Por Carlos Pistelli
La amistad personal de don Estanislao López con don Juan
Manuel de Rosas databa de los tremendos años ’20. La guerra de Santa Fe con
Buenos Aires tenía enconos pasados que el propio Mitre reconoce de una
injusticia por las sucesivas tropelías porteñas cometidas hacia mi provincia,
de casi cinco años. El propio coronel Dorrego, cuya muerte originó la guerra
del ’29, fue parte de ella, y López lo descalificó en un famoso oficio:
“incendiar, robar mujeres, violar jóvenes, arrastrar familias enteras para
concluir la población y llevarse los pocos ganados, lo que verificó con tal
prolijidad que mi ejército no pudo comer en tres días”. La sed de revancha de
los santafesinos hacia los porteños buscaba un encuentro para saldar viejas
deudas. Rosas, segundo al mando de Dorrego, pidió un encuentro pacífico hacia
López, que el coronel héroe de Tucumán y Salta, no consideró, licenciando al
propio don Juan Manuel y sus famosos colorados del Monte. Santafesinos y
porteños volvieron a verse las caras en Gamonal. Fue una de las batallas más
sangrientas de la Historia Nacional, destacable en episodios de esta
naturaleza. López, consternado, ¡Él, el terrible gaucho de la cabeza de
Ramírez, y 173 marcas en su lanza de indios muertos por su propia mano!,
expresó aquella vez, “La acción de ayer (por Gamonal) fue terrible, en más de
diez leguas (50 kilómetros) no se veían más que cadáveres y tal mortandad
consterna al corazón más duro”. La derrota de Gamonal, y la imposición de
López, provocaron la caída de Dorrego y el encumbramiento de Martín Rodríguez.
Rosas, se tomó por sí la difícil tarea de
congeniar con el duro corazón del santafesino: “Yo no soy abogado ni hombre de
ceremonias. Al contrario, me repugnan las etiquetas y así quiero tratas de
paisano a paisano. Éste será nuestro lenguaje y con él arreglaremos cuanto
convenga a nuestras respectivas Provincias.” López expreso aquella vez, “…
conozco los peligros que nos rodean y sé que la guerra civil nos sepultará muy
pronto. Amo a mi Patria y aspiro a su dicha. Si V.E. está animado de iguales
sentimientos, si tiene libertad para deliberar, si quiere que cese la guerra,
depóngase toda pretensión, acábese con la intriga, respétese a los verdaderos
patriotas sin negar ni disfrazar su mérito: desaparezca la vil impostura, no se
sacrifiquen más vidas al capricho de los intereses; no se dejen familias
inocentes a la mendicidad para satisfacer la codicia de los aventureros y
conseguiremos la paz propia de hermanos, digna de americanos y que promete un
porvenir lisonjero a todos los pueblos comprometidos por nuestras disensiones”. Rosas
se presentó en el campamento de López, y se dieron un efusivo abrazo, al calor
de las brazas, y el bochinche de las invencibles montoneras santafesinas. Por
casi veinte años, la amistad nacida en los campos de Benegas, condujo a la
Federación a sus glorias más destacables: Desde sostener la argentinidad del
Uruguay, a fortalecer la Unión Nacional, en Confederación de los Pueblos, y
castigo a los salvajes que nos desangraban.
Batalla de Puente
de marquez El general Lavalle,
informado que en el puente de Márquez se hallaba una fuerte vanguardia federal,
franqueó el río, en la madrugada del 26 de abril, en un punto situado aguas
abajo, sorprendiendo la guardia enemiga que vigilaba el vado, rechazándola e
introduciéndose en los campos de Álvarez ocupado por las fuerzas de López.
