Empleamos el vocablo tiranía por ser el que corresponde. Al efecto
estimamos interesante hacer algunas reflexiones. Muchos autores califican de
“tiranía” al gobierno que, posteriormente a estos sucesos, ejerció Juan Manuel
de Rosas. Fue éste una “dictadura” no una “tiranía”. La diferencia no se
refiere al tipo de energía con que el gobernante actúe, sino a la forma como ha
logrado el poder. Tirano es el que obtiene el poder por usurpación, mientras la
dictadura es un sistema legal. Cuando en un momento de crisis los pueblos
consideran necesario un brazo fuerte, dan poderes extraordinarios a quien
consideran capaz de salvar la situación, y surge así una dictadura, que puede
responder al mejor espíritu democrático. La “tiranía” nunca es legal. En tal sentido, Lavalle fue un “tirano” y
Rosas un “dictador”. Un dictador puede
llegar a ser tirano si actúa en contra de aquello en virtud de lo cual se le ha
dotado de poderes extraordinarios, mientras un tirano nunca puede llegar a ser
dictador, porque lo tiránico surge de su elevación al poder y no de la forma de
gobernar.
Lavalle derroca a Dorrego por la fuerza y contra la opinión
mayoritaria, clausura la Junta de Representantes y se trueca en fuente y razón
del derecho; es, por consiguiente, un “'tirano”. Por otra parte, cuanto en el
seno de la Convención de Santa Fe era mesura, apego a las formas legales y afán
de evitar que se extendiera la guerra civil, en Buenos Aires, azuzado por una
prensa desenfrenada, nacida al día siguiente de la revolución, Lavalle revelaba
una irreflexión que era consecuencia del desconcierto con que se comprobaba que
la única carta de triunfo con que se contaba era el ejército nacional. Cuando a
fines de diciembre Lavalle regresa a Buenos Aires tras haber sableado gauchos a
granel, y por unos días se hace cargo del gobierno, comienza a expedir decretos
exonerando y removiendo jueces, fiscales y funcionarios de toda categoría,
sospechosos de lealtad al gobierno depuesto. El 2 de enero de 1829 arribó a Buenos Aires la división del
general José María Paz que había quedado en Montevideo integrando la guarnición
mixta que debió permanecer en defensa del orden hasta que se constituyera la
flamante república independiente del Uruguay. Lavalle le había llamado a guarnecer la
capital mientras él procuraba someter a la campaña rebelde.
Lavalle y Paz no se
querían. El coronel Todd señala que
éste “miraba mal la Revolución efectuada”; pero obedece, y el mismo día que
llega a Buenos Aires es nombrado general en jefe de las fuerzas de la capital y
ministro de Guerra, con un sueldo suculento. En la noche de ese día se le
ofreció un banquete, que presidió Del Carril y transcurrió -comenta "El Tiempo"- como
"escena majestuosa de recreo y de entusiasmo". Juan Sidoti que
estudió la época, se pregunta: “¿No
alcanzan a percibir a la distancia la ola inmensa de rencor, de ira y de
venganza?” El coronel Todd informa
que Lavalle vivía rodeado de “una nube de unitarios exaltados, que no lo
dejaban un sólo momento; y aun parece que lo secuestraban.. hipnotizándolo
con discursos y laudatorias, que el General los contestaba con elocuencia,
dando margen de nuevas protestas de adhesión”. Sugestionado por los elogios de los doctores,
se pliega a todo, y ellos han dicho que a los adversarios hay que “darles
plomo y echarlos de BARRIGA”. Adonde
no llega el plomo, llegan la calumnia y los insultos. En esa tarea Juan Cruz
Varela y Florencio Varela son las plumas de las columnas de
“El Tiempo”, desde donde apuntan a Rosas, porque son sus hombres los que se
alzan en la campaña.
Rosas no
era entonces más que un estanciero que, por razón de sus actividades, había
tenido a su cargo el problema del indio. No había servido a ningún caudillo por
razones políticas, no pertenecía a ningún partido, sólo se había movido en
apoyo de las autoridades legítimas. Tan
legalista era que había recurrido a la Convención reunida en Santa Fe para que
determinara lo que había que hacer; pero ya entonces el arma predilecta de los
grupos ilustrados: la calumnia, el vilipendio mediante la mentira, comenzó a ensañarse
con él, y en las columnas de “El Tiempo” se le acusó de “monstruo”, de
hombre de “ferocidad característica”, se pintó su vida como una “carrera
ininterrumpida de crímenes atroces” y se afirmó que tenía en la campaña un
poder fundado en “el terror y en las crueldades de que diariamente eran
víctimas los habitantes”. . Esos mismos que veían en él al mejor de sus
protectores. Una mentira repetida se transforma en verdad; a la posteridad se
la engaña, dijo del Carril; y lo cierto es que las mentiras de entonces se
repitieron tanto que aún hoy tiene cultores la literatura del odio de los
Varela, más que la de la verdad de la historia.
