Por el Prof. Jbismarck
La "Historia oficial", el Mitromarxismo y la "Historia Social" siempre señalan que a Rosas sólo le interesaba el dominio de las Rentas de la Aduana...hoy mismo Felipe Pigna o Hernán Brienza supuestos "Progresistas" señalan lo mismo.......
¿Cómo se formaba el tesoro del encargado de las relaciones
exteriores, en cuyo carácter gobernaba Rosas al país ? ¿Cuáles fueron las rentas nacionales? La
fuente exclusiva de renta era la aduana de Buenos Aires, puerto único, y como
las importaciones correspondían á toda la entonces confederación, lógico era
que aquella renta general costease los gastos también generales. Pero la renta
principal que sirvió a Rosas fue el Banco de la Provincia; editor irresponsable
de papel moneda, de curso forzoso sólo en la provincia de Buenos Aires, pues en
las demás provincias corría la famosa moneda feble boliviana, —cobre amonedado
con baño de plata,—y las poquísimas onzas que salían de las antiguas casas de
moneda de la Rioja y Córdoba.
¿Cómo pudo Rosas hacer frente, no sólo a las necesidades
ordinarias de gobierno, sino a sus incesantes guerras, comprando armas,
vistiendo las tropas y procurando municiones y pertrechos bélicos? ¡pagar la deuda externa originada por el empréstito Baring? Bloqueado el
puerto único por las escuadras europeas, durante las diversas intervenciones
extranjeras, ¿qué renta pudo producir la aduana única? Casi nada. Sin embargo,
Rosas pagaba religiosamente los haberes de la administración y los gastos de
guerra.
La cuestión del tesoro es, en el fondo, el eje de toda la
política argentina, desde la emancipación hasta el presente. Las luchas
civiles, las disensiones partidistas, las complicaciones políticas, el enardecimiento
de unitarios y federales, de porteños y provincianos, el caudillismo, todo ha
nacido de ahí y ha gravitado a su derredor;
¿no se recuerda acaso la polémica terrible que suscitó a raíz del Pacto
Federal la actitud franca del gobierno de Corrientes ? El origen de aquella
polémica terrible arranca de la histórica carta de don Manuel Leiva, diputado
de Corrientes, a don Teodoro Acuña, a quien decía (en marzo 9 de 1832): “Buenos
Aires es quien únicamente resistirá la formación del congreso, porque en la
organización y arreglos que se meditan, pierde el manejo de nuestro tesoro...
Nada importan la paz y la tranquilidad, si el tesoro de la nación sigue siendo
el problema de si nos pertenece a todos, o sólo a los porteños, como hasta aquí”
Desde la independencia, todos los que asaltaron el poder, facciones cabildantes, metropolitanas ó provinciales, todos tuvieron por objetivo apoderarse y disponer del tesoro, que desde la época colonial estaba organizado y establecido tan sólo en el puerto y ciudad de Buenos Aires. La legislación colonial había ubicado todo el movimiento rentístico exclusivamente en la capital del virreinato: transformado éste en nación independiente, siguió rigiendo la pasada legislación, y continuaron concentrados en la ex capital virreinal el tesoro y las rentas del país entero. Con esos recursos, los gobiernos metropolitanos condujeron la guerra de la independencia y sostenían que esas rentas eran porteñas, y si Buenos Aires las empleaba en fines comunes, era en virtud de su hegemonía. De ahí el antagonismo fundamental entre provincianos y porteños, desde la irrupción legítima de los diputados del interior a la junta de mayo, en diciembre 18 de 1810. “La capital—dijeron—no tenía títulos para elegir gobernantes para toda la colonia por sí sola; los pueblos miraban con pesar que sus representantes no hubieran sido puestos en posesión de la autoridad que le correspondía.” La lucha entre ambas tendencias fue siempre la misma; el centralismo unitario consideraba a la nación como apéndice de la capital mientras que el federalismo reducía a la capital y a su provincia al mismo rango que las demás. Llegamos a 1820 donde el directorio, había representado siempre un carácter nacional, cualesquiera que fuesen las tendencias individuales de sus miembros, pero se había distinguido por su carácter centralista, que culminó en la constitución unitaria de 1819. Todo se había concentrado en la metrópoli, y las regiones con rabia, incubando un odio ciego a la ciudad orgullosa que pretendía tratarlos como habitantes de segunda. El conflicto estalló y el año 20 produjo la humillación de la metrópoli, en las rejas de cuya plaza Victoria ataron sus caballos los montoneros de Ramírez y López; Artigas se fortaleció en los Pueblos Libres y hasta Araoz proclamó la república de Tucumán; se firma “el tratado del Pilar” aparecen Pagola con Carreras, con Alvear, con Soler... Rosas, con sus colorados; normaliza la situación; liquida el caos, mediante 30.000 vacas entregadas a López restablece el orden y se retira a sus faenas rurales, dejando la espada y volviendo a empuñar el arado. Cada provincia se concentra dentro de sus límites territoriales…
Diez años después, Rosas, al subir al poder, encontró reorganizada la máquina del gobierno virreinal, depurada por la administración unitaria de Rodríguez y Rivadavia, y constituida en feudo provincial. La tomó tal como la halló, y la usó para sus miras: no buscaba, como lo habían hecho antes las facciones metropolitanas de la revolución, la simple y brutal hegemonía de la capital; la dura experiencia lo había aleccionado: los núcleos federales se apoyaron sobre la base de la autonomía de los estados y de una verdadera confederación entre los mismos. Rosas consideró que sólo podía dominarla con una dictadura; pero, pudiendo haberla ejercido de hecho — ya que poseía la fuerza — la requirió de la ley, y la ley lo autorizó en debida forma para asumir la suma del poder público. Entonces, a la cabeza de la confederación, principió dar formas al gobierno nacional, sosteniendo un ejército, los establecimientos federales, un cuerpo diplomático, y extendiendo hábilmente la esfera de influencia del poder central. El tesoro de la Aduana fue su gran palanca: auxiliaba a las provincias pobres, les enviaba ganado, les suministraba armamento y vestuario para sus tropas, las subvencionaba cuando era indispensable. Permitiendo la transición del caos engendrado en el año 20, a la organización del 53, con una política sagaz, perseverante, inquebrantable.
