POR JOSÉ LUIS BUSANICHE
En plena primera guerra Las Provincias Unidas y el Imperio
del Brasil se buscaba la aprobación de una Constitución centralista y oligárquica,
que sería rechazada, porque era engendro del fraude y de la mala fe, el
ejército argentino al mando de Alvear, fuerte de seis mil doscientos hombres,
acampaba sobre el arroyo Grande, afluente del río Negro en la Banda Oriental
—diciembre de 1826— y a fines de ese mes, desplegando una estrategia que honra
al general en jefe como militar, se movía en dirección a la frontera brasileña
por donde no lo esperaba el enemigo, dejando cortado al ejército imperial. La escuadra brasileña, con intención de
encerrar al ejército de Alvear penetró con audacia por el río Uruguay pero fue
completamente derrotada por Brown en la gloriosa batalla del Juncal el 10 de febrero de 1827. ¿Cómo vería el
mediador Ponsonby aquellas acciones
que contrariaban las promesas de paz de don Bernardino Rivadavia? Alvear
había lanzado una proclama en el Uruguay que para el diplomático mediador
“despertaba sospecha sobre la sinceridad del Presidente y de su gobierno”. Se
acercó entonces a él para expresarle su inquietud y se le contestó por el mismo
Rivadavia que “no tomara en
consideración el contenido de la proclama”. “Oigo de la mejor fuente
escribió también Ponsonby- que el Presidente teme dirigirse al general para que
“evite una batalla a pesar de que está convencido de que nada debe arriesgarse
mientras sea posible la paz”. Agrega Ponsonby que el gobierno ha fracasado, que
la constitución será rechazada por las provincias, que el Congreso no tuvo poder legal para nombrar presidente permanente, que el
gobierno carece de derecho para invocar autoridad sobre la provincia y que,
rechazada la constitución, el presidente mismo debe darse oficialmente por
caducado.
Y he ahí que Alvear triunfa en la batalla en Ituzaingó el 20
de febrero de 1827 y la noticia es conocida pocos días después en Buenos Aires,
La espléndida victoria exalta los ánimos e inflama el patriotismo. La multitud
se arroja a las calles empujada por el entusiasmo. ¡Ituzaingó!. .. ¡Ituzaingó!.
. . ¡Victoria!.. . ¡Victoria!,. . Bullen de gente los sitios públicos; los
discursos, las arengas, enardecen a la muchedumbre.
Pero hay un hombre (el hombre más ilustrado del país según
Ponsonby) que, en medio de aquel bullicio y acaso abriéndose camino entre la
multitud, llega a casa del enviado inglés y pide hablar con él. Es el ministro
de relaciones exteriores de Rivadavia, don Manuel José García. Va en nombre del
Presidente, muy preocupado. “Me renovó -escribe
Ponsomby- las declaraciones del
presidente, sinceras y bien conocidas respecto a su anhelo de estrechar
las relaciones de su país con el Brasil tan íntimamente como sea posible, y de
apoyar, en vez de atacar, la forma de gobierno allí existente y a Su Majestad
Imperial".
Un mes antes de Ituzaingó,
Ponsonby había escrito a Canning: “Este gobierno teme el derrocamiento del
Emperador y la destrucción de su poder en el Brasil porque conoce los peligros
a los que él mismo estaría expuesto. El gobierno de Buenos Aires considera la
estabilidad del trono del Emperador como algo de primordial interés para este
Estado y está deseoso de contribuir a su sostenimiento. Está anheloso de sellar
una .alianza estricta con él y de proporcionarle toda la asistencia que esté en
su poder ofrecerle”.
