Por Marcelo Gullo
La verdad histórica y la
política nacional
El tres veces presidente
constitucional de la República Argentina el General Juan Domingo Perón fue, sin
duda alguna, un profundo conocedor de la “verdadera” historia argentina y un
gran admirador del Brigadier General Juan Manuel de Rosas. Sin embargo, muchos
militantes del campo nacional y popular desconocen, hoy día, la admiración de
Perón por la figura de Juan Manuel de Rosas y su decidida adscripción al
revisionismo histórico. Tanto más grave
es el desconocimiento de ese hecho por parte de ensayistas e historiadores que
se ubican, desde hace poco, en el campo nacional y popular. Por otra parte
algunos historiadores “mitroliberales” o “mitromarxistas”, poco profundos creen
que Juan Domingo Perón adhirió al revisionismo histórico luego de su
derrocamiento, en septiembre de 1955, como reacción a la autodenominada
“revolución libertadora” que definía al golpe de estado de septiembre e 1955
como un “Nuevo Caseros” y al gobierno del General Perón, como la “Segunda
Tiranía” (Goebel, Michael, 2004: 251)
Se impone, entonces, documentar la temprana adscripción del joven Perón,
a la figura de Juan Manuel de Rosas, y al revisionismo histórico. Por otra
parte, es preciso detallar las declaraciones y acciones que, para restablecer
la verdadera Historia de la Argentina, realizó Juan Domingo Perón, en su
dilatada carrera política.
Importa precisar que este
tema no reviste un carácter simplemente historiográfico, sino sustancialmente
político, pues los más jóvenes y los no tan jóvenes, suelen ignorar que –como
afirmaba Arturo Jauretche en Política nacional y revisionismo histórico- “sin
el conocimiento de una historia auténtica no es posible el conocimiento del
presente, y el desconocimiento del presente lleva implícita la imposibilidad de
calcular el futuro, porque el hecho cotidiano es un complejo amasado con el
barro de lo que fue y el fluido de lo que será, que no por difuso es
inaccesible e inaprensible”. (Jauretche, Arturo, 2006: 14) Sin duda alguna,
“la verdad histórica es el antecedente de cualquier política que se defina
como nacional.” (Jauretche, Arturo, 2006: 16)
El joven teniente
rosista Habitualmente,
el joven teniente Juan Domingo Perón, escribía afectuosamente hasta dos cartas
mensuales a sus padres, manifestándoles, asiduamente, su estado de ánimo y
alguna que otra apreciación personal de la situación política nacional e
internacional. Así, el 26 de noviembre de 1918, el joven oficial de infantería,
tomó unas hojas membretadas del Casino de Oficiales del Arsenal Esteban de
Luca, en que revistaba y se dispuso a escribir a sus padres. Prolijamente
estampada la letra de Juan Perón comenzó a fluir en perfecta horizontalidad con
respecto a los márgenes. (Crespo, Jorge, 1998)
En dicha carta, que constituye un documento histórico de trascendental
importancia, el Teniente Perón escribió:
“Mis queridos padres:
Hoy he recibido carta y me
alegra mucho que estén buenos y contentos con el triunfo de las ideas aliadas;
pero debo hacer presente que no está bien eso de la lista negra, por cuanto es
un atropello…No olvides papá que este espíritu de patriotismo que vos mismo
supiste inculcarme, brama hoy un odio tremendo a Inglaterra que se reveló
en 1806 y 1807 y con las tristemente argentinas Islas Malvinas, donde hasta hoy
hay gobierno inglés; por eso fui contrario siempre a lo que fuera británico, y
después del Brasil a nadie ni nada tengo tanta repulsión.
Francia e Inglaterra
siempre conspiraron contra nuestro comercio y nuestro adelanto y si no a los
hechos:
En 1845 llegó a
Buenos Aires la abrumadora intervención anglo-francesa; se libró el combate
de Obligado, que no es un episodio insignificante de la Historia Argentina,
sino glorioso porque en él se luchó por la eterna argentinización del Río
de la Plata por el cual luchaban Francia e Inglaterra por política brasilera
encarnada en el diplomático Visconde de Abrantes. Rosas…, fue el más
grande argentino de esos años y el mejor diplomático de su época, ¿
no demostró serlo cuando en medio de la guerra recibió a Mr. Hood…No demostró
ser argentino y tener un carácter de hierro cuando después de haber fracasado
diez plenipotenciarios ingleses consiguió más por su ingenio que por la fuerza
de la República que en esa época constaba solo con 800.000 habitantes; todo
cuanto quiso y pensó de la Gran Bretaña y Francia; porque fue gobernante
experto y él siempre sintió gran odio por Inglaterra porque esta siempre
conspiró contra nuestro Gran Río, ese grato recuerdo tenemos de Rosas que
fue el único gobernante desde 1810 hasta 1915 que no cedió ante nadie ni a la
Gran Bretaña y Francia juntas y como les contestó no admitía nada hasta que
no saludasen al pabellón argentino con 21 cañonazos porque lo habían ofendido;
al día siguiente, sin que nadie le requiriera a la Gran Bretaña, entraba a Los
Pozos la corbeta Harpy y, enarbolando el pabellón argentino al tope de proa,
hizo el saludo de 21 cañonazos. Rosas ante todo fue un patriota”.
(Chávez, Fermín, 2001: 22)
La carta, dirigida a su
padre don Mario Perón residente en Malaspina, en la provincia de Chubut, no
tiene desperdicio para un conocimiento profundo y serio del pensamiento del
joven oficial que, a la sazón, tenía 23 años.
La carta, escrita sin
ningún tipo de intencionalidad política, expresa el sentimiento auténtico del
joven Perón sobre la figura histórica de Juan Manuel de Rosas.
Es evidente que Perón ya
había descubierto la falsificación de la historia realizada por Mitre y su
descendencia intelectual y que, el joven teniente, sentía una profunda
admiración por la figura de Rosas. Por otra parte, como afirma Fermín Chávez,
la “referencia a la intervención decisiva del vizconde de Abrantes indica
que – Perón – no tocaba de oído”. (Chávez, Fermín, 2001: 23)
Los documentos históricos,
no dejan, así, lugar a ninguna duda sobre la adhesión del joven Juan Domingo
Perón, al revisionismo histórico.
El 8 de enero de 1970,
desde su exilio madrileño, Perón le escribía a Manuel de Anchorena:
“He recibido su amable
carta del 24 de diciembre próximo pasado y le agradezco el envío de la
publicaciones sobre la campaña Pro-Repatriación de los restos del Brigadier
General Don Juan Manuel de Rosas y para la solidificación de las bases de
nuestra liberación nacional. Ambas cosas deben merecer la preocupación
patriótica de los argentinos, porque para asegurar el destino de la Patria es
tan importante defender su futuro como hacer justicia a su pasado. Don Juan
Manuel, no solo ha tenido la gloria de su grandeza, sino que también ha
merecido el honor que le han rendido la infamia y la calumnia de los hombres
pequeños…Desde niño ha repugnado a mí espíritu cuanto se ha escrito sobre
Rosas en las ‘historias’ fabricadas por escribas de la ignominia y el rencor.
