8 de la mañana del 11 de marzo de 1973. Desde la noche
anterior, entre mates
y bizcochitos estamos en la Unidad Básica organizando a
los compañeros que
van a votar para elegir nuevo presidente. La consigna es
que vayan todos a
depositar su voto, para evitar la trampa de la segunda
vuelta, el llamado
“ballotage”, orquestado desde el poder para frenar el
avance de las masas peronistas. Esta
elección era nada menos, que el epílogo de una larga batalla de resistencia, en
que la generación de nuestros Viejos primero y nosotros después, peleamos por
el retorno incondicional de Perón a la Argentina.
Dieciocho años de sacrificios y luchas, donde fuimos
desenmascarando una a una todas las maniobras del régimen. Como no pudieron
acallarnos ni con la barbarie de los fusilamientos de Rojas y Aramburu; luego
trataron de “integrarnos” con el maquiavélico Frondizi. Después vino el turno de Guido e Illia –muy
democráticos por fuera, muy gorilas por dentro- y luego cuando todas las farsas
se desmoronaban rápidamente, demostrando que el verdadero poder detrás del
trono era el de los militares, estos se vieron obligados a dar la cara y
gobernar sin intermediarios. Onganía,
Levingston y Lanusse, votados por nadie, recibieron el repudio generalizado y
creciente de toda la población que los combatió como pudo, en todos los
rincones del país, hasta conformar un gran Argentinazo que obligó a estos
uniformados oligarcas, hijos del Pentágono, a llamar a elecciones como el mal
menor, es decir, a arriesgarse a que su enemigo histórico, el Peronismo, les
ganara una elección presidencial y gobernara por tercera vez nuestro país. El 11 de marzo de 1973, votamos todos y fue
un gran triunfo popular. El “Tío” Cámpora ganó las elecciones por más del
50% de los votos y Perón allanó su regreso definitivo a la Argentina. Y cuando digo que votamos todos, también hago
referencia a queridos “cumpas” que quedaron en el camino antes de esas
votaciones, pero que seguían y siguen estando en nuestro corazón, y desde allí,
desde el corazón quiero hoy rendirles este homenaje. Porque todos ellos, sin
excepción, encarnaron con sus acciones y se despojaron de lo más preciado que
tenían, sus vidas, para hacer realidad el deseo de todo un pueblo, que bien
podía resumirse en esas dos palabras mágicas que todo lo podían y que eran:
¡PERON VUELVE!. Hago referencia al
heroico general Juan José Valle, fusilado a traición; nuestro hermano Felipe Vallese, que detenta
el triste privilegio de ser el primer detenido-desaparecido; el “loco” Ricardo
“Dulce de Leche” Ibarra muerto en un accidente automovilístico y del que el
diario “La Nación” confirmó que “tenía pendientes varios pedidos de captura por
pertenecer a organizaciones ilegales adictas al tirano prófugo”. Santiago Pampillón,
estudiante y obrero mecánico de Ika-Renault, asesinado por el Onganiato; el “Bebe”
Cooke, abatido por lo único que lo podía abatir: un cáncer. Gerardo María
Ferrari, el ex seminarista muerto en un enfrentamiento con la policía, que lo
acusa de ser un peligroso pistolero y malviviente, lo que motiva la defensa
pública de su persona por sus amigos sacerdotes y la Coordinadora de Movimientos
y Comunidades de la Iglesia de Rosario. Emilio Mariano Jáuregui, asesinado a mansalva durante una
manifestación de repudio a la visita del magnate yanqui Rockefeller al país.
Raquel Liliana Gelín, “Estelista”, la primera compañera mujer, caída en combate
en un tiroteo con la policía provincial, allá por 1970 en Córdoba. Emilio Maza,
combatiente de La Calera, acompañado en su entierro por más de 10.000 personas,
pese al estado de sitio imperante. El Negro Sabino Navarro, correntino,
integrante de la Juventud Obrera Católica y delegado del sindicato de
Mecánicos, que, aún rodeado en las sierras de Córdoba por miles de efectivos no
se entrega con vida, y la dictadura militar, cuando encuentra su cuerpo, manda
cortar sus manos para poderlo identificar.
Como no recordar a los pibes Belloni y Frondizi. Manuel Belloni,
fundador de la Juventud Peronista de San Fernando y masacrado en Rincón de
Milberg, Tigre, junto a su amigo Diego Ruy Frondizi en un enfrentamiento
trucho; el “paragua” Carlos Olmedo, quizá uno de los teóricos más importantes
que tuvieron las FAR y que muere al tratar de secuestrar a un alto ejecutivo de
la Fiat, empresa que había dejado a miles de trabajadores en la calle. El “Dani”
Balbuena, militante en La Plata de las Fuerzas Armadas Peronistas, que solía decir
a sus interlocutores: “No tomé en mis manos la violencia por la violencia
misma, antes de armarme de un fusil me armé de una verdad y después me puse a
servirla”. Jorge Juan Escribano, montonero. que le escribía a sus padres desde
la clandestinidad para decirles que: “a los que viven en las Villas no les
damos de comer con exclamar ´Pobre gente´. La solidaridad, la verdadera
solidaridad con el que sufre, se da tratando de poner el hombro a su lado, y
los ideales tienen validez cuando los hacemos valer, aunque nos cueste la
vida”. Carlitos Capuano Martínez, el flaco estudiante de arquitectura, que dejó
la vida en Barracas para salvar a otros dos compañeros de una ratonera
policial; los 16 masacrados en Trelew entre los que se contaban la profesora de
matemáticas María Angélica Sabelli, Susana Graciela Lesgart de Yofre maestra rural y Mariano
Pujadas, estudiante de agronomía, todos ellos peronistas revolucionarios.
