DOCTOR BERNARDINO
GARRAPATA Ni que decir: es
Rivadavia, el cual con otro apodo más, aparece en unas insolentes
“Lamentaciones” que publicó el fraile Castañeda en su periodiquillo “Vete
portugués que aquí no es”, editado en Santa Fe en 1831.
“... Dr. Bernardino Garrapata,
Que nos brota ginebra por las piernas :
Dr. de la indecencia,
Que desnudo en pelota nos da audiencia:
Dr. impío, ateo, irreligioso,
Procaz, desvengonzado, codicioso,
Y que en su misma geta Muestra que es erudito a la violeta.
El marchará de frente
Hasta que la horma de su zapato encuentre.”
Nota: Aquello de la ginebra resulta una clara alusión
filosofía de Rousseau.
DOCTOR BUÑUELOS Apodo que se dio a Manuel Belgrano, a
poco de llegar de España con su flamante título de doctor, obtenido en la
Universidad de Valladolid, y su nombramiento de secretario del Consulado de
Buenos Aires. Por sus ideas liberales —novedosas para la generalidad— se le publicó
una sátira en malos versos, donde se le llamó “Doctor Buñuelos”, como los
buñuelos “de viento” que no llevan relleno.
DOCTOR CONFUCIO Al
doctor Victorino de la Plaza, a quien en 1885 —como apunta Agustín Rivero
Astengo en su interesante libro “Juárez Celman”— “le llamaban el Dr. CONFUCIO
por su fisonomía semiasiática y quizás también por su concepto budista de la
existencia”.
DOCTOR ESCRIBANOS En “El Mal Metafísico”, la novela con
clave de Manuel Gálvez, el escritor sociólogo José Ingenieros figura retratado
inequívocamente con el nombre de doctor Escribanos.
DOCTOR LINGOTES Remoquete que los periódicos
federales aplicaban al doctor Salvador María del Carril, porque, durante su
gestión como Ministro de Hacienda de Rivadavia, prohijó una ley que obligaba al
curso forzoso de los billetes del Banco, permitiendo su canje por lingotes de
oro y plata. El propio Rosas, en la famosa Carta de la Hacienda de Figueroa, le
escribió a Facundo Quiroga el 20-XII-1834: “¿Habremos
de entregar la administración general a ignorantes, aspirantes, unitarios y
toda clase de bichos? ¿No vimos que la constelación de sabios no encontró más
hombre para el gobierno general que a don Bernardino Rivadavia, y que éste lo
hizo venir de San Juan al doctor Lingotes para el Ministerio de Hacienda, que
entendía de este ramo como un ciego de nacimiento de astronomía?”.
“La Ley de los Lingotes” —opina Vicente F. López, en su
Historia, cit.—, “es lo más absurdo que se haya conocido y lanzado en país
alguno”. Y el diputado Vidal, al discutirse aquella ley, observó que el canje
de los lingotes se hacía por la tercera parte de los billetes presentados; que
nada decía sobre las otras dos terceras partes, y era de suponer podían volver
a canjearse al día siguiente, obteniéndose una tercera parte de las dos
terceras partes de lingotes, y siguiéndose así hasta la suma total. Esta
observación de Vidal quedó sin respuesta.
DOCTOR MANDINGA Así le solían llamar al doctor
Dalmacio Vélez Sársfield (1800-1875), por la endiablada picardía de su nativo
ingenio cordobés, que realizaba a un vigoroso talento, enriquecido por profunda
cultura y larga experiencia de la vida. Basta esta anécdota para aquilatar la
agudeza proverbial del autor de nuestro Código Civil. Conversando con varios
amigos, alguno se aventuró a indagar el porqué de su tonada, a lo que repuso el
interrogado con todo el sabor de su verba provinciana: “Es un pedazo de la tierra que se nos atraviesa en la garganta..
DOCTOR MEABENE El
doctor Oscar Meabe, médico radical correntino y urólogo de cabecera de Hipólito
Yrigoyen, era así aludido, mediante satírico juego de palabras, por el diario
más antirradical de todos los tiempos: “La Fronda”, de don Pancho Uriburu.
DOCTOR NOGALES Nicolás Avellaneda figura apenas
encubierto bajo ese nombre en la novela primeriza de Paul Groussac, “Fruto
Vedado”. Nogales —como Avellaneda— había sido Ministro y en 1873 se postulaba
candidato a la Presidencia de la República. Y tras del ficticio antifaz novelesco,
el personaje era retratado: “de baja
estatura, joven aún, con grandes ojos algo cansados que cerraba por momentos
bajando su alta frente inteligente; tenía un aspecto enfermizo y febril; pero
era capaz de sostener quince horas al día discusiones políticas, despachar los
negocios del Estado, escribir cincuenta cartas electorales, y acostarse a las
dos de la mañana para saborear un artículo de Macaulay o de Prévost-Para-dol”.
DOCTOR PACIFICO
LANAS Era uno de los motes
ridículos que le asestaban las publicaciones nacionalistas al Canciller Carlos
Saavedra Lamas, autor de un famoso “Pacto Antibélico” y Premio Nobel de la Paz,
en vísperas de la guerra mundial más terrible de todos los tiempos.-
DOCTOR TREVEXO Personaje de la novela con clave de
Lucio V. López, “La Gran Aldea”, que se parece mucho a Rufino de Elizalde
(1822-1887). El abogado TREVEXO era “un
caballero flaco, de cuarenta años largos, con una fisonomía garabateada por la
barba y las arrugas”. No leía sino los diarios, y en una votación para candidatos
a legisladores porteños, sus correligionarios pronunciáronse: “Por el doctor
TREVEXO, por el primer diplomático argentino ...!”.
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