Por Oscar Sule
El trabajo que presentamos aborda uno de los aspectos puntuales de la política de integración con el mundo indígena desarrollado por Rosas durante sus gobiernos. Se sabe que entre el siglo XVI y el XIX, los estallidos epidémicos en las poblaciones indígenas fueron catorce y se calculan en más de dos millones y medio de indígenas el número de víctimas mortales que se cobró la viruela en lo que fuera el Virreinato del Río de la Plata. La viruela mató más indios que todas las guerras llevadas contra él. De allí que cobre importancia meritoria quien o quienes hayan intentado hacer algo por impedir la propagación del flagelo mortífero en estas comunidades.
Fue el presbítero Saturnino Segurola quien se dedicó con patriótico desvelo a la conservación y propagación del antídoto en Buenos Aires, a partir de 1805. Pero es en la época de Rosas que por iniciativa del entonces comandante de milicias y luego gobernador de la provincia de Buenos Aires se introdujo en algunas comunidades indígenas. Los lugares que fueron utilizados como las metodologías que empleó Rosas para inducirlos a la inoculación del antídoto, entre otros, son temas de esta pequeña monografía –desconocidos o silenciados en la historiografía argentina y en las ciencias médicas del país- que ponemos a consideración de las autoridades de este Congreso de Historia organizado en esta ciudad de San Miguel del Monte por su Intendencia, Gobierno de la Provincia de Buenos Aires y el Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas.
EN LOS MEDIOS URBANOS Y SEMIRURALES
Si las epidemias de viruela hacían estragos entre los “blancos” que de algunas maneras poseían defensas orgánicas ya sean heredadas biológicamente (los descendientes de europeos eran portadores naturales de esas defensas porque sus ascendientes sufrieron en carne propia ese flagelo y otros durante los siglos XIV y XV en Europa) o por mejor alimentación, en el medio aborigen estas epidemias eran arrasadoramente mortales ya que no hubo ningún tipo de inmunización anterior y la dieta era de subsistencia (entre los “blancos” la mortandad llegaba a un 20 % y entre los indios un 80 %). La vacuna antivariólica descubierta por el Dr. Eduardo Jenner en Inglaterra llegó al país en 1805, poco meses después de su descubrimiento, e inmediatamente comenzó a aplicarse. Fue el sacerdote Saturnino Segurola quien con patriótico y humanitario esfuerzo conservó el específico, aprendió a inocularlo y se dedicó a su propagación con abnegado altruismo. Esto no significa desconocer los méritos de los doctores Miguel O´Gorman y Cosme Argerich que se preocuparon también por la difusión de este específico. Incluso el virrey Sobremonte creó el primer conservatorio de la vacuna humana poniendo el mismo a cargo del destacado presbítero (GRAU, Carlos A., “Datos nuevos sobre la vieja viruela” en “La Nación”, 9 de enero de 1944). Hacia 1829 cuando Rosas llegó al poder, existían tres centros de vacunación en Buenos Aires, la Casa Central, la Casa Auxiliar del Norte y la Casa Auxiliar del Sur, dirigidas por el licenciado médico Justo García Valdés que desempeño con celo sus funciones hasta su fallecimiento en el año 1844, siendo reemplazado por el Dr. Saturnino Pineda (VISICONTE, Mario, “La cultura en la época de Rosas. Aspectos de la medicina”, Sellarés, Buenos Aires, 1978). Durante su gobierno se incrementó el suministro de la vacuna, llegando el servicio a los pueblos de la campaña bonaerense en la que los médicos de la policía también se ocuparon de aplicarla. El 13 de mayo de 1830 el gobierno otorgó un sobresueldo al médico de la Policía de Campaña de la sección de Luján Dr. Francisco Javier Muñiz y una asignación para cada uno de sus ayudantes (Archivo General de la Nación, en adelante AGN, S.X.44.6.18). Este médico diez años después en su distrito de Luján, descubriría en los pezones de una vaca el cow-pox antivariólico, marcando un hito en la ciencia médica y ganando para ello desde entonces un prestigio y un reconocimiento a nivel mundial que sólo una obstinación historiográfica partidista intentó facciosamente de silenciar por tratarse de un descubrimiento científico efectuado en la época de Rosas. El Dr. Muñiz debe ser también considerado un sabio en materia paleontológica