especulación
debía abandonar las unidades ahí mismo.
Lo cierto es que el capitán Alberto de Marotte se hizo cargo del mando y la misión de ataque siguió su marcha.
Para ese momento, la escuadra encabezada por el “9 de Julio”, se hallaba frente a Mar del Plata. A las 21.15, el destructor “Entre Ríos” cursó un despacho a la Base de Submarinos, notificando que de no pronunciarse por la revolución, al amanecer sería bombardeada; en su cable indicó también que se debía dar aviso a la población civil y que se atacaría a todas aquellas tropas que opusieran resistencia. En el comunicado se especificaba evacuar la zona de la explanada, desde Paya Bristol hasta Playa Grande, con una profundidad mínima de cinco cuadras de fondo, “Para evitar mayor destrucción exijo presentación a bordo de inmediato del director de la Escuela Antiaérea y comandante de la Fuerza de Submarinos. Si antes de la medianoche no se ha escuchado a las emisoras locales propalar la orden de evacuación, se incluirá entre los objetivos a bombardear a esa Base Naval”.
Mientras se desarrollaban estos acontecimientos, navegaban hacia el Río de la Plata el buque taller “Ingeniero Gadda” y el submarino “Santiago del Estero”, este último al mando del capitán Juan Bonomi después de abandonar sublevado la Base de Mar del Plata.
Estas dos embarcaciones cumplieron con
eficiencia tareas de bloqueo y vigilancia, e incluso el segundo, entró
en acción ante la amenaza de aviones no identificados.
Los hechos acontecieron a primeras
horas de la tarde cuando el sumergible y el buque taller cumplían la
orden de iniciar aproximación a Montevideo, impartida por el almirante
Rojas a las 08.50 de la mañana. El “Ingeniero Gadda” ocupó posiciones en Cabo Polonio mientras el submarino se aproximaba aún más al punto indicado. A las 13.10 el radar del “Santiago del Estero” detectó
aviones no identificados, razón por la cual, el capitán Bonomi mandó
sonar las alarmas y cinco minutos después ordenó a sus artilleros abrir
fuego con su cañón Bofor 40 mm, abrir fuego. “He repelido ataques de aviones enemigos” fue
el escueto mensaje que irradió a las 13.20. Imposibilitado de
sumergirse por la poca profundidad del río, el submarino, que de ese
modo ofrecía un blanco sumamente vulnerable, no tuvo más remedio que
disparar.
El “Santiago del Estero” fue sobrevolado, primeramente por dos aviones de la Fuerza Aérea Uruguaya
que se le aproximaron en misión de patrullaje y en segundo lugar por un
aparato de la aviación leal que pasó sobre su posición a baja altura.
Fue entonces que disparó, sin alcanzar a ninguno, aunque obligó a los
primeros a mantener distancia y al segundo a alejarse rumbo a Buenos
Aires sin perpetrar ningún ataque. De ese modo, por primera vez en la
historia argentina, los submarinos de la Armada entraban en acción.
“Los
submarinos son buques especialmente vulnerables en superficie; su
protección reside en tomar profundidad y, cualquier avería de poca
importancia en su casco, puede impedirle sumergirse y, dejarlo sin
defensa ante ataques aéreos. La audacia y valor eran condiciones
conocidas del Capitán de Corbeta Bonomi, comandante del ‘Santiago del
Estero’, y una vez más lo demostraba, internándose, bajo la amenaza de
los aviones del gobierno, en las aguas poco profundas del Río de la Plata, donde resultaba imposible tomar inmersión. Repeler los ataques aéreos con su único cañón Bofors 40 mm.
implicaba una serie de condiciones que todo oficial de marina podía
valorar debidamente, y pude apreciar con claridad los sentimientos que
animaban a quienes estaban conmigo, cuando me trajeron el escueto
mensaje de referencia”, refiere en su obra el contralmirante Jorge E. Perren2.
En la mañana del 18, el capitán de fragata Enrique Plater, comandante de la Base de
Submarinos, embarcó en una lancha para dirigirse a la
corbeta “República”, a bordo de la cual, mantuvo una entrevista con el
capitán Miguel Mauro Gamenara. Aquel intentó convencerlo de que se
plegase a las fuerzas rebeldes, pero Plater mantuvo su postura y se
retiró para entrevistarse secretamente con el coronel Francisco Martos,
jefe del Regimiento Antiaéreo de Camet, a quien intentó convencer de no ofrecer resistencia.
Las alternativas de ese encuentro y
otro posterior que tuvo lugar en la rotonda de acceso a la ciudad, muy
cerca del cuartel de Bomberos, están muy bien relatadas en la obra de
Ruiz Moreno. Lo cierto es que Martos, argumentando que la amenaza de
bombardeo eran puras patrañas, se negó a anunciar a la población que
debía evacuar la zona y suponiendo a Plater partidario de la revolución,
intentó detenerlo.
El destructor "Entre Ríos" fue uno de los buques que atacó Camet (Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima) |
Desde el puente de mando del “Entre Ríos” se
estableció comunicación con la base para exigir la presencia de Plater y
la de su segundo, el capitán de corbeta Francisco Panzeri, bajo pena de
iniciar acciones en caso de no hacerlo. El hecho dejó bien claro que
ninguno de los dos oficiales estaba con los sublevados y por ese motivo,
Martos los liberó.
Plater y Panzeri regresaron a la base, a la vista de numerosos efectivos de la Policía Federal que Martos había desplegado a lo largo de la costa reforzados por civiles armados del partido justicialista.
A las 03.10 Plater se dirigió nuevamente al “Entre
Ríos”, acompañado por el capitán de corbeta Rafael González Aldalur y
media hora después, abandonó la nave, sumamente acongojado por no haber
logrado un acuerdo. Había discutido acaloradamente con el capitán
Pantín, quien le recriminó duramente no haber evitado el derramamiento
de sangre y regresaba confundido, sin saber que actitud adoptar.
La Base Naval de
Mar del Plata se hallaba en grave situación, amenazada desde el mar por
la flota rebelde y cercada en tierra por el Ejército leal. Con su ánimo
sumamente abatido, Plater solicitó a Panzeri que enarbolase un género
blanco en señal de rendición y se aprestase a deponer las armas, pero
aquel se negó.
A las 05.30 de la mañana, Plater llamó
a reunión e impuso a sus oficiales la situación imperante. Su estado de
ánimo era tal, que su segundo, el capitán de fragata Mario Peralta, lo
recriminó enérgicamente y le exigió adoptar la actitud correspondiente a
un oficial de su rango, instándolo además, a decidiese por uno u otro
bando. Como no lo logró, el mismo Peralta tomó el mando, se pronunció a
favor del alzamiento y llamó al Regimiento de Artillería Antiaérea y a la Policía Federal para que alertaran a la población civil sobre la inminencia del ataque. Diez minutos después, el “9 de Julio” tocaba a zafarrancho de combate y apuntaba sus cañones hacia el objetivo.
Eran las 06.10 del 19 de septiembre
cuando un avión Martín Mariner que regresaba a Puerto Belgrano tras una
frustrada misión de ataque a las destilerías de Dock Sud, estableció
contacto con el “9 de Julio”,
solicitando autorización para bombardear los depósitos de combustible
del puerto de Mar del Plata. Concedida la misma, el avión naval se
aproximó a los grandes tanques y aún de noche arrojó sus bombas,
alejándose inmediatamente en dirección sur.
Si bien ninguno de los proyectiles
alcanzó el blanco, la maniobra sirvió para demostrar a las fuerzas
locales, que la cosa iba en serio.
Las detonaciones sobresaltaron a la
población que a esa hora, todavía dormía y muchas fueron las personas
que saltaron de sus camas para observar lo que ocurría a través de sus
ventanas. La obscuridad de la noche impedía ver algo aunque el
resplandor de las llamas iluminaba fantasmagóricamente el techo de nubes
que cubría la ciudad.
En el “9
de Julio”, las órdenes iban y venían. En el Centro de Control de Tiro,
el jefe de Artillería, capitán de fragata Raúl Francos, se aprestaba a
abrir fuego mientras la embarcación se sacudía por el intenso oleaje.
Eran las 06.15, cuando el comandante De Marotte, comunicó por los altavoces que, cumpliendo las directivas del Comando de la Flota en
Operaciones, se aprestaba a abrir fuego sobre el primer objetivo: los
depósitos de combustible de Mar del Plata. Anunció también que los
destructores harían lo propio sobre las instalaciones del Regimiento de
Artillería Antiaérea en Camet y llevando tranquilidad a los tripulantes,
aclaró que esos objetivos eran puramente militares y que en esos
momentos, la población civil abandonaba el sector, alertada por las
autoridades de la ciudad. “El
objeto de estas acciones es demostrar a aquellos que han envilecido al
país, pisoteando la libertad, las leyes y los más caros sentimientos
argentinos”. Inmediatamente después, agregó que las fuerzas de la
revolución estaban decididas a hacer desaparecer a los autores de tales
infamias y que si era necesario, también se atacaría el puerto de Buenos
Aires. Sus últimas palabras sirvieron para inflamar los ánimos y
levantar la moral. “Como
argentinos nos duele inmensamente el tener que hacer fuego sobre lo
nuestro, pero la ceguera de los que han injuriado la justicia y nos han
llevado a la ruina moral nos obliga a tomar esta determinación extrema. La Nación lo
espera todo de nuestro valor y del estricto cumplimiento del deber.
