Por Fernando Álvarez Balbuena
Se analizan los motivos de la independencia de las naciones hispanoamericanas con especial atencion a los factores politicos y sociologicos.
Entre los años 1808 y 1825 tiene
lugar la emancipación de los territorios españoles de América y ahora,
doscientos años después, estamos padeciendo (y digo padeciendo en el
genuino sentido de la palabra) una avalancha de alabanzas a situaciones y
a personas que distan mucho de merecer la admiración y, menos aún, la
gratitud de los españoles. A este sufrido pueblo español se
le ha venido engañando desde antiguo y se le sigue engañando, dándole,
ya en la escuela primaria, una especie de gato por liebre histórico que
perdura gracias a las diversas ideologías políticas. Son muchas las
cuestiones históricas que, a pesar de ser intrínsecamente mentiras, se
han consagrado como verdades oficiales incuestionables, creándose de
éste modo una serie de prejuicios históricos muy difíciles de
desarraigar, aunque a éstas alturas la investigación y la crítica,
afortunadamente, han llegado ya a conclusiones que difieren
diametralmente de los estereotipos que se nos vienen transmitiendo desde
hace doscientos años. Sin embargo, cada vez que alguien se sale de los
cauces de las mentiras tradicionales, es tenido por un provocador o por
un extravagante.
En esta ocasión quiero referirme a
las guerras por la independencia de los territorios del Imperio Español
en América que se inician tímidamente en 1808, y aprovechando la
debilidad militar de España invadida por Napoleón, en el año 1812 tienen
ya revuelto todo aquel continente. Este es un episodio desconocido
prácticamente en España y valorado «a contrario sensu» de la auténtica
realidad (R. de la Cierva). Porque la pérdida de la América Española
tiene para España carácter de cataclismo. Pero, por una extraña y oscura
razón o por una aún más extraña retracción íntima, los españoles
parecen haberse negado a analizar y a llamar las cosas por su verdadero
nombre: Llamamos independencia lo que deberíamos llamar secesión.
Y una de las falacias más
repetidas durante los doscientos años a que me refiero, ha sido la de
afirmar que todos los hispanoamericanos deseaban ardientemente conseguir
la independencia de España. Sin embargo, lo cierto es que nunca existió
esa unanimidad y si llegó a producirse y a consumarse el proceso
independentista, no se debió a un impulso espontáneo de los propios
hispanoamericanos. La realidad es que el movimiento por la independencia
hispanoamericana fue impulsado desde el extranjero, se apoyó
fundamentalmente en las minorías criollas ricas y se prolongó en una
sucesión de guerras civiles en las provincias americanas, precisamente
por la lealtad que miles de súbditos hispanoamericanos sentían por el
rey y por la patria común.
Por ello afirmo que no me parece digno festejar, como quieren algunos, la independencia de las mal llamadas colonias americanas.
Lo primero que hay que dejar muy claro es que aquellos países de América nunca fueron colonias sino que fueron otros reinos que constituyeron parte integrante de España, Sus
habitantes eran tan españoles y tan libres como los de la península,
tal como lo reconocían los reyes españoles, desde Isabel y Fernando
hasta la Constitución de Cádiz de 1812, tan glorificada por los
liberales, la cual, en su artículo primero, definía a la Nación Española
como «la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios».
Abundando en la igualdad de
España con América, hemos de hacer notar que no es ningún tópico decir
que trasladamos allí nuestra cultura, además de lengua y religión, pues
se fundaron 50 Universidades. Al contrario que Inglaterra, Francia y
Holanda, nuestras enemigas seculares, que en sus territorios sometidos,
no fundaron ninguna.
En aquellas tierras gobernaba el
rey por medio de las mismas instituciones que en España: virreinatos,
capitanías generales, reales audiencias y reales chancillerías, igual
que lo hacía en Valladolid, en Cataluña o en Sevilla, por lo tanto su
separación de España fue una dolorosa y traumática ruptura de la gran
unidad nacional que componía aquel imperio, hoy triste e injustamente
denostado aún por los propios españoles y el cual, como dejó escrito
Salvador de Madariaga:
El imperio más rico y majestuoso
que el mundo vio en trescientos años, fue cantera de donde Francia,
Inglaterra y Holanda sacaron los materiales para los suyos. Estas tres
naciones tenían que justificarse (…) España tenía que ser culpable para
que Francia, Holanda e Inglaterra, y luego los Estados Unidos, salvaran
su conciencia. Y como, desde luego, España cometió todos los errores y
faltas que eran de esperar en una nación humana, las otras tres no
tuvieron otra cosa que hacer que generalizar y multiplicar los errores
que España daba de sí, mientras dejaban caer bajo la mesa los que ellos
cometían de suyo. Y así se ha venido escribiendo la Historia de España.{1}
Por lo tanto nada de
celebraciones ni de conmemoraciones: Dolor, dolor inmenso, dolor como de
miembro amputado, como de muerte de padre, madre o hermano. Dolor
incompatible con España, porque España amó a América no solamente con la
fe y la civilización que allí llevó, con la religión, con el idioma y
con el derecho de gentes, sino también y muy especialmente con la sangre.