Hace muchos años, en
oportunidad de realizar investigaciones históricas en el Archivo General de la
Nación, se me ocurrió echar una ojeada a los archivos documentales de la época
de la Santa Federación y me fue dado comprobar que la documentación existente
era totalmente desconocida…Ha sido necesario esperar la acción de los
revisionistas históricos para conocer una realidad oculta bajo la oscuridad
nefasta de la mentira.” (Anchorena, Manuel, 1990: 32)
La estrategia del
presidente Perón para reivindicar a Rosas
Cuando el teniente Perón manifestó a su padre su admiración por Rosas,
gobernaba la Argentina el presidente Hipólito Yrigoyen quien – como afirma
Arturo Jauretche- mantenía su rosismo como un culto secreto que practicaba en
su círculo intimo de amigos, sin atreverse, jamás, a profesarlo públicamente.[1]
Cuando Juan Domingo Perón
fue, a partir de 1946, presidente de los argentinos, aparentemente tampoco
emprendió la reivindicación histórica de Juan Manuel de Rosas. Cabe entonces
realizar la siguiente pregunta: ¿No pudo, no supo o no quiso el presidente
Perón asumir la defensa de Juan Manuel de Rosas al que había calificado, siendo
joven, como “el más grande argentino de su época”?
Para responder
acertadamente a esta pregunta es preciso entender que Perón como político y
estadista nunca fue un jugador de póker, sino de ajedrez. Es preciso comprender
que, en esos años, reivindicar a Rosas, era equivalente a reivindicar, en
nuestros días a un dictador genocida como Rafael Videla.
Rosas no había sido ni un
tirano ni un asesino – como lo presentaba la historia mitrista hegemónica en
todos los niveles de la educación en argentina desde la escuela primaria a la
Universidad- y Perón lo sabía perfectamente pero, dado que la mayoría de los
argentinos habían sido educados en el antirosismo, llegó a la conclusión de que
había que llegar a la reivindicación histórica de Rosas de forma indirecta.
Todavía, en la década de
1940, Bernardino Rivadavia aparecía como la figura histórica más importante de
la historia argentina. Fue entonces que Perón planificó que, el año 1950, debía
ser el Año Sanmartiniano. Puesto San Martín como figura central de la
Historia Argentina, el estudio de su accionar político y de su epistolario,
conduciría, como una autopista, al triunfo del revisionismo histórico pues
quedaría en evidencia la enemistad entre San Martin y Rivadavia y la admiración
del Libertador por Juan Manuel de Rosas. Este fue el razonamiento de ese
gran ajedrecista político que fue Juan Domingo Perón.
Perón, llegó a la
conclusión de que los argentinos, estudiando profundamente la vida de San
Martín, descubrirían que, desde el inicio de su gobierno, Rivadavia se negó,
por completo, a colaborar con los ejércitos que luchaban contra los realistas
españoles. Que Rivadavia negó todo tipo de ayuda, tanto al ejército de Martín
Miguel de Güemes, que daba batalla en Salta y Tarija, como al Ejército
Libertador del Gral. José de San Martín, que combatía en el Perú. Que los dos
delegados, enviados por San Martín, para solicitar ayuda financiera y apoyo
logístico para culminar la Guerra de Independencia, obtuvieron como respuesta,
por parte de Rivadavia y la Legislatura de la Provincia que, a Buenos Aires le
convenía que no se fueran los realistas de Perú y que Buenos Aires debía
replegarse sobre sí misma.[2]
Por otra parte, Perón
apostando al largo plazo, estaba seguro que los argentinos se harían una idea
más acabada, tanto de las condiciones morales como de los resultados de la
interesada administración de Bernardino Rivadavia, con sólo poder conocer
algunos fragmentos – ocultados por la historia oficial – del intercambio
epistolar entre dos héroes americanos del más elevado valor moral y patriótico,
como lo fueron San Martín y O´Higgins, quienes, por lo demás, -comprobarían los
argentinos educados en la historia oficial- fueron víctimas directas, tanto en
lo personal como en la actividad política y militar, de la acción de Rivadavia.
Perón estaba seguro de que
ubicando a San Martín como figura central de la Historia Argentina sus
conciudadanos llegarían, por fin, al conocimiento de documentos históricos
sustanciales como la correspondencia epistolar entre San Martin y O’Higgins y
entre San Martín y Rosas y que, entonces, podrían leer párrafos como los que siguen:
“Ya habrá sabido Vd.,- le
decía San Martín a O´Higgins- la renuncia de Rivadavia. Su administración ha
sido desastrosa. Y sólo ha contribuido a dividir los ánimos; él me ha hecho una
guerra de zapa, sin otro objeto que minar mi opinión suponiendo que mi
viaje a Europa no había tenido otro objeto que el de establecer Gobiernos en
América. Yo he despreciado tanto esas groseras imposturas, como su innoble
persona.” (Abad, Placido, 1928: 13) Le escribía San Martín a O´Higgins,
el 20 de octubre de 1827, desde Bruselas.
Por su parte, O´Higgins se
despachaba, en su respuesta epistolar, de fecha 16 de Agosto de 1828 – desde su
exilio peruano – de modo, si cabe, más violento aún:
“Un enemigo tan feroz de
los patriotas,- agregaba- como don Bernardino Rivadavia, estaba deparado por
arcanos más oscuros que el carbón, para humillarlos y para la degradación en
que su desastrosa administración ha dejado a un pueblo generoso que fue la
admiración y la baliza de las repúblicas de la América de Sur. Este hombre
despreciable, no sólo ha ejercido su envidia y su encono en contra de Ud.; no
quedaba satisfecha su rabia y acudiendo a su guerra de zapa, quiso minarme en
el retiro de este desierto, donde, por huir de ingratos, busco mi subsistencia
y la de mi familia con el sudor de mi frente. Yo nunca lo conocí personalmente
y él sólo me conoce por mis servicios a la patria y me escribieron de Buenos
Aires que, por su disposición, se dieron los artículos asquerosos que
aparecieron contra mi honradez y reputación en los periódicos de Buenos Aires
de aquella afrentosa época.” (Abad, Placido, 1928:14)
En momentos en que San
Martín cruza esta correspondencia con O’Higgins, el Libertador temía que la
anarquía fratricida en que los unitarios habían sumido a la Argentina,
terminara por derrumbarla y por hacer fracasar la lucha por su independencia
para la que tanto se había sacrificado. Es por ello que, el 3 de abril de 1829,
le escribe a su amigo Tomás Guido:
“Para que el país pueda
existir, es de necesidad absoluta, que uno de los dos partidos en cuestión
desaparezca de él. Al efecto se trata de buscar un salvador que, reuniendo el
prestigio de la victoria, el concepto de las demás provincias y más que todo un
brazo vigoroso, salve a la Patria de los males que la amenazan.” (O’Donnell,
Pacho 2010: 154)
El 13 de abril de 1829, San
Martín le vuele a escribir carta a O´Higgins:
“Los autores del movimiento
del 1º de diciembre-dijo- son Rivadavia y sus satélites, y a Vd. le consta los inmensos
males que estos hombres han hecho, no sólo a este país, sino al resto de
América, con su infernal conducta; si mi alma fuese tan despreciable como las
suyas, yo aprovecharía esta ocasión para vengarme de las persecuciones que mi
honor ha sufrido de estos hombres; pero, es necesario enseñarles la diferencia
que hay de un hombre de bien a un malvado.” (Abad, Plácido, 1928: 37)
El 5 de
agosto de 1838, el Libertador Gral. José de San Martín indignado, por la
intervención francesa en el Río de la Plata – que tenía como objetivo oculto la