Dotación del crucero ‘9 de Julio’: ¡a sus puestos de combate!”.
Además de la arenga, Ruiz Moreno
reproduce las órdenes transmitidas desde el puente a la central de
informaciones. Con rumbo 180, velocidad 5, revoluciones 0-5-1 y una
distancia de 9-1, 9-1, el crucero entró en sector y a las 07.14 comenzó
el ataque.
Los tres cañones de cada una de las
cinco torres de artillería, dispararon una primera descarga sacudiendo a
la embarcación. Le siguieron cuatro salvas más, disparando cada torre
un cañón por vez y los tres al mismo tiempo a partir de la cuarta.
El
blanco fue alcanzado de lleno. Tres tanques volaron envueltos en
llamas, desprendiendo gruesas lenguas de fuego que iluminaron
tenebrosamente la noche. Pese a la obscuridad, los vigías de a bordo
distinguieron varios depósitos sin destruir, por lo que el cañoneo se
reanudó. Otra andanada de proyectiles cayeron sobre el sector,
transformo la zona en un infierno. Los estallidos provocaron una gruesa
nube de humo que comenzó a desplazarse en línea horizontal hacia Miramar, impulsada pos los vientos a gran velocidad.
Todavía de noche, la población civil abandonaba el área presurosamente, bajo una persistente lluvia.
Los depósitos de combustible del puerto de Mar del Plata arden tras el bombardeo naval
|
Llegado a una distancia de 289 grados y 9700 yardas, el “9 de Julio” efectuó su último ataque, disparando nuevamente sobre los depósitos (07.23). Se dispararon en total 68 granadas de 6 pulgadas cada
una, que destruyeron nueve de los once tanques de petróleo, averiando
de consideración el décimo. Los proyectiles cayeron con impresionante
precisión, dentro de un área de 200 metros de largo por 75 de ancho, impactando fuera de ella solo cinco, no más allá de 200 metros de su límite. Ningún civil resultó herido.
Tras 10 minutos de cañoneo, el “9 de Julio” se retiró, a los efectos de brindar protección antiaérea a los destructores que entraban en operaciones.
En momentos en que la Flota atacaba los depósitos de petróleo, la Base de Submarinos era rodeada por efectivos leales de la Policía Federal, por efectivos del Regimiento de Artillería Antiaérea que había instalado sus cañones Bofors de 40 mm en
las lomas que rodeaban al Campo de Golf y civiles peronistas
fuertemente armados. Por ese motivo, el capitán Peralta, comandante
interino de la base, solicitó auxilio urgente a la Escuadra de Destructores para que aquella le proveyera cobertura: “Estimo que estoy a punto de ser atacado. Solicito apoyo artillero”. La respuesta no tardó en llegar.
-Daré apoyo de fuego inmediatamente. Debe designar spotter terrestre y establecer ligazón en el canal GAS-1.
Los destructores “Entre Ríos”, “Buenos Aires” y “San Luis”, apoyados por la corbeta “República”, iniciaron su aproximación a 12 nudos, en el preciso momento en que el “9 de Julio” dejaba de disparar.
En el “Buenos Aires”, su comandante, Eladio Vázquez, ordenó al jefe de Artillería, teniente de navío Gonzalo Bustamante, abrir fuego.
Orientado desde tierra por el teniente de navío Jorge A. Fraga, el “Buenos Aires” hizo
un primer disparó que se fue largo, por encima del objetivo. Sus
proyectiles sobrevolaron el cementerio e impactaron en plena avenida
Juan B. Justo (frente a un negocio de pesca), provocando serios daños en
las edificaciones del sector.
Fraga indicó bajar 500 milímetros las bocas de fuego y la segunda andanada dio de lleno en un de los cañones que amenazaban la Base Naval desde
las alturas de la cancha de golf. El spotter (teniente Fraga), notificó
por radio que los proyectiles habían hecho blanco e incentivado por el
éxito, indicó bajar las piezas todavía más, para lanzar una nueva
descarga. La misma arrasó las posiciones sobre las barrancas del campo
de juego, disparando intermitentemente cada 10 segundos.
Soldados y milicianos se alejaron a
todo correr, dejando a sus espaldas varios muertos y heridos. Los que se
mantuvieron firmes en sus puestos, fueron los milicianos de la CGT,
que una vez más demostraban estar dispuestos a vender caras sus vidas.
En otro punto, sobre Playa Grande, partidarios a la revolución agitaban
banderas, vivando a la Marina y la Patria sin saber exactamente, el peligro que corrían.
Detrás del “Buenos Aires” llegaron el “Entre Ríos” y el “San
Luis”, los dos navegando en línea y disparando sobre las posiciones
peronistas. Eso no impidió que tropas del Ejército y elementos
sindicales abrieran fuego contra las instalaciones de la base y que el
mismo continuase, aún después de finalizado el cañoneo (09.30).
Se produjo entonces un desordenado desbande cuando oficiales y efectivos de la Base Naval corrieron
hacia las lanchas y los botes amarrados en los muelles y hacia tres
barcos pesqueros que el capitán Panzeri había hecho traer especialmente.
Y mientras algunos marinos arrojaban las armas al agua para evitar que
cayesen en manos del enemigo, la gran mayoría trepó a bordo y se hizo a
la mar, mientras era tiroteada desde tierra por las fuerzas peronistas.
Desde las lanchas y los pesqueros se respondió el ataque, generándose un
intercambio de disparos que se prolongó por espacio de varios minutos.
En pleno enfrentamiento a varios de
los botes, que eran remolcados por las lanchas, se les cortaron las
cuerdas quedando a la deriva, a merced de los disparos y el sacudir de
las aguas.
Fue en medio de ese pandemonium que un
oficial del Cuerpo Técnico, siguiendo instrucciones del capitán
Peralta, izó bandera de parlamento y el intercambio de disparos comenzó a
disminuir. Minutos después, el cónsul uruguayo en Mar del Plata, que
había sido expresamente convocado, envió un comunicado a la Flota a través de la Base Naval,
informando que la ciudad capitulaba. Hubo júbilo y algarabía a bordo,
momento que aprovechó el capitán De Marotte, para hablar por los
altavoces.
El comandante felicitó a la
tripulación por el éxito obtenido y agregó que el mismo se debió al
esfuerzo y el entusiasmo en el cumplimiento del deber que habían
demostrado las tripulaciones y a continuación exhortó a seguir adelante,
hasta la victoria final. La Marina no
había sufrido bajas, a excepción del suboficial amotinado horas antes
de las acciones pero sí el Ejército, cuando un proyectil del “9 de Julio”, impactó de lleno en el cañón sobre el campo de golf, referido anteriormente.
El comandante de la Escuadrilla de
Destructores, capitán Luis Mallea, no se confiaba demasiado de la
rendición de las fuerzas leales y por esa razón, mandó llamar a los
comandantes del Regimiento de Artillería Antiaérea de Camet y del
Destacamento de Aeronáutica, aclarando que, de no hacerlo, abriría fuego
sobre sus instalaciones, de acuerdo a las instrucciones impartidas el
día anterior por el almirante Rojas.
En espera de tales resoluciones, dispuso el desembarco de un pelotón de Infantería de Marina con la misión de ocupar la Base de Submarinos para reforzar sus defensas, al mando del capitán de fragata Carlos López.
Destacado para
apoyar la operación, el destructor “Buenos Aires” entró lentamente en el
puerto, rumbo a la dársena de submarinos, mientras civiles partidarios
de la revolución saludaban desde tierra, bajo la intensa lluvia,
saltando y agitando banderas patrias.
En el sector
norte, frente a las costas de Camet, los destructores “Entre
Ríos” y “San Luis” con la corbeta “República”, se aprestaban a entrar en
acción ante el total silencio que mantenían los jefes del Ejército
convocados a dialogar y por el temor que infundía el Regimiento de
Artillería de Tandil que, según versiones, avanzaba en esos momentos
sobre la ciudad.
A las 11.00 de aquel agitado 19 de septiembre, los buques de la Armada tomaron posiciones y abrieron fuego desde6000 metros de
distancia, lanzando 175 proyectiles que destruyeron las instalaciones
del regimiento, entre ellas el tanque de agua que sostenía la antena del
radar. Varios edificios quedaron en llamas pero afortunadamente, no
hubo que lamentar víctimas porque menos de una hora antes, sus tropas
habían sido evacuadas hacia la vecina localidad de Cobo, dejando vacías
las dependencias.
El ataque
finalizó a las 11.30 y a continuación, los buques enfilaron hacia el
puerto, encabezados por el “San Luis”, navegando bajo un cielo plomizo y
sobre aguas agitadas. Cuando se disponían a ingresar, la base era
atacada por civiles peronistas que habían llegado al lugar en varios
camiones.