Porque el español, al revés que
el inglés, el francés, el holandés y las demás naciones que formaron y
sometieron colonias, se mezcló con el indígena. Los conquistadores,
serían todo lo crueles que los calificó la Leyenda Negra, pero lo cierto
es que tomaron por esposas a las indias y allí fundaron nuevas familias
mestizas, crearon cincuenta universidades, y extendieron por todas las
Américas la civilización europea, la religión y, en el contexto de la
época, la libertad individual. Y quienes dicen lo contrario, o no saben
lo que dicen, o mienten a sabiendas, o están influidos por doctrinas
espurias.
Solo tienen que pensar por un
momento en la miserable existencia que llevaban los indios precolombinos
esclavizados por caciques crueles y sanguinarios. Tal es el caso de los
mexicas o aztecas, cuyas inmensas pirámides escalonadas servían para
sacar el corazón en su cumbre a los prisioneros de guerra y luego
despeñarlos para que se rompieran sus huesos y llegaran así hasta las
gradas de abajo, fáciles de trocear, para ser devorados por un pueblo
encanallado que ya tenía preparadas las hogueras para asarlos como si
fueran cerdos.
* * *
Cuando Napoleón designó a su
hermano José «rey de España y de las Indias», envió emisarios a América,
donde ante el vacío del poder real en España, se habían formado juntas
de defensa a imitación de las españolas. Napoleón les pidió a dichas
juntas la fidelidad de aquellos territorios. En todas partes recibió una
repulsa total y la victoria de Bailén{2} se
celebró en toda la América Española como propia, lo que era así muy
natural. Además, como prueba de españolidad, los virreinatos enviaron a
España muy generosas ayudas para que pudiera continuar la lucha contra
Napoleón, no solo por parte de los gobiernos territoriales, sino también
por donaciones y aportaciones voluntarias de particulares.
Pero la quiebra del sistema
ocurrió en 1810, al caer Sevilla en poder de los franceses, porque los
buenos españoles de América, ante la ausencia de Fernando VII, de quien
se decían fieles súbditos, terminaron por creer que todo estaba perdido
frente al poder arrollador de Napoleón, con lo que los criollos ricos,
más preocupados por sus propios negocios que por los de España,
comenzaron por todas partes a levantar interesados movimientos de
emancipación.
Pero los dos grandes virreinatos,
Lima y Méjico se mantuvieron enteramente fieles a España y derrotaron a
los insurgentes y en 1815, antes de terminada la Guarra de
Independencia en España, toda Hispanoamérica había vuelto a la
obediencia española, excepción hecha del Río de la Plata, donde a pesar
de todo aún se mantenía la soberanía de Fernando VII y en Venezuela
Boves, al frente de la caballería llanera, había expulsado del
territorio nada menos que a Simón Bolívar, y cuando llegó la expedición
española del general Morillo (1815-1820), ya acabada la Guerra de la
Independencia, la unidad española del imperio americano estaba
completamente recuperada.
Esta era le verdadera situación socio-política de nuestro país:
La catástrofe, primero, de la
guerra con Francia y de la alianza con la propia Francia después, que
nos impulsó a una serie de descalabros militares y políticos, como la
Paz de Basilea, la Guerra de las Naranjas, etc. de los que no sacamos
ningún provecho económico ni político, sino solo pérdidas, con toda
aquella política errática de Godoy. Ésta serie de despropósitos acabó
por llevarnos a una guerra con Inglaterra, la cual dominó todo el
Atlántico y nos impidió el libre acceso a nuestras provincias
americanas. Consecuencia de ésta guerra absurda fue La destrucción de la
flota española en Trafalgar. He aquí la causa principal de nuestra
impotencia para mantener el poder de España en sus provincias y
territorios americanos. Igualmente el arriendo a barcos independientes
del tráfico de mercancías, por carecer de una marina mercante propia,
fueron causa de nuestra imposibilidad de defender aquellas provincias
ultramarinas.
España quedó destruida por la Guerra de la Independencia que causó como dice Nombela{3} un
millón de muertos, la pérdida de un siglo entero y la ruina económica y
social de nuestro país, cuando ya «florecían» en Europa los altos
hornos, las manufacturas con tecnología avanzada y diversos inventos que
abarataban los costes, mejoraban los medios de producción y
multiplicaban los beneficios comerciales.
Entre tanto, ingleses y franceses lucharon en suelo español arrasando materialmente a España, en sus campos, en su incipiente industria, en su comercio y en sus ciudades, siguiendo las tácticas de «tierra quemada».
Entre tanto, ingleses y franceses lucharon en suelo español arrasando materialmente a España, en sus campos, en su incipiente industria, en su comercio y en sus ciudades, siguiendo las tácticas de «tierra quemada».
