Por el prof. Jbismarck
No era malo el indio Heredia
Que sabía perdonar:
Que lo diga si no Alberdi,
Que lo diga Marcos Paz
Y hasta el mismo Avellaneda
Lo podría atestiguar
Doctorcitos unitarios
Lo mandaron a matar,
Mal hicieron los doctores
Y caro lo pagarán.
Era el 12 de noviembre del año 1838, cuando fue asesinado Alejandro Heredia,
héroe de la Independencia y Gobernador de Tucumán. Había
nacido en 1788 en San miguel de Tucumán; Doctor en Teología y Leyes, General de
la Independencia, diputado y gobernador de la provincia de Tucumán; protector
por las provincias de Salta, Catamarca y Jujuy; fundador de pueblos y escuelas;
autor de reglamentos y leyes a la vanguardia de la justicia de la época; fue
sin duda Alejandro Heredia uno de los hombres más pre claros que diera la
Patria en esos tiempos difíciles. Al no
contar por entonces Tucumán con un centro de estudios avanzados, sus padres lo
enviaron a Córdoba donde primero ingresa al colegio Nuestra Señora de Loreto,
revelando un talento sin igual entre sus pares. Al poco tiempo se presenta en concurso
abierto en la Universidad de Córdoba y obtiene la cátedra de Latín, corre el
año 1806. El 14 de Julio de 1808 se gradúa de Doctor en Derecho y Teología. Luego de 1810, Heredia, será soldado de la
patria. Hay dudas acerca de en cual
batalla fue su bautismo de guerra, si Suipacha o Huaqui, es el mismo Balcarce
quien el 12 de Marzo de 1811 lo designa como teniente del Cuerpo de Dragones
Ligeros, también llamado Dragones de línea.
Integró el ejercito de Belgrano y luego será uno de los jefes en la que
se conoce como la “Sublevación de Arequito”, comandada principalmente por el
General Bustos y Paz, quienes se niegan a sofocar el avance de los federales
del litoral. Bustos le da una parte de
la tropa y Heredia se dirige al Norte, justamente a Salta, con el claro
objetivo de apoyar a Güemes en su desigual lucha contra los realistas. Al
llegar el año 1824, y luego de contraer matrimonio con doña María Josefa
Cornejos Medeiros en su provincia natal; participa como diputado del Congreso
Constituyente. Al producirse el Golpe de
estado y asesinato del Encargado de las Relaciones Exteriores Manuel Dorrego,
Heredia se incorpora a las tropas federales.
Luego de la batalla de La Ciudadela, en que Quiroga derrota a Lamadrid y
a lo que quedaba del ejército Unitario, Heredia es nombrado “libre y
espontáneamente”, gobernador propietario de Tucumán. Toda su administración se caarcterizará por
llamadas a la Conciliación y medidas progresistas. En 1834 hay un complot
unitario contra su vida que fracasa y en lugar de una dura represión Heredia
los indulta….otorgándole a dos jóvenes
adversarios políticos la autorización para ejercer su profesión en la
Provincia, estos jóvenes eran los abogados don Marcos Avellaneda y don Juan
Bautista Alberdi. Fascio, teniente gobernador de
Jujuy, deseoso de separarse de Salta, la invade el 13 de Diciembre y derrota
completamente a Latorre en el Campo de Castañares, haciéndolo prisionero. En el acto Fascio le comunica a Heredia, quién
tenía apostado su ejército de 4000 hombres en la frontera con Salta, el
resultado de la contienda y la detención de Latorre. Acto seguido, Heredia le ordena la entrega de
Latorre y le rememora los méritos de este en la guerra de la Independencia y
los múltiples servicios prestados a la causa federal, solicitándole el respeto
por sus bienes, su familia y su persona. Es en vano Latorre será asesinado en
la cárcel. A principios de 1836 se produjo la última invasión de Javier López y
su sobrino Ángel, acompañados por Segundo Roca Heredia los venció en Monte
Grande, cerca de Famaillá y los tomó prisioneros; al día siguiente escribía a
su ministro "acabo de fusilar al
general López y a su sobrino don Ángel, porque no he encontrado un punto seguro
en la tierra para que en lo sucesivo no continúen haciendo males." Fue la única vez que usó sus facultades
extraordinarias para ejecutar a alguien. El coronel Roca fue indultado a pedido
de la hija de su ministro, que se casaría con él y serían los padres del futuro
presidente Julio Argentino Roca. A
mediados de 1836, las cinco provincias del noroeste (excepto Santiago del
Estero) lo nombraron su protector. En
realidad era una especie de dictador sin título alguno para esa región. En Setiembre de 1836 soldados bolivianos
incursionan reiteradamente en suelo argentino.
