“Rosas quebró y anuló la actitud reservada y despectiva de
Buenos Aires hacia el resto del país, que tantas suspicacias y enconos había
provocado. De todos los porteños, Rosas fue el menos porteñista” Carlos Sánchez Viamonte, 1930.
“Nuestro mayor varón sigue siendo don Juan Manuel de Rosas:
un gran ejemplar de la fortaleza del Individuo, gran certidumbre de saberse
vivir..." Jorge Luis Borges, 1926.
Es explicable el rencor de algunos parientes de Urquiza,
como uno que publicó el 7 de noviembre una carta en el diario La Nación que le
hizo decir este disparate: “Rosas... cerró colegios, quitó los subsidios y la
vida a la Universidad de Buenos Aires..." calla que el mismo decreto del
27 de abril de 1838 por el cual se suprimen los sueldos a los maestros de las
escuelas públicas debido al conflicto bélico con Francia- , dispone que Ios
padres de los alumnos costeen los pagos, para librar al erario del gasto. No se
cerró colegio alguno, ni primario, ni secundario, ni la Universidad. Si no,
¿dónde se graduaron más de 100 médicos entre 1838 y 1851? ¿Y los 60 y tantos
abogados recibidos entre esos mismos años?
El fervor
antirrosista lleva a hacer incurrir en inexactitudes grandes como
elefantes a historiadores serios —en otros temas— como Isidoro J. Ruiz Moreno,
quien en su artículo de La Nación del 8 de noviembre (“La historia juzga”),
repite la distorsión por la cual Rosas aparece entregando las Malvinas a los
Ingleses, para pagar los intereses adeudados. Quien esto escribe ha Investigado
en archivos dicha cuestión y el asunto es otro. La “transacción pecuniaria” de
que hablan las Instrucciones dadas a Manuel Moreno aparece bien aclarada en el
documento que Felipe Arana envió al cónsul argentino en Londres, Jorge F.
Dickson, el 23-XII-1842, para que “demande del gobierno de S.M. Británica una
indemnización por el derecho a las Malvinas y que entre en ésta el empréstito y
sus rentas vencidas y por vencer...”. En suma: no existió ninguna oferta de
venta.
Frente a quienes han elogiado
la conducta de Rosas en el exilio, nuestro amigo Ruiz Moreno lo hace aparecer
como un limosnero “sin grandeza”. Si hasta Hipólito Yrigoyen —siempre tan
parco— destacó como ejemplo la conducta del desterrado
Por su parte, María Sáenz Quesada se desfoga y desboca
contra los “revisionistas de la década de 1930, como si no hubiesen existido
antes Juan Bautista Alberdi, Ernesto Quesada, Adolfo Saldías, Dermidio T.
González, Dardo Corvalán Mendilaharsu y otros, que aportaron luces para
descubrir el témpano en su parte sumergida. Y se queda con José Mármol, el
frustrado pretendiente de Manuelita Rosas que nunca fue perseguido por Ciríaco
Cuitiño u otro “mazorquero”.
A estos compatriotas les convendría leer el discurso de
Alberdi de 1837, en el Salón de Marcos Sastre; su carta a Máximo Terrero del 14
de agosto de 1864 (‘‘Nada más público y notorio que la honorabilidad con que
lleva el General Rosas su vida de refugiado en el país de los libres”); o su
texto de 1847 La República Argentina 37 años después de la Revolución de Mayo.
Veía en la cabeza de Rosas “la escarapela de Belgrano”. Y repasar las páginas
del general Ignacio H. Fotheringham, publicadas en 1902. O las de Domingo F.
Sarmiento en su Bosquejo de Biografía de Don Dalmacio Velez Sársfield, de 1875.
Escuche María Sáenz Quesada: “Rosas era un republicano que ponía en juego todos
los artificios del sistema popular representativo. Era la expresión de la
voluntad del pueblo...”. Claro que ella puede responder con las palabras que
utilizó Leopoldo Meló, tras su derrota por Yrigoyen: “Hemos sido víctimas de la
encrucijada aleve y traidora del cuarto oscuro”. O con el miedo de Mariquita
Sánchez.
Más cuerdo es el artículo, en la misma edición de La Nación,
del doctor Pacho O’Donnell, sobre las relaciones de Rosas y San Martín. Aquí ya
no se repite el ligero diagnóstico de quien dijo que el legado del sable se
debió a que el Libertador estaba chocho, y por eso testó como lo hizo.