Por añadidura, entre las mentiras
que se han hecho creer al pueblo está el decir que la Guerra de la
Independencia la ganamos los españoles. Esto es falso. Tras la victoria
de Bailén, el Ejército español acumuló derrota tras derrota y quedó
materialmente deshecho. Solo con la llegada de los Ejércitos de
Wellington se pudo derrotar a Napoleón en una guerra que para los
ingleses era la «Peninsular Ward»,
sin que España les importara un bledo, porque para ellos España era
solamente una casilla en el inmenso tablero de ajedrez de Europa, y no
vinieron aquí por salvar a España, sino para acabar con su enemigo
encarnizado, Napoleón. Los españoles se limitaron a inquietar a los
franceses con las guerrillas, que si bien les hicieron mucho daño y
ayudaron a ganar la guerra, no fueron ni las causantes ni las
protagonistas de la victoria final.
Para mayor desdicha, las
guerrillas primero (algunas acabaron en bandas de forajidos rurales) y
las continuas sublevaciones, pronunciamientos y motines que se
produjeron después de la guerra, acabaron con el espíritu nacional.
Liberales exaltados, absolutistas, liberales moderados, bandoleros y la
nefasta hipertrofia militar, terminaron por completo con la unidad de
España. El siglo XIX no solamente destruyó a España y la convirtió en un
país de tercer orden, sino que además nos costó la pérdida de América,
cuando más la necesitábamos para podernos recuperar del desastre de la
Guerra de la Independencia.
Igualmente fue nefasta para
España la alianza del liberalismo con la masonería y la actitud de
Fernando VII que exacerbó los ánimos liberales. Además y también contra
lo que se nos ha hecho creer, estos tenían muy poco, o nada, de
demócrata, pues como dice Ortega: Se puede ser muy demócrata y nada liberal, de igual manera que se puede ser muy liberal y nada demócrata.{4}
* * *
La gesta española en la
independencia de América, es muy poco conocida por haber sido
incomprensiblemente ocultada a los españoles, y fue tan admirable como
lo fue la propia conquista. España defendía todos los territorios
americanos, desde Alaska a Tierra del Fuego con solo veinticinco mil
hombres, lo que dice mucho del sentimiento de cariño, de la españolidad y
de la lealtad de los indios, mestizos y blancos que componían la
población americana.
Tan esto es así que, en realidad,
no hubo una guerra de independencia en América, como veremos a lo largo
de éstas páginas, sino un cúmulo de guerras civiles entre los propios
americanos, ya que España no pudo enviar allá ejércitos que combatieran a
los criollos para conservar la unidad de imperio. Una prueba evidente
es que el proceso de independencia americano duró desde 1808 hasta 1824,
nada menos que 16 años e incluso, en rigor, algo más porque el último
paso de dicha independencia no fue la batalla de Ayacucho en Perú, sino
el intento de recuperar el virreinato de la Nueva España en el año 1829,
con la derrota española de Tampico. Así pues si la propia población
americana no hubiera estado dividida entre partidarios de la unidad con
España y los partidarios de la secesión, difícilmente la guerra hubiera
podido durar tanto tiempo, hubieran bastado unos meses para consumar la
independencia.
Téngase en cuenta, para apoyar
éste tesis, que la independencia de las Trece Colonias de América del
Norte duró mucho menos tiempo (1775-1783) y allí sí que combatieron
fuertes ejércitos enviados por Inglaterra contra los colonos americanos.
* * *
En el sur del Caribe, los
criollos –hijos y descendientes de españoles– aleccionados por la
ilustración francesa y, sobre todo, aleccionados por Inglaterra, y con
ayudas de armamento militar, inglés, francés y también de los Estados
Unidos, fueron los rebeldes contra España, en tanto que indios, mestizos
y las clases populares defendieron a muerte la soberanía española.
En Méjico sucedió justo al revés.
La aristocracia era muy conservadora y fiel a Fernando VII y reprimió
con mano dura los alzamientos de los curas mestizos y masones Hidalgo y
Morelos. Pero la propia aristocracia mejicana, junto con los buenos
españoles de aquel virreinato, ya lo hemos dicho antes, al ver la
impotencia española y cómo se imponían en la Madre Patria las corrientes
liberales y radicales, que ellos odiaban, y ante el vacío de poder
español, se sumó al levantamiento general y, aunque por motivos
distintos a los de Bolívar, San Martín, O´Higgins, etc., acabaron por
declarar igualmente su independencia.
España, para consolidar el imperio, preparó una expedición importante, de unos treinta mil hombres, pero el pronunciamiento de Riego en Cabezas de San Juan y la posterior defección de los generales masones del Ejército, echó por tierra la operación y consumó la pérdida de América.
España, para consolidar el imperio, preparó una expedición importante, de unos treinta mil hombres, pero el pronunciamiento de Riego en Cabezas de San Juan y la posterior defección de los generales masones del Ejército, echó por tierra la operación y consumó la pérdida de América.