Pensar que Rosas fue únicamente un ambicioso vulgar y un simple sensualista del poder es un error. Si hubiera sido un simple tiranuelo, un sensualista vulgar, habría fomentado el aislamiento, se habría concretado a asegurar su feudo, ahorrándose así una tarea abrumadora y peligrosa. Por el contrario, tendió siempre a unir la patria, fuerte y sólida: no quiso reconocer la segregación de las antiguas provincias argentinas, de Montevideo, del Paraguay, de Bolivia. Su política nacional y americana tendió a la reconstrucción de la nacionalidad argentina, dentro del molde histórico del virreinato. En ese sentido, su política fue más amplia y más argentina que la de Rivadavia: quería una patria grande y fuerte, con legítima influencia continental, que sostuviera una política no sólo nacional, sino americana. Cuando sube al poder con la plenitud de facultades, encuentra frente a su dictadura porteña la dictadura cordobesa de Paz: tiene que contemporizar. Paz lo solicita y lo halaga con que entre ambos se dividirán la república: Rosas, se niega, y se da cuenta de que era imposible organizar la nación habiendo dos cabezas. Y como en este caso, en todos los demás: paso a paso, se le verá contemporizar, dar largas, no precipitar nada. Por eso le dice a Quiroga, en 1835, que aún era prematura la organización definitiva del país: era necesario que el tiempo fuera eliminando muchos elementos perniciosos. En esta evolución, uno de los factores que contribuyeron al éxito, fue el empleo dado por Rosas al tesoro federal. Las provincias eran pobres; su renta fiscal, un verdadero desorden. Sus gobiernos pedían al de Buenos Aires lo que necesitaban, y Rosas, con toda diplomacia, prometía siempre, cumplía lo que consideraba oportuno y, sobre todo, de carácter general. No hay tampoco que forjarse la ilusión de que las rentas aduaneras fueran extraordinarias por el contrario, había que manejarlas con toda prudencia, y a veces ni alcanzaban para los fines propiamente nacionales. Más aún: en varias ocasiones esas rentas quedaron absolutamente suprimidas.
Cuando el bloqueo francés de 1838, cuando la intervención anglo-
francesa de 1848, la aduana no produjo un real. ¿Qué hizo Rosas? No existía
impuesto federal alguno, ni cupos de provincia, ni contribución de otro género.
Era indispensable no sólo mantener la administración, sino levantar nuevos
ejércitos, sostener cruentas y largas guerras, auxiliar sin demora a las provincias
confederadas, enviarles vestuarios, armas, municiones; gastar, en una palabra,
lo que no se tenía. Iba en ello la existencia misma de la confederación.
Entonces Rosas, que era un administrador escrupuloso, acudió sin vacilar a la
economía más estricta, suprimiendo lo superfluo primero, lo útil después, y
hasta lo necesario, para conservar sólo lo indispensable, que mantenía con las
emisiones fiduciarias del Banco de la Provincia, gravamen que pesaba sobre
Buenos Aires, pero del que aprovechaba el país entero. Cae Rosas;
el localismo porteño, asumiendo la vieja forma unitaria, triunfa en la
revolución del II de septiembre, y Buenos Aires se segrega del resto del país,
pero conservando el goce exclusivo del tesoro federal, de la renta aduanera, y
del odioso privilegio de puerto único. Era retrotraer la cuestión al año 20. La
situación se prolonga, hasta que el cansancio de Urquiza permite reincorporar
la provincia a la nación, pero... a su paladar, esto es, imponiendo sus hombres
y reteniendo el tesoro. Por eso decía Alberdi en 1865: “La cuestión de la
capital es toda la cuestión del gobierno argentino, porque es cuestión de la
renta y del tesoro. El problema argentino no es dónde ha de estar la capital,
sino dónde ha de estar la aduana, el centro del tráfico, el receptáculo de la
renta pública, que constituye el nervio del gobierno, no la ciudad de su
residencia”. Rosas, gracias a su
gobierno y al Banco de la Provincia, salvó la nacionalidad argentina de otro
caos como el del año 20, y cuyas consecuencias no pueden preverse, pues quién
sabe qué desmembraciones habría costado. Su gobierno se distingue por una
política financiera, firme y clara; administrar con escrupulosidad los caudales
públicos, invertirlos con estrictez, evitar los déficits, y, en la penuria,
suprimir todo lo humanamente suprimible, mantener lo indispensable, y sólo para
ello echar mano del crédito interno, ya que las emisiones de papel moneda
fueron verdaderos empréstitos indirectos que el pueblo soportó sin murmurar,
porque veía cómo se manejaban las rentas fiscales. No fue, propia y científicamente, sistema
económico el de Rosas; hizo lo que la necesidad le impuso : suprimió gastos y
emitió papel moneda, sin garantía. Eso no basta imitarlo : la escrupulosidad en
el manejo de los dineros fiscales, la energía para no haber impuesto
contribuciones forzosas ú otras exacciones vistas en otros países, es justo
hacerlo notar; porque eso fue lo que le granjeó la confianza de propios y
extraños, permitiéndole multiplicar las emisiones sin derrumbar la moneda,
antes bien logrando valorizarla, y fortificando, a la larga, el crédito del
país.
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