El 30 de mayo de 1855 iniciaba el entonces coronel Bartolomé Mitre la crónica de sus reiteradas derrotas militares. En ese día, los indios ranqueles lo Cercaron en la Sierra Chica, le tomaron la mayor parte de la caballada, le mataron buen número de soldados y lo obligaron a retirarse con las monturas al hombro. Fue la derrota más grande que sufrió frente a la indiada un ejército regular cristiano en tierras argentinas.
Mitre, ministro de Guerra y Marina del Estado de Buenos Aires, debió redactar el parte de su propia derrota; hábil en los menesteres de la pluma historiográfica, disimuló en lo posible el infortunio. Es interesante leer el fragmento final de esta pieza, en la que Mitre cuenta la historia de la batalla de Sierra Chica, inauguración de sus actividades como Jefe con mando de tropa. "A LAS 8 DE LA MAÑANA estuvimos sobre las alturas que dominan los toldos, en el momento en que los indios recién alarmados por sus bomberos tocaban reunión con tres cornetas, montando rápidamente a caballo y reuniéndose en la costa del arroyo y al pie de la sierra, en número como doscientos. Antes de subir a las alturas ya indicadas habían formado tres columnas paralelas, una de infantería a lo derecha, y dos de caballería a izquierda, para desplegarlas y escalonarlas oportunamente y al pisar la cresta de una eminencia que se apoya en una sierra aislada y va a terminar perpendicularmente en la costa del arroyo, mande desplegar en el orden oblicuo ya convenido.
Los dos Escuadrones de Coraceros, desplegaron en línea para escalonarse sobre la marcha (lo que fue un error); los de milicias, que no habían tenido cuatro días de campamento, imitaron su ejemplo dejando a retaguardia a la infantería que acababa de echar pie a tierra. Viendo esto mandé tocar alto porque el terreno no prometía ya el escalonamiento hacia vanguardia, y para remediar este accidente, variando en el acto mi plan, mandé al escuadrón de indios amigos que cargasen por la costa del arroyo a la cabeza de los toldos, donde se veían reunidos como mil caballos y que la línea entera protegiese esta carga, apoyando su flanco derecho de la infantería en columna de ataque, la mayor parte de la caballada fue arrebatada espontáneamente por la confusión que reinaba en la toldería y contando con un triunfo fácil, inició sin la orden de sus jefes una carga, operando al mismo tiempo un cambio de frente avanzado de la ala derecha, maniobra que dio por resultado la desorganización de los escuadrones de milicias y de indios amigos que se hallaban a la izquierda, y de neutralizar la acción del 2do Escuadrón de Coraceros (mandaba el teniente Manuel López), sin embargo la lucha se trabó ventajosamente a la cabeza de los toldos, hasta donde penetraron dos compañías acuchillando cuanto encontraron por delante, y haciendo huir despavoridos a los indios, que abandonaron sus armas.
Fue en este momento que se arrebató la caballada de que hablé antes, y ocupándose en arriar algunos, en pelear aisladamente otros y en saquear no pocos, la línea fue rota y sesenta hombres quedaron aislados entre los toldos.
Desde este momento comenzó la reacción, los indios volvieron sobre sí y acudieron en mayor número al punto atacado, siendo preciso comprometer en una segunda carga un combate parcial para salvar el ala derecha cortada mientras yo procuraba reorganizar los Escuadrones de milicias para mantenerlos en reserva, pero este combate, a pesar de dar por resultado inmediato el salvar los sesenta hombres comprometidos, fue adverso a nuestras armas, y del entrevero que tuvo lugar resultaron varios muertos y heridos, entre ellos dos oficiales, envolviéndose la mayor parte de nuestra caballería, incluso el escuadrón de indios amigos. Entonces tuve que atender a la seguridad de nuestras caballadas, haciéndolas pasar detrás de la infantería; a este tiempo era decididamente cargada nuestra izquierda, que recibió el choque con gran valor, haciendo conmover la línea enemiga, pero cuando el triunfo parecía seguro nuestros soldados, volvieron la espalda, dejando en el campo algunos muertos y sacando algunos heridos, en cuyo movimiento retrógrado arrastraron nuevamente a todos los Escuadrones que desordenados se precipitaron a salvarse sobre la infantería que tuvieron que desorganizar ésta que había formado el Cuadro, caló la bayoneta a los fugitivos, y despejando su frente rompió un nutrido fuego graneado sobre los indios, alguno de los cuales se acercaron hasta veinte pasos del escuadrón, arrojando sobre él tiros de bolas perdidas, siendo rechazados con pérdidas de algunos muertos y muchos heridos por su parte.