La expedición se dirigía a la
parte más secesionista, el Rio de la Plata, donde se habían sublevado
Bolívar y San Martín (tan masones como Riego y miembros de las logias
Lautaro, con ramificaciones importantes en Cádiz (Mendizábal, Puyrredón,
Alcalá Galiano, Istúriz, etc.). Aquellos temían la llegada de las
tropas españolas y estaban literalmente aterrorizados, sabedores de que
gozarían del apoyo popular y que formarían, junto con los leales
realistas, un ejército muy superior en eficacia al suyo. Pero la larga
mano de las logias, en las que militaban muchos oficiales liberales del
Ejército, como está perfectamente demostrado y documentado, trabajaron
intensamente comprometiendo a cuantos militares masones pudieron para
propiciar el infame pronunciamiento que evitó la salida del Ejército y
así se consumó la independencia de aquellas provincias. Insisto una vez
más:PROVINCIAS, que no COLONIAS
Así pues, queda claro que a
finales de 1819 la masonería preparó aquel nuevo golpe a cargo de
oficiales encuadrados en el Cuerpo de Ejército acantonado en Cádiz para
ir a combatir a América, pero su comandante en jefe, el general Enrique
José O´Donnell, conde de La Bisbal, que participó en los preparativos de
golpe, acabó por detener a varios oficiales conjurados. Pese a ello, el
1 de enero de 1820, el comandante Rafael del Riego se sublevó en
Cabezas de San Juan con la excusa de proclamar la Constitución de 1812.
Riego no consiguió ningún éxito militar importante ni adhesiones
andaluzas para proclamar la constitución, pero sí consiguió abortar la
expedición a América. Sin embargo, cuando la columna de Riego estaba
prácticamente desecha, la masonería consiguió sublevar las guarniciones
de La Coruña, El Ferrol, Vigo, Oviedo, Zaragoza, Pamplona, Tarragona y
Cádiz, y el Conde de La Bisbal (un sinuoso traidor y falsario) se unió
finalmente a los sublevados, con lo que se consumó también el caos en
España, porque, contrariamente a lo que nos ha transmitido la
historiografía liberal, al obligar los sublevados a Fernando VII a jurar
la Constitución de Cádiz, no se produjo la paz en España. Todo lo
contrario, empezaron otra vez las algaradas, los motines, las
revoluciones, las guerras intestinas (recuérdese la Regencia de Urgell
que controlaba en Cataluña todo un ejército fiel a Fernando VII) y los
pronunciamientos y ello tuvo, como ya dejamos dicho, su reflejo en
América.
Volviendo al tema central de este
ensayo, diremos que la independencia de los reinos americanos, aunque
las guerras civiles continuaron en ellos hasta 1828, tuvo con éste
pronunciamiento su definitiva consagración, pero, ninguna legitimidad,
porque eran parte integrante de España y, curiosamente, quienes
promovieron la separación de la madre patria, no eran, como cabría
esperar, indios autóctonos americanos, ni mestizos, ni las clases
populares que eran una inmensa mayoría. Estos se sentían muy unidos a
España y tenían a gala llamarse españoles No así los criollos; es decir,
los hijos de los españoles que fueron a poblar y a civilizar aquellos
territorios y que los incorporaron a la corona de España en pie de
igualdad con los demás reinos peninsulares. Pruebas de su españolidad
son los nombres de los territorios, por ejemplo, la isla de Santo
Domingo que fue bautizada como «La Española» o México como «Virreinato
de La Nueva España», o el «Virreinato de Nueva Granada», nombres todos
que dicen mucho de la españolidad de aquellas lejanas tierras.
Los reyes de España, empezando por Fernando e Isabel, prohibieron a Colón y a los que le siguieron hacer esclavos a los indios. Cuando se consumó la conquista y se estableció una nueva raza india y mestiza, tanto indios como mestizos estaban profundamente orgullosos de su origen español. Contra todo lo dicho por la leyenda negra, elaborada por interesados historiadores anglosajones y franceses y débilmente basada en las obras de Las Casas y de Bernal Díaz del Castillo, el indio fue liberado por los conquistadores de la esclavitud y del trato mucho más inhumano y cruel que le proporcionaban sus propios caciques.
Los reyes de España, empezando por Fernando e Isabel, prohibieron a Colón y a los que le siguieron hacer esclavos a los indios. Cuando se consumó la conquista y se estableció una nueva raza india y mestiza, tanto indios como mestizos estaban profundamente orgullosos de su origen español. Contra todo lo dicho por la leyenda negra, elaborada por interesados historiadores anglosajones y franceses y débilmente basada en las obras de Las Casas y de Bernal Díaz del Castillo, el indio fue liberado por los conquistadores de la esclavitud y del trato mucho más inhumano y cruel que le proporcionaban sus propios caciques.
Entre las mentiras históricas que
se nos han transmitido, está la de que las raíces de la rebelión eran
antiguas en América y que comenzaron en el siglo XVIII, bajo el reinado
de Carlos III.
Igualmente algunos autores
aseguran que, dado que los Estados Unidos lograron separarse de
Inglaterra (1775-1783), la independencia de la América Española era
inevitable. Esta afirmación constituye una de las mayores falacias
históricas que conozco y, aunque no podemos rebatirla aquí y ahora in extenso, si quiero decir dos cosas:
a) Las Trece Colonias
norteamericanas SÍ ERAN COLONIAS y no parte integrante de Inglaterra.
