Por Federico Ibarguren
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mentalidad liberal parece agarrarse de la generación del ’80, como único
vínculo con la
Historia Argentina –alabándola con retórica pueril-, porque
rompió todo contacto con el pasado remoto, a través de una ideología (la
ideología que repudia la historia como experiencia, por falsos prejuicios
antitradicionalistas) y fue reemplazada con utopías sin raíces o por meras
certidumbres positivistas. Evidentemente, al perder contacto y desentenderse
de la antigua cultura heredada, los liberales se han quedado huérfanos,
y ahora han descubierto a la generación del ’80 como único vínculo con nuestro
pretérito. La elemental historia que saben y repiten es la prefabricada por los
unitarios; o sea: la leyenda de los próceres oficiales ‘buenos’, según ellos. Y nada más.
Pero vamos a ver hoy cual es la verdadera
radiografía de la generación del ’80 en este terreno, así como los efectos
producidos –a largo plazo- por la masónica revolución laicista.
Desgraciadamente no puedo tocar todos los
temas que se deben tocar, cuando se habla de una generación; sobre todo cuando
ella ha tenido gran predicamento político. Me voy a referir solamente a la
lucha religiosa desatada por Roca en
1880, en su primer gobierno, cosa insólita en nuestro país, puesto que
–exceptuando el fracasado intento rivadaviano- ni en la época del virreinato y
mucho menos en los siglos anteriores, existió un cisma religioso anticatólico
o un movimiento francamente de ese signo
entre nosotros. Era algo que no tenía vigencia; al parecer imposible de
prosperar en la Argentina
de antaño.
Roca, plagiando a Rivadavia, importa a través
de la masonería aquel problema –esta vez en el ámbito nacional- y provoca una
especie de ruptura con la
Iglesia, una insólita agresión; desatándose la lucha
religiosa en todo el país que concluye con el triunfo parcial del equipo
gubernamental (en aquel tiempo estaba constituido por hombres de la masonería).
En realidad, Roca no hizo otra cosa que cumplir sumisamente el plan masónico en
el aspecto cultural de su política.
EL PLAN MASÓNICO.
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plan para el Río de la Plata
era bastante sencillo y consistía en cuatro logros escalonados, de los cuales
el roquismo consiguió la mitad. A saber: Educación laica; Ley de Matrimonio
Civil; ley de Divorcio y Separación de la Iglesia del estado.
El gobierno de Roca en 1884 sancionó la
ley de Educación Laica (la escuela sin Dios), y Juárez Celman en 1888 hizo
aprobar la ley de Matrimonio Civil (es decir, el matrimonio sin Iglesia). Era
una manera de descristianizar paulatinamente al pueblo argentino en forma
solapada; pero ya vamos a ver con qué argumentos y con qué agresividad los
masones atacaron la tradición religiosa del catolicismo argentino de cepa
española.
Citaré testimonios de historiadores
veraces y documentos de la época, que eso es lo más importante para un
historiador, pues la historia no puede inventarse como hacen los novelistas y
literatos. No puede crearse ‘ex-nihilo’ una versión que no esté de acuerdo
exactamente con los testimonios de los tiempos que se estudian; tiene que
basarse en documentos, y eso es lo que quiero dejar bien establecido. No son
cosas mías las que voy a decirles a ustedes en esta sumaria relación; no son
inventos míos ni historias mías en absoluto. Por otra parte, no pretendo aquí hacer el proceso definitivo
contra la celebérrima generación del ’80, tan alabada por el liberalismo
argentino en general; no soy Juez, y aunque lo fuera, en historia no existe la
‘cosa juzgada’. Los liberales, por supuesto, tienen abierto el derecho de
apelación. Pero los documentos que voy a citar creo que hablan por sí mismos.
Desde mi lejana juventud he abrazado el
catolicismo por convicción y me debo a mi fe tradicional; “soy amigo de mis
amigos, pero más amigo soy de la
Verdad”. He aquí mi planteo en pocas palabras. Descontando
retóricos lugares comunes de circunstancias. Y rectificando arraigados ‘mitos’
oficialistas que se van repitiendo a través de los años sin análisis críticos
serios.
UNA GENERACIÓN AGNÓSTICA.
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reconocer en cierto modo el señorío de algunas de las personalidades humanas de
la generación de mis abuelos, que actuaron en una sociedad todavía jerarquizada
(sociedad que aún no había entrado en los pródromos de la masificación
democrática de este tiempo), más sus clases gobernantes, con honrosas
excepciones –fueron desgraciadamente liberales a ultranza; vale decir:
agnósticos en religión, positivistas- a veces ingenuas, ilusionadas con el ‘programa’
de gobierno o la ‘plataforma’ partidaria-, cuando no escéptica en su filosofía
de la vida y déspotas ilustrados a la francesa, eso sí, en política (ingredientes
del faccioso individualismo finisecular). El grupo de la ‘Unión Católica’
aparte, algunos se salvan de estos calificativos, como por ejemplo, un ilustre
salteño: estadista, diplomático y gran parlamentario de aquella generación, el
Dr. Indalecio Gómez. Y en el terreno de la investigación histórica: Adolfo Saldías
y acaso, también, el iconoclasta Paul Groussac. Olvidaba nombrar a Wenceslao
Escalante en la función pública (la excepción confirma la regla). De ‘Los que pasaban’, el implacable tiempo olvidará a
muchos.
Con supina ingenuidad, además, los
promovidos hombres del ’80 en general, creyeron en el ‘Progreso Indefinido’
como motor del futuro, que nos conduciría fatalmente a la ‘Civilización’
mediante el libre pensamiento y la ciencia experimental, que eran importaciones
europeas. Renegaron así de sus profundos ancestros culturales, convenciéndose
(jóvenes inmaduros durante la primera presidencia de Roca) de que plagiando lo
europeo no español, en sus ideas,
creencias, usos y costumbres familiares, alcanzarían en poco tiempo el grado de
adelanto material que anhelaban. Y la masonería anticatólica los enroló en sus
filas y les dio poder político, instrumentándolos ideológicamente desde las
logias a partir de 1860, a
fin de que realizaran el gran ‘aggiornamento’ argentino a contrapelo de nuestra tradición genuina. Digo a partir
de 1860, porque en ese año se concreta la famosa tenida masónica del 21 de
julio en el entonces Teatro Colón de Buenos Aires (actual emplazamiento del
Banco de la Nación
frente a Plaza de Mayo), en la cual tenida alcanzaron el grado 33 de la masonería
los siguientes personajes (próceres oficiales, por otra parte, de nuestra historia); Bartolomé Mitre,
Sarmiento, Urquiza, Santiago Derqui y Gelly y Obes –ministro de Mitre-. Los
jóvenes del ‘80 recibieron esa herencia
extranjerizante ‘sin beneficio de inventario’.