El estruendo de este fuego hizo disparar la caballada que se había incorporado en la nuestra, arrastrando casi toda la de la infantería y los pocos caballos de reserva que conservábamos quedando por consecuencia casi a pie, pues es el caballo de reserva en que peleábamos habíamos hecho cuatro leguas de marcha a causa de la equivocación del baqueano, y con las diversas cargas y corridas se hallaban exaustos de fuerzas mientras que los indios se retiraban y volvían al combate cabalgando sobervios caballos de refresco. En tal estado, considerando que podía haber fallado la combinación con la división del Centro, y con una caballería que además de no ser apta para maniobrar en línea estaba desmoralizada por el contraste que había sufrido, era totalmente imposible emprender ya nada desicivo, por lo que me limité a un sistema puramente defensivo, tanto para esperar el resultado de las operaciones de la División del Centro, cuanto para salvar en todo evento las fuerzas confiadas a mi cuidado. De la masa informe que presentaba la caballería volvió a surgir el orden y pudo organizar de nuevo los Escuadrones, Haciéndoles echar pie a tierra de modo que el conjunto presentase una actitud que contuviese al enemiga; y así sucedió; para fortificar esta actitud se desalojó al enemigo con una compañía de infantería la pequeña Sierra aislada de que hice mención antes, y que era la llave del campo de batalla, la cresta de la Sierra fue coronada por la misma compañía, y con el resto de las fuerzas formé a su pie un gran cuadro, formando el Batallón el ángulo saliente de la cara más débil que era la opuesta al cerro, y en el centro coloqué las caballadas, mientras nuestros heridos eran atendidos dentro del cuadro particular de la infantería. En esta posición resolví esperar tranquilamente hasta la noche, pues en el caso en que hubiéramos intentado una retirada, a la inmediata señal de cobardía hubiera podido sernos funesta. Durante el día continuaron las escaramuzas, siendo hostigados de más cerca por algunos cristianos que viven con los indios y que estaban provistos de armas de fuego. Al ponerse el sol se oyeron algunos cañonazos lejanos del otro lado del arroyo por la parte de la Blanca Chica, lo que nos indicó en aquel punto la precensia de la 1er División del Centro sosteniendo un fuerte combate, pues los cañonazos eran repetidos; muy luego cesaron y habiendo hecho con nuestro cañón algunos disparos, estos no fueron contestados a pesar de ser el viento favorable.
El número de indios que nos circundaban, sus alaridos salvajes y su ardor redobló en aquel momento haciendo concebir la idea de un contraste. La prudencia aconsejaba la retirada pero el deber aconsejaba la permanencia en el campo y fue esta la resolución que adopté, permaneciendo en la incertidumbre y sobre las armas durante toda lo noche opaca y lluviosa en que no cesaron un solo instante los alaridos de los bárbaros que nos circundaban. Al día siguiente todo presentaba el mismo efecto; los indios permanecían en sus puestos firmes y amenazadores y más de cincuenta mil cabezas de ganado, pacían tranquilamente a sus espaldas, mientras que nosotros nos veríamos reducidos por todo alimento a la carne de yeguas sin más agua la que brotaban algunas vertientes de la Sierra pero resueltos todos a sostener el puesto hasta último trance, sin embargo de que los cristianos andaban entre los indios gritaban que a Benítez lo habían derrotado y que a la noche iban a ser pasados a cuchillo. La indiada que nos cercaba se retiró de nuestro frente y se reconcentró a la margen izquierda reuniéndose todos los ganados; sospechando que pudiese ser un ardid de guerra para burlar nuestra vigilancia, hice hacer dos disparos que no fueron contestados por la columna que teníamos a la vista por el contrario detuvo su marcha y pronto vi husmear sus fuegos, lo que me hizo persuadir fuesen los quinientos indios que debían reforzar a Catriel. Para Salir de la incertidumbre se despachó cinco bomberos más después de otros, y mientras tanto se suspendió la retirada, continuando sin embargo sus preparativos. A la siete y media de la noche volvieron dos hombres con la noticia de la columna que habíamos visto eran los indios