como fue considerado en su época, habiendo hecho investigaciones trascendentes en fósiles exhumados de las márgenes del río Luján y en sus inmediaciones, consistente en osamentas de megaterios, gliptodontes y mastodontes que cuidadosamente clasificados y descriptos depositó en once cajones que los mandó en calidad de obsequio al propio Juan Manuel de Rosas el 21 de junio de 1841 (VENTURINI, Aurora, “Once cajones de huesos para el Restaurador” en “Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas nº 38 enero/marzo de 1995”). La asistencia sanitaria de la vacuna antivariólica llegó también al pueblo de San Nicolás de los Arroyos, designándose para complementarla al Dr. Pedro Serrano hacia 1830 (AGN S.X.44.6.18). En Chascomús el administrador de la vacuna fue el Dr. Pablo Villanueva y en el Fuerte Federación (hoy ciudad de Junín) el Dr. Cuenca que con fecha 3 de mayo de 1837 le informó al gobernador Rosas lo siguiente: “…el médico del Fuerte Federación tiene el mayor gozo al anunciar a V. E. que tanto la tropa como el vecindario de este Fuerte ha cesado la enfermedad epidémica que reinaba (la viruela) y que son muy pocas veces molestados por algunas enfermedades esporádicas muy benignas…” (“La Gaceta Mercantil”, 7 de marzo de 1837). El licenciado médico García Valdéz administrador general de la vacuna en un informe del año 1836 invitaba a los pueblos de campaña a vacunarse expresando: “…se hace indispensable el citar el celo de los jueces de paz y los curas párrocos a fin de exhortar al vecindario para que se apreste a recibir el gran beneficio de la vacuna que con tanto empeño promueve nuestro Ilustre Restaurador de las Leyes el Sor. Gobernador…” (“La Gaceta Mercantil”, 6 de marzo de 1837). Otros médicos en distintos fuertes y cantones cumplieron esta casi heroica tarea sanitaria como los destacamos desde 1832 en las poblaciones rurales de Quilmes, San José de Flores, Morón, Las Conchas, San Fernando y San Isidro (AGN S.X.6.2.2.). También hubo envíos a las provincias y nos remitimos al informe del licenciado médico García Valdéz del año 1838 (AGN S.X.17.2.1.).
EL SUMINISTRO ENTRE LOS INDIGENAS Y RECONOCIMIENTO DE LA SOCIEDAD JENNERIANA No sabemos con precisión a partir de que fecha se inició la inoculación de la vacuna entre los distintos grupos indígenas. Si sabemos por el diario “El Lucero” del 4 de enero de 1832 que Rosas recibió una distinción de la Sociedad Real Jenneriana de Londres, institución oficial que tuvo entre sus objetivos, la divulgación y propagación de la vacuna antivariólica, el cultivar la memoria del sabio médico Eduardo Jenner que detectó por primera vez el antídoto, como así también al distinguir quienes la promovían. Como lo consignamos en un capítulo anterior dicha institución científica puso en conocimiento del gobierno de la Confederación Argentina que su gobernador don Juan Manuel de Rosas había sido designado “miembro honorario” de esa sociedad: “…en obsequio de los grandes servicios que ha rendido a la causa de la humanidad, introduciendo en el mejor éxito de la vacuna entre los indígenas del país…”. Si la información de esta distinción llegó al Río de la Plata en enero de 1832 es dable suponer que hacia 1831 o antes de la introducción de la vacuna en los medios indígenas ya era una práctica generalizada y un hecho conocido.
Saldías refiriéndose en una época inmediatamente después del parlamento que Rosas tuvo por el Tandil (circa de 1825 o comienzos de 1826) afirma: “…en esas circunstancias se había desarrollado la viruela en algunas tribus. Como resistieran la vacuna, Rosas citó ex profeso a los caciques con sus tribus y se hizo vacunar él mismo. Bastó esto para que los indios en tropel estirasen el brazo, por manera en que en menos de un mes recibieron casi todos el virus” (SALDIAS, Adolfo, “Historia de la Confederación Argentina”, vol. I, Edit. Juan Carlos Granda, Buenos Aires, 1967).
Es conocida también la información que suministra el embajador inglés en Buenos Aires Sir Woodbine Parish y que vuelca en el libro citado cuando relata que en uno de los tantos parlamentos efectuados por Rosas en la Chacarita de los Colegiales hacia 1831 suministró la vacuna a muchos indígenas que integraban la comitiva de caciques pampas y vorogas.