(nunca hubo mestizaje anglo indio en las colonias. Y a mayor
abundamiento, ya independientes los EE. UU. masacraron literalmente a
los indios en una guerra en la que los yankees iban con carabinas
automáticas y con cañones contra arcos y flechas).
b) La situación de los habitantes
de las Trece Colonias era muy distinta de la de los españoles
americanos. Sus antecedentes también distintos. Recuérdese que los
ingleses que emigraron a América, huían de la persecución religiosa en
Inglaterra.
c) El
episodio del Mayflower y el éxodo de los perseguidos puritanos,
constituye por si solo una prueba irrefutable de la situación inglesa y
de los motivos que tuvieron aquellas gentes para huir de la metrópoli e
ir a establecerse en América.
También se han buscado por otros
autores antecedentes ilustrados. Así se dice que Aranda propugnó una
reforma del Imperio, estableciendo en los distintos virreinatos y
territorios nuevas monarquías federadas con España y al frente de las
cuales estarían Príncipes españoles pero al parecer, según A. R. Wright,
el famoso memorial de Aranda es, más que discutible, apócrifo.
De cualquier forma y dado el poco
rigor histórico del que muchos autores hacen gala para justificar la
pérdida del imperio español, puede rearguírseles la famosa sentencia de
Theodor Momsem: «Quien quiere buscar raíces antiguas, en cualquier caso
histórico, las encuentra siempre con poco esfuerzo. Por ejemplo: el que
pretenda buscar antecedentes remotos a la caída del Imperio Romano en el
siglo V d.C, puede buscarlas (inventándolas) en los asesinatos de Julio
César y Cicerón en el siglo I a.C.{5}
Existía, latente en América, como
también en diversas provincias de la propia España, un cierto
descontento, más que antiespañol, antidependiente, pero no por razones
políticas sino puramente económicas y mercantiles, contrarias al
monopolio comercial que tenía la Península en América. Sobre todo eran
los criollos ricos quienes ansiaban comerciar libremente con Inglaterra,
Francia, Holanda, etc. etc. sin pasar por la Hacienda Española, pero
nunca durante todo el siglo XVIII se formó un partido que odiara tanto a
España, como el criollista del siglo XIX, partido a quien podemos
tachar con razón de contrabandista, pues el comercio ilegal con Gran
Bretaña y con otras potencias, se hacía con frecuencia y, a veces, con
la inhibición y el desinterés o corrupción de los gobiernos locales del
Imperio.
Existe al respecto una carta (24
de Febrero de 1782) de los miembros de la sociedad criolla, dirigida al
prócer criollo Francisco de Miranda para que les ayudara a sacudirse el
yugo español. Dicha carta es igualmente falsa, fue escrita por el propio
Miranda (masón), según asegura el hispanista Alfredo Boultan, para
exhibirla en Londres, donde acudió como paladín de los criollos
minoritarios en demanda de ayuda para independizarse y con nulo apoyo
del resto de la población venezolana.
La infiltración masónica en el
Ejército fue la última causa de la pérdida del imperio. Como ya hemos
dicho, eran numerosos los oficiales que, al igual que Riego, pertenecían
a las logias de obediencias inglesa y francesa, y la manida y
escasamente rigurosa afirmación de que los barcos comprados a Rusia para
embarcar al Ejército eran inservibles, es difícilmente sostenible.
Cobardía, traición y masonismo. Ésa es la verdad que hoy se nos oculta. A
quién o a quienes interesa mantener esta mentira histórica, es cosa que
no corresponde aclarar hoy aquí, pero habida cuenta de cómo se
desarrollaron los acontecimientos en la España de fines del XIX y, sobre
todo, del primer tercio de XX, dejo a la audiencia que saque las
deducciones oportunas.
Pero para quienes insisten en
ignorar la definitiva influencia masónica en la independencia americana ,
tanto al comienzo (1808), como en el decisivo 1820, sepan que desde la
Guerra de la Independencia se fueron estableciendo logias en cada unidad
militar y se había creado un ambiente claramente opuesto a la
intervención en América, para lo que sirvieron como pretexto a sus fines
ocultos, estos tres argumentos: uno el mal estado de los barcos, otro,
las crueldades de los nativos y criollos para con los combatientes
realistas y, el mejor manipulado de los tres, que era la vuelta al
régimen constitucional instaurado por las Cortes de Cádiz, con el que se
enmascaraban los verdaderos motivos de la rebelión de Cabezas de San
Juan.
Riego, dirigió a estas tropas su proclama en tal sentido, pues literalmente, les decía el 1 de enero de 1820 que:
«Mirando por el bien de la Patria
y de las tropas he decidido tomar las armas para impedir que se
verifique el embarque proyectado y establecer en nuestra España un
gobierno justo y benéfico que asegure la felicidad de los pueblos y de
los soldados.»
Presentaba así, torticeramente,
los objetivos del golpe en este curioso y parcial orden, azuzando el
descontento de la tropa, ya de por si renuente a la aventura americana,
haciendo otras manifestaciones como la siguiente:
«Los militares del ejército
expedicionario deben estar convencidos de los peligros que corren si se
embarcan en buques medio podridos, aún no desapestados, con víveres
corrompidos, sin más esperanzas para los pocos que lleguen a América que
morir víctimas del clima, aún cuando resultaran vencedores en la
guerra.»