creación de la República de la Mesopotamia bajo protectorado francés- y, por el
apoyo que los unitarios daban a la misma, le escribe a Juan Manuel de Rosas la
primera de una larga serie de cartas en la que pone su espada al servicio de la
Confederación Argentina en el caso de que se desate la guerra abierta contra
Francia:
“He visto por los papeles
públicos de esta, el bloqueo que el gobierno Francés ha establecido contra
nuestro país; ignoro los resultados de esta medida; si son los de la guerra, yo
sé lo que mi deber me impone como americano…Ud. sabrá valorar, si usted me cree
de alguna utilidad, que espere sus ordenes; tres días después de haberlas
recibido me pondré en marcha para servir a la patria honradamente, en cualquier
clase que se me destine.” (Chávez, Fermín, 1975: 12)
El 10 de junio de 1839, el
Libertador más indignado aún, por el apoyo que los unitarios exiliados en la
Banda Oriental del Uruguay – entre los que se encontraban entre otros
Bernardino Rivadavia, José Ignacio Álvarez Thomas, Juan Lavalle, Salvador María
del Carril, Florencia Varela y Juan Cruz Varela- brindan a Francia,
en su agresión contra la Confederación Argentina, le escribe a Juan Manuel de
Rosas:
“lo que no puedo concebir
es que haya americanos que, por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero
para humillar a su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos
en tiempo de la dominación española; una tal felonía ni el sepulcro la puede
desaparecer.” (Chávez, Fermín, 1975: 16)
Cabe acotar para mejor
comprender la indignación de San Martín que el libertador también estaba en
conocimiento de que desde Buenos Aires Carlos María de Alvear se había
dirigido, ya en 1835, epistolarmente al Mariscal Andrés de Santa Cruz,
presidente de la Confederación Peruano-boliviana, a fin de pactar que este se
uniera al gran plan para acabar con Rosas, a cambio de la incorporación de las
provincias de Jujuy, Salta, Tucumán y Catamarca a la Confederación
Peruano-boliviana. Tampoco ignoraba San Martín que Domingo Cullen, quién había
asumido formalmente el gobierno de Santa Fe tras la muerte de Estanislao López,
el 5 de junio de 1838 le había propuesto a los invasores franceses separar de
la Confederación Argentina a las provincias de la Mesopotamia y a Santa Fe,
para constituir una república independiente bajo protectorado europeo.
El 23 de enero de 1844, San
Martín dicta su testamento y, exultante por el triunfo de la Confederación
Argentina en la guerra contra Francia, establece en la cláusula tercera del
mismo:
“El sable que me ha
acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del Sur le será
entregado al general de la república Argentina Don Juan Manuel de Rosas, como
una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido
al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de
la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban
de humillarla.” (Chávez, Fermín, 1975: 13)
El 6 de mayo de 1850, el
Libertador General San Martín, le escribe, desde Boulogne-Sur-Mer, la última de
sus cartas, al Brigadier Juan Manuel de Rosas:
“Mi respetado General y
amigo:
No es mi ánimo quitar a Ud.
Con una larga carta, el precioso tiempo que emplea en beneficio de nuestra
patria…como argentino me llena de un verdadero orgullo, al ver la
prosperidad, la paz interior, el orden y el honor restablecidos en nuestra
patria; y todos estos progresos efectuados en medio de circunstancias tan
difíciles, en que pocos Estados se habrán hallado. Por tantos bienes
realizados, yo felicito a Ud. Sinceramente, como igualmente a toda la
Confederación Argentina. Que goce Ud. De salud completa y que al terminar su
vida pública, sea colmado del justo reconocimiento de todo Argentino,
son los votos que hace y hará siempre a favor de Ud. este su apasionado Amigo y
compatriota. ” (Chávez, Fermín, 1975: 34)
Dentro del marco de los
festejos del bicentenario del nacimiento del Libertador General San Martín, el
gobierno peronista procedió a rebautizar la calle Carlos María de Alvear, como
avenida del Libertador. La estrategia que Perón eligió para reivindicar la
memoria de Rosas fue, evidentemente una estrategia de largo plazo y, convencido
como estaba de que para tales fines era mejor persuadir que imponer, durante
sus dos primeros gobiernos, el presidente Perón, no repatrió los restos de Juan
Manuel de Rosas, como muchos de sus seguidores – entre ellos John Williams
Cooke – hubieran deseado pero, no es difícil imaginar que, si hubiera procedido
a la repatriación la suerte del cadáver de Rosas no hubiera sido muy distinta
que la que sufrió el cadáver de Evita, varias veces ultrajado y profanado. [3]
Sin embargo, es preciso
mencionar que fue durante la segunda presidencia de Perón que se llevó a cabo,
el 5 de diciembre de 1953, el primer homenaje oficial a los héroes de la Vuelta
de Obligado, por resolución del gobierno de la provincia de Buenos Aires,
encabezado, en ese entonces, por el Mayor Carlos Aloé. Este homenaje se volvió
a repetir el 20 de noviembre de 1954 y su orador principal fue el ministro de
Educación bonaerense, el doctor Raymundo J. Salvat.
En una entrevista que, en
1973, le realizara Tulio Jacovella, a Juan Domingo Perón, el periodista le
preguntó el por qué durante sus dos primeros gobiernos había sido tan tibio el
apoyo oficial al revisionismo histórico y le manifestó que muchos intelectuales
marcaban que no había habido una política educativa claramente revisionista.
Perón respondió entonces:
“Tienen razón. Había que
esperar que existiera una conciencia nacional bien difundida a todos los
niveles. Estos hechos deben madurar, y para eso hace falta muchos años. Fíjese
usted que teníamos que enfrentarnos con cien años de mentiras, y estas cosas no
se pueden hacer por decreto. Teníamos maestros y profesores secundarios, y
hasta universitarios, que habían sido formados – en realidad deformados
inconscientemente- durante muchas generaciones desde el primer grado de la
escuela primaria. Además, estaban los medios masivos de información que
respondían a esa óptica por razones obvias. Pero ahora es distinto: el pueblo
pide, como un derecho más, la verdad histórica… ¡Hemos devuelto los trofeos de
guerra del Paraguay, y no vamos a repatriar con la debida solemnidad los restos
de Rosas, legatario del sable del Libertador!” (Perón,
Juan Domingo, 2002: 385)
El golpe de estado de 1955
y la línea Mayo-Caseros. Derrocado
el gobierno constitucional del general Perón en septiembre de 1955 por un
reducido grupo de golpistas – apoyados secretamente por el gobierno inglés-
procedieron estos a denominar al golpe y, al gobierno surgido de este, como la
“revolución libertadora”. Como había
ocurrido desde la campaña electoral de la Unión Democrática, en 1945, cuando
las diferentes corrientes políticas que integraban la oposición a Perón –
conducida y financiadas por el embajador norteamericano Spruille Braden- habían
utilizado la modalidad retórica de hacer comparaciones peyorativas entre Perón
y Rosas, los publicistas de la autodenominada “revolución libertadora”,
(Goebel, Michael, 2004)concibieron que la campaña antiperonista debía
realizarse en forma prácticamente inseparable de la política de vilipendio
contra Rosas. Fue por ello que se decidió que, en todos los discursos oficiales
una, y otra vez, se debía recordar que, “los acontecimientos de fines de
1955 debían ser entendidos como una repetición análoga del derrocamiento de Rosas.”