Manuel Gálvez en su obra conocida sienta un número estimativo de 150 vacunados. “La Chacarita de los Colegiales” para mayor información, fue llamada así por que fue la chacra del Colegio de San Carlos, lugar frecuentado en vacaciones por los alumnos de dicho establecimientos en sus proximidades a sus instalaciones donde eran recibidas las comitivas indígenas que venían a Buenos Aires a parlamentar y vender sus productos alojándose en ese lugar a veces durante mucho tiempo. Algunos indios terminaron por aquerenciarse, y también dicho lugar fue utilizado para detenerlos transitoriamente por razones de seguridad, no solamente en condiciones de rehenes con frecuencia para evitar confrontaciones o peleas que se suscitaban entre los mismos indios de distintas etnias rivales cuando venían a comercializar sus productos. Nunca fue lugar de calabozos de indios como algún historiador afirmara equivocadamente.
En su segundo gobierno y en circunstancias de otro parlamento también en la Chacarita de los Colegiales, Rosas invitó al vacunamiento de la comitiva indígena aceptando la mayoría hacerlo. Mario Visiconte, gran estudioso del tema contabiliza 49 vacunados en esa oportunidad (“Segundo Congreso Nacional de Historia de la Medicina Argentina”, Córdoba, del 21 al 24 de octubre de 1970, Separata de la “Semana Médica 77º Aniversario” y “La Gaceta Mercantil” del 6 de marzo de 1837).
Este capítulo de la vida de don Juan Manuel de Rosas que lo enaltece también ha sido virtualmente ignorado y si se lo conoce ha sido silenciado por la direccionalidad partidista de la historiografía “oficial”. De la preocupación de Rosas sobre el tema nos tiene al tanto una significativa y cuantitativa documentación ilustrativa.
En una nota del Dr. Saturnino Pineda del 17 de octubre de 1836 dirigida a Rosas le expresa: “…el día 3 de septiembre a las tres y media recibí de orden verbal de V.E. de asistencia médica (a una comitiva indígena afectados por la viruela) que me fue transmitida por el Sr. edecán coronel don Manuel Corvalán y no obstante de hallarme enfermo con el mayor contento y sin pérdida de tiempo procedí a su cumplimiento…”. Cuenta en larga explicación, “…el violento foco de contagio que significa la aglomeración de más de setenta individuos en un mismo lugar algunos con la misma viruela y declarada por lo que el día 9 del mes de que se hace referencia fueron vacunados de brazo a brazo 52 indios entre adultos y niños de ambos sexos para cuyo efecto se condujeron desde la Chacarita a la casa donde se hallaban alojados cuatro niños con vacuna de la más excelente. El 16 fueron reconocidos y en todos los se encontraron granos (reacción positiva) tan hermoso que juzgando por sus caracteres no pude menos que tranquilizarme…” (Ibídem. VISICONTE y “La Gaceta Mercantil”, del 19 de octubre de 1836). Rosas destacó dicho informe del Dr. Pineda en el mensaje dirigido a la Legislatura el 1º de enero de 1837. No fue tarea tan fácil la aceptación de la aplicación de la vacuna entre los indios como se pudiera desprender de la información suministrada por Saldías.
Incluso la población hispana criolla era renuente a dicha aplicación por prejuicios o simple desidia. Saturnino Segurola a la sazón Inspector General de Escuelas, el 22 de octubre de 1822 solicitó a la autoridad correspondiente el envío de un facultativo para una escuela de Quilmes aplicando el art. 31 del Reglamento General de Escuelas que por otra parte lo había confeccionado él, dicho artículo referido rezaba: “Los Preceptores no recibirán en la escuela niños que no estén vacunados apelarían a los padres que no quisiesen verificarlos, tomando las medidas que le dicten la jurisprudencia, para cerciorarse de la verdad de esta operación” (Ibídem, VISICONTE).
Si existía prevención o renuencia en la población ante la pequeña incisión o tajo que un médico debía efectuar sobre el brazo de la persona para inocular la vacuna, es de imaginar la resistencia que deberá existir en el medio supersticioso del indio que consideraba la vacuna y la viruela gualichos procedente del huinca. Cuando una epidemia de viruela se abatía sobre una toldería, era práctica de los indios para librarse de ese gualicho matar a las indias más viejas.
En más de una oportunidad el mismo Rosas ante la inminencia de una matanza de pobres indias por esta cruel tradición, dio instrucciones a los comandantes del lugar para que con habilidad y sin violencia sustrajeran a esas indias con las promesas que el mismo Rosas arrojaría el gualicho de las viejas manteniéndolas en el poblado.