Cierto es
que los Varela no disparaban al aire. Las noticias que llegaban de la campaña
eran alarmantes; las partidas que se organizaban lo hacían a nombre de Rosas. Lavalle, por su parte, emprendió una activa y
sangrienta persecución de opositores sembrando el terror por los
procedimientos empleados, que se estrellaban contra la tenacidad de caudillejos
improvisados que, audaces y resueltos, concitaban a los paisanos a la
resistencia, organizando guerrilleros que desesperaban con su táctica a las
fuerzas organizadas del ejército. Para
la historiografía clásica, a pesar de que sus cultores fueron republicanos,
representativos, federales, en el país no hubo más terror que el promovido por
los federales. El terror unitario que
Lavalle implantó no contó en las fichas de sus autores. Terror inútil, que aumentaba el número de
enemigos. Lavalle emprende una corrida
hacia el Salado para destruir las fuerzas conducidas por Luis Molina y el
mayor Manuel Mesa, pero el primero escapa moviéndose por la frontera del oeste
en procura de Santa Fe. A principios de
febrero, y en las cercanías del Fuerte de la Federación, se produce el combate
de Las Palmitas, siendo atacado y derrotado Molina y tomado prisionero el
coronel Manuel Mesa por las fuerzas del coronel Ignacio Suárez, quien en 1824
había tenido destacada actuación en la batalla de Junín, hecho decisivo en la
independencia del Perú.
El 13 de
febrero, con las firmas de Brown y Paz, el gobierno dio al Fuerte de la
Federación el nombre de Junín, honrando así a Suárez por su victoria. Tres días después, el coronel Mesa, que había
sido trasladado a Buenos Aires, era fusilado en la plaza del Retiro. Mientras
se realizaban las ceremonias de su degradación, Mesa no cesó de hablar ante los
espectadores. Recordó la criminal
ejecución de Dorrego, la usurpación del poder por Lavalle y gritó “¡Lavalle
es un asesino!”. Dos días después se arrojó en inmundos pontones o se
desterró a Bahía Blanca y a Montevideo a los miembros más distinguidos del
grupo federal: el general Juan Ramón Balcarce, Tomás Manuel de Anchorena,
Felipe Arana, Victorio García de Zúñiga, Manuel Vicente de Maza. Tomás de
Iriarte, que fue luego corifeo de aquéllos, dice: “Después de la ejecución de Dorrego,
Lavalle asolaba la campaña. Del terror se valieron muchos subalternos. Se
violaba el derecho de propiedad. No era
posible que los gauchos soportaran tal yugo por largo tiempo.” Y en otro
lugar añade: “. . .como a bestias feroces trataban a los desgraciados que
caían en sus manos.”
