Por el Prof. Jbismarck
Soldados
gauchos fueron los que pusieron el pecho a las balas, los primeros en padecer
la derrota y los últimos en tener el reconocimiento del triunfo, solamente
reservado a los jefes u oficiales que los mandaban. Apenas algún relato los ha salvado de la
sombra póstuma: ¿Por qué habría de sostenerse que Juan Bautista Cabral
fue “sargento” cuando en verdad era un simple soldado de raza negra que se jugó
por su jefe, el Teniente Coronel José de San Martín, en la batalla de San
Lorenzo en 1813? ¿Quién se acuerda del gaucho Lorenzo López que salvó la
vida de Juan Martín de Pueyrredón cuando las Invasiones Inglesas, en la batalla
de Perdriel.
En la época de Rosas, sobresale
nítidamente Francisco Zeballos, el captor del general unitario José María Paz ;
Sin embargo, no hay certezas sobre su fecha de nacimiento, ni de aspectos
de su vida. El tiro de boleadoras que
le propinó a Paz el 10 de mayo de 1831, en el paraje El Tío, provincia de
Córdoba, es casi la única referencia de este gaucho que modificó, con un acto criollísimo,
buena parte de los acontecimientos políticos de la primera mitad del siglo XIX. En efecto, el General Paz con su preparado
ejercito intento sorprender a los federales y atacar al Gobierno de Santa Fe. Francisco Zeballos se había incorporado como
soldado en el ejército santafecino del brigadier general Estanislao López,
federal, aliado y amigo del general Rosas, revistando en un Escuadrón que
estaba bajo las órdenes del capitán Esteban Acosta, hombre éste de la División
del comandante Reynafé.
Durante el año
1831, Zeballos fue parte de la avanzada de los ejércitos federales que se adentraron
en la provincia de Córdoba para expulsar y, en lo posible,terminar con el
peligro del ejercito unitario del Manco Paz. En las proximidades de El
Tío (Córdoba), se producen enfrentamientos entre avanzadas, al escuchar los
tiros, el General Paz quiso saber qué estaba pasando, se aproximó al lugar de
combate, compañado por un ayudante, un ordenanza y un vaqueano. Cuando caían las últimas luces del día se
vieron rodeados por un grupo de hombres con la divisa blanca y Paz creyó en
todo momento que eran hombres de sus tropas y avanzó hacia ellos, pero era una
trampa. Sorpresivamente, Paz dio media
vuelta a su caballo y se dirigió al galope hacia su propio ejército. Al
mismo tiempo, un certero tiro de bolas a las patas del caballo termina por dar
por tierra con el jinete, el que se rinde al verse rodeado.
El estratega cayó ante la picardía del
soldado Zevallos que le boleó el caballo.
En sus Memorias, Paz se refiere
al momento en que su caballo fue boleado, antes de ser tomado prisionero: “El
ordenanza que mandé no volvió, y la causa fue que, habiendo dado con los
enemigos, fue perseguido por éstos y escapó, pero tomando otra dirección, de
modo que nada supe. Mientras tanto seguía yo la senda, y viendo la
tardanza del ordenanza y del oficial que había mandado buscar, e impaciente,
por otra parte, porque se aproximaba la noche y se me escapaba un golpe seguro
a los enemigos, mandé al oficial que iba conmigo, que era el teniente Arana,
con el mismo mensaje que había llevado mi ordenanza, pero recuerdo que se lo
encarecí más, y le recomendé la precaución. Se adelantó Arana y yo
continué tras él mi camino; ya estábamos a la salida del bosque; ya los tiros
estaban sobre mí; ya por bajo la copa de los últimos arbolillos distinguía a
muy corta distancia los caballos, sin percibir aún los jinetes; ya, al fin, los
descubrí del todo, sin imaginar siquiera que fuesen enemigos y dirigiéndome
siempre a ellos. En este estado, vi al
teniente Arana que lo rodeaban muchos hombres, a quienes decía a voces: allí
está el general Paz, aquél es el general Paz, señalándome con la mano; lo que
robustecía la persuasión en que estaba de que aquella tropa era mía. Sin
embargo, vi en aquellos momentos una acción que me hizo sospechar lo contrario,
y fue que vi levantados, sobre la cabeza de Arana, uno o dos sables, en acto de
amenaza. Mil ideas confusas se agolparon en mi imaginación; ya se me
ocurrió que podían haber desconocido los nuestros; ya que podía ser un juego o
chanza, común entre militares; pero vinieron en fin, a dar vigor a mis primeras
sospechas, las persuasiones del paisano que me servía de guía, para que huyese,
porque creía firmemente que eran enemigos. Entretanto, ya se dirigía a mí
aquella turba, y casi me tocaba, cuando, dudoso aún, volví las riendas a mi
caballo y tomé un galope tendido. Entre multitud de voces que me gritaban
