Por Enrique Pavón Pereyra
“¿Por
qué el gobierno argentino no es fascista? Tal ideario político, u otro de
igual naturaleza, comporta necesariamente el propósito de crear un
Estado absoluto en lo político, moral, racial o económico. Es decir, ‘un
Estado absoluto frente al cual el individuo sería relativo’. El Gobierno
Argentino, por el contrario, tiene fe en las instituciones democráticas del
país porque ellas son la resultante de su proceso histórico, y porque nacen
y se apoyan en la participación de todos los ciudadanos ‘en la soberanía del
Estado’. La gestación, el estallido y el desarrollo revolucionario que
forja el gobierno actual se enciende en ideales puros y renovadores de índole
popularísima. El país vivía un régimen democrático aparencial. El gobierno se
lograba mediante elecciones torpemente viciadas. (…) El
gobierno revolucionario terminó con una época nefasta para el país y desea: en
lo político, la aplicación pura y simple de las disposiciones de su Carta
Fundamental; en lo económico, un régimen de libertad constitucional que
concluye, como se sabe, donde empieza la libertad de los demás, y que exige el
control del Estado; y en lo social, la creación del Derecho del Trabajo que
permita al ser humano ‘por el hecho de nacer, el derecho de vivir con
dignidad’. Aspira, en suma, al restablecimiento de la aplicación clara y leal
de la ley. Por
eso, el ordenamiento jurídico que se busca rápidamente en el juego normal de
sus instituciones, o lo que es lo mismo, la normalidad constitucional, no
importará jamás volver al engaño de las masas, porque el fundamento del Estado
es la felicidad del conjunto, vale decir, la realización integral de la
Justicia.”
Juan Domingo Perón
En
una de sus últimas “zonceras”, Jauretche se refirió a las acusaciones de
“fascismo” que todavía recibía el movimiento liderado por el viejo líder
exiliado Juan Domingo Perón. Con gran ironía, decía el autor de Los profetas
del odio: “Es precisamente lo racial o lo irracial lo que impide que pueda
existir eso que llaman nipo-nazi-fasci-falanjo-peronismo, en un país donde
después de mezclar todo no han quedado más que dos razas: los blancos y los
cabecitas negras, como afirman nuestros antiracistas (...) La intelligentzia
argentina se pasó desde 1943 hasta 1955 manejando ese trabasesos...”.
Las acusaciones habían comenzado tempranamente, recién instalada la Revolución de Junio de 1943, que derrocara al último gobierno de la Década Infame. Tanto del lado de los pro-aliados como de los pro-soviéticos consideraban que no faltaban elementos para tal acusación: desde la férrea neutralidad argentina durante la Segunda Guerra Mundial, la autodefinición de “ni yanquis ni marxistas” posterior, hasta las evidentes simpatías hacia el nazismo o el fascismo de Mussolini expresadas por algunos dirigentes de la revolución, incluido el mismo Perón.
Las acusaciones habían comenzado tempranamente, recién instalada la Revolución de Junio de 1943, que derrocara al último gobierno de la Década Infame. Tanto del lado de los pro-aliados como de los pro-soviéticos consideraban que no faltaban elementos para tal acusación: desde la férrea neutralidad argentina durante la Segunda Guerra Mundial, la autodefinición de “ni yanquis ni marxistas” posterior, hasta las evidentes simpatías hacia el nazismo o el fascismo de Mussolini expresadas por algunos dirigentes de la revolución, incluido el mismo Perón.
Pero
esta situación no fundaba las acusaciones lanzadas por el Departamento de
Estado norteamericano, que escondía más bien el rencor de Estados Unidos hacia
la “rebeldía” argentina, por un lado, y el manifiesto temor de los
tradicionales sectores dominantes del país de perder su control sobre el
Estado. Años más tarde, el mismo ex embajador inglés David Kelly diría:“desde
mi primera entrevista con Perón, llegué a la conclusión de que era brillante
improvisador, con un fuerte sentido político y gran encanto personal, pero sin
interés alguno por la ideología nazi ni por ninguna otra”. En pocas palabras,
que su visión -en ese sentido- era del pragmatismo propio de la realpolitik.
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