ALGUNOS METODOS QUE ROSAS UTILIZO PARA LA VACUNACION
El prestigio y la confianza que se le tenía permitió vacunar a los aborígenes. Para ello apeló a varios procedimientos: su propio ejemplo, haciéndose vacunar entre ellos; en presencia de varios caciques importantes mostraba la herida en la protuberancia consiguiente desnudándose el brazo y exhibiéndolo ante ellos. Después de comprobar que el mismo Rosas se sometía a la vacuna recién entonces consentían. Otro procedimiento consistió en la explicación persuasiva como lo demuestra esta carta que Rosas le escribió a Catriel: “…Ustedes son los que deben ver lo mejor les convenga. Entre nosotros los cristianos este remedio es muy bueno porque nos priva de la enfermedad terrible de la viruela, pero es necesario para administrar la vacuna que el médico la aplique con mucho cuidado y que la vacuna sea buena, que el médico la reconozca porque hay casos en que el grano que le salió es falso y en tal caso el médico debe hablar la verdad para que el vacunado sepa que no le ha prendido bien, el grano que le ha salido es falso, para que con este aviso sepa que para el año que viene debe volver a vacunarse porque en esto nada se pierde y puede aventajarse mucho. La vacuna tiene también la ventaja de que aún cuando algún vacunado le da la viruela, en tal caso esta es generalmente mansa después de esto si quieren ustedes que vacune a la gente, puede el médico empezar a hacerlo poco a poco para que pueda hacerlo con provecho y bien hecho y para que tenga tiempo para reconocer prolijamente a los vacunados” (CHAVEZ, Fermín, La vuelta de Juan Manuel”, Edic. Dirección General de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires, La Plata, 1991 o Edit. Theoría, Buenos Aires, 1991).
Obsérvese la sagacidad de Rosas, comienza expresando para que los cristianos es un buen remedio pero deben ser ellos los indios los que deben resolver, señala la importancia del médico porque es el que sabe como se administra la vacuna y entiende su evolución. Además es de inferir que un médico que puede entrar a una toldería para vacunar no solamente hará ese trabajo sino que intentará curar otras enfermedades, gripes, infecciones varias y otras dolencias que pueden ser controladas. Lo cierto es que Rosas facilitó la llegada de un médico a la toldería que de otra manera hubiera resultado imposible no sólo por la negativa de los jefes sino por las resistencias que hubiera presentado las machi y los adivinos de la tribu.
Hacia 1878 ya muerto Rosas en Southampton donde vivió su exilio en la extrema pobreza, durante la segunda campaña al sur efectuada por los oficiales de Roca, un oficial del coronel Villegas, llamado Solís en una de las incursiones llevadas en las proximidades de Malal (La Pampa) sorprenderá entre unas cortaderas nada menos que al famoso cacique Pincén (Pin-then, dueño del decir, hablar bien) y a un pequeño hijo que llevaba para protegerlo. Según relato del historiador Juan José Estévez en su importante biografía del cacique, el perrito que Pincén llevaba salió a torear al perro que de la partida, los ladridos de los canes alertaban a los soldados que creyeron estar en un escondrijo de punas; preparaban sus armas de fuego y el cacique al sentir “los aprestos para el disparo de armas de fuego, temiendo que su hijo sufriera daños se puso de pie y gritó ¡no tiren!” (ESTEVEZ, Juan José, “Pincén. Vida y leyenda”, Dirección General de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires, La Plata, 1991).
Pincén fue llevado a la presencia de Villegas que le tenía un gran respeto y garantizó su vida y fue enviado a Buenos Aires alojado en el cuartel del batallón 6 de Infantería de Línea en donde lo visitaban personajes importantes como Roca, Estanislao Zeballos y otras personalidades para escuchar de labios del cacique sus hazañas en el desierto que al parecer salía relatar muy bien haciendo honor a su nombre. En uno de sus cuentos Pincén recordó que en su juventud llegó a conocer al gran cacique general argentino don Juan Manuel de Rosas, expresando: “…Juan Manuel ser muy bueno pero muy loco; me regalaba potrancas, pero un gringo nos debía tajear el brazo, según él era un gualicho grande contra la viruela y algo de cierto debió de ser porque no hubo mas viruela por entonces…” (ROSA, José María, op. cit. T. VIII). De ese recuerdo de Pincén parece desprenderse otra metodología para inducir a la vacunación un pequeño chantaje: iban los suministros pero después iba la vacuna.