Se generó entonces, un violento tiroteo que finalizó cuando a la altura de Playa Grande, los destructores dispararon sus Bofors 40 mm, apoyados por el fuego de armas de repetición de los efectivos navales en tierra. Los civiles, duramente hostigados, se retiraron en diversas direcciones llevando a la rastra a algunos heridos.
Los
destructores solicitaron refuerzos al “9 de Julio”, para reforzar las
posiciones de quienes defendían la base. Su comandante retransmitió el
pedido al almirante Rojas y este lo autorizó, agregando que una vez
concluida la operación y se hubiese establecido la calma, partiese de
inmediato hacia el norte para reunirse con el grueso de las unidades en
el Río de la Plata3.
Con el “San
Luis” frente a Playa Grande y el “Buenos Aires” patrullando los accesos
al puerto, el “9 de Julio” se aproximó a la costa mientras aún se
escuchaban disparos aislados. Dos de los pesqueros requisados se le
acercaron por babor para recibir una compañía de infantes de Marina
compuesta por 5 oficiales y 120 efectivos, que fue conducida
inmediatamente a tierra, para ocupar la base y sus alrededores.
Reducidos y
rechazados los milicianos peronistas, Mar del Plata fue ocupada sin
mayores inconvenientes y una hora después los cuatros destructores junto
al “9 de Julio” pusieron proa hacia el norte con el objeto de reunirse
a la Flotade Mar, pronta a entrar en acción contra La Plata y la misma Buenos Aires.
Para entonces, en las bocas del gran estuario, el almirante Rojas, el general Uranga y su Estado Mayor pasaban a “La Argentina”,
fondeada en el pontón “Recalada” frente a Punta Indio. La nave
insignia, el “17 de Octubre”, fue enviada a encabezar la denominada
Fuerza de Tareas Nº 7 que debía llevar a cabo el ataque a las
destilerías de Dock Sud. Pese a que lo bajo de las nubes, la lluvia y
los vientos dificultaban cualquier tipo de operaciones, el comando de la
flota temía que de un momento a otro la Fuerza Aérea iniciase incursiones de hostigamiento desde Morón y por esa razón, era imperioso iniciar las acciones lo antes posible.
Bajo una lluvia
torrencial, en un día de truenos y relámpagos, sacudidas las aguas por
los fuertes vientos de fines de invierno, la Fuerza de Tareas Nº 7 puso proa al objetivo con órdenes precisas de iniciar acciones a las 13.00 horas en punto.
A las 11.26, el
capitán de navío Carlos Sánchez Sañudo cursó a las autoridades leales
un comunicado en el que se instaba al gobierno a advertir a la
población, a través de las radios oficiales, que estaba pronto a
comenzar el ataque y que se debían adoptar los recaudos necesarios para
poner la misma a cubierto. Aquel funcionario que no cumpliese con la
directiva, sería juzgado como criminal de guerra al finalizar el
conflicto.
Según cuenta
Ruiz Moreno, el Comando de Operaciones Navales en tierra, acusó recibo
del mensaje, pero las radios gubernamentales mantuvieron un hermetismo
absoluto.
Imágenes
Puerto Belgrano. Escalón de Comunicaciones (Fotografías: Miguel Ángel Cavallo: Puerto Belgrano. Hora Cero. La Marina se subleva) |
Central de Comando. Puerto Belgrano (Fotografías: Miguel Ángel Cavallo: Puerto Belgrano. Hora Cero. La Marina se subleva) |
Control de Radares. Base Naval Puerto Belgrano (Fotografías: Miguel Ángel Cavallo: Puerto Belgrano. Hora Cero. La Marina se subleva) |
Cuarto de máquinas del "17 de Octubre" (Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima) |
Madrugada del 19 de septiembre. El crucero "9 de Julio"
abre fuego sobre los depósitos de combustible
del puerto de Mar del Plata
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)
|
La Base Naval de Mar del Plata también fue blanco de la flota rebelde
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)
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Fragata "Sarandí" (Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima) |
Fragata "Hércules"
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)
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Destructor "San Juan"
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)
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Destructor "San Luis"
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)
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Crucero "La Argentina", nave insignia del almirante Rojas
hasta su trasbordo al "17 de Octubre" la madrugada
del 19 de septiembre
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)
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Destructor "Buenos Aires"
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)
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Buque taller "Ingeniero Iribas"
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)
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Mar del Plata. Depósítos de combustible en llamas (Fotografía: Isidoro Ruiz Moreno, La Revolución del 55, Tomo II) |
Comercio del barrio portuario en Mar del Plata
alcanzado por un proyectil naval (Imágen: Nair Miño, Diario "La Capital" de Mar del Plata, Album de Familia http://www.lacapitalmdp.com/contenidos/fotosfamilia/fotos/8054) |
Regimiento de Artillería Antiaérea de Camet blanco del fuego naval (Imágen: Diario "La Capital" de Mar del Plata, Album de Familia http://www.lacapitalmdp.com/contenidos/fotosfamilia/fotos/8054)
|
Notas
1 El vicealmirante consideraba una humillación que la misma flameara en el mástil de un buque sublevado.
2 Jorge E. Perren, Puesto Belgrano y la Revolución Libertadora, p. 197.
3 Ese fue el momento en que desembarcaron los efectivos de Infantería
Perón aborda el PBY Catalina de la Fuerza Aérea Paraguaya rumbo a su exilio. A su lado el flamante canciller Mario Amadeo |
Eran
las 05.00 de la madrugada del 20 de septiembre de 1955 cuando el mayor
Alfredo Renner se presentó sumamente agitado en la residencia
presidencial, para comunicarle a Perón que la Junta Militar había
dispuesto su arresto. Perón, que dormía vestido en su habitación, se
incorporó confundido y después de escuchar al mensajero, decidió buscar
asilo. Poniéndose de pie, llamó rápidamente al encargado de la
residencia, suboficial Atilio Renzi y le ordenó preparar una valija con
sus pertenencias al tiempo que le entregaba de $2.000.000 en efectivo y
$70.000 en dólares, producto de la venta de una propiedad (ex embajada
de Chile en Montevideo), que le había obsequiado el magnate uruguayo
Alberto Dodero.
Según Ruiz Moreno, Perón actuó con serenidad, sin demostrar nerviosismo ni alteración.
Con la huida en plena marcha, quien hasta ese momento había sido el líder indiscutido de las masas proletarias de la Argentina despertó
a su amante, la bella jovencita de diecisiete años, Nelly Haydée Rivas y
le dijo que debía preparar sus cosas porque regresaba a la casa de sus
padres, en la localidad de Vicente López (la muchacha hacía un año y
medio que vivía con él). Perón se despidió de ella cariñosamente y le
entregó un paquete cerrado que debería abrir al llegar a su domicilio
(se trataba de $ 309.000 en efectivo).
Inmediatamente
después, mandó por un auto y envió a la jovencita junto a sus
progenitores y cuando el vehículo partió, regresó inmediatamente a su
habitación donde lo esperaban su sobrino, Ignacio Cialcetta y el mayor
Renner, con quienes ultimó los detalles de la fuga. La idea era
dirigirse directamente al Aeroparque pero las condiciones meteorológicas
imperantes (llovía torrencialmente) impedían el despegue de cualquier
avión. Entonces decidió solicitar asilo en la embajada del Paraguay,
país sobre el que había ejercido notable influencia y en ese sentido,
mandó establecer contacto con la representación.
Gobernaba el país guaraní el general Alfredo Stroessner, a quien Perón había apoyado política y económicamente1.
Por esa razón, sin perder más tiempo, abordó el automóvil presidencial y en compañía de Renner, Cialcetta, el oficial Rugero Zambrano, jefe de su custodia y su chofer, partieron bajo la lluvia por las desiertas calles de Barrio Norte (07.30) en dirección a la representación diplomática del vecino país, ubicada en la calle Viamonte, entre Riobamba y Av. Callao. En la legación los esperaban su encargado administrativo, que fue quien telefoneó al embajador, Dr. Juan R. Chaves, que en esos momentos se encontraba en su domicilio para informarle que el líder justicialista había llegado. Chaves partió inmediatamente y al llegar a la sede diplomática se encontró a Perón rodeado por varios funcionarios, entre ellos su secretario (el de Chaves) Dr. Rubén Stanley.
Perón
solicitó asilo político y en vista del Tratado de Montevideo de 1939 y
1949, el mismo le fue concedido. Según lo que el embajador Chaves relató
a Isidoro Ruiz Moreno años después, afuera, a solo cuatro cuadras de la
embajada, en la intersección de las avenidas Santa Fe y Callao,
comenzaban a concentrarse manifestantes antiperonistas que vivaban a la
libertad y lanzaban “mueras” al mandatario depuesto. Eso despertó los
temores del embajador que temiendo acciones violentas por parte de
aquellos, le dijo a Perón que no era prudente que permaneciera en el
lugar y que lo más conveniente era trasladarse a su residencia
particular, en el barrio de Belgrano, donde estaría más seguro. El
depuesto mandatario aceptó y sin decir más, abordó el mismo auto en el
que Chaves había llegado y partieron inmediatamente en dirección a su
residencia.