que hiciera alto, oía con la mayor distinción una que gritaba a mi inmediación:
párese mi General; no le tiren que es mi General; no duden que es mi General; y
otra vez, párese mi General. Este incidente volvió a hacer renacer en mí
la primera persuasión, de que era gente mía la que me perseguía, desconociéndome,
quizá, por la mudanza de traje. En medio de esta confusión, de conceptos
contrarios y ruborizándome de aparecer fugitivo de los míos, delante de la
columna que había quedado ocho o diez cuadras atrás, tiré las riendas a mi
caballo y, moderando en gran parte su escape, volví la cara para cerciorarme;
en tal estado fue que uno de los que me perseguían, con un acertado tiro de
bolas, dirigido de muy cerca, que inutilizó a mi caballo, me impidió continuar
la retirada. Este se puso a dar terribles corcovos, con que mal de mi
grado me hizo venir a tierra. En el mismo momento me vi rodeado por doce o
catorce hombres que me apuntaban sus carabinas, y que me intimaban que me
rindiese; y debo confesar que aun en este instante no había depuesto del todo
mis dudas sobre la clase de hombres que me atacaban, y les pregunté con
repetición quiénes eran y a qué gente pertenecían; mas duró poco el engaño, y
luego supe que eran enemigos, y que había caído del modo más inaudito en su
poder. No podía dar un paso, ninguna defensa me era posible, fuerza
alguna de la que me pertenecía se presentaba por allí; fue, pues, preciso
resignarme y someterme a mi cruel destino”.
Primero,
la felicitación del gobernador de Santa Fe, Estanislao López, quien en carta dirigida también a Rosas el mismo día que el Parte
anterior, pone que “El Soldado Francisco
Zeballos, a cuyo brazo debemos presa tan importante, remite como prueba de su
estimación, aunque no tiene el gusto de conocerlo el fiador y manea que usaba
el Protector (Paz), y las bolas con que le sujetó el caballo”. Los
objetos capturados al “manco” Paz son
ahora reliquias históricas, lo mismo las boleadoras que le han dado caza. Los Santafesinos lo trataron muy bien al General Paz y en lugar del pelotón de fusilamiento (como el mismo
Paz hacia cumplir con los prisioneros o jefes federales capturados según lo explicado por Alberto
Ezcurra medrano en las “Otras Tablas de Sangre”) lo envían detenido a
Santa Fe, convirtiéndose en el preso más ilustre. El 15 de mayo de 1831, a las
cuatro de la tarde -el Manco de Oncativo y La Tablada- ingresó a la prisión de
la Aduana. En la Aduana su habitación
era la tercera ventana del segundo piso, su vida en prisión fue relatada por el
mismo en sus Memorias Póstumas. Paz
estuvo preso en la Aduana de Santa Fe desde el 15 de mayo de 1831 hasta el 6 de
septiembre de 1835, fecha en que fue trasladado a Luján (Bs As) donde prosiguió su cautiverio. Juan Manuel de Rosas ordena a las autoridades
del Cabildo de Luján que le guarden consideración; le manda libros; le acuerda
el grado de General de la Provincia de Buenos Aires, y le paga su sueldo
íntegro, inclusive sus sueldos atrasados. Rosas,
lógicamente, ha debido fusilar a Paz, así como Lavalle fusiló a Dorrego. Es la
ley de los tiempos. Pero “el monstruo” no lo fusila y lo trata con la mayor
humanidad y hasta con excepcional consideración. En 1839 olvidando su promesa de no tomar las armas contra quien le perdona su
vida, rompe su palabra de honor y abandona la ciudad y se pone al frente del
ejército correntino, en contra de Rosas.
Zeballos fue ascendido al grado de capitán de
la Caballería del Ejército Federal Confederado, que mandaba el general
santafecino López. Como buen patriota y gaucho no dejó la lucha por los
honores, y por eso se halló dos años más tarde, el 14 de julio de 1833, en la
batalla de Piedra Blanca, provincia de Córdoba, donde cayó muerto en combate. Por
entonces en las postas y pulperías se escuchaba: Viva ese soldado Zeballos que al manco lo sujetó con un buen tiro de
bolas contra la tierra lo dio. Viva ese gaucho Zeballos que al manco aprisionó,
con un buen tiro de bolas a su caballo bolió.
Es probable que a Paz le salvo la vida tambien el hecho que no haya ejecutado a Felix Aldao (llamado por los unitarios "el fraile apostata"), capturado en Oncativo. Desde Mendoza,el unitario Godoy Cruz lo reclamaba para juzgarlo, lo que hubiera significado la muerte de Aldao, cuyos dos hermanos fueron asesinados y no muertos en combate franco. Cabe recordar que "ese monstruo sediento de sangre segun Sarmiento", al ser gobernador de Mendoza, permitio la vuelta de Godoy Cruz, al cual no molesto en lo mas minimo.
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