El aguerrido Padre Castañeda con su
característico gracejo propagandístico, retrataba así satíricamente a los
políticos europeístas de su época: “Echa usted una ojeada rápida sobre la
conducta de nuestros políticos en la década anterior (anterior a 1820) y verá
que en vez de fomentarlo todo lo han destruido: todo nomás que porque no están
en Francia, en Londres, en Norte América o en Flandes. ¿Cómo hemos de tener
espíritu nacional, si lo que menos pensamos
es en ser lo que somos? Nos hemos ido alejando de la verdadera virtud castellana que era nuestra virtud
nacional, y formaba nuestro verdadero, apreciable y celebrado carácter… Empezaron
(los políticos) a revestir un carácter absolutamente antiespañol, ya
vistiéndose de indios para ser ni indios
ni españoles, ya aprendiendo el francés
para ser parisienses de la noche a la mañana, o el inglés para ser ‘misteres’
recién desembarcaditos en Plymouth. Estas despreciables gentes –termina
Castañeda- avanzaban al teatro, para desde las tablas propinar al pueblo, ya el
espíritu británico, ya el espíritu gálico, ya el britano-gálico; pero nunca el
espíritu castellano o el hispanoamericano, o el iberocolombiano, que es todo
nuestro honor, y forma nuestro carácter, pues por Castilla somos gente”.
EN CONFLICTO CON LA IGLESIA.
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nálogamente,
pienso yo, los próceres oficiales del ’80, dejando de lado sus condiciones
humanas –recordemos la excepcional gracia periodística de Manuel Lainez-,
quisieron independizarse de la milenaria Iglesia Católica, y entraron (durante
el primer gobierno de Roca, sobre todo) en conflicto con la misma, llamando en
auxilio de su rebelión ideológica nada menos que a la masonería internacional,
condenada repetidas veces por la Santa Sede:
desde el año 1738 en una encíclica de
Clemente XII. E impusieron contra viento y marea la Enseñanza Laica
(la escuela sin Dios) a las nuevas generaciones argentinas mediante la funesta
ley 1420, que aún está en vigencia; y la ley de Matrimonio Civil, que desacraliza
por completo la uniones conyugales a espaldas de la Iglesia Católica.
Olvidaron el célebre apotegma de Lord Acton que dice: “La religión es la clave
de la historia”. Acotando Joseph de Maistre: “Todas las instituciones
imaginables, sin no reposan sobre una idea religiosa, son efímeras”.
Tal es la verdad inconcusa brillantemente
clarificada por Foustel de Coulanges en su clásica obra “La Cité Antique”, cuando se refiere
a la religiosidad del mundo precristiano; religiosidad que todavía hoy mantiene
una actualidad impresionante. En este orden de ideas, Hilaire Belloc y
Cristopher Dawson han remozado el concepto en el siglo XX, afirmando el
primero: “Nuestra cultura fue hecha por una religión, las modificaciones de esa
religión o las desviaciones de las normas que impone, afectarán necesariamente
nuestra civilización en su conjunto”. Y Dawson, a su vez, como anunciando la
quiebra cultural provocada por el
laicismo finisecular que conduce a la democracia de masas, nos enseña que
ninguna cultura puede sostenerse mucho tiempo si repudia sus raíces religiosas
y morales, y la ratifica así con estas lucidas palabras: “Una sociedad que ha
perdido su religión, se convierte más tarde o más temprano en una sociedad que
ha perdido su cultura”.
“LO QUE NO ES TRADICIÓN ES PLAGIO.”
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fue lo que ignoraron nuestros estadistas librepensadores, a partir de 1880, con
Roca a la cabeza, impactados por los, en su tiempo, ‘slogans’ propagandísticos
de Sarmiento y Alberdi; los ideólogos máximos de la generación del ’37.
“Civilización o Barbarie”, pregonaba el agresivo sanjuanino. La barbarie, por
supuesto, estaba en nosotros, hombres de cepa española y cultura
latino-católica, mientras que la “civilización” había que importarla de afuera;
de Inglaterra o Norteamérica protestantes. En tanto que el tucumano Alberdi
pretendía no tanto cambiar las leyes de la República, sino la misma raza criolla de su
cosmopolitismo a ultranza: “gobernar es poblar” . Poblar con anglosajones
necesariamente, según él.
Desde entonces Roca quedó atrapado por la
masonería anticatólica y el internacionalismo alberdiano en política -”Paz y
Administración” fue su lema de gobierno-; tanto
fronteras adentro como fronteras afuera. Rifándose así la suerte de la República Argentina
afirmada años atrás frente a Chile a raíz de la Campaña del Desierto. Y
las decisiones ajenas y siempre interesadas de árbitros extranjeros, redujeron
en miles de kilómetros cuadrados las
fronteras del país, con el beneplácito de presidentes, ministros y parlamentos
nacionales, dando satisfacción plena al negocio especulativo del capital
británico en lo económico: o sea, la total apertura a las masivas importaciones
“made in England”, a cambio de venderle nuestras carnes y cereales
transportados siempre en barcos ingleses y comercializados, por supuesto, a
través de intermediarios ingleses. Sin perjuicio de copiar las modas “que nos
exportaba París: en arte, literatura y rastacuerismo. Quedando bien a salvo la
elegancia en el estilo de Miguel Cané, de Lucio Vicente López y del no tan
joven entonces Lucio V. Mansilla. Como así también los interesantes planteos
sociológicos de un Eugenio Cambaceres o de un Carlos Damico.
Peo no por casualidad un talentoso
pensador español que visitara Buenos Aires en plena década liberal de hace
medio siglo, Eugenio D’Ors, refutando indirectamente las tesis
desnacionalizadotas de Sarmiento y Alberdi, acunó para nuestro consumo interno
la siguiente lapidaria frase: “En los
pueblos, lo que no es Tradición es plagio”. Y precisamente de ese plagio yo
les voy a hablar ahora; plagio en nuestra patria del siglo XX (instituciones
traídas de afuera para descristianizar y
desmoralizar a las juventudes criollas, hijas o nietas de la generación
que logró la
Independencia de nuestro católico país, blandiendo la Cruz y la Espada). En suma;
descastamiento implícito y vuelta a un coloniaje de hecho (subdesarrollo
mental en lo ideológico puro y ateísmo
importado en lo religioso), sin contar el totalitario enfeudamiento económico
cuya secuela histórica aún subsiste hoy.
MATERIALISMO DE DERECHA.
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masonería, a través de sus personeros nativos, declaró aquí la guerra al
catolicismo en 1880, a
cara descubierta. Y Roca, pese a sus condiciones de gran político, a su
intuición y a su oportunismo –aptitudes que debe tener todo estadista de raza
para triunfar (que Roca las tenía)-; pese a eso, carecía de convicciones
morales: pecado este de los políticos hispanoamericanos a partir de la Independencia. Y
aunque Roca personalmente no era
ideólogo ni desarraigado, su filosofía de vida –agnóstica y escéptica- era
contraria a las tradiciones nuestras. Su ideal fue el “progreso” a cualquier
costo: un “progreso” de signo materialista, claro está. Materialismo de
derecha. Influencias victorianas de la época…
Y bien. Roca no tenía convicciones
profundas, pero se manejaba políticamente con mucha eficacia, mediante
maniobras maquiavélicas, con la idea de perpetuarse en el poder. No voy a hacer
aquí el proceso de cómo Roca llegó a la presidencia, porque en cualquier libro
de texto puede leerse eso. La revolución del ‘80, por otra parte, derrotando al
porteñista Tejedor –apoyado por Mitre- representó el triunfo de las provincias.
Sin embargo Roca, al querer congraciarse con los grupos dirigentes porteños que
le hacían una enorme oposición desde que tomó la presidencia de la república,
por razones estrictamente electorales cayó en la trampa que le tendió la
masonería. Porque aquí todos los dirigentes mitristas eran miembros de las
logias masónicas que se había establecido en Buenos Aires después de Caseros.