(Goebel, Michael, 2004: 254)
Fue entonces dentro de esa
estrategia propagandista que, por instigación del almirante Isaac Rojas, en
octubre de 1955, la dictadura militar que derrocó al gobierno constitucional de
Juan Domingo Perón, mediante el decreto-ley 479 del 7 de octubre procedió a
crear una comisión nacional destinada a investigar lo que la dictadura
denominaba “excesos del peronismo”. Los resultados de esa supuesta
investigación se publicaron, poco después, bajo el título “Libro negro de la
segunda tiranía.”[4]
En noviembre de 1955, el
general Pedro Eugenio Aramburu, luego de realizar un golpe palaciego, se hizo
del poder auto-titulándose presidente provisional de la Argentina.
En su discurso de asunción
afirmó que su gobierno era la continuación de la “línea Mayo-Caseros”.
En esa oportunidad el general doblemente golpista pronunció las siguientes
palabras: “Un solo espíritu alienta al movimiento de la Revolución: es el
sentimiento democrático de nuestro pueblo, que afloró en 1810 y resurgió después
de Caseros.” (Aramburu, Pedro Eugenio y Rojas, Isaac F, 1956: 8)
Poco meses después, el 3 de
febrero de 1955, Aramburu procedió, en el Colegio Militar, a conmemorar el
aniversario de la batalla de Caseros afirmando en esa ocasión:
“Caseros no es sólo la
batalla que devolvió a la Patria su libertad, sino también la reivindicadora de
la gesta de Mayo escarnecida en la noche de la tiranía, y tan magna empresa fue
afrontada con fe, patriotismo y ansias de justicia.”(Aramburu,
Pedro Eugenio y Rojas, Isaac F, 1956: 49)
En su
discurso, Aramburu, se olvidaba, al pasar, de “recordar” que Urquiza había
ordenado fusilar en los primeros días después de Caseros, a 200 argentinos. “Después
de Caseros –proclamó Aramburu en otros de sus discursos- el país no
retrocedió ni miró el pasado sombrío; nadie añoró la época de la
tiranía…los hombres de la Revolución Libertadora, en análogas circunstancias,
tampoco lo haremos.” (Aramburu, Pedro Eugenio y Rojas, Isaac F, 1956:
51)
Si, por un lado, la
propaganda de la dictadura militar comparaba al gobierno de Juan Domingo Perón
con el gobierno de Juan Manuel de Rosas, por otro, gustaba de establecer cierta
analogía entre el gobierno del general Aramburu y los gobiernos de Mitre y
Sarmiento. Quizás, Aramburu y Rojas establecían esa analogía porque el país que
imaginó Sarmiento en el siglo XIX, era el mismo que ellos querían ver
restaurado en pleno siglo XX, luego de la caída, en septiembre de 1955, del
“segundo tirano”.[5]
Sin ningún lugar a dudas,
el núcleo central del discurso propagandístico de la dictadura cívico-militar
que derrocó al gobierno constitucional de Juan Domingo Perón, consistió en
asimilar, su supuesta misión histórica con la que habían cumplido Urquiza y los
unitarios, al derrocar a Juan Manuel de Rosas, contando con la indispensable
ayuda de las tropas brasileñas el 3 de febrero de 1852. En el plano discursivo
estableció, entonces, la dictadura de Aramburu y Rojas, una analogía entre la
batalla de Caseros y el golpe de estado que, en septiembre de 1955, habían perpetrado
– con la ayuda británica- contra el gobierno constitucional de Juan Domingo
Perón. La dictadura militar consagró entonces la analogía – supuestamente
denigratoria- entre Perón y Rosas. Preciso
es remarcar que, el alcance de esta propaganda se extendió hasta los programas
de estudio de historia en las escuelas primarias, los colegios secundarios y
las universidades. El prestigioso profesor Tulio Halperin Donghi, fue el
encargado de darle, a la propaganda antiperonista de la dictadura, un cierto
barniz científico académico.[6] Perón
que, desde su juventud había sido un fervoroso admirador de la figura de Juan
Manuel de Rosas, procedió entonces, desde el exilio, a aceptar como un honor la
analogía entre él y el Restaurador de las Leyes, don Juan Manuel de Rosas.
Desde el exilioPerón se
identifica plenamente con Rosas En 1957,
Perón, con la publicación de su libro “Los Vendepatria”, encara, frontalmente,
la reivindicación de la figura histórica de Juan Manuel de Rosas y asume, sin
medias tintas y sin reparo alguno, el revisionismo histórico. No se trata, por
cierto, de una conversión reciente u oportunista al revisionismo sino del
desarrollo del mismo pensamiento sobre Rosas y la Historia Argentina que le
había expresado a sus padres, en 1918, cuando en ese entonces el joven teniente
Perón tenía 23 años. “Desde 1806
– escribe Perón – nuestra historia es clara. Dos invasiones inglesas
sucumbieron. La España de Fernando VII fue arrojada de nuestro territorio e
ingleses y franceses aliados debieron regresar del Río de la Plata con las
manos vacías…Si en los tiempos heroicos del siglo XVIII, la rudimentaria
nacionalidad formada por los argentinos fue capaz de oponerse a la fuerza
militar, que era el instrumento de las conquistas de la época, también ha
debido luchar contra la insidia que ha pasado a ser el arma moderna. Los
métodos de comprar nativos, hacerlos importantes y utilizarlos después como
‘caballos de Troya’, no es nuevo, ni es original. El General Aramburu es él
último vendepatria y lo más lamentable es que el primero fue también un
General: Carlos María de Alvear. Cómo ha vendido la Patria el General Aramburu,
lo documento en este libro. Carlos María de Alvear no llegó sino a la intención,
porque siendo Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata,
fue derribado violentamente del Gobierno, después de mandar la ‘Misión García’
a Río de Janeiro, con una nota para el embajador de Gran Bretaña, lord
Strangford, en la que ofrecía entrar bajo tutela inglesa, obedecer su leyes y
someter la soberanía. En Alvear se explica por su origen oligarca; mucho menos
explicable lo es en Aramburu, descendiente de inmigrantes.”(Perón, Juan
Domingo, 1974: 177)
En el capítulo quinto, titulado
“La dictadura y el pueblo” refutando la línea “Línea Mayo-Caseros”,
Juan Domingo Perón afirma:
“He deseado cerrar este
libro con un capítulo referido al Pueblo y al antipueblo; el primero luchando
por la independencia y el segundo en su línea histórica tradicional
colonialista. Muchos que desconozcan la realidad, pensaran que el problema
argentino es un problema ideológico o un conflicto de intereses internos, pero
nada está más lejos de la realidad. Se trata sólo de un episodio más del drama
argentino caracterizado por la lucha del Pueblo contra el vasallaje.” (Perón,
Juan Domingo, 1974: 221)
Nótese
que es el tal la importancia que Perónda al tema de la recuperación de la verdadera
historia argentina que lo expone en su libro al final del mismo a modo de
conclusión y que a la par que efectúa un agudo análisis histórico realiza un
extenso relato de los acontecimientos:
“Para no ir más lejos -afirma
Perón-, desde los tiempos de la independencia, aparecen estos episodios en
cada uno de los hechos históricos que jalonan las etapas de la vida argentina.