Con estos
antecedentes, ¿cómo no habría de pasar a la posteridad la victoria de Ituzaingó
con el nombre de victoria paralítica? La parálisis estaba pronunciada de
antemano. Ni avanzó el ejército en persecución del enemigo ni el gobierno se
preocupó por remitir los refuerzos más indispensables. ¿Para qué? En marzo
había sido conocida en Buenos Aires la victoria y en abril salió el ministro don
Manuel José García en misión diplomática para Río de Janeiro. Iba en busca de
la paz en nombre del presidente. En el interior los pueblos habían rechazado la
constitución que se les obsequiara. Los primeros en rechazarla fueron los
pueblos en armas a los que se había
negado la calidad de ciudadanos, porque eran pobres o porque no sabían leer ni
escribir. Para dejar bien definida su actitud, las provincias de San Juan,
San Luis y Mendoza firmaron en abril, después de rechazar la constitución, el
tratado de Guanacache; y en mayo, por iniciativa de Bustos, las provincias de
Córdoba. Santa Fe. Entre Ríos, Corrientes. Santiago del Estero, La Rioja,
Salta, Mendoza, San Juan, San Luis y Banda Oriental, habían firmado ya un
tratado de alianza ofensiva y defensiva
y se prometían invitar a Buenos Aires. Catamarca y Tucumán para darse todas una
constitución Federal. Entretanto, se obligaban a combatir a las
autoridades nominadas nacionales. El tratado abordaba el problema de los
puertos y reconocía como libres y hábiles para el comercio y tráfico los
puertos de Corrientes, Santa Fe, Bajada, arroyo de la China, Gualeguay y
Gualeguaychú. Se comprometían también a
sostener la integridad del territorio y a prestar auxilios a los orientales en
la guerra contra el Brasil. No parece super-fluo consignar que, ya en 1825,
Santa Fe había reclamado ante la provincia de Buenos Aires por el derecho que
ésta se atribuía “para no permitir el
libre comercio de buques extranjeros y el franco trasbordo de las mercancías de
ultramar, disfrutando [Santa Fe] de puertos los más cómodos para semejantes
relaciones de que reportaría ventajas incalculables. Cese ya --decía el
documento— esa extraña conducta prohibitiva tan extraña a la voz de la
justicia”.
El gobierno de Buenos Aires dijo que “se trataba de una conducta
estipulada solemnemente por la provincia de Santa Fe”. La
respuesta fue firmada por García, ministro entonces de Las Heras, el mismo que
ahora, como ministro de Rivadavia (abril de 1827), estaba en Río de Janeiro
para firmar la paz con el imperio.
En verdad, el envío de ese comisionado debió haberlo hecho
el presidente Rivadavia antes de la batalla de Ituzaingó si estaba ya decidido
—como lo asegura Ponsonby— a prescindir de la guerra para solucionar el
conflicto. Hacerlo después de una victoria, podía despertar. suspicacias y
diplomáticamente seria ineficaz porque el Emperador, que no se tenía por
vencido y disponía de mucho dinero, estarla bajo los efectos irritantes del
descalabro. El ministro inglés en
Brasil, Gordon, decía que la paz hubiera sido posible dos meses atrás (es decir
antes de Ituzaingó) pero que al presente (mayo de 1827) le padecía imposible.
“[El Emperador] —dice Gordon— está en un estado de exasperación extraordinaria
después de la desgracia de sus armas, mira como una ignominia el triste
resultado de sus operaciones militares, está persuadido de que para no sufrir
el desprecio de las potencias extranjeras y para no degradarse delante de sus
propios subditos es necesario hacer los últimos sacrificios y esta dispuesto a
hacerlos hasta reparar sus recursos”.