Voy a citar a continuación, algunas
páginas del libro de Néstor Tomás Auzá –“Católicos y Liberales en la generación
del ‘80”-; lo más completo que se ha escrito desde el punto de vista documental
respecto de esta lucha de hace un siglo, entre católicos y liberales (es decir
entre católicos y la masonería). Porque al hablar de liberales estoy nombrando
a la masonería.
Dice del año ’80 el profesor Auzá,
refiriéndose al progreso de las sectas anticatólicas en Buenos Aires, en cuyas
logias Roca se apoyó políticamente: “En el
seno de la masonería en todas las épocas se libraron diversas luchas de
predominio, de mando, de organización y de formas estatutarias; el hombre que
se distinguía en la conducción masónica de Buenos Aires (se refiere Auzá a los
prolegómenos del año ’80), sin tener una figuración política y visible fue
Barlotomé Victory y Suarez. Este masón escribió en cierta oportunidad: “La
masonería ha realizado en varios países revoluciones sociales en secreto, sin
usar pertrechos de guerra; ¿porqué no ha de realizarla también aquí, donde la
libertad brinda para hacer el bien sin recelos?”. Cierto, comento yo, esa es la
democracia electoralista (la mitad más uno de los votos) que abre las puertas a
todos los aventureros, incluso al peor elemento humano; y el enemigo entonces,
bajo cuerda y sin necesidad de violar el domicilio, aprovecha la oportunidad
para entrar por la puerta grande de nuestra casa, accediendo al gobierno de una
Nación anarquizada e inerme.
LAS LOGIAS MASÓNICAS EN 1880.
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1873 –escribe Auzá- la masonería rioplatense poseía en Uruguay un colegio donde
se educaban 300 hijos de masones; en Buenos Aires (gobernando Sarmiento), el
masón Antonio Castro dirigió un Colegio en la calle Venezuela esquina Solís, y
Semra y Rial dirigió otro en la calle Chile. En el año 1880 se inició un
período distinto para la historia de la masonería, a esta fecha tenían prácticamente
organizados sus cuadros: el solo Supremo Consejo y Grande de Oriente, abarcando
en su organización, las logias de Corrientes, Paso de los Libres, Santa Fe,
Goya, Concordia, Rosario, San Fernando, San Nicolás, Buenos Aires, Mendoza, San
Juan, San Luis, Ceres, Tandil y Azul. Vale decir, abarcaba los principales
núcleos de población. En el mismo Buenos Aires existían entre otras las
siguientes logias de actuación pública; logia de Progreso, logia Primera
Argentina, logia Igualdad, logia Hijos
del Trabajo, logia Obediencia de la
Ley, logia Cruz del Sur, logia Teutónica, logia Estrella de
Oriente, logia Stella del Sur, logia Amitè des Naufragès, logia Comitato
Masónico Directivo Italiano del Río de la Plata, logia Hijos de Italia, logia Egalité et
Humanité. En el interior la masonería de Córdoba publica el periódico titulado
“El Sol de Córdoba”. Esta somera enumeración nos da prueba de la expansión y el
desarrollo obtenido. Según estadísticas masónicas también de la organización para la América Central y Sud,
alcanzaron la cifra de 10.000 afiliados activos. Es preciso tener en cuenta que
en la mayoría de los casos ese número de
afiliados estaba integrado por personas
de múltiples vinculaciones y de actuación pública destacada. Ello se puede apreciar en las listas
masónicas, en donde junto al nombre se colocaba la profesión o actividad. Las
logias argentinas contaron en sus filas con políticos, escritores, periodistas,
maestros, marinos, militares, profesores universitarios, comerciantes,
propietarios, hacendados (y no pocos sacerdotes). Entre los médicos fue muy
importante el número de afiliados (el positivismo hizo tabla rasa, sobre todo
en la carrera de médico, donde realmente la espiritualidad no contaba para
nada)”.
“Los conflictos en el seno de la
masonería eran frecuentes –agrega Auzá-. (La logia italiana Proganda 2” lo prueba en 1981, comento
yo). En el decenio que va desde el ’80 al ’90 esos conflictos afloraron de vez
en cuando en las páginas de los periódicos. Pensando en ellos el propio
Sarmiento, al prestar juramento de Gran Maestre de la masonería en 1882,
pronunciaba estas conocidas palabras: “El secreto gana batallas, asegura la
buena dirección de los negocios cuando tiene enemigos implacables, envidiosos o
rivales, y yo os aseguro ‘Hermanos’, en virtud de los supremos poderes que me
habéis conferido, que hagáis de manera que vuestra almohada ignore lo que pase
esta noche en esta solemne tenida, y que vuestra mano izquierda no sepa nunca
que la derecha ha jurado guardar el secreto masónico. Los diarios dirán mañana
que hay malos masones en este Valle, o lobos rapaces que se han introducido en
el templo bajo la piel de cordero”.
“Durante la presidencia del General Roca
–sigo citando a Auzá- las logias porteñas tuvieron una actuación vasta y
activa. Sus trabajos estaban dirigidos a sostener y apoyar el gobierno y a los
elementos liberales del mismo. Era razonable que así sucediera dado que el presidente necesitaba el apoyo de
los núcleos porteños que hasta tiempo después de asumida por Roca la
presidencia, se habían mostrado hostiles a su persona. Cuando se produjo el
distanciamiento de católicos con la política del presidente, se inició
inmediatamente una labor de acercamiento al gobierno de los hombres de la
masonería. Una vez que el doctor Eduardo Wilde se instaló en el Ministerio de
Justicia, Culto e Instrucción Pública (en reemplazo del católico Manuel
Pizarro), se desató la lucha que estudiaremos. El gobierno tuvo en las logias
sus más firmes sostenedores y sus más diestros ejecutores. El programa masónico
universal se llevó a cabo contando con el apoyo ejecutivo del liberalismo
argentino. Las logias en tal eventualidad ofrecían al liberalismo una base
rígida y organizada de sustentación. A su vez, y por medio del liberalismo, la
masonería podía sancionar programas que de otra manera le hubieran resultado
imposible convertir en realidad”. Hasta aquí el profesor Auzá.
CONDENAS PONTIFICIAS
Y DESCRISTIANIZACIÓN.
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vamos a hacer un resumen de las condenas pontificias a la masonería y al
liberalismo. Es bueno repetirlas.
De Clemente XII, en 1738, fue la primera
condena papal a los ideologismos u mentalidad racionalista de la llamada
‘Ilustración’. Luego Benedicto XIV en 1751; Pío VII en 1821. Y ya avanzado el siglo XIX, el Papa Pío IX en su ‘Syllabus
Errorum’ (1866); León XIII fundamentalmente en la ‘Inmortale Dei’ en 1886 y
León XIII otra vez en ‘Humanum Genus’ en 1884 (el año en que se sancionó
precisamente entre nosotros, la
Ley de Educación Laica). En 1888 nuevamente León XIII en
‘Libertas’; y en 1891 –como es conocido- la famosa y tan discutida Encíclica
‘Rerum Novarum’.
