Por Pacho o'donnell
"A esto
siguió una terrible convulsión -relatará su hermano Manuel, acompañante en la
fatal travesía- que apenas le dio tiempo para despedirse de su patria, de su
familia y de sus amigos".
Cornelio Saavedra, moderado y
conciliador con las ex autoridades coloniales, había logrado imponerse sobre
Mariano Moreno, jacobino y rabiosamente antigodo. Para desembarazarse de él lo
envía a Europa con una misión relacionada con la compra de armamento. Moreno acepta, quizás con la intención de dar
tiempo a sus partidarios para revertir la situación y también para salvar su
vida. Un oficial de su secretaría en la Junta, Pedro Jimenez, declarará en la
correspondiente investigación abierta años después por la Asamblea General
Constituyente, que le había aconsejado que se alejase o se ocultase
"pues corrían voces de que se le quería asesinar".
El encono de los saavedristas lo acompaña hasta el embarque. Los
acompañantes de don Mariano, su hermano Manuel y Tomás Guido, secretarios de
la misión, lo escuchan susurrar: "Algo funesto se anuncia en mi viaje...”
La fragata inglesa "Fama" soltó amarras el 24 de enero de
1811. A poco de partir Moreno, que nunca había gozado de fortaleza en su salud,
se siente enfermo. Seguramente como consecuencia de las desazones políticas
sufridas durante las últimas semanas.
Para paliar sus males el capitán le administra una pócima,
“imprudentemente y sin nuestro conocimiento", apunta Manuel Moreno, quien
añade: "Aunque quisimos estorbarlo desamparó su cama ya en este estado, y
con visos de mucha agitación, acostado sobre el piso de la cámara, se esforzó
en hacernos una exhortación admirable de nuestros deberes en el país en que
íbamos a entrar, y nos dio instrucciones del modo que debíamos cumplir los
encargos de la comisión, en su falta. Pidió perdón a sus amigos y enemigos de
todas sus faltas; llamó al capitán y le recomendó, con el más vivo encarecimiento,
el cuidado de su esposa inocente -con este dictado la llamó muchas
veces-."
La historia ha inmortalizado sus últimas palabras: "¡Viva mi
patria aunque yo perezca!". Luego se sumergió en la inconsciencia.
Mariano Moreno murió luego de una horrible agonía de tres días. Era el
amanecer del 4 de marzo de 1811. Tenía 32 años.
"Su cuerpo fue puesto en el mar, a las cinco de aquella misma
tarde, después de haberle tributado las demostraciones compatibles con nuestra
situación. La bandera inglesa, a media asta, y las descargas de fusilería anunciaron
a las otras fragatas del convoy la desgracia sucedida en la nuestra, y el
cadáver estuvo expuesto todo aquel día sobre la cubierta, envuelto también en
la bandera inglesa".
Al poco tiempo de partir don
Mariano hacia su nunca alcanzado destino londinense, su esposa -María Guadalupe Cuenca- recibió anónimamente un
abanico de luto, un velo y un par de guantes negros. "Era el anuncio de su
próxima viudez", señala Enrique de Gandia en su Historia del 25 de Mayo.
Otro dato muy sugerente fue
que el gobierno porteño haya firmado contrato con un tal Mr. Curtís, el 9 de febrero,
es decir quince días después de la partida del ex secretario cae la Junta de Mayo y sin conocer, por lo tanto la
noticia de su muerte, aunque "para el caso de que falleciera".,
adjudicándole una misión idéntica a la de Moreno para el equipamiento del
incipiente ejército nacional. El artículo 11 de este llamativo documento aclara
"que si el. señor doctor don Mariano Moreno hubiere fallecido, o por
algún accidente imprevisto no se hallare en Inglaterra, deberá entenderse Mr.
Curtís con don Aniceto Padilla
en los mismos términos que lo habría hecho el doctor Moreno."
En el navío "Fama"
no había médico, función que cumplió el misterioso capitán, quien se negó al
pedido de Guído y de Manuel Moreno para que desviara la nave a algún puerto
cercano a fin de tratar al enfermo. Además la marcha del barco, y sin
justificación evidente, se retrasó notoriamente.
Dicho oficial, cuyo nombre nuestra historia no registra, jamás volvió
a pisar Buenos Aires aunque sí regresó el buque.
Como es sabido, anoticiado,
don Cornelio exclamó: "Hacía falta tanta agua para apagar tanto
fuego". Efectivamente, el arsénico quema las entrañas... (2, 63, 67).
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