Abundaba además, en éste aspecto
negativo, la creencia de que las condiciones insalubres de América
acabarían con los que se libraran de la matanza india.
Riego ni por un momento pensó en
partir hacia América y, para justificar su cobardía y su traición, a la
vez que obedecía órdenes de las logias, fundamentó su rebelión invocando
la nueva puesta en vigencia de la Constitución de 1812, y diciendo que
gracias a su reposición España sería nuevamente un país libre y que, en
consecuencia, nada teníamos que hacer en América, ya que al recibirse
allí la noticia de la nueva puesta en vigor de la Constitución de Cádiz,
los americanos volverían de su propia voluntad a la obediencia de
España.
Los soldados del Ejército
expedicionario destinados a América, enardecidos por la arenga de Riego,
anunciándoles que se abortaba la expedición, pasaron la noche bailando
la «muñeira» por no tener que partir hacia América, influidos por la
masonería que había hecho correr la mentira de que los indios,
exasperados con el dominio español, los iban a asesinar sin piedad, de
manera cruel y bárbara, lo que era una burda mentira, ya que los indios y
los mestizos era todos pro-españoles.
En cuanto al los barcos rusos de
los que se dijo que estaban podridos y no podían navegar, vinieron hasta
Lisboa y Cádiz desde el norte de Rusia, navegando por mares mucho más
revueltos y peligrosos que el Atlántico, por tanto, aunque viejos y poco
resistentes, podrían haber sido carenados y restaurados mínimamente y
navegar hasta América. Colón, con sus tres carabelas, fue allá con
barcos de mucha menor seguridad y le sirvieron para descubrir un
continente.
Por lo que atañe a la moderna
teoría de que la masonería no influyó para nada en la Independencia
Americana, como sostiene Ferrer Benimelli, nos remitimos la obra de José
María García León quien en una interesante monografía, titulada La Masonería Gaditana,
confirma el hecho de que numerosos agentes americanos, en connivencia
con los masones y por obvios intereses económicos, prestaron gran ayuda y
colaboraron con el movimiento subversivo. De dicha obra entresacamos
los siguientes párrafos:
«Lo cierto es que por dichos años
residía en Cádiz un potentado comerciante bonaerense, Andrés Argibel,
quien partidario de la independencia de la provincia del Río de la
Plata, logró establecer contactos con el conde de La Bisbal. En relación
con la fingida sorpresa que se llevó el conde cuando los sucesos del
Palmar del Puerto, fueron detenidos y desterrados de Cádiz, dos
americanos, acusados de actividades conspiratorias relacionadas con el
movimiento independentista. Posteriormente por medio de una orden
judicial fue registrada la casa de un rico comerciante peruano, Nicolás
Achaval, a fin de aclararse una importante suma de dinero que este había
recibido procedente de Gibraltar […] Después se supo que con ocasión
del pronunciamiento de Riego, tanto Argibel como Lezica, contribuyeron
al mismo con mil pares de zapatos y doce mil duros, hecho que puso muy
al descubierto la protección de los americanos al alzamiento de las
tropas […] En una línea muy parecida se expresan otros historiadores
hispanoamericanos. Así Santiago Arcos apunta que un verdadero pánico se
apoderó de la ciudad de Buenos Aires cuando se supo que una fuerza
expedicionaria se estaba preparando para salir de España. Si bien este
temor quedó apaciguado al saberse que Puyrredón había enviado una
considerable cantidad de dinero a los masones españoles. También Léon
Suárez viene a confirmar la vital actuación de Puyrredón resaltando su
audacia e inteligencia al realizar una activa propaganda para evitar un
embarque que les podía resultar funesto. Añade que tanto Argibel como
Lezica, desde Cádiz, se movieron clandestinamente con mucha eficacia,
dando sin límite alguno cuánto dinero estimaron conveniente.» (Op. cit.
pp. 6 y 7).
Los intereses de Inglaterra, de
Francia y de Holanda y los intereses de los criollos, que no de los
mestizos ni de los indios, fueron el detonante y la causa final de la
secesión, que aunque solo en cierta medida, como hemos visto, procedían
ya de los tiempos de la ilustración, pero no tuvieron nunca hasta 1808
fuerza suficiente, ni en la opinión pública americana, ni en su propia
robustez, hasta que la Guerra de la Independencia nos acabó por sumir en
la miseria y en la impotencia, porque nuestro Imperio en América fue
como el romano, integrador y asimilador de razas y culturas y fue
precisamente la debilidad española (como la de nuestra madre Roma) la
que consumó la ascensión al poder en América de los mal llamados
«libertadores», vuyo verdadero calificativo sería el de traidores, sin
paliativos ni eufemismos.
Es curioso examinar el contraste
de las reacciones generales contra la secesión de los estados españoles y
las de la guerra del norte contra el sur de los Estados Unidos, cuyas
consecuencias duran también hasta la actualidad. Sin embargo la secesión
de los estados sudistas se considera ilegítima, en tanto que se considera legítima la de los virreinatos españoles en América.