Ya, en el pronunciamiento inicial, del 25 de mayo de 1810, se mezclan los
gritos de libertad con los de Fernando VII…El Directorio Supremo del General
Carlos María de Alvear, retoma la línea reaccionaria y oligárquica y termina,
como era de esperar, con la famosa ‘Misión García’ de neto corte entreguista.
San Martín, para poder organizar su Ejército en Mendoza, debió vencer muchas veces
el sabotaje y los ataques insidiosos de los traidores que llegaron hasta
destituirlo de su cargo de Gobernador Intendente de Cuyo. A lo largo de su vida
fue siempre perseguido por los agentes de la traición, al punto de verse
obligado a vivir la mitad de ella en el destierro, obligado por las oscuras
fuerzas reaccionarias. Es curioso que Bernardino Rivadavia, su peor enemigo,
haya sido quien contrató el empréstito a Londres.” (Perón, Juan Domingo,
1974: 221)
Luego, Perón, entrando de
lleno en el tema del rescate de la figura histórica de Juan Manuel de Rosas,
afirma de manera inequívoca:
“El Gobierno del brigadier
Don Juan Manuel de Rosas es, sin duda alguna, la elocuencia más evidente
de esta sorda lucha. El debió enfrentar, no sólo el ataque de las escuadras
inglesa y francesa, sino también a los traidores de adentro aliados a los
enemigos externos de la Patria, hecho que hiciera exclamar al general San
Martín, que ni el sepulcro podría borrar para ellos semejante infamia y que lo
impulsara a donar su espada a Rosas como reconocimiento de argentino a su labor
en defensa de la dignidad e integridad de la Patria, no solo contra los
enemigos externos sino también contra los traidores emboscados. La dictadura
-Aramburu/Rojas-, ha invocado la “Línea Mayo-Caseros” que manifiesta seguir. Es
indudable que su confección es real. Ellos como los enemigos de Rosas, tienen
su línea indiscutible; la de la traición a la Patria”(Perón,
Juan Domingo, 1974: 221)
Luego, Perón haciendo
integralmente suyo un editorial del diario “Palabra Argentina”,
-dirigido en ese momento por el tucumano Alejandro Olmos, discípulo de José
Luis Torres-, afirma:
“Caseros no es una derrota
de una concepción política sino, la circunstancial de un hombre. Se triunfó
militarmente sobre un gobernante (Rosas), pero se reinició al país en el camino
de la tragedia que aquel conjurara. Caseros no fue la liberación de la
dictadura sino la declinación del sentido nacional de personalidad y soberanía.
No fue el triunfo de una doctrina nuestra, sino la imposición por la fuerza de
un espíritu formado en filosofías e intereses extraños. No fue una
revolución interna, sino una conjuración extranjera que persiguió el
debilitamiento argentino y que explotó hábilmente las ambiciones políticas de
segundones y adversarios.”(Perón, Juan Domingo, 1974:
222)
Como escribiendo una
amonestación a algunos historiadores que hoy en día, desde el campo nacional y
popular, reivindican la figura del general Urquiza como supuesto jefe de un
federalismo provinciano y que presentan a Urquiza no como un traidor a la
patria, sino como el caudillo conciliador del litoral, negando que Urquiza haya
sido el brazo ejecutor de la política extranjera, Perón, premonitoriamente,
haciendo suyas las palabras de Alejandro Olmos sentencia tajantemente:
“Urquiza había de ser el
brazo ejecutor de la intriga contra la Patria, asumiendo una actitud que la
historia no puede juzgar con indulgencia ni debilidad. ¿Cuál fue su
resultado? La disolución del espíritu nacional, la desarticulación de la
política federalista y la implantación de concepciones contrarias a la
autonomía económica del país, a su evolución industrial y a la explotación
propia de su riqueza. En lo inmediato, perdió definitivamente la Argentina, las
misiones orientales y la soberanía de los ríos interiores, cumpliéndose, con el
disloque del antiguo virreinato, el objetivo primordial de la diplomacia
extranjera. Y, como premio, ¡tremenda ironía!, recibió Urquiza del Imperio
Brasileño – que se hallaba en guerra con la Argentina – la más alta condecoración:
la ‘Gran Cruz de la Orden de Cristo.”(Perón, Juan Domingo,
1974: 222)
Luego Perón dirigiéndose a
los que conducían la dictadura militar – pero también como queriendo amonestar,
premonitoriamente, a aquellos ensayistas que acusarían a los historiadores
rosistas de simplificar la historia por presentar la batalla de Caseros como
una guerra entre el Brasil y la Confederación Argentina y a Urquiza como un
vendido al imperio brasileño- afirma: “Los hombres del Gobierno Provisional
no pueden olvidar que en el campo de Caseros enfrentaron a las tropas del
‘Tirano’ ejércitos extranjeros y mercenarios y que el triunfo fue celebrado
cuando las fuerzas brasileñas entraron en Buenos Aires desplegando la bandera
imperial el 20 de febrero, aniversario de Ituzaingo. Las fuerzas brasileñas
desfilaron por las calles porteñas festejando la victoria. El Tirano
había caído bajo el peso de la intriga. Urquiza había sido un instrumento de
la infamia. Tiempo después, y esto lo olvidan muchos, el mismo Urquiza
había de acusar su propio arrepentimiento.” (Perón, Juan Domingo, 1974:
222)
En esta última frase que es
una muestra más del profundo conocimiento que Perón tenía de la historia, el
caudillo exiliado hace referencia a la carta que Urquiza escribiera al ministro
inglés Roberto Gore, en la que el caudillo entrerriano expresa:
“Tentado estoy de llamar a
Rosas, pues sólo él es capaz de gobernar aquí… Decían que era detestable la
tiranía, pero ahora resulta insoportable la demagogia… Toda la vida me
atormentará constantemente el recuerdo del inaudito crimen que cometí al
cooperar, en el modo en que lo hice, a la caída del general Rosas. Temo siempre
ser medido con la misma vara, y muerto con el mismo cuchillo, por los mismos
que por mis esfuerzos y gravísimos errores he colocado en el poder.” (Chávez,
Fermín, 1996: 52)
Otra de las cartas en
la que Urquiza deja ver su arrepentimiento, es la que le escribiera al
mismísimo Juan Manuel de Rosas, el 24 de agosto de 1858, en
donde manifiesta:
“Yo y algunos amigos de Entre
Ríos, estaríamos dispuestos a enviar a Vs. alguna suma para ayudarlo a sus
gastos, si no nos detuviese el no ofender su susceptibilidad, y le agradecería
que nos manifieste que aceptaría esta demostración de algunos individuos que
más de una vez han obedecido sus órdenes. Ella no importaría otra cosa que la
expresión de buenos sentimientos que le guardan los mismo que contribuyeron a
su caída, pero que no olvidan la consideración que se debe al que ha hecho tan
gran figura en el país, y los servicios cuya gloria nadie puede arrebatarle, y
son los que se refieren a la energía con que siempre sostuvo los derechos de la
Soberanía e independencia nacional.”(Chávez, Fermín, 1996: 53)
Finalmente, como respuesta
a aquellos que ya comenzaban a afirmar, equivocadamente, que la derrota
nacional no se había producido en Caseros sino en Pavón, Perón afirma: “En
Caseros, se inició el proceso de declinación política, económica y moral que
