Rosas

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viernes, 20 de febrero de 2015

Sarmiento en su lecho de muerte..

Por Martín Kohan.
sarmiento muerto
Entonces la muerte es esto, es esto que en la foto se ve: este paso de lo tenso a lo flojo, este paso de lo erguido a lo derramado, esta forma de dejarse estar. No es el Día del Maestro todavía, pero lo será: es el 11 de septiembre de 1888. Domingo Faustino Sarmiento se acaba de morir en Asunción del Paraguay. Le sacan la foto en el mismo cuarto en el que se produjo la muerte, porque es a la muerte a quien quieren fotografiar, y no solamente a Sarmiento. De hecho la foto se toma como quien dice a prudente distancia, y quien impone esa distancia no es Sarmiento, es la muerte.  Esa distancia revela a su vez el entorno, al abrir por necesidad el encuadre. La muerte es puesta en contexto: las paredes algo cargadas de cuadros, la mesa algo cargada de libros y papeles, la bacinilla de porcelana al pie, una silla de reposo a la izquierda, otra menos confortable pegada a la mesa. Sobre la mesa, entre otras cosas, un candelabro con una vela sin luz y un reloj que sirve para desmentir las ambiciones de lo eterno.   Pero la verdad es que Sarmiento no se murió de este modo. Hay otra foto que así lo demuestra: Sarmiento se murió en este cuarto, entre estos cuadros, ante esa silla, pero en una cama de metal y sábanas blancas. Murió en la cama, es decir en situación de descanso; lo que implica que la segunda imagen, la del sillón, ha sido montada con posterioridad. Fue una pura puesta en escena; Sarmiento posa hasta estando muerto. Lo han vestido y lo han sentado en su sillón de lectura. Envolvieron sus piernas con una manta, como prefigurando una resolución a lo Rodin. Apoyaron su brazo izquierdo sobre la mesilla. El otro lo dejaron reposar.
sarmiento muerto en cama
A Sarmiento lo sacaron de la cama donde descansaba cuando se murió, para ubicarlo, ya muerto, en su sillón de trabajo. Ese ajuste, esa corrección, que va de una situación a la otra y también de una foto a la otra, refrenda el mito del prócer incansable: se muere en actividad, no en la inacción; la fatiga es su descanso y calma, como alguna vez, en el futuro, se cantará.
Sarmiento se ladea, torcida la cabeza; acaso en el mismo ángulo de inclinación que el cuadro de marco oscuro de la pared en que se ve, precisamente, una cabeza. Si el sillón fuese un pupitre escolar, porque algo de pupitre tiene, podría pensarse a Sarmiento como un alumno que se ha dormido en clase. Pero no, nada de eso: el énfasis severo de su ceño fruncido y de su emblemático labio inferior prominente nos hace saber que no ceja, que fallece pero no desfallece, que es maestro más allá de la muerte.  El fotógrafo paraguayo que tomó estas dos imágenes se llamaba Manuel San Martín: un poco de San Martín y otro poco de Manuel Belgrano. El nombre del fotógrafo de la muerte de Sarmiento colma el cuarto de Asunción de significantes de próceres argentinos. El barco que llevará los restos de Sarmiento hasta Buenos Aires, bajando por el Paraná, se llama General San Martín. El panteón se ordena así en un visible juego de signos, porque, cuando en mayo de 1880, es decir ocho años antes, fue el cuerpo de San Martín el que llegaba, repatriado, al puerto de Buenos Aires, el discurso de recepción fue pronunciado por Domingo Sarmiento.

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