Por Sergio Rubín
El cuerpo de Eva Perón, robado de la CGT por la Revolución Libertadora, estuvo casi 16 años oculto. Catorce, en un cementerio de Milán con un nombre falso. En 1971 le fue devuelto a Perón.
Fue uno de
los secretos mejor guardados de la historia argentina. En torno a él se
creó una macabra leyenda que mezcló realidad con ficción. Durante casi
16 años los argentinos se preguntaron adónde estaba el cuerpo de Eva
Perón.
La historia
arrancó la noche del 23 de noviembre de 1955, dos meses después de la
Revolución Libertadora, cuando un perturbado teniente coronel Carlos
Moori Koenig, por entonces jefe del Servicio de Inteligencia del
Ejército (SIE), al frente de un comando, irrumpió en la sede de la CGT.
Presuroso, se dirigió al segundo piso, donde estaba depositado el
cuerpo. Y, en presencia de un aterrado Pedro Ara, el célebre
embalsamador del cadáver, que temía por la integridad de su obra
maestra, retiró los restos y se perdió en la oscuridad. Desde entonces
poco se sabría del destino del cuerpo hasta su devolución a Perón, en
1971, en Madrid.
Con todo,
algunos sorprendentes avatares del destino del cadáver trascendieron.
Porque Moori Koenig, desoyendo la instrucción del presidente Pedro
Eugenio Aramburu de darle cristiana sepultura (léase enterrarlo
clandestinamente), sometió en los primeros meses al cuerpo a un insólito
"paseo" por media ciudad de Buenos Aires en el furgón de una florería.
Insólitamente intentó sin éxito dejarlo en una unidad de la Marina —la
fuerza más antiperonista— y lo depositó en el altillo de la casa de su
segundo, el mayor Arandía. En una noche de horror, creyendo que la
resistencia peronista había entrado a su casa para llevarse el cuerpo,
Arandía mató a tiros a su mujer embarazada.
Moori Koenig
tenía locura con el cadáver. Llegó a parar el féretro en su despacho y
manosearlo, entre otras bajezas. Se dedicó, incluso, a mostrárselo a sus
visitantes. Hasta que uno de ellos, la recordada cineasta María Luisa
Bemberg, corrió espantada a comentarle el hecho a su amigo, jefe de la
Casa Militar, el capitán de navío Francisco "Paco" Manrique.
El dato
llegó a oídos de Aramburu quien, consternado, dispuso el relevo de Moori
Koenig y colocó en su lugar al coronel Héctor Cabanillas, que debía
cumplir con la orden de darle cristiana sepultura. Pero nadie en el
Gobierno tenía un buen plan.
Para colmo,
cerca de donde estaba el féretro, aparecían fotos de Evita y velas, que
confirmaba que los peronistas conocían su paradero. Consciente del
problema, el jefe del regimiento de Granaderos a Caballo, el teniente
coronel Alejandro Agustín Lanusse, con la ayuda del capellán de la
unidad y amigo, Francisco "Paco" Rotger, diseñó un plan para ocultar el
cuerpo con la colaboración de la Iglesia. Lanusse, un militar osado y
ambicioso, deseaba complacer a Aramburu, a quien admiraba. Y, de paso,
sacar de circulación el principal emblema peronista. Rotger diría que
quería salvar el cuerpo ante la amenaza de su destrucción.
El plan
—revelado con minuciosidad por una investigación de Clarín de 1997—
consistía en el sigiloso traslado del cuerpo a Italia y su entierro en
un cementerio de Milán con un nombre falso. La clave era la
participación de la Compañía de San Pablo —comunidad religiosa de
Rotger—, que custodiaría la tumba. Su intervención tenía la ventaja de
cortar prácticamente todos los caminos que condujeran al cuerpo. Pero
tenía un doble desafío para Rotger: que el superior general de los
paulinos, el padre Giovanni Penco, ayudara; y que el papa Pío XII no se
opusiera.
En pos de
estos objetivos, Rotger viajó especialmente a Italia. Luego de largos
conciliábulos, que estuvieron al borde del fracaso, el sacerdote obtuvo
luz verde. A su regreso al país, Cabanillas puso en marcha el llamado
Operativo Traslado. Cabanillas sabía que los peronistas andaban cerca y
también se dedicó, aunque respetuosamente, a cambiar permanentemente de
lugar el féretro hasta que fue embarcado en el buque "Conte Biancamano"
con destino a Génova.
El féretro
fue llevado por el oficial Hamilton Díaz y el suboficial Manuel
Sorrolla. En el puerto italiano, lo esperaba el propio Penco. El cadáver
—bajo el nombre de María Maggi de Magistri— fue enterrado en el
cementerio Mayor de Milán (equivalente a Chacarita). Penco le encargó a
una laica consagrada, Giussepina Airoldi, que le llevara flores, según
le dijo, a "una bondadosa mujer italiana que había muerto en la
Argentina a raíz de un accidente automovilístico y deseaba ser enterrada
en su tierra natal". Airoldi cumplió puntillosamente con el cometido
durante 14 años.
En aquellos
casi tres lustros, sólo Cabanillas sabía exactamente dónde estaba el
féretro. La cuestión del cadáver volvió a tomar vigencia a mediados de
1970 cuando los Montoneros, en su sangriento debut, secuestraron a
Aramburu y exigieron la aparición del cuerpo de Evita. Cabanilas se
movilizó para devolverlo, pero no llegó a tiempo: el ex presidente fue
asesinado. Al año siguiente, siendo ya Lanusse presidente, inició el
deshielo con el peronismo y, como gesto, devolvió el cuerpo a Perón. Rotger debió
entonces viajar a Milán para conseguir la colaboración del nuevo
superior general de los paulinos, el padre Giulio Madurini —Penco había
muerto en 1965—, lo que obtuvo. Prontamente, Cabanillas y Sorolla
viajaron a Italia —ahora los Montoneros y el secretario general de la
CGT José Ignacio Rucci estaban cerca de dar con la tumba— para cumplir
con el denominado Operativo Devolución. El cuerpo fue exhumado el 1° de
setiembre de 1971, llevado en un furgón a España y entregado a Perón en
Puerta de Hierro dos días después en presencia de su tercera esposa
Isabel Martínez.
La operación
eclesiástico-militar había sido un éxito. Pero no hubo acuerdo sobre el
estado del cuerpo. Para Ara, que lo vio 24 horas después, estaba casi
intacto. Para las hermanas de Evita y el doctor Tellechea, que lo
restauró en 1974, estaba muy deteriorado. Perón regresó al país, pero
sin el cadáver de Evita. Persistentes, los Montoneros secuestraron
entonces el cadáver de Aramburu y dijeron que lo devolverían cuando
fueran repatriados los restos de "la compañera Evita". Pero sería
Isabelita, ya muerto Perón, la que dispondría traerlos al país. Con el golpe
militar de 1976, el cuerpo —que estaba en la quinta de Olivos— fue
entregado a la familia Duarte y depositado en el panteón familiar del
cementerio de Recoleta, bajo dos gruesas planchas de acero. Nadie se
anima a asegurar que sea el final de una agitada inmortalidad.
*Sergio
Rubin es autor de "Eva Perón: Secreto de Confesión, cómo y por qué la
Iglesia ocultó 16 años su cuerpo". Editorial Lolé Lumen. Julio 2002.
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