En la casa del embajador, Perón encontró a otros asilados políticos, entre ellos la esposa del ex ministro de Relaciones Exteriores, Dr. Idelfonso Cavagna Martínez, Sra. Estela Lagos de Cavagna y la Sra. Josefa Luisa Martínez de Noguera Isler, cuyo marido, el capitán de navío Enrique Noguera Isler, se había desempeñado como adscripto en la Casa de Gobierno. Fue entonces que supieron de nuevos disturbios acaecidos en cercanías y por esa razón, resolvió alojar a Perón en la cañonera “Paraguay” que en esos momentos se hallaba amarrada en Puerto Nuevo. La situación era delicada y podían tener lugar hechos de extrema violencia.
El
capitán Noguera Isler estuvo de acuerdo y así se lo hizo ver a Perón,
explicándole los peligros a los que se hallaba expuesto en caso de
permanecer en Buenos Aires.
La secretaria de la Embajada,
Pilar Mallén, ha ofrecido testimonio de lo que ocurrió ese día en la
sede diplomática del vecino país. “Desde el mismo momento de producirse
el asilo del general Perón empezó el tire y afloje entre nuestra
embajada y el gobierno provisional argentino. Las mismas autoridades
argentinas no sabían lo que querían. Cuando las gestiones que
realizábamos parecían bien encaminadas, eran de vuelta obstaculizadas
por algún personero de la revolución y las diligencias entraban
nuevamente en punto muerto. Parecían increíbles las contradicciones en
la postura de la cancillería argentina. Algunas veces los problemas
surgían por la mala fe de algunas autoridades, pero otras por el
desentendimiento entre los mismos jefes de la revolución.
“En
un momento la cancillería decía que se otorgaba el salvoconducto para
la salida de Perón, primero que viajaría por barco, después por avión,
cambiando de plan con una rapidez increíble. Y todo esto tuvimos que
soportar en defensa del derecho de asilo”. Más adelante, la funcionaria
diplomática agrega: “Mientras se realizaban las gestiones con el
gobierno argentino, teníamos múltiples problemas paralelos con los
asilados en la sede diplomática, en la residencia del embajador y en un
departamento habilitado para albergar tantos refugiados. Contábamos con
pocos medios y debíamos atender a toda esa gente. Las oficinas de la
embajada se convirtieron de un día para otro en un verdadero hotel”2.
Respecto
al general Perón, Pilar Mallén dijo: “Fue una sorpresa cuando llegó a
la embajada para pedir asilo. Me impresionó su gesto caballeresco, su
corrección, su serenidad, pese a la tremenda situación que atravesaba.
Era amable y se reía cuando escuchaba que hablábamos en guaraní. Perón
tenía un encanto especial y hasta sus adversarios políticos cuando
hablaban con él salían admirados”3. Realmente, la fascinación que Perón ejercía sobre la gente era increíble.
La
amenazas y el riesgo que corrió la legación guaraní quedan reflejados
en las siguientes palabras: “Simpatizantes o personeros de la revolución
que derrocó al general Perón se concentraban frente a la embajada -
sigue relatando Pilar Mallén - Algunos grupos más fanatizados nos
amenazaban de muerte. Reclamaban la presencia de Perón, querían matarlo.
Intentaban incluso penetrar en el local y no teníamos como defendernos.
El gobierno provisional argentino no otorgaba la debida
garantía…Estábamos controladísimos, no podíamos dar un paso sin tener al
lado a un ‘observador’. Nos espiaban desde los departamentos vecinos.
Notábamos que se apostaban en las ventanas y las terrazas de los
edificios linderos a la embajada. Seguían nuestros movimientos y tomaban
fotografías con teleobjetivos. En una ocasión estábamos acomodando unos
muebles, sujetos con unas sogas. Este escena apareció en la prensa de
Buenos Aires, como si estuviéramos ocultando al mismísimo Perón. Las
autoridades argentinas, basándose en el periodismo sensacionalista de
entonces enviaron a supuestos agentes – en realidad siempre eran de
cierta jerarquía del gobierno – para revisar esos cajones
‘sospechosos’…Inclusive nos reclamaban a través de la línea telefónica –
siempre controlada por el gobierno – para que no hablásemos con
nuestros superiores en Asunción en guaraní. Reaccionaron totalmente
fuera de lugar. Recuerdo que en una oportunidad estaba pasando un
informe a nuestro canciller doctor Hipólito Sánchez Quell cuando escuché
del otro lado de la línea una voz prepotente que nos dijo: ‘Hablen en
castellano’, y seguimos hablando en guaraní para que no captaran el
informe”4.
Los funcionarios de la embajada llegaron a sufrir agresiones, como la que soportó la misma Pilar Mallén al abandonar la sede a bordo de un automóvil: “Recuerdo en una ocasión, cuando salía para mi departamento, fui reconocida por un grupo de manifestantes antiperonistas que montaban guardia en las inmediaciones de la sede. Rodearon mi vehículo y todos juntos llegaron a levantarlo…Salí algo asustada de esa situación, pero no fui agredida físicamente”5.
En
esos días, la embajada paraguaya fue asilo de otros funcionarios del
gobierno justicialista, entre ellos, Cialcetta y Zambrano, el ex
ministro de Relaciones Exteriores Dr. Idelfonso F. Cavagna Martínez y su
esposa, el mencionado capitán de navío Enrique Noguera Isler con su
señora, la señorita María Antonia Méndez y los hijos de ambos
matrimonios, Enrique Luis Noguera, Mariano Augusto Cavagna Martínez y
Amalia Catalina Noguera.
Cuando los relojes dieron las 10.30, los allí presentes procedieron a sacar a Perón.
El mayor Cialcetta llamó a Aeroparque para ordenar el alistamiento del avión presidencial DC-4 matrícula T-42, a los
efectos de “engañar” al enemigo y desviar su atención de la comitiva
que debía trasladar al ex presidente hasta la embarcación paraguaya.
Recién a las 11.000 salieron al exterior y una vez a bordo del automóvil
de la representación, partieron hacia Puerto Nuevo, el general
paraguayo Demetrio Cardozo (agregado militar) al volante, el oficial
Zambrano a su derecha y Perón detrás, con el embajador Chaves y el mayor
Cialcetta a cada uno de sus lados.
Durante
el trayecto, el vehículo sufrió un desperfecto que lo obligó a detener
la marcha. Cardozo y Zambrano debieron bajar y una vez solucionado el
inconveniente, reanudaron la marcha por las calles lluviosas, bajo el
cielo encapotado de esa mañana gris.
Una
vez en el puerto, Perón bajó del auto y seguido por Chaves, se apresuró
a cubrir el trayecto que lo separaba de la escalerilla de acceso a la
embarcación. Los recibió su comandante, el teniente de navío César
Cortese, que estaba al corriente de toda la operación desde hacía varias
horas. Y así, desde ese momento, el dictador argentino quedó alojado en
territorio extranjero, fuera del alcance de sus vencedores.
A
esa misma hora, el brigadier Francisco Fabri daba en el Aeroparque la
orden de despegue al DC4 presidencial, mientras el general Audelino
Bergallo y el mayor Renner, simulaban despedir a Perón.
El
avión decoló y tras una hora de vuelo, aterrizó en El Palomar donde su
tripulación, integrada por el comodoro Luis A. Lapuente y el capitán
Ignacio Weiss, fue desarmada y detenida6.
Perón
fue saludado en el puente de mando por el teniente de navío César
Cortese, comandante de la cañonera, e inmediatamente después pasó a su
recámara. “A partir de ese momento correspondía así al comandante y
tripulación del buque, la gran responsabilidad de hacer observar el
estricto cumplimiento de tal derecho, respetando siempre el derecho de
los demás.
“Casi
al mediodía desembarcaron el embajador del Paraguay y el Agregado
Militar, a los efectos de realizar por Cancillería la comunicación
oficial de dicho acontecimiento y solicitar se conceda al salvoconducto
correspondiente para el asilado”, recordaría el marino, años después,
agregando posteriormente: “Ante la gran responsabilidad asumida por el
comandante y la tripulación del buque, la decisión era firme y
determinante: garantizar la seguridad de las personas asiladas, haciendo
respetar el Derecho de Asilo, tal como había dispuesto el señor
Presidente de la República.
“A partir del mediodía del 20 de septiembre, el muelle de la Dársena D y
sus alrededores había perdido su calma habitual, ya que comenzaba a ser
frecuentado por varias personas armadas, en jeeps militares y en
coches, que no sacaban sus ojos del buque.
“Así mismo, desde las primeras horas de la tarde, la Policía Marítima aumentó
considerablemente su vigilancia sobre el buque, teniendo sus hombres
armas automáticas. Posteriormente fueron reforzados por hombres de
Infantería de Marina, con sus modernos equipos y armamentos, siendo su
personal y armamento el doble que los anteriores.
“Tampoco fue ajeno el hecho de que varios civiles armados, quienes presumiblemente eran de la Policía Federal,
revisaban cédulas de identidad y salvoconductos y no dejaban pasar a
ninguna persona que no estuviera suficientemente autorizada, entre
quienes figuraba el personal de a bordo y los de la embajada paraguaya”7.