Tampoco quiero olvidarme de Angel “Tacuarita” Brandazza, secuestrado,
torturado y muerto por efectivos del Segundo Cuerpo de Ejército en Rosario.
Y la lista, esta trágica lista puede seguir largamente. Por eso digo que ese día votamos todos, los
que dejaron la vida y también los que ayudaron a mantener bien en alto las
banderas peronistas: aquellos anónimos que tuvieron la valentía de acusar con
nombre y apellido a los profanadores del cadáver de nuestra querida e
inolvidable compañera Evita; por otro lado, los compañeros Rodolfo Walsh y
Salvador Ferla que documentaron los fusilamientos de 1956 en inolvidables
libros; también los miles y miles de militantes sindicales que recuperaron uno
a uno los sindicatos intervenidos por la Fusiladora y por su lealtad a la causa
popular llenaron las cárceles de todo el país. Es un deber así mismo recordar a
los compañeros que ocuparon el Frigorífico Lisandro de la Torre para evitar su
entrega y privatización en enero de 1959 al grito de ¡Patria Si, Colonia no!
Entre ellos estaban, vale la pena recordar: Sebastián Borro, Avelino Fernández,
Gustavo Rearte, Jorge Di Pascuale y mi querido amigo Cachito El Kadri. Y como
se siguió resistiendo a la entrega del país, el gobernante de turno impuesto
desde el Norte –Frondizi- instrumentó el Plan Conintes que nuevamente atiborró
las prisiones de patriotas. Y también en ese mismo año aparece la primera
guerrilla peronista, en el medio rural, los Uturuncos, y quizá los compañeros
más antiguos que hoy nos acompañan se acordarán de las estrofas de esa zamba
que el pueblo argentino esperanzado cantaba todos los días, como una letanía,
en los ingenios azucareros y tabacaleros del norte de nuestro país: “El jefe
uturunco viene por los valles de Tafí; la Patria lo espera y tiene, un corazón
y un fusil”. Y sigamos haciendo memoria.
Los programas revolucionarios de La Falda y
Huerta Grande y esa epopeya popular que fue el 18 de marzo de 1962
cuando el compañero Andrés Framini, -otro querido amigo que ya no está- fue
ungido gobernador de Buenos Aires por el voto popular. Parece aún hoy
escucharse el eco de aquel grito de guerra: ¡Framini, Anglada, Perón en la
Rosada! Y si vamos adelante en el tiempo, en el gobierno radical de Illia,
debería recordarse a aquellos muchachos peronistas llenos de ideales que
asqueados de unas FF.AA. monitoreadas desde Washington, y luego de unas
elecciones fraudulentas donde el nuevo presidente fue elegido con sólo el 23%
de los votos y el peronismo proscripto, recuperaron el sable de San Martín
porque “La juventud argentina se ve forzada a realizar un acto heroico (…)
aquella espada, la purísima espada del Padre de la Patria, aquel sable repujado
por la gloria, aquella síntesis viril y generosa por la Patria, por milagro de la
fe, volverá a ser el santo y seña de la liberación nacional. Desde hoy aquella
espada que un día el Libertador, en plena lucidez legara al brigadier general
Juan Manuel de Rosas, por la satisfacción con que viera la defensa de su patria
frente a las agresiones del imperialismo, dejó su reposo en el Museo Histórico
Nacional para brillar de nuevo en magno combate por la reconquista de la argentinidad.
Desde hoy el sable de San Lorenzo y Maipú, quedará custodiado por la juventud
argentina, representada por la Juventud Peronista…”…… Y un año más tarde, ya en
1964, el Plan de Lucha de la CGT; una experiencia fundamental de lucha de la
clase trabajadora, a punto tal que 3.913.000 trabajadores ocupan 11.000
establecimientos industriales. El 75,4% del total de los asalariados, según el
censo de población de 1960, responde al Plan de Lucha, que reclamaba entre
otras cosas el regreso de Perón a su patria.
En fin todas estas luchas entroncan con las de mi generación, con el
ejemplo revolucionario de todos esos compañeros que nombré anteriormente, al principio
de este recordatorio. Por eso reafirmo
una vez más, para terminar, que ese día, el 11 de marzo de 1973, votamos todos,
los que dejaron la vida y los que seguimos aún hoy en estos momentos críticos y
difíciles, adelante, seguros y solidificados en nuestros principios para hacer
en un futuro más bien próximo, la Patria de todos: Justa, Libre y Soberana,
como la soñaron Perón, Evita y todos nuestros mártires, un mandato histórico
que inexorablemente será cumplido.
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