Lo cierto es que el ministro Garcia firmó en aquellas
circunstancias un tratado preliminar por el cual las Provincias Unidas “reconocían la autoridad del Imperio con
expresa renuncia a todos los derechos que podrían pretender al territorio de
Montevideo, llamado hoy Cisplatino”. Cuando llegó la noticia a Buenos Aies
de lo pasado en Río de Janeiro y de que dos meses después de Ituzaingó
Rivadavia devolvía la Banda Oriental, la población estalló en un movimiento
unánime de indignación. García estuvo en Buenos Aires el 21 de junio. Forbes dice que la indignación era
contra García y en no pequeña medida contra Ponsonby, pero este último asegura
que Rivadavia fracasó por el odio concentrado contra él. Según Ponsonby, la
vida de García peligró. Las paredes se cubrieron de papeles insultantes. El 25,
Rivadavia elevó al Congreso la convención preliminar, condenándola en términos
que no cuadraban en quien había mandado al sacrificio a los soldados de
Ituzaingó después de las declaraciones hechas a Ponsonby. Don Vicente Fidel López afirma que Garcia cumplió instrucciones
verbales de Rivadavia, El 28 el presidente presentó su renuncia.
Entretanto Bustos, gobernador de Córdoba, se había dirigido
a los agentes extranjeros “protestando
de la manera más solemne contra la autoridad asumida por Rivadavia sobre
cualquier tratado o convención que pudiera [el agente] firmar con él en su
pretendido carácter de presidente"
Don Bernardino Rivadavia había fracasado en su “aventura presidencial” como había fracasado
en sus empresas mercantiles: la sociedad de minas y la sociedad de agricultura.
El señor Head, por lo que respecta a las minas, el señor Barbel Beaumont en lo
tocante a la sociedad de agricultura, escribieron sendos libros para hacer
saber al público que hablan sido engañados. No repetiremos lo que han dicho
contra él ambos empresarios que, sin duda se convirtieron en sus enemigos, ni
lo que dijo Canning, ni las expresiones
de Ponsonby a propósito de su silueta física grotesca, de sus maneras
inflamadas, su hablar enfático y su orgullo desmedido. Pero el general
Miller, amigo y admirador de Rivadavia y muy benévolo en sus juicios, por lo
general, dice, sin embargo: “En la persona de Rivadavia se halla una afectación
de superioridad y un orgullo que repugna”. Contraponiéndolo a Las Héras, se expresa así:
“Las Heras se había distinguido en el
campo de batalla, mientras Rivadavia andaba a su voluntad de una capital
europea en otra, donde quizás habría permanecido en una relativa oscuridad si
no hubiese sido por la bizarría de Las Heras en Cancha Rayada”.
Ponsonby informó a su gobierno que la renuncia del señor
Rivadavia “era fruto de su propia
ineptitud”, que no era consecuencia de la coacción; es decir, que sus
mismos errores habían determinado la situación en que había venido a parar el
país. El Congreso, ante una situación semejante, y en momentos en que se decía
con insistencia que los ejércitos de las provincias avanzaban sobre Buenos
Aires como en el año 20, aceptó la
renuncia del presidente, autor de todo aquel desaguisado y eligió en su lugar,
con carácter provisorio, a don Vicente López y Planes, El nuevo magistrado,
por primera providencia convocó a elecciones al pueblo de Buenos Aires para la
elección de representantes con el designio de restaurar la autonomía
provincial. Formada la nueva sala o legislatura de la provincia, eligió
gobernador al coronel Manuel Dorrego, figura prominente del nuevo partido
federal de Buenos Aires, joven e ilustre guerrero de la independencia que, con
su actuación en el Congreso nacional, había dado testimonio de arraigadas y
sinceras convicciones democráticas y federales. Era periodista de pluma fácil, agudo ingenio y
seria información en materia política, obtenida en los Estados Unidos, donde
había estado desterrado por el director Pueyrredón. Sus discursos eran ágiles,
exentos de toda retórica, certeros y contundentes. A veces deficientes de forma
pero no propiamente defectuosos.
La misma legislatura
que había designado a Dorrego. removió del Congreso nacional a los diputados de
Buenos Aires y el día 18 el famoso Congreso comunicaba oficialmente su
disolución. En dieciséis meses, ¡cuánto daño irremediable, determinado por el
orgullo, la ambición y la codicia, había caído sobre el país! El historiador
don Vicente Fidel López, nada sospechoso de afecto a las provincias y sus
caudillos, la llama “aventura
presidencial”.
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