Después
de tomar conocimiento de que Perón había solicitado asilo político, el
gobierno provisional, encabezado por el general Lonardi, ordenó a la
cañonera retirarse del muelle y fondear en el Río de la Plata (siempre en aguas jurisdiccionales argentinas), razón por la cual, se adoptaron las medidas para zarpar de manera inmediata.
El
buque paraguayo abandonó la dársena a las 17.00 del 20 de septiembre,
internándose lentamente en las turbias aguas del estuario, tal como se
le había indicado. Después de soltar amarras, se separó lentamente del
muelle y comenzó a deslizarse a media máquina por el canal de navegación
hasta el kilómetro 10, pasando entre varios buques de la Armada Argentina, a la vista de la multitud que se había aglomerado en el puerto para seguir las alternativas de la huida.
La
embarcación saludó a sus pares argentinas, quienes le respondieron del
mismo modo, mientras sus tripulaciones se agolpaban en las cubiertas
para observar su paso. De ese modo, y hasta la finalización del
conflicto, la cañonera fue vigilada de cerca por los
buques “Murature” y “King” y por lanchas patrulleras que navegaban en
torno a ella, a distancia prudencial.
El
grueso de la flota argentina, en tanto, se mantenía a distancia,
impidiendo cualquier intento de fuga hacia Montevideo. Dos de sus
unidades, los destructores “Buenos Aires” (comandante Eladio Vázquez)
y “Entre Ríos”(comandante Aldo Abelardo Pantin), patrullaban las aguas
desde las desembocaduras de los ríos Paraná y Uruguay hasta Buenos Aires
y La Plata, e incluso remontando el Paraná Guazú hasta la localidad de San Pedro.
Con
el paso de las horas, el embajador Chaves comenzó a experimentar cierta
inquietud. Temía que el gobierno argentino organizase un operativo de
tipo comando para apoderarse de la cañonera y por esa razón deseaba
sacar a Perón lo antes posible. Para colmo, además de las unidades de
mar, aviones PBY Catalina con asiento en la base Comandante Espora
comenzaban a realizar amenazadoras pasadas a baja altura sobre la nave,
llevando inquietud no solo a su capitán sino también, al resto de la
tripulación.
Quien
se mantenía imperturbable era el propio Perón, que hasta tuvo tiempo de
escribirle dos cartas a Nelly Rivas, su amante adolescente y de
congraciarse con los marineros. El comandante Cortese recordaría años
después que el ex mandatario se adaptó perfectamente a la vida de a
bordo y que supo congeniar con la mentalidad y el estilo de vida de la
dotación. Su trato con la oficialidad y la marinería siempre fue
correcto, y en todo momento se mostró sereno e incluso jovial. En lo que
a las normas de a bordo se refiere, dio estricto cumplimiento a las
disposiciones de asilo y jamás provocó el más mínimo contratiempo.
La
tripulación paraguaya comenzó a sentir admiración y respeto por su
persona. Comía, dormía, leía y escribía en un horario que él mismo se
había impuesto y congenió muy bien con los jóvenes tripulantes, a
quienes de tanto en tanto, solicitaba chistes que festejaba risueñamente
(especialmente los del marinero José Oliste), lo mismo con las
canciones que ejecutaban para él los hermanos González.
Perón
sabía moverse; era un verdadero maestro en el arte de captar simpatías y
así fue como a poco de abordar la nave, comenzó a ser admirado y
reverenciado.
Donde
no había ni chistes ni guitarreadas era las unidades de superficie que
rodeaban a la nave paraguaya. Por esa razón, temiendo la ya mencionada
incursión de comandos por parte de fuerzas especiales, el embajador
Chaves comenzó a acelerar las gestiones para sacar al ex presidente del
territorio argentino y en ese sentido, su gobierno despachó hacia Buenos
Aires a la cañonera “Humaitá”, gemela de la “Paraguay”, al mando del
capitán de corbeta Benito Pereira Saguier.
Todo
estaba listo para que Juan Domingo Perón, figura emblemática y
trascendentes de de la reciente historia americana, partiera rumbo al
exilio. Se alejaba de un país al que había dirigido por espacio de una
década, dejándolo en pleno estado de ebullición y guerra civil. Su
actitud no estuvo a la altura de un líder de su magnitud. Perón no fue
fiel a sus palabras y lejos estuvo de actuar de acuerdo a la envergadura
de su persona. Por esa razón, muchos de sus seguidores experimentaron
un sabor amargo al verlo partir de ese modo. “¡Apenas iniciada la lucha,
Perón huía cobardemente, dejando abandonados a su suerte a tantos
hombres que confiaron en él, a quienes por sus ideas, sus sentimientos,
sus intereses o por simple cálculo, estaban dispuestos a luchar para
apoyarlo y para defenderlo; y atento sólo a su seguridad personal, a la
preocupación de eludir toda responsabilidad, buscaba el amparo de la
embajada paraguaya y se refugiaba, dispuesto a exiliarse, en una
cañonera de ese país!
“La frustración de quienes confiaron en él debe haber sido tremenda. Entre nosotros su fuga vergonzosa no dio lugar a manifestaciones de alegría. Sentimos desprecio por su cobarde actitud y una sensación de amargura inexplicable. ¡Ese hombre había sido el Presidente de los argentinos, había gobernado por años nuestro país! En su caída, deshonrosa, Perón nos avergonzaba a todos los argentinos por igual” dice el contralmirante Jorge E. Perren su libro8, reflejando los sentimientos que su actitud despertó entre sus enemigos.
Imágenes
Perón aborda la cañonera "Paraguay".
A su lado el embajador Juan R. Chaves
|
Otra imagen de Perón a bordo de la cañonera paraguaya (Gentileza: Fundación Villa Manuelita) |
Otra vista de la cañonera "Paraguay"
|
Salida hacia el hidroavión. Perón entre el embajador Chaves
y Mario Amadeo acompañados por oficiales
y marineros de la Armada Argentina
(Fotografía obtenida por el subteniente Edgar Usher)
|
Perón aborda el hidroavión paraguayo
|
Última imagen de Perón antes de partir al exilio. Se distingue su figura a punto de
abordar el hidroavión paraguayo (Fotografía: Isidoro Ruiz Moreno: La Revolución del 55, Tomo II) |
Notas
1 Perón había devuelto a aquel país los trofeos de guerra capturados por el ejército argentino durante la guerra de la Triple Alianza y era desde 1954 ciudadano honorario y general del ejército paraguayo.
2 Augusto Ocampos Caballero, La Cañonera. Símbolo del Derecho de Asilo, Editora Ricor Grafic S.A., Asunción, Paraguay, 1995, pp. 77-78.
3 Ídem, p. 82.
4 Ídem, pp. 79-80.
5 Ídem, p. 81.
6 Se la obligó a permanecer a bordo y se la trasladó a la base de Villa Reynolds, asiento de la V Brigada Aérea de Caza y Ataque, a bordo del mismo aparato en el que habían llegado.
7 Augusto Ocampos Caballero, op. cit, pp. 103-106.
8 Jorge E. Perren, op. Cit, p. 271.
Jefes victoriosos. De izquierda a derecha: CN Arturo Rial, Dr. Clemente Villada Achaval,
Gral. Julio A. Lagos, Gral. Eduardo Lonardi, Gral Dalmiro Videla Balaguer y
comodoro Julio César Krausse
|
Para evaluar la magnitud de aquel bombardeo, baste decir que durante el ataque se arrojaron 14.000 kilogramos de
explosivos (14 toneladas), la mitad de los que se utilizaron en el
bombardeo a Guernica y que las cifras de muertos fueron casi las mismas
que las de la ciudad española.
Cuarenta
y tres aviones rebeldes operaron durante aquella jornada, veinte AT-6
North American, cinco Beechcraft AT-11, tres Catalinas, un Fiat G-55 A Centaur
de exploración que voló a Rosario para establecer contacto con el
general Bengoa y diez Gloster Meteor sublevados además de otros cuatro
aparatos que se negaron repeler la agresión y se plegaron después. Si a
ello les sumamos los de la aviación leal, la cifra supera el medio
centenar.
El 16 de junio de 1955 tuvieron lugar los bautismos de fuego de la Fuerza Aérea y la Aviación Naval;
se produjeron los dos primeros derribos de la historia aeronáutica
nacional cuando los AT-6 de los guardiamarinas Arnaldo Román y Eduardo
Bisso fueron alcanzados por el enemigo, el primero por la metralla del
Gloster Meteor del teniente Ernesto Adradas sobre el Río de la Plata y el segundo por las antiaéreas del Regimiento 3 de La Tablada en
la localidad bonaerense de Tristán Suárez, sin contar el Gloster que
por falta de combustible se precipitó en aguas del Plata, entre Carmelo y
Colonia. Ese día también se registró el primer derribo llevado a cabo
por un reactor en el continente americano (el del guardiamarina Romás
por el teniente Adradas) y la entrada en acción de los tanques cuando un
Sherman del Regimiento Motorizado “Buenos Aires” disparó contra el
Ministerio de Marina.