Ahora bien, nuestra ley 1420 que
instituye la Escuela
sin Dios (1884), apuntaba y apunta todavía a descristianizar y desmoralizar a
las juventudes, preparándolas a contrapelo de la católica tradición familiar,
el vuelco hacia la izquierda o –en último término- apuntando al gobierno
internacional que propicia la masonería, contra el atraso de los llamados
‘reaccionarios’ y a favor del ‘Progreso’; de un futuro sin injusticias y sin
clases: una especie de cielo en la tierra. Esta utopía modernizante es
característica de todas las izquierdas: el futuro feliz. “Ah no, el pasado no
sirve para nada –exclaman- porque… la
historia no se repite; entonces, ¿Para qué continuar practicando las obsoletas
costumbres de nuestros padres? ¡Pero el ‘Futuro’, hay, si; hay que avanzar! Hay
que olvidar el pasado. Hay que progresar.
Y tanto se ha repetido: “Hay que olvidar
el pasado’, que le país se ha quedado sin memoria, como esos viejos que pierden
la cabeza y entonces necesitan un tutor o curador de bienes. Desgraciadamente
eso es cierto; y no porque yo lo diga. Así estamos hoy.
ROCA Y LA
UNIDAD NACIONAL.
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otra parte, cuando fue capitalizada la ciudad de Buenos Aires, Roca tuvo que
optar entre la política federal de Rosas concertando acuerdos multilaterales
con las provincias menos favorecidas, sin mengua de su prestigio de caudillo,
en atención al ‘Bien Común’ argentino de la época, o seguir la política
unitaria de Mitre posterior a Pavón, centralizando sin asco el poder en Buenos
Aires con el propósito de obtener la mayor ventaja la capital porteña,
enriquecida con el comercio de ultramar, dando la espalda en definitiva a casi
todo el interior del país (las provincias pobres). Así el ‘Bien Común’ en el
caso de la política porteñista o unitaria de Mitre, brillaba por su ausencia.
Don Bartolo empleó la fuerza militar
para imponerse, con el apoyo
eficaz de Sarmiento. Roca, en cambio, continuaría de algún modo dicha política,
pero buscando la alianza con el capitalismo inglés –propiciada en ‘Las Bases’
de Alberdi-, además emplear su innata astucia de ‘zorro’ ya consagrado como
tal, telúrica cualidad de la que carecía Mitre.
Así pues, entre la política de Rosas de
UNIDAD NACIONAL y la política de Mitre de UNIDAD NACIONAL, Roca tuvo que
decidirse en 1880. Al principio pareció que iba a retomar la línea federal, en
cierto modo como heredero y sucesor del que fue del viejo partido Autonomista
después de la muerte de Alsina. Sin embargo Roca, de hecho, optó en definitiva
por la política de Mitre; por el unitarismo mitrista (aunque disimulado por
meras razones electoralistas), el cual unicatismo
de Roca se impondrá en toda la línea una vez sancionada la ley de
Capitalización de Buenos Aires transformando su primitiva tendencia federalista
en unitarismo crudo; en ‘roquismo’ a secas.
Tal vuelco a cuento ochenta grados habría de favorecer en gran medida las
miras hegemónicas de la masonería internacional, en su momento y, -¡cuándo nó!-
a la política comercial de Inglaterra. Entonces Buenos Aires, rápidamente
transformada en ‘sociedad de consumo’, irá creciendo hasta nuestros días como
muy bien lo señaló Martínez Estrada en su conocido libro “La Cabeza de Goliat”. Proceso
patológico, desarrollo canceroso de la Capital del país, que todavía lo estamos
soportando. Para desgracia nuestra y de nuestros hijos.
LA LUCHA RELIGIOSA
DE 1881-82.
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de inmediato, el conflicto religioso propiamente dicho estalló en 1881 en la
provincia de Córdoba. Lo relata con todo pormenor el Dr. Ramón Cárcano en sus
memorias. Cárcano era un aventajado estudiante universitario cordobés y uno de
los líderes de la juventud izquierdista
(digamos así), extremista, liberal, anticlerical, antitradicionalista. En fin,
lo que hoy llamaríamos la extrema izquierda ideológica. Bueno, en Córdoba estalló el conflicto cuando
se discutían los estatutos de la
Universidad, en el primer año de la presidencia de Roca.
La tendencia anticlerical se manifestó
con la insólita designación de profesores ‘libre pensadores’ en las vacantes
para ocupar las cátedras de teología –nada menos-; materia ésta que se dictaba
en la vieja Universidad de Trejo y Sanabria fundada por los jesuitas. Y ello provocó
un estampido de indignación en toda Córdoba, cuyo eco también recogió Buenos
Aires; produjéronse manifestaciones en las calles porteñas, llegando a ocupar,
un grupo católico enfervorizado, la
Cátedra metropolitana como reacción contra el insolente desafío
cordobés. El Arzobispo Mons. Aneiros se solidarizó con los manifestantes. El
Nuncio Apostólico Mons. Matera también lo hizo, y así quedaron rotas las
relaciones –en una primera instancia- entre la Iglesia y el Gobierno.
Pero el pleito religioso agravose a raíz
de la convocatoria al ‘Congreso Pedagógico’ en el mes de agosto de 1882. Este
Congreso, en un principio, no tenía ninguna filiación ideológica aparente.
Convocado con propósitos de mejorar la enseñanza, el mismo fue integrado no
sólo por liberales sino también por católicos, quienes al advertir la clara
orientación anticlerical, abandonaron el recinto de sesiones y se retiraron del
Congreso.
En cuanto al brillante grupo de jóvenes
pertenecientes al grupo liderado por el Dr. José Manuel Estrada, en materia de
ideas políticas era de tendencia moderadamente liberal, como lo fuera su
generación toda en las postrimerías del siglo XIX. Influenciado por los
‘proscriptos’ antirrosistas y románticos europeos de la época siendo muchachos
comenzaron admirando el planteo social-cristiano de Lamennais y Lacordaire,
pero nunca, a pesar de ello, dejaron de obedecer fielmente las enseñanzas del
Sumo Pontífice reunidas en las Encíclicas ‘antimodernistas’ que a la sazón
difundían como doctrina de la
Iglesia, los Papas desde Roma.
Al retirarse engañados de las sesiones
del ‘Congreso Pedagógico’ a fines del invierno de 1882, recién entonces la
‘elite’ católica movilizada a fondo, jugóse valientemente contra el gobierno
agnóstico de Roca quien declaró cesantes de sus cátedras universitarias –obra
del Ministro Eduardo Wilde- por lo menos a los profesores Estrada y Emilio
Lamarca: ambos docentes distinguidos que quedaron sin empleo de la noche a la
mañana. Consumábase así, el primer acto arbitrario, odioso, del ‘unicato’
presidencial.
Al partido UNIÓN CATÓLICA creado
enseguida para combatir la política educacional de Wilde y el tartufismo de
Roca, lo presidió el Dr. José Manuel Estrada, a quienes secundaban :Pedro
Goyena (que era Diputado Nacional a la sazón); el Dr. Tristán Achábal Rodriguez
(también Diputado por la ‘docta’ en el Congreso); el Dr. Emilio Lamarca
(fundador de los ‘Cursos de Cultura Católica’ de Buenos Aires); Santiago
Estrada (hermano de José Manuel); Miguel Navarro Viola; el cordobés Manuel
Pizarro (que había sido Ministro de Roca, sustituido ahora por Wilde); Emilio
de Alvear (hijo del general ) y una pléyade de jóvenes porteños y provincianos
batalladores y entusiastas. Comenzaba ya, una guerra que duraría más de diez
años, incluyendo el corto período legal de Juárez Celman y la revolución del
’90 con su secuela de sangre y anarquía, hasta el segundo gobierno del general
Roca, a quien la UNIÓN
CATÓLICA nunca perdonó su apostasía.
