Por Julio R. Otaño
José María Ramos Mejía en
su libro Rosas y su tiempo ha definido a la "mujer soldado”.
Siempre elitista y denostando a los
sectores proletarios y sospechosos de nacionalismo rosista. "La mujer de la plebe tenía en
los ejército federales su parte de afecto oficial y en el
reparto del rancho, porque alegraba al
soldado; y a ciertas horas los encantos de la familia, para los unos, y los
alicientes de la orgía para otros, derramaba calor y fuerza; en aquellos
pechos que tanto lo necesitaban. El más experto espía «bombero», en el
orden militar como en el otro, fueron estas mujeres negras y mulatas
especialmente, que metiéndose en las filas
de los ejércitos unitarios enemigos y bajo el imperio de las necesidades físicas que afluíar a su
carne, seducían la tropa y provocaban la deserción o se apoderaban de todos los secretos que podían en las
intimidades de sus rápidas excursiones”.
Y más adelante agrega el
mismo Culto y civilizado escritor: “Las
negras servían para todo: mucamas, bailarinas, vivanderas y hasta soldados”.
El siguiente documento de
1844, da cuenta de las acciones y vicisitudes de Pepa la Federala:
¡VIVA LA CONFEDERACIÓN
ARGENTINA! ¡MUERAN LOS SALVAJES UNITARIOS!
Buenos Aires, Marzo 19 de
1844. Año 35 de la Libertad, 29 de la Independencia y 15 de la Confederación
Argentina.
La alférez graduada de
Caballería, doña Pepa la Federala: Solicita el ajuste de sus sueldos, haciendo
una breve reseña de sus servicios y acciones de guerra en que se ha hallado,
citando varios jefes para los efectos consiguientes y obtención á las gracias
que la munificencia de S. E. ha sabido acordar al ejército,
Excmo. señor:
Doña Josefa la Federala,
Alférez graduado de Caballería, ante la justificada integridad de V. E., con mi
mayor respeto digo: Que habiéndome hallado en la acción de Chascomús á las
órdenes del señor General don Prudencío Ortiz de Rosas, y de allí en Marzo de
1840 en Entre Ríos a las órdenes de aquel General en jefe don Pascual Echagüe,
llevando en mi compañía 26 hombres voluntarios á mis órdenes, vecinos de
Ranchos Blancos; que en mi marcha tomé un bombero de los salvajes, que presenté
al gobernador, salvaje hoy día Mascarilla, y de allí me incorporé al mencionado
ejército de Entre Ríos, habiendo sido agregados dichos 26 hombres al núm. 2 de
Caballería de Buenos Aires, quedando yo en la escolta de aquel General en Jefe.
Fuí bombera voluntaria y entré en la trinchera del salvaje Lavalle, donde fuí
tusada del salvaje Benaventos y sentenciada á muerte por el de igual clase
Pedro Díaz, teniendo la suerte de escapar y reunirme al Ejército Confederado,
hallándome en seguida en la batalla de Sauce Grande, cuyos testigos cito en
esta Capital, que pido á V. E. certifiquen: el Coronel graduado don Antonio
Félix de Meneses, y el que era comandante del Batallón Entre Riano, sargento
mayor don jacinto Maroto, hallándome desempeñando las funciones de Posta, quedé
herida en la batalla, y salvé por una partida del núm. 2 en comisión,
recogiendo heridos, que como yo, éramos 70 ú 80, y conduciéndonos a la Capital
del Paraná, a las órdenes de Don José M. Echagüe, quien me prodigó todos los
auxilios necesarios; cumplidos diez días supliqué al Excmo. señor Presidente
Oribe se dignase llevarme en su compañia, aunque muriese en el camino, lo que
conseguí y fui conducida a San Nicolás, dejándome dicho Excmo. señor en casa
del comandante Garretón para curar de mis heridas, pero sabiendo que mi Coronel
Don Vicente González se hallaba acampado en el Arroyo del Medio, me olvidé de
mis heridas y haciendo un carguero de jabón conchavando dos peones envié
innumerables partidas de salvajes que salían de San Pedro, teniendo la dicha de
incorporarme a mi coronel, el que siguió con el Presidente Oribe y por
consiguiente me hallé en la acción de Quebracho Herrado y sin sanar de las
heridas me hice cargo del Hospital de Sangre, y sucesivamente en todas las
demás acciones cual fue la del Monte Grande en Tucumán; y por último, de
regreso, en la de Coronda y Santa Fe; siendo después nombrada por el señor
Presidente Oribe ayudante del Hospital de Sangre, hasta que vine a esta
Capital.