Buenos
Aires fue la primera (y hasta ahora única) capital del continente que
sufrió un bombardeo aéreo a gran escala y una de las pocas ciudades en
padecerlo, triste honor que comparte con la cubana Gibara, atacada por
la aviación del presidente Machado en 1931 y Puerto Casado, en Paraguay,
sobre la que operó la Fuerza Aérea Boliviana en 1933, insignificantes
ambos, sin desmerecer ninguno de los dos acontecimientos, si se los
compara con el caso de Buenos Aires.
Durante los ataques, fueron alcanzados varios puntos de la capital, los principales, la Casa de
Gobierno, Plaza de Mayo, el Banco Hipotecario Nacional, el Ministerio
de Hacienda, el Ministerio de Ejército (Edificio Libertador), el Hotel
Mayo, el Departamento Central de Policía, la sede de la CGT, el Ministerio de Obras Públicas, la Compañía Exportadora e Importadora de la Patagonia,
los edificios ubicados sobre Av. Paseo Colón, la estación de servicio
del Automóvil Club Argentino y los alrededores de la residencia
presidencial (Palacio Unzué), además de los daños ocasionados en la
localidad de La Tablada cuando
el Regimiento 3 de Infantería fue ametrallado y bombardeado en Av.
Crovara y Av. San Martín, cuando se desplazaba hacia el centro de la
ciudad. Recibieron daños también el Ministerio de Marina al ser atacado
por unidades del Ejército y el Banco Nación, en cuyas terrazas se habían
parapetado comandos civiles revolucionarios.
El 16 de septiembre tuvo lugar la primera batalla aeronaval de la historia argentina cuando la Fuerza Aérea peronista acometió sobre la Escuadra de Ríos. También fue bombardeada Mar del Plata, primero por un solitario avión naval y luego por buques de la Armada que dispararon sobre los grandes depósitos de petróleo cercanos al litoral, la Base de
Submarinos, las posiciones del Ejército en el inmediato campo de golf y
el Regimiento de Artillería Antiaérea de Camet. Tres días después el
submarino “Santiago del Estero” entró por primera vez en combate al
abrir fuego con su cañón Bofor 40 mm contra
aviones no identificados en aguas próximas a Montevideo y también
sufrieron bombardeos las localidades de Saavedra y Río Colorado.
En
aquella revolución se pusieron al descubierto las grandezas y miserias
de toda guerra. Actos de heroísmo y decisión, acciones temerarias,
hechos brutales, flaquezas y traiciones.
El
16 de junio quedó demostrado que gran parte del pueblo estaba dispuesto
a pelear por Perón hasta la muerte. Ese día, miles de obreros ganaron
la calle para proveerse de armas y luchar por su líder. Decenas murieron
en combate, la mayoría, durante el ataque al Ministerio de Marina y
otro tanto ocurrió el 21 de septiembre cuando un número no identificado
de fanáticos de la Alianza Libertadora Nacionalista perecieron durante el ataque que llevaron a cabo las tropas revolucionarias contra su sede.
Hubo
soldados que supieron cumplir su misión de acuerdo a la preparación que
habían recibido, uno de ellos el tan criticado teniente Adradas que no
hizo más que hacer lo que correspondía o el vicecomodoro Síster, firme
en su determinación de defender al régimen justicialista y otros que no
estuvieron a la altura de las circunstancias. Se vio a militares dejar
en alto su honor como el almirante Benjamín Gargiulo que al igual que
los antiguos generales romanos, prefirió quitarse la vida antes que
enfrentar la ignominia y a oficiales dispuestos a morir antes que
rendirse, tales los casos del general Lonardi, el coronel Arturo Ossorio
Arana, los capitanes Perren y Rial, el comodoro Krausse, los mayores
Montiel Forzano y Juan Francisco Guevara, el coronel Arias Duval, el
capitán Ramón Eduardo Molina y el un tanto inconsciente Dalmiro Videla
Balaguer por el lado rebelde y a otros perecer en combate como el
general de brigada Tomás Vergara Ruzo y tantos aviadores, soldados y
marinos que combatieron con determinación en ambos bandos. Por el lado
de las fuerzas leales, sorprenden aún la firmeza y profesionalismo de
generales como Franklin Lucero, Miguel Ángel Iñíguez y José María Sosa
Molina, el teniente coronel César Camilo Arrechea, el capitán Hugo
Crexell y tantos más que honraron el arma a la que pertenecían.
En alto quedó el honor argentino a bordo de los destructores “La Rioja” y “Cervantes” y
en la firmeza de los cuadros que en Bahía Blanca y Punta Alta
aguardaron firmes en sus puestos el avance de fuerzas poderosas que
marchaban sobre ellos.
También
hubo actitudes ambiguas y titubeantes como las del almirante Olivieri,
los generales Bengoa, Lagos y el mismo Aramburu, la falta de decisión y
depresión del teniente coronel Barto durante el avance de los
regimientos hacia el sur bonaerense y actitudes como la del primer
teniente Rogelio Balado que habiendo sido uno de los pilotos
emblemáticos del régimen, se pasó de bando y una vez en combate, se
resistió a disparar contra un Avro Lincoln enemigo que acababa de
ametrallar las posiciones leales en el aeródromo de Pajas Blancas, la
del capitán Bernardo Benesch, que hizo lo propio cuando le ordenaron
batir los blancos de Mar del Plata el 19 de junio (antes de zarpar se
había ofrecido a oficiales y marineros que no estuviesen de acuerdo con
el alzamiento abandonar las naves y regresar a tierra, cosa que él no
hizo) o la del capitán Edgardo Andrew, cuando le pidió al capitán Rial
que revocase la orden de bombardear al Regimiento 5 de Infantería de
Bahía Blanca que se negaba a rendirse.
Durante
la segunda fase de la revolución intervinieron en operaciones de
combate y patrullaje más de 70 aviones SALIDAS y se movilizaron los
principales regimientos y unidades militares de las provincias de Buenos
Aires, Córdoba, Mendoza, San Luis y la Patagonia.
El
21 de septiembre de 1955, después de las últimas acciones de guerra,
seguía imperando un clima expectante en todo el país y mientras los
emisarios del gobierno y los representantes de las fuerzas sublevadas
iban y venían en medio de las negociaciones, en Córdoba, las unidades de
combate fueron retornando lentamente a sus bases.
Ese
mismo día, conocida la victoria de las fuerzas revolucionarias, el
pueblo de Córdoba de lanzó a las calles para festejar la caída del
régimen, concentrándose primeramente en la Plaza San Martín,
frente al ruinoso edificio del Cabildo, adornado especialmente con tres
banderas argentinas y a la gente aclamar a los principales jefes
rebeldes. Miles de hombres y mujeres se dirigieron a la contigua
Catedral para agradecer al Señor y su Santa Madre el fin de la contienda
y una verdadera multitud se lanzó a recorrer las calles en automóviles,
motocicletas, camiones, carros, colectivos o simplemente a pie, para
vivar a la revolución triunfante, a sus conductores, y a los próceres
de la Patria.
Dos
días antes fue Bahía Blanca la que desbordó de entusiasmo, con su
población saltando, vivando y cantando en la vía pública mientras hacía
flamear banderas, lucía cintas y escarapelas celestes y blancas y
ostentaba retratos de San Martín, Belgrano y Nuestro Señor Jesucristo.
Al llegar al edificio de la CGT,
la gente entonó el Himno Nacional, por tratarse de un símbolo de la
prepotencia del régimen y se ovacionó a los almirantes Toranzo Calderón y
Olivieri cuando desde su prisión en La Pampa hicieron su arribo a la Municipalidad bahiense, sede del comando revolucionario. Frente a las oficinas del incendiado diario “Democracia” y la Biblioteca Popular Bernardino Rivadavia la multitud lanzó mueras a Perón y vivas a la Patria y la Libertad.
El
21 de septiembre, de regreso en sus respectivas unidades y después de
un reconfortante baño caliente, cadetes y conscriptos cadetes y
conscriptos de las escuelas de Aviación Militar y Tropas
Aerotransportadas en Córdoba, fueron informados que al día siguiente
iban a participar en los desfiles que se habían, para conmemorar la
victoria.
El
22, por la mañana, muy temprano, los soldados formaron en los patios de
ambas escuelas para dirigirse a la ciudad realizar la parada junto a
los efectivos de Ejército y comandos civiles que habían tomado parte en
la batalla. El Diario de un Cadete es gráfico al relatar los hechos. “El
Cuerpo sigue en el estado de siempre…Se reunieron todos los oficiales
con el General Lonardi en el Casino de Cadetes y por esa causa no
podemos comunicarnos con F… para pedirle el relevo. Cuando finalmente
logramos hacerlo nos dijo que quedaba solamente una carpa con un cadete y
16 soldados. Trabajamos como enanos para retirar las carpas y llevarlas
al Escuadrón. Una vez que terminamos con todo, fuimos al Cuerpo, y
allí, entre los tres jefes del Grupo tuvo lugar el ‘emocionante’ sorteo
para ver quien se quedaba… Si me hubiera tocado, tendría que haber hecho
un enorme esfuerzo de voluntad para quedarme, pero la suerte me sonrió;
claro que le tocó al ‘Turco’, ¡pobre!, él no estará mejor que yo”.