EL ‘CONGRESO PEDAGÓGICO’ ANTICLERICAL.
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os masones del ‘Congreso Pedagógico’,
promovidos y motorizados por un denominado ‘Club Liberal’ hacía propaganda atea
en los periódicos, transformando ese club en una especie de comité político
donde se cocinaban todas las candidaturas que triunfaban electoralmente, por
supuesto, en los atrios de las Iglesias de Buenos Aires y el interior del país;
muchas veces a balazos. La corriente librepensadora fue apoyada por el diario
‘El Nacional’ que dirigía Domingo F. Sarmiento.
Como si ello no fuera poco, en el
‘Congreso Pedagógico’ de 1882, copado por la masonería, se dijeron cosas
tremendas contra la enseñanza religiosa, lo que determinó el retiro en masa de
toda la representación católica. Como reacción subsiguiente, el Dr. Estrada
fundó el 1º de agosto del mismo año, el diario ‘La Unión’. Mediante ese medio
de comunicación masiva –como se diría hoy- empezaron los católicos a torpedear
y refutar las intervenciones y debates del ‘Congreso’, con gran eficacia,
comenzando de este modo la batalla por la Fe.
Ahora
bien, la generación del ’80 fue una generación polarizada, es decir,
contradictoria, porque había personalidades de un bando y grupos opuestos
partidarios que chocaban entre sí. Como en las monedas la efigie (o la cara)
correspondía a la falange liberal; y la seca (o la cruz: valga el símbolo) era
asumida por los católicos que escribían
en el diario ‘La Unión’
y después fundaron la UNIÓN CATÓLICA
como partido político argentino.
En efecto, era tan contradictoria la
generación del ’80 que voy a nombrar algunos de sus personeros de primera línea
para que se vea hasta que punto había disidencias hondas entre los propios
contemporáneos. Veamos por ejemplo: ¿Qué afinidad en el enfoque ideológico
podía haber entre Eduardo Wilde y José Manuel Estrada; entre Carlos Pellegrino
y Leandro N. Alem; entre Torcuato de Alvear e Hipólito Irigoyen? ¿Entre Roque
Sáenz Peña y Aristóbulo del Valle? Ninguna, en apariencia, al menos. Por lo que
se intuye la división de bandos, cada uno atrincherado en su facción beligerante
irreductible que anunciaba el inminente conflicto próximo, como se produjo en
los años siguientes.
ROCA CON
LOS PROTESTANTES.
La campaña
de oposición de los católicos en el ‘Congreso Pedagógico’ de 1882, afectó al
Presidente de la República
quien no tuvo inconveniente en demostrarlo en público, contrariando su natural
reservado y paciente. El hecho ocurrió con motivo de la Semana Santa de 1883.
“Según la
tradición –nos refiere el profesor Auzá-
el presidente solía visitar las Iglesia el Jueves Santo, acompañado de los
empleados de las reparticiones nacionales, a quienes se invitaba a concurrir.
El hecho sin dejar de ser criticado, era práctica que venía ejerciéndose
normalmente. Cuerpos del Ejército solían hacerlo también por compañías y sin
armas, en tanto que otras fuerzas hacían guardia de honor en las procesiones. Las
autoridades hacían, pues, pública profesión de fe y se asociaban a los actos
del culto católico. El acercamiento del Sr. Roca al sector liberal que lo
acompañaba, así como su distanciamiento de los grupos católicos que combatían
su política, lo llevó naturalmente a dar prueba de su resentimiento, impulso que no podía ser
contenido por su innata y habitual
prudencia. En la Semana Santa
de 1883 decidió no concurrir a la ceremonia, como era tradicional, en tanto ‘La Tribuna Nacional’ dirigida por
Sarmiento, anunciaba que visitaría en esos días un establecimiento de campo
situado en Pergamino. Se trataba de una medida premeditada y no casual,
destinada a demostrar su encono hacia los católicos que, sin duda, como ocurrió,
se sentirían desairados por el gesto del presidente. Los diarios católicos
calificaron de escándalo la actitud presidencial, mientras que el diario
oficialista ‘La Tribuna Nacional’,
cosa rara esta vez, opinó en sentido contrario al presidente, entendiendo que
éste debía concurrir a las ceremonias religiosas. ‘La Nación’, el diario de
Mitre, se permitió aconsejar a los fieles que no se reunieran en lugares de
aglomeración, para evitare ‘contagio de viruelas’. Poco después, el presidente
mismo ratificaría su nueva posición asistiendo a la ceremonia del culto
protestante, confundiéndose entre los fieles presentes. El pastor evangelista,
según dicen las crónicas, advirtiendo la presencia del Gral. Roca, cambió el tema
del discurso para alabar la misión del Poder Ejecutivo en el Congreso, ante la
reacción católica. Ello, siempre según las crónicas, permitió al pastor Mr.
Thompson, acreditar ‘sus reconocidas virtudes de propagandista’. Su sermón
concluyó formulando abrumadoras acusaciones contra el catolicismo. Esta fue la actitud de Roca frente a la fuerte
oposición del diario católico ‘La
Unión’. Pero en 1884, Roca da un paso más adelante en
Córdoba, Entre Ríos, San Juan Mendoza y Catamarca. Eduardo Wilde designa como
maestras de escuelas secundarias existentes en esas provincias –estaban
vacantes los cargos, tradicionalmente ocupados por profesores católicos-, a un
equipo de trece pedagogas protestantes importadas de los Estados Unidos. Esto
provocó evidentemente una reacción, sobre todo del Vicario Capitular cordobés Gerónimo Clara;
actitud que le valió la destitución por parte del Gobierno Nacional. El que
andaba en estos enjuagues era Juárez Celman, el concuñado de Roca, que era
gobernador de la provincia de Córdoba (estamos en el año 1884). El Vicario
Capitular Clara es destituido, y el Nuncio Apostólico Mons. Matera,
solidarizándose con la posición de Clara, es expulsado del país”. Se le dan los
pasaportes y se concreta así la ruptura total del gobierno argentino con el Vaticano,
ruptura que duró hasta el segundo período presidencial de Roca.
L
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EL
DIARIO “LA UNIÓN” Y EL PARTIDO
“UNIÓN CATÓLICA”.
P
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ero esta
ruptura realmente insólita, determinó la guerra a muerte entre los católicos y
los liberales.