abrió al país una etapa dramática de anarquía y desconcierto, de envilecimiento
y entreguismo, de guerras civiles y luchas separatistas, de gobiernos
fraudulentos e instituciones corruptas…La conciencia que triunfó en Caseros fue
extraña a la continuidad histórica de la Nación.” (Perón, Juan Domingo
1974: 222)
Perón y las dos grandes líneas históricas Otro de los grandes libros
escritos por Perón, durante su exilio fue “La hora de los pueblos”. En
dicha obra, volverá Perón a encarar el tema histórico y, retomando el
pensamiento de Raúl Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche, explicitará una “idea
fuerza” fundamental que se transformará en la piedra angular de todo su
pensamiento, consistente en sostener que, “la guerra de la independencia de
España” fue un fracaso, no sólo, como sostenían los hombres de la
Generación del ´900- Rodó, Vasconcelos y Ugarte-, porque no se logró conformar
políticamente la gran nación hispanoamericana con la que soñaban los
Libertadores, sino, también, porque las distintas repúblicas que surgieron,
producto de la fragmentación de los distintos Virreinatos, pasaron de la
dependencia formal de España a la dependencia informal de Gran Bretaña. Es, en
tal sentido que Perón afirma: “A
mucha gente le llama la atención ese estado permanente de perturbación del
orden y a menudo de la paz en los países iberoamericanos. Este hecho
aparentemente inexplicable para los que no conocen nuestros países…tiene su
origen en los mismos comienzos del siglo XIX y simultáneamente con nuestra
independencia, cuando sobre los despojos del Imperio Español, se comienza a
montar su reemplazante: El Imperio Inglés que, con una gran inteligencia no
utiliza la fuerza para dominar, sino los medios económicos convenientemente
empleados, gravitando sobre los intereses de la incipiente clase dirigente de
esta naciente comunidad. Es así como nacen nuestras “Repúblicas”, con una
aparente independencia política, pero en realidad de verdad sometidas por otros
medios en los que, si no entra la fuerza de las armas, se emplea la habilidad
que suele ser infinitamente superior.” (Perón, Juan Domingo, 1982: 9)
Luego, Perón retomando el pensamiento de San
Martín – el que el Libertador le expresara a su amigo Tomás Guido, 3 de abril
de 1829- afirmará que la otra gran razón fundamental que explica la
inestabilidad política que sufre la Argentina reside en la lucha no resuelta
entre las dos líneas políticas históricas que se enfrentan en ellas desde el
mismo comienzo del proceso de independencia. Perón afirma entonces:
“Cuando en España desaparece Fernando VII
para dar lugar a las Cortes de Cádiz que enfrentan a la dominación napoleónica,
en el Virreynato del Río de la Plata desaparece también el poder virreinal,
reemplazado por la ‘Primera Junta’. Es desde allí que parten ya dos
líneas históricas que han de acompañarnos en
toda nuestra existencia: la primera hispánica y nacional, la segunda
antinacional y anglosajona. Esas dos líneas, perfectamente
definidas a veces y en otras ocasiones desvirtuadas consciente o
inconscientemente, se prolongan a través de la anarquía que precede a la
organización nacional, influenciada siempre por las condiciones geopolíticas de
su conformación virreinal desde 1776…Tales líneas, con pocas variantes, han
subsistido a través de esas luchas políticas y del tiempo como Federales,
unitarios, radicales, conservadores, justicialismo, Unión Democrática,
‘Gorilas’, etc. De éstos, los que han pertenecido a la línea nacional han
tenido lógicamente el apoyo popular: en cambio, los que pertenecieron a la
línea antinacional tuvieron el favor imperialista y su apoyo. La
personificación de estas líneas en los mandatarios argentinos no hacen sino
reflejarlas: los nacionales recibieron invariablemente el espaldarazo popular;
los antinacionales, desde los primeros Directores Supremos surgidos por orden
del imperio de las decisiones de la Logia Lautaro de Buenos Aires (Posadas y
Alvear) recibieron en cambio, la ‘bendición’ de los agentes del Rito Celeste”.
(Perón, Juan Domingo, 1982: 10) Importa
resaltar que las cartas y escritos de Perón –entre ellas las que se referían a
la figura histórica de Juan Manuel de Rosas- lograron circular masivamente a
través de una improvisada, pero muy popular, prensa peronista ya desde
diciembre de 1955 cuando aparecieron: “Doctrina” dirigido por José Rubén García
Maín, “El ‘45” por Arturo Jauretche, “Palabra Argentina”, por Alejandro Olmos,
“El descamisado”, por Manfredo Sawady. Todas
estas publicaciones se vendían en los kioscos de revistas de Buenos Aires,
hasta que, fatal e inevitablemente, su producción y venta era interrumpida por
la censura política. También se
publicaban hojas barriales tales como “Renovación” o “El Doctrinario” que, con
una tirada de 5000 ejemplares se repartían, en los barrios porteños, de mano en
mano. Otra importante publicación peronista fue “El Guerrillero” que, en 1958,
comenzó a publicar selecciones del libro “Los Vendepatria”, de Perón.
En la ciudad de Rosario, destacó, el periódico peronista “La Argentina (Justa,
Libre y Soberana)”, dirigido por la señora Nora Lagos. Las cartas de Perón eran
comúnmente la tapa de la prensa peronista. (Moyano Laissue, Miguel Ángel, 2000)
Por eso puede afirmarse que las cartas en las que Perón reivindica la figura de
Juan Manuel de Rosas eran escritos no carácter privado sino de carácter público.
La resistencia, el retorno y la
confirmación del Revisionismo Histórico como movimiento nacional y popular.
El golpe militar que, en septiembre de 1955, derrocó
al gobierno constitucional del presidente Juan Domingo Perón, intervino las
universidades expulsando de ellas a todos los profesores que simpatizaban con
el peronismo, intervino la Confederación General del Trabajo, proscribió al
partido justicialista, prohibió con pena privativa de la libertad el pensar y
sentir como peronista y comenzó una implacable persecución política de los
dirigentes y militantes peronistas que fueron encarcelados, torturados y,
muchos de ellos, asesinados por el solo hecho de ser peronistas. [7] Fue, en esas terribles circunstancias, que
nace la “Resistencia Peronista”, conformada por múltiples y pequeñas
organizaciones que, en los barrios obreros y, en casi todas las fábricas de la
Argentina, se fueron organizando espontáneamente para resistir a la dictadura
militar y lograr el retorno del caudillo exiliado. En esas pequeñas organizaciones clandestinas,
que conformaban a “Resistencia Peronista”, se comprendió rápidamente que, si la
dictadura militar identificaba a Perón con Rosas, no había duda alguna,
entonces, que la historia que ellos habían recibido en la escuela primaria que
hablaba del tirano Rosas debía ser falsa. Si mentían con respecto a
Perón llamándolo el “segundo tirano sangriento”
seguramente también mentían con respecto a Rosas a quien llamaban “el
primer tirano sangriento”.