De ese modo, las tropas abordaron camiones y ómnibus militares y enfilaron hacia la capital provincial donde, al llegar a la Av. Vélez Sarsfield
echaron pie a tierra para iniciar la parada. Lo hicieron después de una
prolongada espera, frente a la población que lanzaba vivas a su paso y
les arrojaba flores mientras desde los edificios cercanos caía una
lluvia de papeles al grito de “¡Libertad!, ¡Libertad que se escuchaba
por todas partes.
Finalizado
el desfile, las tropas regresaron a los cuarteles, para continuar las
actividades propias de los tiempos de paz ignorando que la jornada
siguiente se cobraría la vida de otro camarada.
Durante
un vuelo de patrulla y observación, el Calquin I.Ae-24 del Grupo 2 de
Ataque, piloteado por el alférez Edgardo Tercillo Panizza se precipitó a
tierra en las afueras de la ciudad, al presentar inconvenientes
mecánicos.
Enterados
de ello, cadetes y oficiales se encaminaron hacia el lugar,
atravesando, previamente el Barrio Aeronáutico, con la intención de ver
los restos del aparato que aún humeaba en el campo. Una vez allí, se
encontraron con los restos, observándolos en silencio mientras meditaban
sobre los acontecimientos que habían tenido lugar en los días previos y
el curso que tomaría la historia a partir de ese momento.
También
Mar del Plata se sumó a los festejos con largas columnas humanas
desfilando por sus calles hasta la Municipalidad, para entonar el Himno
Nacional y hacer flamear banderas.
El
23 de septiembre, los frentes de la ciudad amanecieron adornados con
los colores azul y blanco; cerca de las 10.00 hubo una nueva marcha
hasta el palacio de gobierno donde se repartieron escarapelas, cintas y
flores como en los días de mayo y los festejos siguieron en diferentes
puntos hasta altas horas de la noche.
La
Argentina iniciaba un nuevo camino; una era había finalizado y otra
daba comienzo pero el desencuentro entre hermanos no iba a terminar ahí.
El país no volvería a encontrar su rumbo y la sociedad continuaría
resquebrajándose hasta límites insospechados.
Imágenes
Fotografías: Miguel Ángel Cavallo, Puerto Belgrano. Hora Cero. la Marina se subleva
Fotografías: Miguel Ángel Cavallo, Puerto Belgrano. Hora Cero. la Marina se subleva
El pueblo de Bahía Blanca sale a las calles a festejar el triunfo de la Revolución |
Alegría y felicidad en la población tras la renuncia de Perón
|
Los festejos en Bahía Blanca
|
Llega a Bahía Blanca el contralmirante Samuel Toranzo Calderón
|
La oficialidad recibe a su jefe luego de su liberación
|
Toranzo Calderón en la Municipalidad de Bahía Blanca |
Llegada del Crucero "17 de Octubre" al puerto de Buenos Aires.
El almirante Rojas eufórico junto a su plana mayor
|
A
las 10.30 de la mañana del 23 de septiembre de 1955, el
crucero “General Belgrano” hizo su entrada en el puerto de Buenos Aires y
media hora después amarró en la Dársena C, frente a la enfervorizada
multitud que esperaba en los muelles agitando banderas y lanzando vivas a
la victoriosa revolución.
Desde
el puente de mando el almirante Rojas, observaba la escena conmovido
mientras la muchedumbre aclamaba su nombre. Entre la gente aguardaban su
esposa Lía Edith “Beba” Sánchez, con un gran ramo de flores en sus
manos, llorando emocionada y sus hijas, María Lía y María Teresa
quienes, a su vez, agitaban sus manos en señal de saludo (su hijo
Gustavo Rojas, cadete naval, se hallaba embarcado con la Escuela).
Al
descender a tierra, el almirante fue saludado calurosamente por la
concurrencia y al cabo de media hora se encaminó hacia Aeroparque para
recibir al presidente provisional de la República,
general Eduardo Lonardi, que en esos momentos viajaba desde Córdoba a
bordo del DC-3 matrícula T-23 escoltado por tres Gloster Meteor.
El trayecto desde el puerto a la estación aérea fue una verdadera marcha triunfal, con la multitud agolpada a ambos lados de la Costanera, vivando y agitando banderas y símbolos patrios, entre ellos retratos del general San Martín y el Sagrado Corazón de Jesús.
En
el Aeroparque se hallaban presentes los generales Aramburu, Bengoa,
Uranga, Forcher y Bergallo, quienes saludaron emocionados al marino,
estrechándose en efusivos abrazos.
El
DC3 en el que viajaba Lonardi tocó la pista a las 12.30, precedido por
un avión de transporte que conducía a un pelotón de paracaidistas y
detrás hicieron lo propio los tres cazas a reacción que en los días
previos, habían tomado parte en los combates.
Cuando
el jefe de la revolución salió por la compuerta, un griterío
ensordecedor conmovió el lugar. Rojas y los generales lo esperaban al
pie de la escalerilla y todos se estrecharon en un fuerte abrazo, en
medio de los vivas de la multitud.
El trayecto hasta la Casa Rosada se
hizo a bordo de un vehículo descapotable y fue lo más parecido a un
“triunfo romano” que viera Buenos Aires a lo largo de su historia. Al
paso de los vehículos, la muchedumbre aclamaba a sus héroes, agitando
banderas y arrojando flores. Y allí se vio a más personas que mostrando
retratos de Nuestro Señor Jesucristo y del general San Martín, símbolos
de la religión y la patria mancilladas intentaban acercarse a la
caravana.
“A
lo largo del trayecto, mezclados entre la concurrencia, estaban
apostados marinos de diversa graduación, a los cuales el capitán de
fragata de Infantería de Marina Juan García, había armado y dispuesto
que vistieran de civil”explica Ruiz Moreno en
su obra y luego añade: “El auto que conducía a Lonardi y Rojas, manejado
por cadetes del Colegio Militar, solo podía avanzar por Paseo Colón,
aproximándose a la plaza de Mayo, debido a que le abría paso un carrier
del Ejército. Ocupaban el automóvil en su parte delantera los cadetes
Auel, Fernández Sfeir y Lorenzo, este último, abanderado del Colegio”.
Al subir la explanada de la Casa de
Gobierno, el carrier que precedía al automóvil presidencial efectuó un
giro brusco y aquel lo embistió, rompiendo uno de sus faros delantero.
El Gral. Lonardi jura como presidente de la Nación |
En
la contigua Plaza de Mayo, la multitud enfervorizada reclamaba la
presencia de los jefes revolucionarios, vivando a sus líderes, como en
los más emblemáticos actos partidarios de la era peronista.
Lonardi,
Rojas y la comitiva que los escoltaba subieron hasta el Salón Blanco
que en esos momentos se hallaba colmado y allí prestaron juramento, el
primero como presidente de la Nación y
el segundo como vicepresidente. Acto seguido, la concurrencia entonó
las estrofas del Himno Nacional e inmediatamente después prorrumpió en
vivas y aplausos que las flamantes autoridades respondieron con su
característica prudencia.
Luciendo la banda presidencial y ostentando en su diestra el bastón de mando, el general Lonardi se asomó por el balcón de la Casa Rosadaacompañado
por el almirante Rojas y el séquito de personas que los rodeaban. De
ese modo, sonriendo satisfechos por el espectáculo que se veía desde lo
alto, saludaron a la multitud que cubría Plaza de Mayo hasta donde
alcanzaba la vista.
Un
griterío ensordecedor se elevó desde el epicentro de Buenos Aires,
escenario de tantos sucesos de la historia patria, al tiempo que decenas
de miles de banderas argentinas (y muchas del Uruguay) flameaban aquí y
allá, dando vida al lugar.
Lonardi
habló a la multitud y esta respondió cada una de sus palabras con más
vivas y aplausos y al finalizar, se retiró al interior del palacio de
gobierno seguido por los altos jefes revolucionarios. Escenas similares
se repitieron en Bahía Blanca, Córdoba, Mendoza y otros puntos de la Nación donde la ciudadanía opositora salió a las calles para expresar su júbilo y alegría.
No muy lejos de donde se desarrollaban esos acontecimientos, a bordo de la cañonera “Paraguay”, Perón vivía sus últimos días en la República Argentina.
Versiones
sin fundamento dan cuenta que desde su fuga, el 19 de septiembre, se
había refugiado en el mencionado bunker antinuclear que había mandado
construir bajo el edificio Alas y que desde allí se había dirigido hacia
la cañonera a través de túneles que comunicaban el refugio con el
puerto. Nada de eso es verdad. En ningún momento utilizó Perón ese
bunker sino que, como se dijo en capítulos anteriores, se apresuró a
solicitar asilo en la embajada paraguaya y desde ahí se dirigió en
automóvil hasta las radas para abordar la “Paraguay”, en la que estuvo
alojado hasta el 2 de octubre, fecha de su partida hacia el exilio.
Desde el 25 de septiembre, tanto la “Paraguay” como su gemela, la “Humaitá”, permanecían fondeadas en el Río de la Plata,
en “silencio de radio”, a una distancia de varios kilómetros de
distancia una de otra, constantemente vigiladas por el “King” y
el “Murature”.