“Sólo a partir
de la fundación del diario ‘La
Unión’ funcionará la acción organizada de los católicos
–escribe Auzá-. Con anterioridad, en 1881, los católicos que actuaban en el
partido gobernante con Achával Rodríguez y Goyena, que eran diputados, venían
efectuando una resistencia de tipo individual a la política del presidente. El
partido propiamente católico nacerá en 1884 y se llamará ‘UNIÓN CATÓLICA’. Este
intento de clasificar a las tendencias liberales y católicas en dos partidos,
ese propósito de crear bandos, no fue obra de los católicos sino precisamente
de la trenza de los cenáculos liberales. Estos se sentían ufanos con la
denominación, pues equivalía como tenemos dicho, a un signo de cultura, a la
vez que significaba pertenecer al partido del ‘Progreso’. Los católicos, en
cambio, resistían a la denominación que
consideraban no sólo arbitraria sino
también contraria a la realidad sociológica del país. Se ve aquí un signo más
de ese espíritu de imitación que
guiaba a los hombres autodenominados liberales. Ellos querían asimilar el país
a una realidad política que sólo se daba en Europa. No había en la República
condiciones para la existencia del
partido clerical con el programa de reivindicaciones que podrían propiciar
aquellos partidos europeos. En la historia del país no había existido nunca un
partido clerical o liberal, y ni siquiera un intento de constitución de los
mismos: así lo hacía notar el dr. Achával Rodríguez en el Congreso al debatirse
la Ley de
Enseñanza. Se solía llamar también a los católicos ‘ultramontanos’, como a los
católicos europeos que se oponían a la reforma regalista. Esta denominación
había sido ya usada contra Félix Frías, pero no alcanzó a popularizarse. Esa
misma prensa que usaba el calificativo importado, en ciertas ocasiones un poco
jocosamente, llamaba a los católicos con esta expresión: ‘católicos pur sang’,
mezclando la picardía criolla y la sal francesa. Los católicos, a su vez
devolvían el epíteto llamando a los liberales ‘clerófagos pur sang’.
LA LEY
1420.
I
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ronías aparte,
la lucha no fue simplemente de motes y adjetivos entre el partido UNIÓN
CATÓLICA y los masones. El año ’84 fue fatal porque como tenían evidente mayoría en el Congreso los
liberales, no les costó demasiado trabajo, salvo la oposición del Senado, aprobar
la ley de Educación Laica: la ley 1420 que aún subsiste a pesar de todo.
El debate de esta funesta ley masónica
está resumido por el padre Furlong en el libro ‘La Tradición Religiosa
en la Escuela Argentina’,
cuando dice: “Es vergonzosa y hasta bochornosa la génesis de la ley 1420, al
menos en lo que respecta al art. 8, que era a la postre lo único que
interesaba, y no menos vergonzoso y hasta increíblemente hilarante el ‘Congreso
Pedagógico’ que precedió a aquella ley y que se celebró en 1882 y del cual se
vieron constreñidos a retirarse todos los hombres de bien… Tan patente era su
falsía y su mistificación. Aquella ley, la 1420, fue una copia servil de una
ley extranjera. Se copió a la letra lo que en 1880, había hecho en Francia el
entonces ministro de Instrucción Pública de aquel país, Julio Ferry
(socialista). Este, como documentalmente ha expuesto M. Weill, profesor de la Universidad de Caen en
su ‘Historia de la idea laicista en Francia’ fue respaldado cuando no empujado
a la laicización de la escuela francesa por la Masonería, la cual, tres
años antes, en 1877, se había laicizado a sí misma, ya que en ese año el Gran
Oriente francés había acordado suprimir al Gran Arquitecto en todos los
documentos masónicos (eran más papistas que el Papa –digo yo-; eran más
arquitectos que el Gran Arquitecto, por lo visto), Y así lo hizo a pesar de la
oposición del Supremo Consejo Escocés. Las logias inglesas, indignadas,
rompieron con sus ‘hermanos’ de Francia a raíz de este atentado a la verdad, a
la dignidad humana y aún al sentido común… El 4 de julio de 1883, se dio
comienzo al debate en las Cámaras. Se discutió la ley 1420 de Educación Común,
que según el proyecto de la comisión de Culto e Instrucción Pública exigía en
su art. 3º, un mínimo de tiempo para la ‘moral y la religión’ y por el inc. 9º
se reconocía –hipocresía mediante- como ‘necesidad primordial la de formar el
carácter de los hombres por la enseñanza de la religión’. Es decir, que se
declaraba que los profesores de religión
que hasta ese entonces habían enseñado a las juventudes, no estaban
preparados suficientemente según Sarmiento, y entonces se los retiró para que
se instruyeran de acuerdo a las consignas masónicas del propio Sarmiento. Esta
ley fue tremendamente atacada en las Cámaras por los diputados católicos Pedro
Goyena, Tristán Achával Rodríguez, Emilio de Alvear (que también pertenecía al
grupo católico), el Pbro. Rainiero Lugones y el Sr. Dámaso Centeno. Por parte
de los liberales, Onésimo Leguizamón, Luis Lagos García, el católico nominal
Delfín Gallo, Emilio Civit y el Dr. Eduardo Wilde, Ministro de Justicia e
Instrucción Pública –añade el padre Furlong-. Fuera del Parlamento bregó en
contra: José Manuel Estrada; y a favor de la proyectada ley, Domingo F.
Sarmiento. Fue aprobada la ley en la
Cámara de Diputados pero fue rechazada en la de Senadores. Al
año volvió a la Cámara
inferior, y el 23 de junio de 1884 fue aprobada sobre tablas en forma
sorpresiva. Nicolás Avellaneda, quien con el sanjuanino Rafael Igarzábal,
sostuvo en la Cámara
alta y denodadamente los derechos de Cristo en la Escuela argentina,
calificó a la nueva ley como ‘la ley de la desgracia nacional’; y hoy, al cabo
de siete decenios –concluye Furlong- podemos asegurar que ha sido la ley de las
desgracias nacionales”.
SARMIENTO: EL
“GRAN MAESTRE”.
V
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amos ahora a
Sarmiento, que está absolutamente retratado en este discurso que voy a citar
enseguida. En 1882, nuestro ‘prócer’ asume el más alto grado de la Masonería en la Argentina.
Para Sarmiento –“ídolo” escolar de mi
infancia-, estimulado con semejante título directivo: “… ya la ambigüedad no cabe y por más que él
se aferre a sostener que no es contrario ni enemigo de la Iglesia Católica,
sus actos lo van a demostrar claramente como un enemigo encarnizado de la fe de
sus mayores” –escribe Pedro de Paoli en su libro: “Sarmiento, se gravitación en el Desarrollo
Nacional”- . ¿Es la masonería la que exige esta actitud? ¿La asume él,
Sarmiento, por obediencia a esta Institución? Sarmiento, que jamás perteneció
en verdad a ningún partido, porque él, como realmente lo ha sostenido siempre
ha sido en todo momento DON YO. ¿Ahora es carne y alma de la masonería y
obedece como fiel hijo de ella a sus mandatos? ¿O es que ese sentimiento en
contra de la Iglesia Católica
ha venido incubando desde su juventud y ahora hace eclosión, al mismo tiempo
que se lo ordena la logia? Sea lo que fuere, el caso es que ahora, sin
cortapisas y sin reticencias, Sarmiento, a la luz del día, es un encarnizado
enemigo de la Iglesia
Católica Y es a partir de ese año de 1882 en que él consagra
los más de sus esfuerzos a esa lucha. Toda otra actividad suya hasta el día de su
muerte carece de mayor relieve. Como ya lo hemos reseña, desde ‘El Nacional’,
diario que él dirigía atiza el fuego contra los católicos del ‘Congreso
Pedagógico’ presidido por el masón prominente Onésimo Leguizamón. Deslígase
(Sarmiento) de toda actividad política y personal, y se dedica exclusivamente a
la campaña anticatólica; ya no está en ‘maestro’ ni en político, ahora está en
masón. Se da al cumplimiento de esa misión, su misión (yo diría que desde ese
momento no es Sarmiento el ‘gran
maestro’ como se nos ha enseñado en el colegio, sino más bien el GRAN MAESTRE).