Excmo. señor, desde el año
1810 sirvo a la Patria con el mayor desinterés. Viuda del Sargento Mayor Don Raymundo Rosa,
que murió de diez y ocho heridas en el campo de batalla en la Cañada de la Cruz
a las órdenes del Señor General Soler, la posición triste en que me encuentro,
de tantas vicisitudes de la guerra, me pone en la precisión de implorar del
Padre de mi Patria, por lo que humilde suplico se digne ordenar sean hechos mis
ajustes por la contaduría y opción a los premios que V. E. tiene conferidos al
Ejército, para poderme reponer de mi salud y estar pronto y de centinela contra
todos los salvajes que quieran envolvernos en su inmunda rebeldía a cuya gracia
quedaré eternamente reconocida.
Pepa La Federala
Era muy difícil ser mujer en el siglo XIX; sobre todo aquellas que participaron de las
guerras civiles y aquellas que vivieron en las fronteras con el indio. Eran mujeres especiales fueron blancas,
negras (Como Pepa La Federala), mulatas, mestizas e indias. No hay perfiles muy
definidos de ellas, tanto eran hoy mujeres de tropa como podían convertirse
mañana en humilladas víctimas del malón. Es difícil intentar encontrar sus
nombres. Mujeres en su mayoría anónimas, necesarias compañeras de soldados,
morochas de piel curtida, ojos achinados y cuerpo fuerte, eran criollas de pies
a cabeza. Duras para el frío, sabias en amaneceres repetidos, resistían con
igual indiferencia los abrasadores calores del verano pampero. Mentes pequeñas tiñeron su conducta de agravios por mucho
tiempo, el más común de prostituta. Recibían ración, y en muchos casos paga,
como los hombres. Las hubo bravas y decididas en la lucha, con voz de mando, como la negra Pepa la Federala. "Es costumbre que cada soldado lleve
consigo una compañera durante la campaña", relata William MacCann en su
obra Viaje a caballo por las provincias argentinas, explicando "el soldado
se siente así menos inclinado a la deserción, teniendo una mujer que le haga la
cocina, lave sus ropas y remiende sus vestidos..."
Esta carta de Pepa, Josefa la Federala, se da en un momento en
que no existía la posibilidad oficial que la mujer reclamara ni enviara notas
haciendo descargos personales por los servicios personales prestados en el
campo de batalla. Siempre el hombre era quien realizaba estas exposiciones, por
tanto esta decisión de "Pepa" contenía mucho de su guapeza y carácter
a la hora de reclamar aquello que le correspondía. Historiadores
de la llamada “Historia Social” señalan como fórmula repetida “Falleció pobre,
olvidada y sin reconocimiento por su labor a favor de la patria”
Existe la carta pero no la
respuesta.
Para nosotros NO HAY DUDAS
DE LA RESOLUCIÓN FINAL Y TOMANDO COMO ANTECEDENTE LA ACTITUD DE ROSAS CON MARIA
REMEDIOS DEL VALLE…..NO DUDAMOS QUE EL RESTAURADOR DECIDIÓ DE LA MISMA MANERA Y
PEPA PUDO TERMINAR SUS DÍAS CON DIGNIDAD Y CON EL RECONOCIMIENTO DE LOS PATRIOTAS ARGENTINOS
Bibliografía
Chávez Fermín. Iconografía de Rosas y la Federación.
García Abós Eva Grupos sociales en los ejércitos argentinos durante la época de Rosas
(1829-1852)
MacCann William Viaje a Caballo por las Provincias Argentinas
Ramos Mejía. José María "La Epoca de Rosas" T2 pág. 441
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