Los diarios
relatan que el coronel unitario Juan Apóstol Martínez había atado a la boca de
un cañón a un paisano, que murió hecho pedazos, y hacía cavar sus propias fosas
a los prisioneros. Al mayordomo de una
de las estancias de los Anchorena mató de la misma manera el coronel Ramón
Estomba. Los milicianos de la Guardia
de 25 de Mayo huyeron. Fuerzas al mando de Rauch asolaron la provincia, y
fueron calculados en más de un millar los asesinatos cometidos. Se cumplieron así los pronósticos de “El
Pampero”: “O el país ha de convertirse en un desierto, o nuestra causa ha
triunfado.” Poco antes de ser
fusilado, el mayor Mesa escribió a Nicolás Anchorena y a Faustino Lezica,
diciendo:
“Para los que se han propuesto nuestra
regeneración bañando al país en sangre vale muy poco el hombre de bien y de
mérito. No es extraño que nada haya seguro, y que no se respete la propiedad
cuando no se respetan las vidas, ni aun los sentimientos más sagrados de la humanidad. En fin, Dios quiera poner término a tantos
males, que yo por mi parte perdono a sus autores”. Es todo
esto lo que ha sido denominado choque de la “civilización contra el salvajismo choque de la “civilización contra la barbarie”
pero los salvajes y bárbaros fueron las víctimas. El
fusilamiento del comandante Mesa anunció el trato que esperaba a los vencidos. El 16 de febrero el diputado Oro presentó a la
Convención un proyecto que, con las modificaciones que le introdujo la
comisión que lo estudió, pasó a ser tratado en la sesión del 18,
siendo aprobado el día 20. Se reducía a una declaración por la cual la
representación nacional de las Provincias Unidas, reunida en Santa Fe, resolvía
investir la autoridad soberana de la República en los asuntos generales,
autorizada a tomar las medidas indispensables para establecer un Poder
Ejecutivo de la Nación. Esta resolución
determinó varios proyectos de ley, uno de los cuales establecía que la
dirección de la guerra y relaciones exteriores estaba encargada por la Nación a
la persona de Manuel Dorrego; que, en consecuencia, el nuevo gobierno de
Buenos Aires no tenía carácter nacional. El artículo1 3" decía:
"La Representación Nacional
declara que su atención es sostener con las naciones extranjeras las mismas
relaciones amistosas que se cultivaban por el encargado de negocios generales,
hasta el tiempo que su administración fue alevosamente destruida, lo que debía
ser comunicado a los Ministros diplomáticos extranjeros por el gobernador de
Santa Fe.” Otro
proyecto declaraba anárquica, sediciosa y atentatoria contra la libertad, el
honor y la tranquilidad de la Nación la sublevación militar del 1ª de
diciembre, y calificaba de “crimen de sita traición contra el
Estado” la
ejecución de Dorrego. Por el mismo documento se afirmaba la voluntad de las
provincias de concurrir con las fuerzas que la situación de cada una permitiese
para sofocar a los facciosos, a cuyo efecto el Art. v decía: “Debiendo
obrar todas estas fuerzas bajo dirección de un general, y mientras llega la
oportunidad de elegir el Jefe Supremo de la República, queda nombrado el Exmo.
Sr. Gobernador ie Santa Fe, Brigadier Dn. Estanislao López, General en Jefe de
las fuerzas que habla el artículo anterior y encargado de activar la remisión
de ellas.”
La Convención de Santa Fe cruzó así el Rubicón que la
aislaba de la realidad, y lo hizo con inteligencia, ya que era peligroso haber
colocado en cualquiera de los gobernadores los poderes para dirigir la guerra,
paz y relaciones exteriores, tanto por los celos que podía despertar como
porque ninguna provincia estaba en condiciones de tomar sobre sí tan alta
responsabilidad; máxime cuando era preciso reconstruir el ejército nacional y
no era muy compatible la contribución en efectivo que podía esperarse de ninguna
de ellas.
El 20 de febrero todos estos proyectos fueron sancionados, en virtud
de los cuales Estanislao López, como general en jefe del ejército nacional, el
13 de marzo designó como segundo jefe de éste al coronel Juan Manuel de Rosas . ( En su carta a Josefa Gómez. 22 'de
setiembre de 1869, Rosas, desde su retiro de Southampton decía: “Quedé obligado
a usar de la autoridad de que estaba investido y me puse a las órdenes del
señor general López, general en jefe nombrado por la Convención Nacional, para
operar contra el ejército de línea amotinado contra el sistema constitucional
que la República deseaba; pero, para suavizar el imperio ominoso de las cosas,
se establecía que el cuerpo “sólo tomará las medidas gubernativas que considere
indispensables, hasta que se establezca el Poder Ejecutivo de la Nación”.)
Daba cuenta el manifiesto de las leyes que se habían
votado, y al efecto se refería a la necesidad de restablecer un ejército
nacional, y abundaba en razones para justificar haber puesto su mando en manos
de Estanislao López.
El documento terminaba: “¡Pueblos
de la Unión! ésta es vuestra causa. La causa de la gran mayoría de la
República, contra una minoría rebelde; la causa de la razón de las leyes, de
los derechos populares contra la fuerza. Vuestros representantes le han dado ya
todo el impulso de vuestros respetos: ellos serán firmes en sus inflexibles
deberes, llenad los Vuestros con las mismas energías
que os habéis pronunciado. Cese ya la República Argentina de ser el juguete de
las pasiones, y el ludibrio del Universo: tenga alguna vez leyes, dignidad,
orden: sea feliz, y pronto ocupe el rango que le destinó la naturaleza. Pero
sin orden no hay prosperidad; es preciso establecerlo.’
No hay comentarios:
Publicar un comentario