HIPOCRESIA INTERNACIONAL,
muy bien vendida por Hollywood. En dicha Guerra de Secesión americana,
los héroes son Lincoln, Grant, Sheridan, Custer y todos los generales
del Norte, en tanto que los villanos son Jefferson Davies y Robert E.
Lee. A los primeros se les glorifica y a los segundos se les denigra, se
les llamó rebeldes y aún a día de hoy la opinión general está con el Norte.
Más aún: cuando Texas se separó
de México, todos los participantes en la super glorificada gesta de El
Álamo, (Houston, D. Crockett, etc.) fueron unos héroes, (1836). Sin
embargo, cuando Texas se unió a los sureños en la Guerra Norte-Sur,
(1861) Texas fue un estado rebelde y traidor. El negocio de Hollywood
así nos lo ha dicho también cientos de veces, hasta hacérnoslo creer.
Hoy, incomprensiblemente para la
dignidad nacional de España, ensalzamos y llamamos patriotas a los
traidores como Bolívar, Riego, San Martín (militares españoles todos)
O´Higgins, et& y nadie se acuerda de los verdaderos héroes de la
lucha contra la secesión, como fueron los virreyes José de Abascal y
José de la Serna que lucharon solamente con hombres, valientes, pero sin
armamento suficiente ni recursos militares modernos para su tiempo,
como cañones de retrocarga, fusiles, etc.
Mientras tanto, aquí nos
aprestamos a elevar a los pedestales de las plazas públicas a los
traidores y a festejar con grandes aspavientos la independencia de las
que nunca fueron colonias, sino partes integrantes de España, contra la
que se rebelaron con la ayuda de Inglaterra, Francia, Holanda y de los
Estados Unidos. Y se separaron, quede claro, por meros intereses
económicos y no por ningún motivo político ni, menos aún, patriótico.
Pero así se escribe la historia.
Ahora, en los libros españoles, desde la escuela primaria hasta la
universidad, se glorifica a Riego, que con su cobarde traición en
Cabezas de San Juan ayudó decisivamente a San Martín y a Bolívar, repito
machaconamente todos militares españoles, y los tres masones, como otros muchos más, y con ellos a cuantos se rebelaron contra España. Así
consiguieron sus propósitos secesionistas; sin embargo, ahora, todos
ellos son considerados entre nosotros unos héroes, cuando en realidad
fueron simple y llanamente reos de alta traición.
Contrariamente, en América, desde
los sectarios murales de Rivera, Orozco o Xiqueiros, hasta los libros
de texto para los actuales escolares, Hernán Cortés, Alvarado, Pizarro,
Valdivia y cuantos prosiguieron su aventura, hasta los últimos heroicos
virreyes del Perú, Abascal y De la Serna, son etiquetados de
usurpadores, de ladrones o, lo que es peor, de asesinos. Tampoco gozan
allí, sobre todo en México, de mucha mejor fama los españoles que fueron
como emigrantes a aquellas tierras y que contribuyeron con su trabajo
al desarrollo y a la prosperidad de los ya estados independientes.
Esta prosperidad americana duró
mientras los españoles fueron allí a «hacer las Américas», es decir, a
trabajar. Y al enriquecerse ellos, crearon riqueza también para aquellos
países. Esto duró hasta que las situaciones políticas de los Estados de
la América Española fueron asumidas por tiranos de verdad y por
dictadores corruptos, por oligarquías militaristas, por asesinos de
incalificable crueldad, todos ellos, precisamente, hijos de aquellos
países, que volvieron a sumirles en la miseria precolombina, miseria de
la que aún disfrutan a día de
hoy. Por eso ahora, en vez de emigrar los españoles a América, son los
americanos los que emigran a España, donde encuentran el pedazo de pan
que llevarse a la boca y que sus gobernantes les niegan. Y vienen aquí
porque, a pesar del tiempo transcurrido, se sienten espiritual,
lingüística, cultural y moralmente españoles, tal y como se sentían hace
doscientos años.
CONCLUSIONES:
1º) La independencia de la
América Española no fue espontánea, se tardó en consumar 20 años, porque
se gestó en unas enormes guerras civiles dentro de aquellos inmensos
territorios, donde las minorías criollas impusieron por las armas su
criterio secesionista.
2º) Hubiera sido fácil desmontar
las revoluciones criollas, enviando allá tropas y pertrechos, si España
hubiera estado fuerte y en paz, y con una marina potente, como la que
tenía antes de Trafalgar, y no con una guerra contra Napoleón primero, y
traiciones como la de Riego, disputas y guerras intestinas después, que
la arruinaron, la hicieron perder un millón de hombres y dejaron
arrasada su industria incipiente, su agricultura y su economía.
3º) Cabe echar muchas culpas a
los liberales españoles, los cuales tenían muy poco de demócratas, como
lo prueban tanto sus continuas sublevaciones como la propia tan alabada
Constitución gaditana, cuyos diputados fueron elegidos «a dedo», sobre
todo los representantes americanos que se nombraron por sustitutos que
vivían en Cádiz, sin que viniera un solo diputado de ultramar. Para
mayor falta de legitimidad democrática, la Constitución de 1812 nunca
fue sometida al referéndum de la Nación.