EL DESCUBRIMIENTO DEL COW-POX EN UNA ESTANCIA Ya asentamos un hecho que jerarquizó la medicina argentina como lo fue el descubrimiento de la vacuna por el Dr. Francisco Javier Muñiz en el distrito de Luján efectuado en la estancia de don Juan Gualberto Muñoz en la que de los pezones de una vaca extrajo la pústula de donde sacó la sustancia para la vacuna antivariólica. El descubrimiento fue protocolizado ante escribano público el 25 de septiembre de 1841 y tuvo gran repercusión en Londres ya que fue comentado auspiciosamente por el Instituto Jenneriano y por el periodismo inglés. Hasta esa época se creía en Inglaterra que el antídoto sólo era producido por las vacas de Gloucester, por las condiciones de humedad y otras variables climáticas que solamente se afirmaba, se daban en dicha localidad inglesa. La distinción que había recibido Rosas de la Sociedad Jenneriana fue hecho extensivo al Lic. Médico Justo García Valdés, a los Dres. Saturnino Pineda, Francisco Javier Muñiz, Blas Azpiazu y los estudiantes de medicina próximos a recibirse Claudio Mamerto Cuenca y Francisco Rodríguez Amoedo, profesionales que se destacaron en el suministro de la vacuna antivariólica durante las épocas de Rosas y gracias a la atención que el gobernante dedica a esta delicada problemática. En una carta dirigida al Lic. Médico García Váldez el 15 de julio de 1832 puede comprobarse su reiterado interés por la propagación de la vacuna entre los indios: “…Sirváse Ud. hacer entender a la Sociedad Real Jenneriana entre lo más satisfactorios triunfos digno de su memoria deben enumerarse la propagación del virus de la vacuna entre los indígenas reducidos y sometidos al gobierno y aseguraba que tomando yo en sus honrosos trabajos la parte que puede caberme en mi actual posición, no perdonaré medio para que la institución de la vacuna sea conservada en este país con todas creces que dependan ya de mi autoridad ya de mi decisión personal…” (FERNANDEZ, Humberto “Francisco Javier Muñiz, Rosas y la prevención de la viruela” en “Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas nº 42 enero/marzo 1996. Trabajo presentado al Congreso Nacional de Historia celebrado en Buenos Aires entre el 23 y el 25 de noviembre de 1995 y publicado en los Anales de dicho Congreso, T. I, p. 383).
LAS EPIDEMIAS Y LOS RECLAMOS IDEOLOGICOS Entre los siglos XVII y XIX se produjeron y están documentadas todas las epidemias o pestes de viruela que hicieron estragos entre la población indígena. Dicha documentación señala los siguientes años fatales: 1615, 1620, 1638, 1642, 1660, 1728, 178, 1788, 1792, 1805, 1819, 1871, 1875 y 1881 (GRAU, Ibidem). Como se observa los períodos de frecuencia o reiteración de la peste son muy seguidos y por lo tanto muy breves los períodos libre de ella. Entre 1615 y 1620 sólo hay 5 años de bonanza, entre 1620 y 1638 hay 18 años, entre 1638 y 1642 solo 4 años sin peste, etc. Sólo hay dos períodos que la epidemia mortal permite un respiro, entre 1728 y 1778 y entre 1819 y 1871, luego se reinicia el azote con una frecuencia aterradoramente breve. Esta información conduce por lo menos a dos conclusiones inequívocas: 1º) Entre 1615 y 1881 período que cubre 266 años, según el cálculo de historiadores y antropólogos, la viruela se cobró en sus catorce estallidos epidémicos más de dos millones de indígenas en lo que fue la gobernación, luego el Virreynato del Río de la Plata (actuales Argentina, Paraguay, Uruguay, sur de Brasil, Bolivia y Chile). Estimación que creemos exagerada pero que de todas maneras nos demuestra que la viruela mató muchos más indios que todas las guerras llevadas contra él. 2º) El período de mayor sosiego es el que se encuentra entre los años de 1819 y 1871, que alcanza a 52 años. No es ninguna casualidad que en este período transcurren los años de los dos gobiernos de Rosas en los que se suministró la vacuna entre los indios cuyos efectos sanitarios se prolongaron algunos años después de 1852. Después de Caseros, se retacearon o se olvidaron los abastecimientos a los indios y se abandonó toda política de integración, ¿…y la vacuna antivariólica…?, los “progresistas” triunfantes también se olvidaron de suministrarla.