Este razonamiento llevó a la Resistencia Peronista al
acercamiento con los historiadores revisionistas que comenzaron a ser miembros
asiduos de todas las organizaciones políticas y sindicales peronistas. Este fenómeno de identificación – de
las figuras de Rosas y Perón – ocurría al tiempo que Perón, desde
el exilio, comenzaba la reivindicación expresa y contundente de la figura de
Juan Manuel de Rosas y hacía suyos todos los postulados del revisionismo
histórico. Durante sus 18 años
de exilio, en cientos de cartas que eran luego publicadas en pequeños
periódicos – muchos de ellos clandestinos- o en folletos y revistas de las
organizaciones sindicales, Juan Domingo Perón vindicó una y otra vez, la figura
histórica de Juan Manuel de Rosas identificándose con sus ideales, su destino y
su suerte. Así, escribe Perón, en carta a Manuel Anchorena, en el año 1971:
“¿Ignoran acaso los argentinos que el General
San Martín, murió en el exilio, arrojado de su patria, por los que entonces lo
calificaron de ambicioso y ladrón?..¿Ignoran acaso los argentinos que el
Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas, que sirvió la misma causa que San
Martín, tuvo el mismo destino que éste y también murió exiliado?…Los mismos que
sirvieron a sus órdenes poco tardaron en acomodarse a la nueva situación,
mientras los fieles eran degollados, lo que siempre suele ocurrir en esta lucha
sin grandeza motivada por los intereses enfrentados con los ideales. San
Martín, desde su lejano exilio lo comprendió y le rindió el mayor homenaje que
puede rendir un soldado a otro soldado: regalándole su espada libertadora con
palabras que ponen en evidencia que ambos servían una misma causa: la
Independencia de la Patria y la soberanía de su Pueblo…Ambos,
murieron en el ostracismo después de un largo exilio, y aun muertos,
permanecieron largos años enterrados en la lejana tierra que les dio amparo.
Aunque tarde, un deber de conciencia insoslayable doblegó la ignominia de las
pasiones y los restos de San Martín fueron repatriados. La Nación y el Pueblo
Argentino sufren la afrenta de no haberlo hecho con otro ilustre argentino: el
Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas.
Yo sé mucho de cuanto estoy diciendo porque
la experiencia en cuero propio suele ser la parte más efectiva de la sabiduría.
También yo he tratado de servir los ideales que sirvieron San
Martín y Rosas y he tenido el honor de seguir su misma suerte. Por eso, aun
muriendo en el exilio, estaré en la mejor compañía y no me quejo de mi
destino.” (Rom, Eugenio, 1990: 23)
En sus libros, cartas y entrevistas Perón se
identificaba con Rosas y estimulaba la lectura de los autores más destacados
del revisionismo histórico. De esta forma el revisionismo histórico que, hasta
1955, había sido cultivado por pequeños grupo de historiadores y aficionados a
la Historia, encarnándose en el peronismo, se convirtió en un movimiento de
masas.
El peronismo, proscripto conformaba la mayoría
absoluta de la población argentina y el revisionismo histórico, con la
bendición de Perón desde el exilio, se convirtió en el ADN del peronismo. Desde
el exilio, el caudillo afirmaba que la línea histórica nacional era: San Martín-Rosas-Perón
y en las manifestaciones, el pueblo peronista comenzaba a cantar “Militares
militares, militares de cartón, militares son los nuestros: San Martín, Rosas,
Perón”.
Después de 18 años de exilio, Perón logró romper
el “mito del no retorno”. Restaurada la democracia -después de 18 años de
persecuciones, torturas, y proscripción del peronismo- se produjo la anulación,
por parte de las cámaras legislativas de la Provincia de Buenos Aires, de las
leyes de condena dictadas en el año 1857 contra la persona del Brigadier
General Don Juan Manuel de Rosas y el restablecimiento de todas sus dignidades
y honores. Por iniciativa de Carlos Cornejo Linares, se dictó una ley nacional,
en 1974 que disponía los honores de Jefe de Estado y la repatriación de los restos
de Juan Manuel de Rosas. El embajador argentino en Londres, el Dr.
Manuel Anchorena, recibió, entonces, del propio general Perón el mandato
correspondiente para proceder a la repatriación de los restos del Brigadier
Juan Manuel de Rosas. (Rom, Eugenio, 1990: 17)
Perón, que había roto el mito del “no retorno”,
quiso, de esa forma, repatriar los restos de Rosas como último acto de la
reivindicación de la figura histórica del Restaurador don Juan Manuel de Rosas
que el admiraba desde que lucía, en 1918, su uniforme de Teniente del Ejército
argentino pero, al viejo conductor lo sorprendió la muerte el 1º de julio de
1974.
Bibliografía Abad, Plácido (1928): El General
San Marín en Montevideo, Montevideo, Peña.
Anchorena, Manuel (1990): La Repatriación de
Rosas, Buenos Aires, Theoría
Aramburu, Pedro Eugenio y Rojas, Isaac F (1956): La
Revolución Libertadora en 12 meses de gobierno, Buenos Aires, sin
editorial.
Brión Daniel (2001): El presidente duerme.
Fusilados en junio de 1956. La generación de una causa, Buenos Aires,
Dunken
Chávez, Fermín (2001): Siete escolios sobre
Perón, Buenos Aires, Theoría. Chávez, Fermín (1996): La vuelta de
Rosas, Buenos Aires, Theoría.
Chávez, Fermín (1975): Correspondencia de San Martín y Rosas,
Buenos Aires, Theoría. Chávez, Fermín
(1975): Testamento de San Martín y Rosas y La Protesta de Rosas,
Buenos Aires, Theoría.
Crespo, Jorge (1998): El Coronel, Buenos
Aires, Ayer y Hoy Ediciones Goebel,
Michael (2004): “La prensa peronista como medio de difusión del
revisionismo histórico 1955-1958”, Buenos Aires, Revista Prohistoria
nª8. Jauretche, Arturo, (2006): Política
nacional y revisionismo histórico, Buenos Aires, Corregidor. Moyano Laissue, Miguel Ángel (2000): El
periodismo de la prensa peronista 1955-1972: años de luchas y de victorias,
Buenos Aires, Ed. Asociación de la Resistencia Peronista.
O’Donnell, Pacho (2010): La Gran Epopeya. El
combate de la Vuelta de Obligado, Buenos Aires, Norma. Perón, Juan Domingo (2002): Obras
completas, Buenos Aires, Docencia, tomo XXIV, Perón, Juan Domingo (1974): Los
Vendepatria. Las pruebas de una traición, Buenos Aries, Freeland. Perón,
Juan Domingo (1982): La hora de los pueblos, Buenos Aires,
Freeland. Rom, Eugenio (1990): ¡Perdón
Juan Manuel! Crónica de un regreso, Buenos Aires, Plus Ultra. Sin autor: (1958): Libro Negro de la Segunda
Tiranía, Buenos Ares, sin editorial.
[1]. Ricardo Caballero (1876-1963) primer
vicegobernador radical de Santa Fe en 1912 y posteriormente senador nacional es
uno de los que más testimonios ha dado de ese culto secreto por Rosas que
profesaba Hipólito Yrigoyen. “Terminadas las elecciones de Entre Ríos –
escribe Caballero- y con la sensación de la victoria, que comprobó después el
escrutinio, regresamos de aquella provincia acompañando al doctor Yrigoyen hasta
Rosario, desde donde él continuo viaje en el vapor especialmente fletado que
nos conducía. Mientras nos aproximábamos al puerto y a bordo se realizaban las
maniobras de atraque, tuvimos un aparte incidental con el doctor Yrigoyen y el
coronel don Ricardo Pereyra Rosas , sobrino nieto de don Juan Manuel de Rosas.
Por ser una de las contadas ocasiones que he recogido de labios del doctor
Yrigoyen algún juicio sobre la personalidad de Rosas, referiré aquí el
contenido de aquella lejana conversación de 1914. Hablamos con el coronel
Pereyra Rosas de la necesidad y conveniencia de mencionar en las próximas
campañas proselitistas las fuentes históricas de la Unión Cívica Radical.