Restablecidos los federales de la sorpresa, el ejército coaligado no tardó en
tomar sus disposiciones para el combate: sobre la derecha estaban formados
2.000 jinetes, a las órdenes de Rosas; el flanco izquierdo al mando directo de
Estanislao López, estaba constituido por unidades santafecinas, el contingente
de Entre Ríos y la milicia de Luján y de Arrecifes. El Puente de Márquez era
defendido por un cuerpo de caballería formado por 300 dragones santafecinos, a
las órdenes de Pascual Echagüe, que se encontraba en consecuencia a las
espaldas del ejército unitario. Lavalle, aprovechando su maniobra que lo
había introducido en el mismo campo que ocupaba el cuerpo de López, resolvió
aprovechar la sorpresa causada en el enemigo para comenzar el ataque. Desplegó
su infantería y su artillería, dejando bajo su custodia los caballos de
reserva, luego hizo lo mismo con la caballería y a las 6 de la mañana inició
con sus regimientos varias cargas por escalones sobre el ala de López. A pesar
del arrojo con las cuales fueron llevadas, no tuvieron un éxito decisivo, a
causa de la táctica llevada adelante por la caballería federal, que rehuía el
choque frontal para moverse sobre los flancos de los escuadrones unitarios. La táctica federal fue rápidamente evaluada
por Lavalle que veía como sus flancos eran amenazados sumándose al enemigo la
caballería de Rosas y los dragones de Echagüe, que habían acudido rápidamente a
tomar parte en el combate. Después de ordenar a su infantería formar en cuadro,
cargo con sus escuadrones sobre los nuevos grupos de caballería federales que
llegaban sobre el campo de batalla, tratando de disolverlos. Pero a pesar de
lanzar varias cargas sucesivas no pudo batirlos, ya que los federales volvían a
reorganizarse para volver al campo inmediatamente. Todos los esfuerzos del general Lavalle para
obtener un resultado favorable, se vieron frustrados ante la rapidez de las
maniobras y la tenacidad de los jinetes adversarios. A medida que pasaban las
horas los federales tomaban confianza ante la impotencia de los escuadrones
veteranos de Lavalle en sus continuas e infructuosas cargas en el vacío. Como
resultado el ejército de Buenos Aires comenzó a verse rodeado por los federales
que buscaban estrangular a los unitarios en su misma posición. Alrededor de las
10 hs. Osados grupos de jinetes federales, comenzaron a introducirse entre los
cuadros de infantería unitaria que soportaba las cargas de la numerosa
caballería enemiga. Como consecuencia de esto, lograron arrebatar la caballada
de reserva unitaria y hasta el ganado de silla de la infantería. De esta forma, a medida que la acción se
prolongaba, el triunfo de las tropas de Buenos Aires estaba cada vez más en
duda. Lavalle dándose cuenta de la esterilidad de sus esfuerzos sobre el
ejército enemigo, decidió interrumpir el combate y emprender la retirada antes
que la situación fuera mas crítica y la derrota se convirtiese en desastre,
eran las 4 de la tarde. La retirada se efectuó hasta el otro lado del río de
Las Conchas, por el Puente de Márquez que fue después inutilizado para que no
pudiese ser usado por los federales. Lavalle se situó en los Tapiales de
Altolaguirre. López resolvió que no era
oportuno perseguir al adversario, que se retiraba intacto, y además esperaba
alguna acción ofensiva por parte del general Paz, estableciendo sus vivaques en
la margen izquierda del río en la Villa de Luján, mientras Rosas lo hacia en el
Pino, ambos sobre la línea del río de Las Conchas. Mientras que después de
dejar el campo de batalla, Lavalle se dirigió poco después a Buenos Aires.
Dueños del campo, los federales reclamaron la victoria. Quedando en el campo de
batalla unos 150 muertos y numerosos pertrechos de guerra. El resultado de este combate se debió por:
la superioridad numérica de los federales pero principalmente por su táctica de
desbordar los flancos del ejército enemigo, con lo cual amenazaba no solo
desbordarlos sino el cortar su línea de retirada. Por su parte Lavalle, que
había sorprendido de manera audaz a López en su propio campo, baso su táctica
solamente en los ataques de su caballería, olvidando de utilizar a su también
experta infantería de forma ofensiva, y no marginándola solamente a un papel de
vigilancia de sus caballadas en la retaguardia.
Consecuencias.