La Masonería,
institución internacional, tiene tentáculos en todos los países del mundo, así
como los tiene en Uruguay, o los tenía; país que por ser fronterizo con el
nuestro conviene unirlo en la campaña anticatólica. Por eso, la Masonería organiza en
Montevideo un acto con la invitación especial de Sarmiento, quien tendrá a su
cargo en discurso central. Y así ocurre. Lo invita la Escuela Normal de Mujeres. Este
es el verdadero motivo de la invitación. Y Sarmiento aprovecha, pues, para
cumplir con su misión; a saber: un bárbaro( porque bárbaro es) ataque a la enseñanza
religiosa y a las Hermanas Religiosas Educacionistas como las de la Santa Unión del Sagrado
Corazón . Ahora bien, en 1883, año de esta conferencia de Sarmiento, es el año
de la cúspide de la parábola que el liberalismo traza en su lucha contra todo
lo que formó la educación tradicional de la sociedad cristiana, católica por
antonomasia. Al decir liberalismo decimos masonería. Pero es también la época
en que la Iglesia
católica, acosada en todas partes por la masonería, retempla su vigor y sale a
la palestra en defensa de sus principios evangélicos. Es época de misiones
educacionales; de propagación de la fe por medio de las congregaciones de la Santa Unión, de las Hermanas
del Huerto, de la
Misericordia, de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, de
los Salesianos, etc. Hombres y mujeres, Hermanos y Hermanas cuya misión
inmediata en la vida de evangelización es la educación de la niñez y la
juventud según la sagrada doctrina moral y divina de Cristo. De Francia, de
España y de Italia, sobre todo, salen continuamente estas misiones hacia todo
el mundo, una de cuyas partes es nuestro país. La Masonería argentina nota
enseguida esta expansión de la educación
religiosa y le sale al cruce. Tal, el verdadero motivo de Sarmiento en
Montevideo. Da su conferencia en la Escuela
Normal de Mujeres”.
“¿Y de qué ha de hablar un maestro de
maestros, el educador de América, en un acto de tal naturaleza? –sigo citando a
De Paoli-. Pues ¿de métodos pedagógicos, de didáctica, de metodología? Pues no,
Sarmiento no ha de hablar de nada de eso. Primero porque de eso no entiende
nada. Y segundo, porque su misión verdadera no es esa, sino la de combatir la
enseñanza religiosa católica. Y como no es capaz de hacerlo en forma elevada,
con sabiduría, lo hará como es su estilo: chabacanamente, en forma gruesa y
hasta soez, concretándose a un ataque inconcebible por lo insultante contra las
Hermanas Religiosas educacionistas. Y así dice que- ahora vienen las comillas,
que es lo interesante_ :”Se están introduciendo de Europa compañías de mujeres
(‘compañías de mujeres’ ¿Qué les parece? Como si se tratase de un negocio
ilícito de tratantes de blancas). Las Hermanas de las Congregaciones Religiosas
–añade el sanjuanino blasfemo- para explotar comercialmente el ramo de la educación.
Mi deber es indicar ese peligro que amenaza esterilizar las Escuelas Normales.
Estas Congregaciones docentes son la filoxera de la educación y el cardo negro
de la pampa que es necesario extirpar. ¿Qué vienen a enseñar a nuestras niñas,
esas figuras desapacibles, Hermanas de caras feas, aldeanas y labriegas en su
tierra? ¿Qué pueden enseñarle a nuestras niñas estas ignorantes? Así se mata la Civilización”
“Aquellas
formas de mortaja no pueden servir para educar damas y señoritas –continúa
Sarmiento-. Vienen de todos los rincones de Europa donde están barriendo y
echando a la calle las basuras. Las Hermanes que van llegando han dejado de
embrutecer chicuelas en las aldeas de Francia y vienen ahora a cumplir esta
triste misión entre nosotros”. (Bueno, este es el prócer argentino de los
liberales, ahora el ‘gran’ Sarmiento). Otra vez escribe: “¿Dónde está el criadero
de estos enjambres de abejas machorras, las Hermanas educacionistas que vienen
a comerse la miel de la enseñanza?” Y continúa: “…banda de mujeres emigrantes
confabuladas que se apoderan de todas nuestras mujeres. En Francia les han
quitado la enseñanza porque no valían nada fuera de bordar escapularios. Recua
de mujeres contratadas en Europa, hermandades de extranjeros, de machos y
especuladores tonsurados y de hembras neutras. Todas estas comunidades deben
ser desconocidas por el Congreso y alejadas de la educación, porque en diez
años más estarán en su poder todas las escuelas del país. Hermanas y Hermanos
emigrantes, lavanderas y mozas de labor, enganchadas en Irlanda para venir a
enseñar a nuestras hijas lo que no saben, en lugar de ser mucamas, para lo que
tampoco sirven gran cosa. Las Hermanas son intrusas, falsarias, mujeres
colectadas en Europa a pretexto de religión, para ganar plata en América”.
“Estas arremetidas de Sarmiento –comenta
De Paoli- en contra de todo lo que fuese culto católico, no eran acciones
aisladas y de francotiradores. Al contrario, obedecían a un plan masónico buen
organizado y buen meditado. Era la preparación del clima psicológico para el
gran ataque que bien pronto se llevaría contra la enseñanza religiosa, y el
medio de probar cuánta era la fuerza católica con la que se iba a tener que
combatir. Cada ataque de Sarmiento era contestado por el diario ‘La Unión’ de los católicos.
Escribían ese diario: Estrada, Goyena, Frías, Achával, Lamarca y otros de la
misma altura intelectual. Frecuentemente se hacía reuniones católicas, las que
eran tenidas en cuenta por los liberales masones para calcular el caudal cualitativo
y cuantitativo del adversario”.
EL ‘PROGRAMA SOCIAL’ DE
EMILIO LAMARCA EN 1884.
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el primer
‘Congreso Católico Argentino’ contra la política masónica de Roca, convocado en
Buenos Aires por el grupo católico en 15 de agosto, día de la Virgen (¡ojo!), del año
1884, sólo citaré su programa social muy interesante, redactado por el Dr.
Emilio Lamarca –destacado economista y profesor de la Universidad-, que
seguía al pié de la letra (con justicia)
la doctrina de las Encíclicas papales de la época; la Doctrina Social de la Iglesia.
Por primera vez en el país se debatía en
un Congreso político este PROGRAMA SOCIAL, pero antisocialista, en la Argentina del ’80. Es
importante señalarlo. Quedará, sin embargo –pese al intenso sabotaje del
liberalismo individualista desde las esferas del gobierno y desde el extranjero
–como un valioso antecedente a la
Argentina católica de hoy. El programa dice:
“ 1)
Organización nacional de las asociaciones Católicas, se difusión y desarrollo
en las provincias. (En plena era liberal-masónica, digo yo, cuando las
sociedades modernistas estaban absolutamente atomizadas por leyes y decretos, y
no se permitía la formación legal de grupos organizados –lo que se ha dado en
llamar los ‘grupos intermedios’-, nuestros católicos de hace un siglo volvían,
no obstante, a esta doctrina de la
Iglesia que es de gran actualidad).