Una llamativa nota fue brindada esta vez por el diario
Página 12, siempre muy liberal y bien informado: no se enteró de la
inauguración del monumento, ni siquiera para explotar el hiperrevisionismo del
Presidente, con su versión sobre Facundo Quiroga, vivo después de Caseros y
generoso con el limosnero de Southampton.
Quizá a estos muchachos progresistas del diario les
convendría leer las Memorias del general húngaro Juan F. Czetz, a quien
Sarmiento nombró primer director del flamante Colegio Militar, al que organizó
entre 1870 y 1874. Czetz dice del exiliado cosas muy interesantes: las
atenciones que don Juan Manuel tuvo para con él, hasta el punto que lo llevó en
tílbury hasta la estación ferroviaria de Londres. “También —dice— me entregó
tres ejemplares de su protesta contra la confiscación de sus bienes dirigida al
capitán general Justo J. de Urquiza, el cual se había demostrado con él
bastante noble y generoso en su destierro, palabras testuales de Rozas”. Claro
que Sarmiento no sabía que nombraba a un simpatlzante de don Juan Manuel.
¿Dónde andará Ciríaco Cuitiño? ¿Por las orillas del Zanjón
del Hospital? en una de ésas es convocado por Ruckauf, como lo sugiere al final
de su nota Maria Sáenz Quesada. Por favor, Ciríaco, no te escondas en la
Iglesia de la Concepción.
Los enemigos de Rosas, aún existen, y se escudan aún hoy en el amor a las libertades supuestamente conculcadas por el Restaurador, a pesar que la Verdad sobre aquel tiempo de la Confederación y la vida en ella, desmienten el engendro de mentiras que se extendió sobre ese período de la historia argentina.
ResponderEliminarNada mas claro que lo que se dijo sobre sobre aquella "historia" queda en testimonios como los que brindó en diversos trabajos José Luis Romero (h.),sobre todo en relación con los conflictos internacionales de la Confederación Argentina. Para este autor y pretendido historiador la Vuelta de Obligado fue una derrota definitiva argentina frente a las fuerzas navales combinadas francobritánicas que combatieron en esa porción del Río Paraná en 1845. Esta apreciación se ajusta a la realidad de los hechos bélicos de aquella jornada, pero aquel acontecer reconocido por los testimonios vertidos por los propios contendientes opositores a las fuerzas argentinas no fue un paseo para ellos, y fue un primer paso de una operación cuyos alcances ocuparon el escenario de algo mas de siete meses de la vida en el río Paraná y en el entramado fluvial de esa vía navegable y demás sistemas complementarios. Esos siete meses, abarcan desde la batalla librada en Obligado (20/11/1845 hasta la batalla librada el 4 de Junio de 1846 en la Angostura del Quebracho, unos kilómetros al norte del campo y convento de San Lorenzo, en la Provincia de Santa Fé.
También cabe agregar, que la batalla de Obligado, fue ampliamente desfavorable a nuestras armas, por la enorme disparidad de fuego disponible por parte de de los francobritánicos respecto de las fuerzas propias. Baste decir, que la artillería argentina solo tenía cañones que disparaban bolas de hierro y cuyo peso mayor era de 24 libras (aproximadamente 12 kilogramos), mientras que los enemigos disponían de cañones que disparaban proyectiles que estallaban cuando impactaban en tierra o en navíos, y que el peso mayor de sus proyectiles eran de 240 libras, es decir de 120 Kilogramos. Es cierto, la Vuelta de Obligado fue una carnicería para nuestra gente, pero ahí quedó plasmada la voluntad de un pueblo soberano, que ofrendó 450 almas a esa voluntad soberana. Como broche final, en Vuelta de Obligado hubo sendos desembarcos de tropas de asalto, uno francés y otro británico, ambos fueron rechazados por nuestras tropas. La artillería enemiga pudo más, no así cuando se trató del combate individual con bajo fuego de armas, o con arma blanca.
Un detalle final, este conflicto que puede bautizarse según reza una canción de nuestro folklore, "20 de guerra, vienen repechando los mares", comienza en nuestro Rio de la Plata en junio de 1845, cuando comienza la captura de nuestra flota, rendida al enemigo según instrucciones de Juan Manuel de Rosas a su comandante, el Almirante Don Gullermo Brown.