Aquel
2 de octubre, los marinos paraguayos observaron en las zonas aledañas
al puerto así como en aguas próximas, un gran despliegue de buques y
aviones. Para entonces, la embajada guaraní había solicitado y obtenido
del gobierno argentino el salvoconducto necesario para que Perón
abandonase la Argentina y en ese sentido comenzaron los preparativos para concretar la operación lo más rápidamente posible.
Ese
día, el gobierno de Asunción despachó hacia Buenos Aires al hidroavión
PBY Catalina T-29 al comando del capitán Herbert Leo Nowak, a bordo del
cual, Perón abandonaría definitivamente el país rumbo a esa capital. En
él llegaron el contralmirante Gabriel Patiño, comandante de la Armada Paraguaya y
el capitán de navío Horacio Barbita, agregado naval de la embajada
argentina en Paraguay, quienes debían supervisar la operación.
Horas
después, cerca de las 11.00, la lancha patrullera argentina P-81, se
aproximó a la “Paraguay” llevando a bordo al embajador paraguayo, Dr.
Juan R. Chaves, al flamante ministro de Relaciones Exteriores de la República Argentina,
Dr. Mario Amadeo; al agregado militar en Paraguay, general Demetrio
Cardozo; al mencionado capitán de navío Horacio Barbita; al mencionado
jefe del Estado Mayor Naval, capitán de navío Mario Robbio, al
comandante del crucero “9 de Julio”, capitán de navío Benjamín Moritán
Colman y a los oficiales de la Armada Argentina, capitán de fragata Raúl González Vergara y capitán de corbeta Abelardo Camay.
Los
recién llegados pasaron a la cañonera y una vez en la cámara de
oficiales, se presentaron ante Perón. El Dr. Amadeo fue el primero en
hablar. Dijo que estaba allí por expresa orden del Presidente de la Nación,
general Eduardo Lonardi, para garantizar la vida y la integridad del
mandatario depuesto así como también, la inviolabilidad de los fueros
del embajador del Paraguay y el cumplimiento del Derecho de Asilo,
agregando al mismo tiempo, que la República del
Paraguay había contraído la obligación de cuidar que las futuras
actividades del general Perón no alterasen las amistosas relaciones
entre ambos países. A ello respondió el embajador Chaves que la República Argentina,
haciendo honor a sus tradiciones, había cumplido una vez más con sus
compromisos internacionales y que el Paraguay iba a respetar las normas
del Derecho Internacional.
Perón
se despidió de la tripulación, saludando a cada uno de los oficiales y
luego bajó la escalerilla en dirección a la lancha patrullera, que
abordó con la ayuda del Dr. Amadeo, que lo sostuvo del brazo para que no
cayera al agua. La embarcación se separó lentamente de la cañonera y se
dirigió lentamente hacia el hidroavión que se mecía lentamente sobre
las aguas, cerca de la “Paraguay”.
La P-81 se
desplazó lentamente, sacudida por el oleaje y a escasos metros del
Catalina, se detuvo. La comitiva encabezada por Perón, Chaves y Amadeo
pasó a un pequeño bote de la Armada y
desde allí continuó a remo, impulsado por marineros de su dotación. Los
esperaban su piloto, el capitán Nowak, el copiloto, teniente Ángel
Souto y el resto de la tripulación, formada por su navegante, el
subteniente Edgar Usher, los mecánicos Insfrán, Escario y Díaz y la
azafata Delia González que ayudaron al ex presidente a subir a bordo.
Detrás de Perón hicieron lo propio el embajador Chaves, el coronel
Demetrio Cardozo, el coronel Ovando, el capitán Bolgasi de la Armada Argentina, el capitán Barbita y el mayor Cialcetta junto al equipaje del ilustre asilado.
-Bienvenido a bordo, mi General - saludó el subteniente Usher sujetando a Perón por el brazo.
El
ex presidente le respondió con amabilidad y a continuación, se ubicó en
el asiento que le indicaban, hasta donde fue acompañado por la azafata
que, inmediatamente después le alcanzó los diarios del día.
Una vez que los pasajeros estuvieron a bordo, el bote de la Armada se retiró, llevando al Dr. Amadeo de regreso a la P-81. Mientras los
marineros argentinos remaban, los motores del hidroavión paraguayo
comenzaron a acelerar, agitando todavía más las aguas del estuario.
Lentamente
el hidroavión se alejó de la zona, para iniciar la corrida desde una
posición más segura, frente a la mirada atenta de numerosos testigos.
Por un momento, se temió que por causa del oleaje no pudiese remontar
vuelo pero después de dos intentos, tras deslizarse 1800 metros sobre
la superficie del río, se elevó lentamente y comenzó a tomar altura,
rozando los mástiles de una de las embarcaciones de guerra argentinas.
Una
vez en el aire, el piloto efectuó un pronunciado giro hacia la
izquierda y poco después enfiló hacia el norte, en dirección a la costa
del Uruguay, escoltado por dos Gloster Meteor de la Fuerza Aérea Argentina. Eran las 12.40 horas del 2 de octubre de 1955, el último capítulo de la Revolución Libertadora, llegaba a su fin.
Imágenes
General Eduardo Lonardi el día de su juramento como presidente de la Nación (Fotografía: Isidoro Ruiz Moreno, La Revolución del 55) |
Almirante Isaac Francisco Rojas Vicepresidente de la Nación (1955-1958) |
Puerto de Buenos Aires, 23 de septiembre de 1955, el almirante Rojas desciende
del "17 de Octubre" rebautizado "General Belgrano" (Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima) |
Las autoridades victoriosas de la revolución, encabezadas
por el general Lonardi y elalmirante Rojas, se dirigen a la
Casa de Gobierno saludados por la muchedumbre
(Gentileza: Fundación Villa Manuelita)
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Córdoba. El pueblo exterioriza su emoción
(Fotografía: Jorge R. Schneider)
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Los cordobeses se burlan de Aloe
(Fotografía: Jorge R. Schneider)
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Partidarios de la revolución destruyen símbolos del peronismo (Gentileza: Fundación Villa Manuelita) |
El pueblo de Córdoba se congrega frente al antiguo Cabildo para celebrar la victoria
(Fotografía: Jorge R. Schneider)
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Caravana antiperonista exterioriza su alegría en la ciudad de Córdoba
(Fotografía: Jorge R. Schneider)
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Personas de todos los estratos sociales exteriorizan su euforia
(Fotografía: Jorge R. Schneider)
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Este colectivo con la leyenda "Libres" es claro ejemplo de lo que sentía
una parte importante de la ciudadanía
(Fotografía: Jorge R. Schneider)
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Música y algarabía en calles y avenidas cordobesas
(Fotografía: Jorge R. Schneider)
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Otro transporte público con pintadas alusivas al movimiento revolucionario.
Córdoba se vistió de fiesta de la mano de un sector de la ciudadanía que repudiaba a Perón
(Fotografía: Jorge R. Schneider)
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Como en Buenos Aires, estos jóvenes cordobeses destruyen
símbolos del régimen depuesto
(Fotografía: Jorge R. Schneider)
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"A esta la compré" reza el cartel que llevan
estos motociclistas cordobeses
(Fotografía: Jorge R. Schneider)
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Estudiantes de Medicina que se ofrecieron como voluntarios para la atención de los heridos se suman
a los festejos en el centro de Córdoba
(Fotografía: Jorge R. Schneider)
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Médicos, estudiantes y enfermeros cordobeses que atendieron a los heridos
durante los enfrentamientos
(Fotografía: Jorge R. Schneider)
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Enfermeras y voluntarias que ofrecieron su desinteresado concurso para atender
a los heridos durante los combates en Córdoba
(Fotografía: Jorge R. Schneider)
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Dos Gloster Meteor junto a un Pulqui II. Los tres aparatos volaron durante el desfile de
la victoria en Córdoba (Imagen: Ricardo Burzaco, Alas de Perón II) |
El crucero "General Belgrano" (ex "17 de Octubre") amarrado en el Puerto de Buenos Aires.
Al fondo el Ministerio de Marina (Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima) |
Homenaje a la memoria del capitán Eduardo Estivariz, el teniente
Miguel Irigoin y el suboficial Juan I. Rodríguez el 18 de septiembre
de 1956 en las afueras de Saavedra. En la fotografía el contralmirante
Arturo A. Rial y el Sr. Carlos A. Mey, presidente de la
comisión organizadora del acto
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)
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El contralmirante Rial y el Sr. Mey depositan una ofrenda floral junto al monumento a los pilotos navales abatidos el 18 de septiembre de 1955 (Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima) |
Concurrencia que se dio cita frente al monolito inaugurado
el 18 de septiembre de 1956 en memoria
de Estivariz, Irigoin y Rodríguez
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)
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El contralmirante Rial descubre la placa alusiva en el
monolito inaugurado en las afueras de Saavedra
el 18 de septiembre de 1956
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)
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Parte de la concurrencia que se dio cita al acto
de homenaje e inauguración del monolito alusivo.
18 de septiembre de 1956
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)
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Placa conmemorativa. "Aquí recibió la Patria vuestras vidas abrasadas en el sagrado fuego de la Libertad" (Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima) |
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