de CalfúCurá; no había ya que trepidar, mucho desde que debíamos esperar ser asaltados en madrugada en nuestro propio campo, lo que en el tuvo lugar después según es sabido, creyendo aún permanecerían en él, lo que es debido a antes de marchar se ordenó dejar encendidos los los fogones dándoles pábilo con grasa de potro para que durasen más y dejando en pie dos tiendas de campaña, lo que unido a la mancha negra producida por los mil doscientos caballos que encerraba el cuadro formaba una ilusión completa las ocho y media estubo formado el cuadro cubriendo cada costado dos escuadrones de caballería paralelos, al frente una compañía de infantería, en el centro la artillería, los heridos y bagajes, al costado derecho las caballadas y teniendo la retirada el Batallón N 2 de línea, la compañía del Batallón primero agregada a en este orden se emprendió la retirada a las ocho y media de la noche, marchando todos a pie desde el primer Jefe hasta el último soldado, observando el mayor orden y silencio, y descendimos al llano para tomar el camino derecho del Azul, que era más corto pero más peligroso que el de la Sierra razón por la que elegí pues no debían suponer que por allí saliésemos, a lo que debe atribuirse que hayamos sido sentidos. A las tres de la mañana llegamos al arroyo de Nievas, distante cinco leguas y media; allí montamos a caballo y tomando cada uno un infante a la grupa, estuvimos en el Azul a las ocho de la mañana del día trayendo todos nuestros heridos, en cuyo momento oficié a V. dándole una noticia en globo de los sucesos ocurridos. Ahora volviendo a la División del Centro, tengo la satisfacción de adjuntar original a V. E. la comunicación del Coronel Don Laureano Díaz, por lo que se instruirá a V.E. del cúmulo de circunstancias fatales que han hecho malograr la expedición combinada, cuyos resultados hubieran sido asegurar la línea de frontera destruyendo lo vanguardia de los bárbaros del desierto, los cuales penetran por la parte de frontera cuya guardia estaba encomendada a sus chuzas. Le he ordenado al Coronel Don Laureano Díaz que se retire con la División a Santa Catalina (dos leguas del Azul arriba) donde a la fecha se encuentran, así como el Comandante Otamendi y Mayor Sanabria, lo que reunido a lo División que existe ya en ese punto y a la fuerza que traerá el General Hornos formará un pie de ejército respetable que podrá muy pronto escarmentar a los salvajes, siempre que sea provisto de caballadas buenas y numerosas, sin lo cual todas las operaciones militares se estilizarán combatiendo contra enemigos tan superior en medios de movilidad, sea para marchar, sea para batirse. Cómo acaba de verse prácticamente. Por ahora me ocupo principalmente en aglomerar caballadas en este punto, y así que llegue el General Hornos lo haré cargo de todas estas fuerzas, dándole Ias instrucciones convenientes para impulsar con éxito las operaciones que demanda urgentemente la Seguridad de la frontera, seriamente comprometida por la Confederación más vasta de tribus del desierto que haya tenido lugar desde el tiempo de la conquista, pues aunque hayan disminuido mucho en su número, hoy por la primera vez están unidas, y esto explica su audacia y es sistema que se observa en sus excursiones vandálicas."
Mitre consiguió disimular su derrota y fue recibido de vuelta en festejos y con banquete organizado por Sarmiento. Tras su desastrosa campaña Mitre pronuncio la frase "el Desierto es inconquistable".
Tras su victoria Calfucurá recibió desde entonces el mote de Napoleón del Desierto. En septiembre de ese año derrotó y mató al comandante Nicanor Otamendi junto a 125 de sus soldados en la estancia de San Antonio de Iraola y después saqueó el pueblo de Tapalqué. Mitre organizó el Ejército de Operaciones del Sur con 3.000 soldados y 12 piezas de artillería al mando del general Manuel Hornos. Calfucurá derrotó a Hornos en San Jacinto, muriendo del lado gubernamental 18 oficiales y 250 soldados.
Ridicula actuacion de Mitre!! Pepe Rosa se burla de sus pretensiones de considerarse un gran jefe militar por leer libros de estrategia francesa. Bonaparte lo hubiera mandado a escribir poemas tontos que es lo que mejor sabia hacer.
ResponderEliminar