“ 2)
Convocatoria periódica de Asambleas Católicas nacionales.
“ 3) Fomento
de la prensa católica, su sostenimiento; lucha contra la prensa irreligiosa.
(¡Qué actualidad tiene esto en 1981! Porque el ateísmo periodístico no solo se
da entre nosotros en la prensa diaria; se propaga ahora y desde hace tiempo por
la radio y canales privados de televisión, según nos consta a todos).
“ 4)
Propaganda por el cumplimiento de los preceptos divinos y particularmente la
santificación de los días de fiesta. Difusión de las verdades religiosas. (Mal
que le pese a Borges).
“ 5)
Conveniencia y aún necesidad de
organizar en la República
la Alianza de los católicos.
“6) Inscripción de todos los católicos en los
registros cívicos nacionales, provinciales y municipales.
“ 7)
Participación directa concurriendo a los
comicios públicos. (Las elecciones de
entonces, comento yo, se ganaban no pocas veces
con el Remington).
“ 8)
Creación de Escuelas Católicas, protección de las ya existentes, combatiendo
las llamadas laicas y ateas. (Que tome nota de esto el ministro Burundarena).
“ 9)
Establecimiento de Talleres para obreros, de Escuelas de Artes y Oficios, de
Oficinas de colocación y Círculos de obreros. (Esta obra la llevaron a cabo,
desde entonces, sólo los Padres Salesianos en nuestra patria)”
“Los católicos uruguayos –dice el
profesor Auzá para finalizar- acompañaron a los católicos argentinos en sus
deliberaciones en este Congreso. Integraban la delegación: Juan Zorrilla de San
Martín (a quien, entre paréntesis, rindo yo aquí un homenaje, porque es un
prócer uruguayo olvidado y era uno de los pocos representantes intelectuales de
la generación del ’80 uruguaya, profundamente católico, apostólico y romano);
el Dr. Joaquín Requena y el Dr. Francisco Bauzá. Fueron designados como
autoridades del Congreso, por los delegados presentes, las siguientes personas:
Presidente: José Manuel Estrada. Vicepresidentes: Dr. Manuel Pizarro; Dr. Juan
M. Garro y el Sr. Félix Avellaneda.
En la sesión de apertura hizo uso de la
palabra el Arzobispo de Buenos Aires, Monseñor Federico Aneiros” .
Este programa social-práctico del Dr.
Lamarca cuyo texto completa acabo de transcribir, que hizo suyo el “Congreso
Católico Argentino” del año 1884, de haber sido aplicado en su totalidad por
los gobiernos argentinos que sucedieron al del presidente Roca, nos habría
ahorrado sin lugar a dudas, tanto las luchas sangrientas de clase, cuanto las
explosiones extremistas obreras de 1910 y 1919 en adelante, que afectaron
profundamente la paz interna de la
República (sin mencionar aquí el contemporáneo ‘Cordobazo’,
estallado una década atrás, y su luctuosa secuela ‘guerrillera’ sofocada de
momento, apenas, a partir de 1976). Por supuesto. Y el sindicalismo criollo de
entonces, no habría necesitado valerse –habida cuenta de su lamentable orfandad
político-cultural anterior a 1943- de las habilidades demagógicas de ningún
Perón para redimirse de su condición de paria, al servicio del Socialismo
Internacional y del Marxismo Ateo, como ocurrió históricamente entre nosotros
hasta hace muy poco tiempo.
LA NUEVA
GENERACIÓN DEL ’80.
A
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hora termino
mi exposición con el siguiente mensaje, que dedico en especial, a la nueva
GENERACIÓN DEL OCHENTA. A nuestros muchachos de hoy: gobernantes acaso en el
próximo futuro tan incierto de la República.
He aquí mi mensaje:
Vivimos tiempos trágicos en el mundo, y
Uds. –muchachos nuestros de veinte y treinta años cumplidos o por cumplir-
movilícense pronto (es urgente) en defensa de nuestra Fe, dando insobornable
testimonio en todos los terrenos del quehacer nacional, en procura de una
profunda restauración espiritual –y por añadidura política en orden al Bien Común católico- en la Argentina de los
próximos lustros. Porque la
Masonería no se duerme. Y la Izquierda marxista
tampoco.
Triunfaréis, es cierto, muchachos
tradicionalistas del ’80, si estáis unidos; pero sin acomodos equívocos ni
complejos de inferioridad frente al inicuo mundo moderno, que niega la Verdad revelada e, incluso
–a veces- la verdad a secas.
Nadando sí, contra la corriente turbia
del escepticismo criollo; del ‘no te metás’ famoso; del materialismo ateo
contemporáneo – no únicamente del comunista- y de la frivolidad que corrompe
tantas conciencias jóvenes con promesas de una ganancia crematística fácil.
¡Basta ya, en 1981 de complacencias
narcisitas; de sexualismos freudianos fomentados artificialmente mediante la
droga o el alcohol! ¡Basta ya de idolatrar ídolos de barro promovidos por
una propaganda masiva que adormece las
almas! ¡Basta ya de mentiras demagógicas y de pacifismo liberal! “Sursum Corda.
No se dejen robar ingenuamente,
compatriotas de la novel generación del ’80, los frutos del trabajo nacional
con el cuento viejo de la ‘eficiencia’ y la ‘competencia’ económicas. ¡Cuidado
con los lobos rapaces ‘tecnocráticos’ disfrazados de inocentes corderitos! ¡A
proteger, pues, el patrimonio comunitario nuestro, toda vez que la verdadera
caridad empieza por casa!
Evitad
caer a toda costa en las redes de la ‘sociedad de consumo’ que nos
animaliza a todos. “La juventud ha sido hecha no para el placer
sino para el heroísmo”. Hagamos de esta bella consigna de Claudel, nuestra invicta
bandera de guerra. Preparemos desde ya el espíritu de nuestros nietos. Ahora
mismo, con presteza. Pero atención: no se equivoquen otra vez el rumbo con
utopías de cualquier tipo, los inmaduros púberes argentinos de la nueva
generación. Sepan por anticipado, que en todos los tiempos: Milicia es la vida del hombre contra la
malicia del hombre, al decir de Gracián.
¡Ya basta de cobardías disfrazadas! Bien
está que sean tolerantes con el prójimo equivocado, pero férreamente
intransigentes con el error. Nunca pierdan de vista la realidad que nos rodea,
muchachos argentinos, pero sin bajar la guardia ni resignarse ante los embates
del enemigo poderoso; aunque les cueste la vida a algunos en la demanda. Y
aunque, en definitiva –Dios no lo quiera- acaso tengan que defender (solos y
acorralados) el honor de Cristo Rey en nuestra patria: desde una catacumba o
desde una trinchera.
¡Sin jamás renunciar a la lucha! +
FEDERICO IBARGUREN.
Por favor, necesito enviarte un correo electrónico. Comunicáte conmigo a esta dirección que acá te digo, reforma.paglilla@gmail.com -- ALGO MÁS, si es posible, NO publiques este mensaje para evitar spam. Lástima que no tenés un formulario de contacto. Te sugiero el que uso yo, http://www.foxyform.com -- Saludos. COCO-DOS
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