Rosas

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lunes, 21 de septiembre de 2020

SIR WOODBINE PARISH Y EL MEGATERIO

Por A. J. Pérez Amuchástegui

Sir Woodbine Parish, pri­mer cónsul británico en Bue­nos Aires (1824-1832), fue un entusiasta aficionado a las ciencias naturales. Du­rante su permanencia en el Río de la Plata, el funciona­rio inglés, al margen de sus tareas diplomáticas, trabajó activamente en la recolección de muestras minerales y de restos fósiles de la fauna prehistórica de las pampas, que envió posteriormente a su país, donde se conservan hoy en distintas sociedades científicas y museos. 

Entre estos materiales se destacan un fragmento de 1.200 libras de peso (560 kilos) del célebre meteo­rito del Chaco —que le fuera obsequiado por el gobierno de Buenos Aires— y los res­tos de dos grandes mamífe­ros antidiluvianos, el gliptodonte y el megaterio.  Repro­ducimos del libro biográfico Sir Woodbine Parish, K. C. H. and eariy days in Argentina, publicado en 1910 por una nieta del cónsul, la descrip­ción de los trabajos que realizó Parish para obtener los huesos fósiles del megaterio. “Su más importante contri­bución a la ciencia fue la colección de huesos fósiles del megaterio y el gliptodonte, que fueron entregados al Real Colegio de Cirujanos, y atrajeron una gran atención a causa de sus dimensiones poco comunes y su buen es­tado de conservación. Se realizaron calcos de los hue­sos y fueron obsequiados, en cumplimiento de /os deseos de sir Woodbine, al Museo Británico, a la Sociedad Geo­lógica y a las Universidades de Oxford y Cambridge... Varios años antes de que es­to ocurriera, Parish había en­tregado a la Sociedad Geoló­gica algunos grandes huesos fósiles de mamíferos que ha­bían sido encontrados en el valle de Tarija, en los confi­nes de Bolivia. Ansioso por obtener otros ejemplares, Pa­rish realizó una serie de ave­riguaciones que le permitieron comprobar que en la pro­vincia de Buenos Aires ha­bían sido hallados frecuente­mente huesos y dientes de cuadrúpedos, especialmente en las cercanías del río Sa­lado, y en los lechos de sus lagos y ríos tributarios. 

Otros huesos fueron también des­cubiertos en la vecina pro­vincia de Entre Ríos, y en la Banda Oriental se encontró un esqueleto casi intacto. Entretanto, Parish recibió la información de que algunos huesos de tamaño extraordi­nario habían sido hallados en el lecho del río Salado, y se los había transportado a Bue­nos Aires desde la estancia de don Hilario Sosa. Al ins­peccionarlos, el cónsul com­probó a primera vista su se­mejanza con los restos del megaterio que en el siglo pasado fuera enviado al Mu­seo de Madrid por el mar­qués de Loreto, y que tam­bién fueron hallados en la provincia de Buenos Aires. Los nuevos huesos, que eran de propiedad de don Hilario Sosa, constituían en una pel­vis, casi intacta, varias vér­tebras, cinco o seis costillas v cuatro dientes. Después de mucho solicitarlo, Parish con­siguió finalmente apropiarse de ellos y, con la esperanza de obtener el resto del esque­leto, envió al señor Oakley, un caballero norteamericano, a realizar las investigaciones necesarias.

El señor Oakley pronto des­cubrió que en el fango del fondo del río se encontra­ban enterrados otros huesos, y mediante el desvío parcial de la corriente logró resca­tar una escápula, un fémur, cinco vértebras cervicales, varios dientes y muchos otros huesos que estaban de­masiado deteriorados como para conservarlos. Además de estos valiosos restos, el señor Oakley obtuvo partes de otros dos esqueletos de megaterios, uno de ellos de un arroyo próximo a Villanueva, y el otro de las orillas del lago Las Averías.

Aunque esta colección de huesos del megaterio era menos completa que la que existía en el Gabinete Real de Madrid, el hecho de que varios de los huesos envia­dos por sir Woodbine Parish eran los que faltaban en el ejemplar español, fue de una gran ayuda para los zoólogos empeñados en reconstruir el monstruo.”

El megaterio  El megaterio (del Latín “megatherion”, donde mega es grande y therion es bestia), era el espécimen mayor de un grupo de mamíferos desdentados que pobló el continente americano, hace más de 60 millones de años y se extinguió hace algunos milenios. Parecido a los actuales perezosos, pero con 5 y hasta 6 metros de largo, se alimentaba con hojas y ramas de los árboles. En la Pampa es donde han aparecido los mejores fósiles de este animal, el primero de los cuales apareció en 1785. Fue enviado a España y estudiado por JUAN BAUTISTA BRU, disecador y pintor anatómico del Real Gabinete de Historia Natural, de Madrid.

Woodbine Parish, primer cónsul británico en Buenos Aires. Aficionado a las ciencias naturales, coleccio­nó fósiles en las pampas argentinas


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