Ante esta situación límite Alejandro Heredia ordena reforzar las
posiciones de La Quiaca y otras zonas fronterizas en previsión de nuevos
ataques. Informa a los otros gobernadores y comienza a prepararse para la
guerra. El 13 de Febrero de 1837 la
Confederación declara oficialmente la guerra, dejando claro que esta no era
“contra el pueblo boliviano”, sino contra el tirano Santa Cruz. En
carta enviada por Rosas, el 8 de Mayo de 1837, en su carácter de Encargado de
las Relaciones Exteriores, nombra jefe
de operaciones al Exmo. Señor Brigadier General Don Alejandro Heredia,
gobernador de la provincia de Tucumán y protector de las provincias de Salta,
Jujuy y Catamarca y lo declara JEFE DEL EJÉRCITO CONFEDERADO DE OPERACIONES
CONTRA EL TIRANO SANTA CRUZ. El
peso humano y económico de la contienda recae fundamentalmente sobre las
provincias del Norte. Heredia organiza
hasta los más mínimos detalles y vence al general Braun en Santa Bárbara y
Rincón de la Casilla. Decide pasar unos
días junto a su hijo en su estancia de La
Arcadia, al sur de la provincia de Tucumán. Corría el 12 de Noviembre de 1838, hacía solo
cinco días que Alejandro Heredia había sido reelecto por tercera vez gobernador
de Tucumán y en ese acto uno de los más elogiosos discursos, fue precisamente
pronunciado por Marcos Avellaneda, el
instigador de su muerte. Mientras
Heredia se dirigía en coche a su casa de campo, fue asaltado en Los Lules por
una partida al mando del comandante Gabino
Robles, y Heredia, que en cierta
ocasión había insultado de hecho a Robles, comprendió sus intenciones, y se
dice que ofreció cuanto pidiese, contestándole Robles que sólo quería su vida y
descerrajándole tres tiros. ¿Se trataba, como se ha dicho, de una simple
venganza personal, o fue un crimen político? La “vox populi” sindicó
como instigador del hecho al doctor Marco Avellaneda, y esta creencia se
perpetuó en romances populares que Juan Alfonso Carrizo ha recopilado en
su Cancionero de Tucumán. El acta
del consejo de guerra que se le formó a Avellaneda en 1841, cuando cayó
prisionero de Oribe y fue condenado a muerte. Los dos incisos referentes a su
participación en el hecho dicen así:
“Preguntado:
Con qué objeto le prestó su caballo
rosillo al teniente Casas, asesino del finado General Heredia, el día que se
perpetró el hecho dijo: que el día antes del asesinato le pidió el referido
asesino Casas el mencionado caballo al que declara para ir a dar un paseo al
punto de Los Tules y que en éste cometió el hecho.
“Preguntado:
Con qué objeto salió el mismo día que se asesinó al General Heredia y se vio con uno de los asesinos llamado
Robles en circunstancias que éstos entraban al pueblo, dijo: que su hermano
político don Lucas Zabaleta lo había invitado para que lo acompañase a pasar el
día en su chacra del Manantial: que en su camino a esta chacra y a muy poca
distancia de la Capital, se encontró con los asesinos que tenían una partida de
quince a veinte hombres: que al verlo desde alguna distancia lo mandaron hacer
alto: que el declarante obedeció y que al instante se adelantaron tres o cuatro
de los asesinos, entre ellos, el
mencionado Robles: que éste último, ya completamente ebrio, le alargó la mano
gritando “ya sucumbió el tirano”, cuyo grito fue repetido por los otros dos o
tres que lo acompañaban: que el declarante atemorizado por esta escena, no
atinaba con lo que significaba ella, hasta que el mismo Robles le dijo que él
con sus propias manos había asesinado al gobernador Heredia: que el declarante
más atemorizado entonces procuró balbucir algunas palabras aplaudiendo su
conducta y concluyó pidiéndole permiso para continuar su camino. Que Robles
preguntó entonces al declarante si él no era Presidente de la Honorable Cámara
de Representantes: que a la contestación afirmativa del declarante
replicó Robles: “hoy no es día de pasear, sino de trabajar por la patria: vuelva
usted a la ciudad y reúna la Sala de Representantes: que nosotros por nuestra
parte no queremos nada”: que el declarante se separó entonces a galope largo y
que, sin embargo de haber andado a éste a la ciudad, no consiguió llegar sino
tres o cuatro minutos antes que ellos”. De esta
declaración se deducen varios hechos: que Avellaneda prestó su caballo a uno de
los asesinos, que se encontró con ellos después del crimen y que les aprobó su
conducta. Las coincidencias…. Por otra
parte, sobre el asesinato de Heredia se levantó la Coalición del Norte, de la
cual Avellaneda es el alma. A la semana de haber sido asesinado Heredia, fue
nombrado gobernador Bernabé Piedrabuena, que se pronunció contra Rosas, y de
quien fue ministro general en 1840 el propio Avellaneda, para sucederle luego
en 1841. El 21 de
Diciembre de 1838, Rosas organiza imponentes exequias en la Catedral,
imponiendo dos días de luto para civiles y militares y la inscripción del
nombre del Caudillo en la Pirámide de Mayo. Por eso Rosas, en carta a
Ibarra, comenta su muerte con palabras
duras y amargas, pero que revelan, una vez más, su clarividencia política. “El
general finado abrigaba muchos
disparates en su cabeza, pero no era un malvado. Antes su candor y demasiada credulidad, es preciso repetirlo, lo
precipitaban en juicios erróneos, lo inducían
a ser indulgente con los unitarios, quienes lo hacían enredarse a cada paso con los lazos que le tendían, porque se
había empeñado en esa maldita idea de la fusión de partidos, que ha puesto al
país en el fatal estado en que lo vemos. Esa credulidad, no me cansaré de
repetirlo, esa indulgencia excesiva con los unitarios y esa idea de fusión de
partidos sobre que tanto le predicaba yo en mis cartas (y como le dije
usted en 1835, para que también lo advirtiese, “que era preciso consagrar
el principio de que estaba contra nosotros el que no estaba del todo con nosotros”),
han sido las verdaderas causas de su
desgracia”
Excelente artículo. Que clarividencia epistolar la del Gral. Rosas.
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