Lavalle no reconoció la derrota, que
tampoco fue terminante en el curso de la guerra. Dio un manifiesto al pueblo de
Buenos Aires, otorgándose la victoria. López, en cambio, modesto en sus
ademanes, le envió a su ayudante Manuel Yupes, con la siguiente carta: “…
Vuelvo a proponerle la paz. Yo la quiero sinceramente y creo que V.E. deseará
también porque todos la necesitamos. Ya hemos combatido y no puedo quejarme de
mi fortuna: pero tengo el dolor más vivo por la sangre que se ha derramado y
por las vidas que se han perdido. Al cabo la guerra civil ha de conocer un
término, tengamos nosotros la gloria de ponerlo, general Lavalle”. Pero el
general Lavalle le contestó arrogantemente, y el conflicto continuó. Partidas
sueltas de los federales irrumpieron en la ciudad, hasta llegar a la Recoleta,
llevándose armas y el oficial que las custodiaba. Seiscientos! Sí, seiscientos,
Quinientos diecinueve personalidades más de las que votaron angustiosamente
para elegirlo Gobernador, pidieron sus pasaportes y se fueron del país. Lavalle
flotaba en el aire de su arrogancia, apenas acompañado por Carril, y algunos
más. Una nueva comisión de López, por intermedio del dr. Oro, le abrió una
posibilidad. Meter una cuña entre los aliados (López y Rosas), ante el penoso
momento de carestía de alimentos que vivía la ciudad. El
dr. Oro ha sido catalogado de muy malos modos por distintos historiadores,
porque se tomó a pecho el lugar de delegado de López, incluso yendo más allá de
las órdenes de don Estanislao. No he estudiado en profundo el tema, sobre Oro y
su accionar, la cuestión es que consiguió:
‘1-Las tropas del gobernador de Santa Fe evacuarán el
territorio…
‘2-El gobernador de Santa Fe llevará dos caballos por hombre
en su retirada…
‘Secreto, se acordarán al Gobernador de Santa Fe (ahora con
mayúsculas), por una sola vez, diez mil pesos en metálico… Don Juan Manuel de
Rozas (con Z) saldrá del territorio de la provincia de Buenos Aires…” etc.,
etc.
El preacuerdo dejaba a Rozas en “orsai”, cosa que no creo
estuviera dispuesto a aceptar, y a López abandonando a su aliado y amigo, por
un puñado de metálicos, cuestión que lo hubiera desacreditado entre los
federales, a los que aspiraba conducir. Creo que Oro, Mansilla, Baldomero
García y Mena, los firmantes del acuerdo, con el aval de Carril, se arriesgaron
creyendo que el viejo gaucho “bruto” de Santa Fe se dejaría comprar, única meta
de su carrera. López no habrá podido llevar al plano nacional sus ensueños
federales de organización constitucional porque le faltara ‘creatividad
política’, pero no era un mercenario de opiniones. Por otro lado, para
solventarlo en los malos días, siempre lo tuvo a don Juan Manuel. Pero es mi
opinión personal.
Lavalle estaba en una encrucijada, y ofreció retirarse del
gobierno, delegándolo en el general Tomás Guido. No se le aceptó la propuesta.
Su opinión pendulaba entre la “rama intransigente” de los Carril, y la
“conversadora” de los ‘hombres de bien’, que se reunían en un Consejo de Estado
(Díaz Vélez, Pueyrredón, Martin Rodríguez, Álvarez Thomas) que le sindicaban
una conciliación con Rosas, directamente, prescindiendo de López. Carril era
opuesto al Consejo: “Pienso que nosotros necesitamos hacer la paz separadamente
con uno solo de los enemigos y quedarnos con el otro. Prefiero a López, porque
aunque la guerra a Santa Fe es dispendiosa y desigual, pero López es al mismo
tiempo el enemigo más popular que V. pudiera escoger. Sin guerra, no tendremos
paz, ni gobierno“. La suerte cayó de su lado: El 22 de abril, cuatro días antes
de Márquez, Paz deshacía a Bustos, y la situación santafesina necesitaba de su
Gobernador. El ‘Patriarca de la Federación’, con cierta desilusión, delegó el
mando en Rosas, y se retiró de Buenos Aires. Todo estaba dado para un encuentro
cumbre entre los hermanos de leche.
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