Sosteniendo esta tesis, yo le decía al coronel Pereyra Rosas: se habrá dado cuenta
que en Entre Ríos las masas radicales de su indómita población están formadas
por exjordanistas, vale decir por los federales auténticos que abandonaron a
don Justo (Urquiza) cuando se entendió con los unitarios…Acabamos de palpar, le
agregaba, que el sentimiento argentino y federal no se ah extinguido en la
población nativa y que a él debemos el brillante triunfo que indudablemente
hemos obtenido. Esta conversación era escuchada en silencio por el doctor
Yrigoyen…Al recordar el largo destierro del general Rosas…el doctor Yrigoyen
nos interrumpió para decirnos: ‘Cuando ustedes estudien la
personalidad de general Rosas, dirijan las investigaciones a destacar la
nobleza y la altivez de la vida solitaria que llevó en el extranjero. Es para
mí ese período de su existencia azarosa, el que ilumina con mejor luz el fondo
de su recia personalidad”. Chávez, Fermín (1996): La vuelta de
Rosas, Buenos Aires, Theoría, págs. 175 y 176.
[2]. El 18 de enero de 1817, el Ejército de los
Andes inicia el cruce de la cordillera. El 12 de febrero, San Martín y su
ejército, ya en Chile, derrotan a los realistas en Chacabuco. Dos días después,
San Martín entra en Santiago. El 12 de febrero 1818 se proclama, en Santiago,
la Independencia de Chile. En 1819, San Martín desobedece la orden del
Directorio (poder ejecutivo de las Prov. Unidas del Río de la Plata), de
abandonar su campaña libertadora para reprimir al gran caudillo oriental José
Gervasio Artigas y a los federales del Litoral. El 1º de febrero de 1821, las
tropas federales de Estanislao López y Francisco Ramírez derrotan, en Cepeda, a
las fuerzas del Directorio. Desaparece la autoridad nacional y cada provincia
se maneja como puede, por su cuenta. El 12 de Julio de 1821, San Martín, entró
con sus tropas en Lima y el 28 de julio, proclamó la Independencia del Perú.
Fue, así, designado Protector del Perú. En Buenos Aires, gobierna Martín
Rodríguez, con Rivadavia como Ministro de Gobierno.
[3]. La primera junta pro-repatriación de los
restos de Juan Manuel de Rosas surgió en 1934 en la Provincia de Santa Fe y
estuvo integrada entre otros por Alfredo Bello, José María Funes y el padre
Alfonso Durán. La segunda junta pro-repatriación de los restos de Rosas fue
creada formalmente el 29 de junio de 1954 y estuvo integrada entre otros por
José María Rosa, Carlos Ibarguren, Ernesto Palacio, Manuel Gálvez, Luis Soler
Cañas, Fernando García della Costa, Lucio Moreno Quintana, Fermín Chávez y John
W. Cooke. Ese mismo año de 1954, el historiador José María Rosa le solicita –
pedido publicado en el boletín del Instituto Juan Manuel de Rosa- al gobierno
nacional presidido por Juan Domingo Perón que se declare día de la soberanía el
20 de noviembre.
[4] Este libro fue publicado masivamente por la
dictadura militar de Aramburu y Rojas y fue concebido como el manual que
contenía todas las supuestas aberraciones cometidas por el gobierno peronista.
Este libro tuvo varias ediciones nosotros citamos la de 1958, todas sin que se
indicara el autor ni la editorial. Sin
autor: (1958): Libro Negro de la Segunda Tiranía, Buenos Ares, sin editorial.
[5] Pero, con qué país soñó el ilustre
sanjuanino. Dejemos, en lo posible, que el mismo Sarmiento nos lo relate. Era
seguramente el país con que soñó Sarmiento un país democrático: “Los
gauchos que se resistieron a votar por nuestros candidatos –exclamó
exultante Sarmiento el 17 de junio de 1857– fueron puestos
en el cepo o enviados a las fronteras con los indios y quemados sus ranchos.
Bandas de soldados armados recorrían las calles acuchillando y persiguiendo a los
opositores. Tal fue el terror que sembramos que el día 29 triunfamos sin
oposición”. Era seguramente, también, el país con que soñó
Sarmiento un país donde debía reinar la justicia social: “Las Cámaras no
deben votar partidas para la caridad pública -sostuvo Sarmiento, el 13
de septiembre de 1859 en el Senado de la Provincia de Buenos Aires-
porque la caridad cristiana no es del dominio del Estado. El Estado no tiene
caridad, no tiene alma…Si los pobre se han de morir que se mueran…El mendigo es
como la hormiga. Recoge los desperdicios. De manera que es útil sin necesidad
que se le dé dinero…¿Qué importa que el Estado deje morir al que no puede vivir
por causa de sus defectos? Los huérfanos son los últimos seres de la sociedad;
no se les debe dar más de comer.” Suarez, Matías (1964): Sarmiento
ese desconocido, Buenos Aires, Theoría, págs. 70 y 185.
[6]. Puede suponerse con cierta certeza que Tulio
Halperin Donghi fue siempre fiel a ese encargo y que por ello en su libro La
democracia de masas, omite que hubo 380 muertos, en el bombardeo a la
plaza de Mayo del 16 de junio de1955, afirmando solo que “se ametralló el
centro porteño”, encubriendo de esa forma –como afirma Norberto Galasso-
los crímenes de Aramburu y Rojas.
[7] El Decreto Ley 4161, en su artículo 1ª,
prohibía expresamente “La utilización de imágenes, símbolos, signos,
expresiones significativas, doctrinas, artículos y obras artísticas, (…) que
sean (…)representativas del peronismo”, e incluía una lista de vocablos
proscritos, tales como “peronismo“,
“peronista“, ” justicialismo“, “justicialista“, “tercera posición“,
la Marcha peronista
y los discursos del presidente depuesto. En su artículo 2ª declaraba que estas
disposiciones eran de orden
público, impidiendo la alegación de derechos adquiridos para resistirla. En
su artículo 3ª establecía las penas para los infractores, entre las cuales se
encontraba la reclusión de treinta días a seis años, una multa económica, la
inhabilitación para desempeñar cargos públicos y la clausura temporal o
permanente del local, si se tratase de un comercio o empresa.El 9 de junio de
1956 se produjo un levantamiento cívico-militar contra la dictadura militar de
Aramburu y Rojas, liderado por el general Juan José Valle. El levantamiento fue
rápidamente abortado debido a que el movimiento había sido infiltrado y el
gobierno militar estaba esperando a los insurrectos. La dictadura decidió
efectuar un castigo ejemplificador y completamente inusual en la historia
argentina del siglo XX, disponiendo el fusilamiento de los sublevados. Entre el
9 y el 12 de junio de 1956 veintisiete civiles y militares fueron ejecutados,
algunos en fusilamientos clandestinos en una zona de basurales de José León
Suárez, provincia de Buenos Aires. Estos hechos fueron magistralmente relatados
por Rodolfo Walsh en su libro Operación
Masacre. Al respecto también puede consultarse la brillante obra de
Brión Daniel (2001): El presidente duerme. Fusilados en junio de 1956. La
generación de una causa, Buenos Aires, Dunken.
No hay comentarios:
Publicar un comentario