4º) La independencia de América
no fue una cuestión política (mienten quienes así lo aseguran,
historiadores incluidos) Fue una rebelión militar, nada democrática,
regida por criterios económicos de minorías burguesas blancas y
criollas, ricas y, por tanto, bien abastecidas de armas y materiales
bélicos por Inglaterra, Francia, Holanda y, en último término, por los
propios Estados Unidos, que así pagaron la ayuda que les prestó Gálvez,
en tiempos de Carlos III. Poco podían hacer los virreyes leales con las
tropas realistas (que eran una enorme mayoría) sin medios materiales
para reprimir la sublevación. Quede claro, pues, que no fue con arreglos
políticos como se consumó la secesión americana, sino con la fuerza
militar, con el sometimiento y con la crueldad anti india. Los
virreinatos, durante toda la época 1808-1825, estuvieron en una
verdadera guerra civil. Hubiera sido necesario ayudar a las mayorías
realistas, porque carecían de dinero, los ricos eran los criollos que
negociaron la compra de material bélico a las potencias enemigas de
España, en tanto que los realistas ni podían recibir ayuda de una España
arrasada por la Guerra de la Independencia, ni tenían dinero para
buscarla en otro lado.
5º) Los verdaderos ganadores de
éstas guerras americanas, fueron los criollos ricos, con los ingleses,
holandeses, franceses y los Estados Unidos, que aprovecharon las
inmensas riquezas de aquel imperio para hacer fabulosos negocios (cosa
que no hizo nunca España), al margen de la soberanía de la que ahora
llaman hipócritamente Madre Patria, a la que traicionaron, prefiriendo a
su grandeza sus mezquinos intereses.
Y cuando la Santa Alianza, al
reponer a Fernando VII en el trono de España, quiso enviar tropas a
América para reconquistar el Imperio Español, Los Estados Unidos,
invocando la llamada «Doctrina de Monroe» (América
para los americanos) amenazó a Europa con el reconocimiento de todos
los sediciosos y con represalias políticas y comerciales.
6º) Inglaterra tiene bien ganado
el título de «La Pérfida Albión», pues durante toda la Guerra americana
jugó con dos barajas. En España luchando contra la Francia napoleónica y
en el Atlántico alentando y ayudando bajo mano las aspiraciones de los
criollos, para favorecer su comercio, al margen de la legalidad de su
tratado de alianza con España.
7º) En definitiva: El imperio se
rompió traumática y dolorosamente, solo quedaron en pié hasta 1898 Cuba,
Puerto Rico y las Islas Filipinas. La secesión de estos últimos
territorios tiene otros condicionamientos, no en vano pasaron casi
ochenta años desde los primeros pruritos independentistas. Pero también
en el 98, como en el 08 la intervención de los Estados Unidos,
igualmente por intereses comerciales, fue el apoyo necesario para
despojarnos de los restos del Imperio.
Pero sí hemos de decir que el
desgajamiento del Imperio partió de América hacia España. Fue algo así
como la deslealtad de un hermano que se niega a auxiliar a otro hermano
cuando éste más lo necesita. Y España necesitaba de América, tanto
durante la Guerra de la Independencia, como, y sobre todo, después de
ella pues no había medios suficientes para la recuperación económica
tras el desastre bélico.
En cuanto a la legitimidad de la
secesión de la América Continental primero, como de la Insular después,
podemos decir sin empacho que fue la misma que ahora podría tener la
independencia de Cataluña o del País Vasco, porque, al igual que estas
provincias peninsulares, América era parte integrante de España. Su
emancipación, mejor dicho su ruptura de vínculos con la Madre Patria, se
produjo, quede claro, por meros y fuertes intereses económicos
enmascarados por el patriotismo del que blasonaron los separatistas y
que las mentiras interesadas de la Historia nos han hecho creer, porque
ese tipo de patriotismo –precisamente ese– como dice el doctor Johnson,
«es el último refugio de los canallas».
APÉNDICE:
Masones dirigentes de la revolución americana:
Baquijano, Rivadavia, O´Higgins,
Belgrano, Miranda, Nariño, Bolívar, San Martín, Montufar, Rocafuerte,
etc. (cit. Pedro Barroso González-Peral en Historia Contemporánea de
España Coordinada por Javier Paredes pp.114-115)
Notas
{1} Madariaga, S. de (1980) Auge y Ocaso del Imperio Español en América.
{2} Aunque
mucho se ha escrito por parte española sobre la genialidad estratégica
del General Castaños, hoy parece que la victoria española se debió más a
la escasa capacidad del General Dupont para enfrentar una situación
que, en principio, le era favorable. Napoleón le destituyó con deshonor,
afeándole su fracaso de Bailén y considerándole «un incapaz»
{3} Nombela, J. Impresiones y Recuerdos (1976 –reimpresión)
{4} Ortega y Gasset, J. (1977 ) El Espectador (meditaciones sobre los castillos)
{5} Momsem, T. (1930) «Historia del Imperio Romano»
http://www.nodulo.org/ec/2014/n152p10.htm
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