por el Prof. Jbismarck
Uno de los elementos esenciales de la identidad
nacional, consistió en la denominación de los países latinoamericanos y, por
ende, de los habitantes de dichos territorios. El nombre de Brasil estuvo ligado a la
comercialización portuguesa del llamado “palo de brasil”, siendo los
brasileiros los comerciantes de dicha planta y, posteriormente, los habitantes
del país, aunque la oligarquía brasileña trató de eliminar el estigma del
nombre Brasil-madera, y vincularlo al de la mítica isla de Brasil, enfatizando
las riquezas naturales como señal de identidad para presentar al país como un
edén mítico y una tierra del futuro. En el caso de Chile, cuyo nombre viene de
la palabra aymara ch’iwi, que significa “región helada”. El nombre de Argentina fue una moda culta y
poética para llamar a la región del Río de la Plata, que proviene del latín
argentum (plata), por la creencia de que dicho río llevaba a la mítica “Sierra
de la Plata”. Esta denominación estuvo ligada estrechamente a la ciudad de
Buenos Aires, y su uso representó como en ningún otro lado las tensiones
políticas entre la capital y las provincias. Si bien el término Argentina se
fue imponiendo en los documentos oficiales y diplomáticos, constitucionalmente
coexistieron los nombres de “Provincias Unidas del Río de la Plata”, “República
Argentina” y “Confederación Argentina”, de forma que el debate sobre el nombre
se tradujo en un debate sobre la forma de gobierno. El Uruguay, que toma
su nombre del río homónimo, que significa en guaraní “río de los pájaros”,
también fue escenario de la rivalidad política centro-periferia. En este
territorio la lucha por el nombre se libró entre los partidarios del Estado
Oriental, de raigambre regionalista, frente a los defensores del Uruguay de
tendencias centralistas. El río Paraguay, palabra también de origen guaraní que
significa “río de los Payaguas” o “río de las Coronas”, dio su nombre a una
provincia rioplatense que generó una fuerte identidad autonomista e
independentista, transformándose rápidamente en una identidad republicana que
fue el sello característico de la nación. La república de Bolívar, en honor al
Libertador, se transformó en el neologismo “Bolivia”, según la fórmula “Si de
Rómulo, Roma; de Bolívar, Bolivia”, desplazando a las denominaciones coloniales
Charcas y Alto Perú. Así, la gestación de Bolivia se caracterizó por la idea de
un Estado- Nación con nombre inédito y por la lenta adopción del gentilicio
boliviano entre sus habitantes. Un caso parecido ocurrió en Colombia,
adaptación de Francisco de Miranda del término “Columbia” utilizado para
nombrar al continente y a las Trece Colonias al independizarse de Inglaterra.
Así, Colombia o “tierra de Cristóbal Colón” sustituyó al nombre
colonial Virreinato del Nuevo Reino de Granada, y su utilización fue
producto de un lento proceso de imposición cultural por un sector de la elite
criolla, tanto hacia el interior como al exterior del país. Los orígenes del
nombre de Venezuela remiten a los viajes de Américo Vespuccio y a la
homologación que el navegante hizo del territorio con la ciudad italiana de
Venecia, dándole el nombre a la región de Venezziola o Venezuela (Pequeña
Venecia). Las oscilaciones nominativas contemporáneas entre República de
Venezuela o República Bolivariana de Venezuela, indican que el acto de nombrar
y renombrar a este país es esencialmente una lucha ideológica por la identidad
nacional.
El nombre de Perú proviene de la corrupción lingüística de Birú o
Virú, cacique de los territorios al sur de Panamá, que sirvió para denominar al
Virreinato del Perú y más tarde a la nación independiente. El Estado-Nación
peruano no nacionalizó los nombres prehispánicos por el temor de las elites
hacia la acción de las masas indígenas, manteniéndose el nombre de Perú debido
a que no hacía referencia a ningún grupo étnico concreto y al hecho de ser
políticamente “neutro”. En el caso de Ecuador, su nombre proviene del latín
aequare (igualar), debido a su ubicación geográfica en el plano que corta la
superficie del planeta en dos partes iguales. Esta característica geográfica
fue utilizada políticamente al definir al Ecuador como la república “situada en
la línea de la igualdad”. Además, el
nombre de Ecuador aglutinó las rivalidades regionales entre Quito, Guayaquil y
Cuenca. La región de Centroamérica se problematiza como un concepto
histórico- político, aunque los países que la conforman no cuentan en esta obra
con un estudio específico sobre su nombre. Guatemala proviene del náhuatl
Cuauhtemallan (territorio muy arbolado o país de muchos bosques); Honduras
significa literalmente “profundidades”, en alusión a la famosa frase atribuida
a Cristóbal Colón: “gracias a Dios que hemos salido de estas profundidades”,
cuando sus embarcaciones casi naufragan en las costas de dicho territorio.
Nicaragua es la castellanización del náhuatl Nicanahuac, que significa “hasta
aquí llega el Anáhuac”. El Salvador es un término religioso que refiere a la
figura central del catolicismo, mientras que el nombre de Costa Rica se produjo
debido a las joyas que lucían los nativos en la época de la conquista, lo que
hizo creer a los españoles que se trataba de una costa rica en
minerales. Esos fueron los países que conformaron las antiguas provincias
del Reino de Guatemala, y que durante la época de la independencia trataron de
consolidar la República Federal de Centro América o Federación Centroamericana.
Si bien este proyecto no pudo consolidarse, permaneció como un ideal de
solidaridad y unidad regional, que ha tenido su importancia en la conformación
de las identidades nacionales. El nombre de México proviene del náhuatl Mexihco
y significa “lugar donde vive Mexitli o Mextli”, “el centro o el ombligo de la
luna”, aunque más allá de las etimologías, México era la capital de la Nueva
España y mexicanos eran los indígenas que hablaban la lengua náhuatl o
mexicana. Si bien los insurgentes preferían llamarse americanos, las elites
liberales después de la independencia reivindicaron el pasado indígena,
particularmente el del Imperio Mexica, para construir la identidad nacional
alejada del pasado colonial hispano con el que ser quería romper. Pasando
a la región del Caribe, Cuba es una palabra siboney usada antes de la conquista
que significa “país” o “tierra” y este vocablo estuvo asociado a la idea
criolla de patria durante la colonia, siendo el antecedente directo de la idea
cubana de nación y por tanto del nombre del país. Haití toma su nombre del
vocablo aborigen taíno hayiti, que significa “tierra de Hayti” o “tierra
montañosa”. Este nombre nativo fue adoptado durante la lucha independentista
como bandera contra la esclavitud y para marcar la ruptura con Francia y el
nombre colonial Saint-Domingue. Por su parte, la mitad española de esa misma
isla Española, bautizada Santo Domingo en honor al fundador de los dominicos,
adoptó a mediados del siglo XIX el nombre de República Dominicana y centró su
definición histórica y cultural en franca oposición a Haití, siendo dicha
rivalidad el objeto central de su nacionalismo. Por último, el nombre de Puerto
Rico, la nación sin Estado, alude a las riquezas que partían del puerto de San
Juan. La identidad puertorriqueña se basó, desde la concepción de la elite
criolla hispana, en la fusión armoniosa de tres razas: la taína, la española y
la africana, que dotaba a los habitantes europeos de las cualidades morales del
buen salvaje. Puerto Rico fue entonces un nombre hispano para un pueblo
hispano, aunque con la invasión estadounidense de 1898, en los documentos
oficiales la isla comenzó a nombrarse Porto Rico para expresar gráficamente su
condición colonial.
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