La peste apareció con toda su virulencia en 1871, reiterándose en 1875 y en 1881…¡La generación del Ochenta funcionando a pleno…! Queremos hacer una última reflexión vinculada a este tema y dirigida a aquellos que en conocimiento de estos datos que expresan una catástrofe demográfica se valen de ella para denigrar a la Conquista española responsabilizando a España por traer pestes como la viruela. El cargo es infantil. Con ese criterio deberíamos estigmatizar al Africa o sus habitantes de color de donde procede el SIDA o atribuir a los homosexuales la intención de exterminar a la humanidad por ser los transmisores del SIDA. Algunos indigenistas anacrónicos no advierten que si los españoles trajeron enfermedades, hubieron dolencias que a su vez los indios transmitieron a los españoles y por ellos a Europa misma que las desconocía. La frambesia o “bubas” o sífilis americana, el mal de Chagas, la parotiditis y otras fueron pestes americanas transmitidas a los españoles.
En el contacto de razas, en el intercambio de sangre, se produce inevitablemente un intercambio recíproco de enfermedades. Por otra parte, recordamos que las epidemias no comienzan en América a partir de su descubrimiento “códices mayas y mixtecas testifican la existencia de flagelos antes de la llegada de Colón, esas endemias, todo hace presuponer, develan el misterio de grandes centros poblacionales deshabitados o extinguidos entre los mayas antes del arribo español. En los idiomas indígenas caso de aztecas o incas habían vocablos que designaban enfermedades epidémicas” (PETROCELLI, Héctor B., “Lo que a veces no se dice de la Conquista de América”, Ediciones Didascalia, Rosario, 1992). No está demás recordar que dos siglos antes de la Conquista de América, Europa también sufrió un derrumbe demográfico no menor al americano. La peste negra que asoló a Europa en el siglo XIV registró una mortalidad que alcanzó a un tercio de su población total.
De allí que el europeo del siglo XVI estuviera medio inmunizado ante la viruela, en su composición genética la tenía registrada. Mientras que el indio no. El hecho histórico como “cargo” a la Conquista de América, minúscula como otros que se hacen a la España católica de entonces, tiene más de escarceo ideológico que de reflexión histórica sustentable.
La problemática reside en la pregunta ¿qué se hizo ante esas enfermedades? España introdujo metodología médica, el hospital, todo tipo de medicamentos desconocidos en América para enfrentar las enfermedades nuevas o viejas. Rosas introdujo la vacuna antivariólica entre los indios de las pampas. Por el contrario, los conquistadores del norte americano regalaban a los indios frazadas infectadas del virus de la viruela. Allá se decía y era popular el dicho: “the best indian is the death indian” (el mejor indio es el indio muerto…). ¡Distintas metodologías de dominación! No obstante muchos indigenistas actuales estudian antropología en universidades de Norte América en donde ocultan su propia política de exterminio.
Actualmente conocemos algunos descendientes de caciques mapuches que concurren a congresos indigenistas financiados por fundaciones norteamericanas y la central socialista europea, que mantienen una hostilidad anacrónica verdaderamente cómica contra la España católica del siglo XVI y su proyección en América. ¡Cosa veredes Sancho faran hablar las petras…!
Como de costumbre, el académico y Sociólogo Jorge Oscar Sulé, compañero en el Instituto Nacional Juan Manuel de Rosas, nos ilustra profundamente, y lo hace para el público en general, acerca de la historia personal de Juan Manuel de Rosas y su actuación como estadista y como ser humano en relación con su pueblo, tanto sus congéneres de raza blanca como de sus amigos de raza amarilla (mal catalogada hoy como "pueblos originarios") a quienes protegió y trató de incorporar a la sociedad argentina.
ResponderEliminarSus estudios que se remontan a muchos años atrás, han sido continuados y ampliados mas allá de los años de lucha en este Instituto Nacional, al que vio nacer como nacional en 1997, pero en el que militaba desde hacía muchos años. Sus conocimientos profundos sobre nuestros "paisanos" como los llamó San Martín se abrevan en múltiples experiencias adquiridas con sus lecturas de militares y cronistas de la primera mitad del siglo XX y otros valiosos aportes testimoniales.