Por Armando Luchina
Se
produce en EEUU, la debacle económica de 1929. la bolsa de Nueva York
se desplomó y desató la crisis capitalista que azotó al mundo. “La gran
depresión”, “el crack de Nueva York”, “La caída de Wall Street” y “La
Década Infame” son las frases que marcarían una época de misería,
corrupción y desesperanza. Bancos,
industrias, comercios comenzaron a quebrar. Los precios de los
productos agrícolas bajaron notablemente y los países comenzaron a
adoptar medidas de protección que redujo el comercio internacional.
Argentina
no quedó a salvo, y especialmente por su condición de país exportador
se vio tremendamente afectada por la disminución del comercio exterior.
El precio internacional del trigo y la carne cayeron en un 64 por
ciento. También bajó la producción industrial. El Estado comenzó a
cesantear a los empleados públicos. Nuestro país que siempre tuvo el
problema de la escasez de mano de obra, que se suplía con la inmigración
golondrina, de pronto se vio con un ejército de desocupados que
emprendieron el camino obligado a la miseria. El 28% de los
trabajadores, 350.000 personas, quedaron en la calle.
Linyeras, crotos, cirujas y atorrantes En
1912 los inmigrantes habían estrenado el Hotel de Inmigrantes en
Retiro, en la dársena Norte. “Allí podían quedarse hasta cinco días sin
pagar un peso: era el tiempo que se calculaba para obtener un trabajo en
la Argentina. Cinco días, como máximo, para conseguir "patrón". Y
detrás un trabajo estable, un salario, una casita con patio y parra.
Nada tan parecido a lo que venían a buscar quienes hacían fila en los
puertos de Europa. Filas para venir.”(10) Esos mismos extranjeros, ahora
desocupados, regresaban al puerto a buscar un sitio para estar y
mendrugos de comida para subsistir. En
Puerto Nuevo se comenzaron a asentar cientos y cientos de chozas, de
chapa y cartón (ni siquiera eran ranchos) que se dio en llamar “Villa
Desocupación”, sus calles tenían nombres como “Calle de la Esperanza”,
“Calle de la Miseria”, y otros por el estilo. Allí
en el puerto, los desocupados, “provistos de un tachito y un cordel, y a
modo de pacientes pescadores lo dejaban caer sobre un remolcador o una
barcaza y esperaban que los cocineros u otros tripulantes depositaran
allí los restos de comida. Cuando eso ocurría, el filántropo de turno
sacudía el cordel, por si el desocupado se había quedado dormido en la
espera”. Debajo
de los puentes de los ferrocarriles que iban desde Puente Alsina al
Dock Sud, pasando por Avellaneda, se atestaba la gente sin trabajo.
Comenzaron
a instalarse ollas populares donde “los desocupados hacían cola con sus
tachitos de lata, esperando una sopa lavada” y la enfermedad de la
pobreza, la tuberculosis comenzó a hacer estragos. Los
linyeras (nombre que tomaban de la “lingerie”, el atado de ropas que
llevaban colgado de un palo sobre su hombro), inmigrantes golondrinas
–generalmente italianos- que empalmaban la cosecha de su país con las
del nuestro, fueron desplazados por el nuevo ejército de desocupados
criollos: los crotos. La miseria devoraba a los más pobres. “El
país, los ferrocarriles, se llenaron de crotos. Los cargueros los
llevaban con rumbo diverso –generalmente a la zona maicera- de a decenas
por vagón, de a cientos por tren, de a miles por riel”. Arturo
Jauretche en su libro “Los profetas del odio”, explicaba la razón del
nombre “croto” que se le daba al pobre peón criollo: “Siendo Gobernador
de Buenos Aires don José Camilo Croto, se le quejaron los ingleses de
los ferrocarriles por la cantidad de paisanos que se “colaban” en los
trenes de carga. Don José Camilo resolvió salamónicamente el entredicho,
limitando a 12 los “colados” en el tren de carga, y aplicando esta
disposición policial, cuando los oficiales de policía en la recorrida
controlaban el número de “pasajeros”, contaban hasta doce haciendo bajar
el resto. “Ustedes siguen por Crotto”, decían. Y de crotos les quedó el nombre.”
Ya
que estamos de crotos, linyeras y otros pobres de solemnidad,
comentemos un episodio que dio origen a otro sinónimo de pobre. Cuando
la empresa Obras Sanitarias se hallaba realizando la construcción de las
obras de desagüe de la ciudad, utilizaba grandes caños de cemento que
al quedar en la vía pública era aprovechado por los vagos como lugar
para dormir y como estos caños eran construidos por la firma “A.
Torrent”, por una deformación de ese nombre, los vagos se transformaron
en “atorrantes”. “Ir a parar a los caños”, era tomar la condición de
atorrantes, de vagos. Esta
legión de desocupados era tan numerosa, que “la policía montada
organizaba razzias y los embarcaban en trenes cargueros que los llevaban
al Norte”. La
crisis continuaría hasta 1937 y quedaría grabada en la memoria de los
argentinos y reflejada en la literatura y en los tangos de la época. El
6 de septiembre de 1930 un golpe de estado voltea al gobierno de
Hipólito Irigoyen, que había amenazado los capitales extranjeros
mediante la fiscalización de los ferrocarriles, el intento de
nacionalizar el petróleo y la creación de la marina mercante. La Ley de
Vialidad que perjudicaba al ferrocarril, pues abría caminos y le
plantaba la competencia, se solucionó entregando poco después el
transporte automotor a los capitales ingleses. Los
seguidores del “peludo” acusaban al golpe comandado por el general
Uriburu de “oler a petróleo”. La compañía norteamericana Standard Oil,
que según los rumores participó en la realización del golpe, comenzaba a
mover los hilos para apoderarse del petróleo.
Mientras
el país se debatía en la miseria, el ferrocarril se quedaba con un
porcentaje del 40 al 60% de los cereales transportados, en concepto de
flete y alquiler de galpones. Las tarifas de los ferrocarriles
argentinos eran 50% más elevadas que las de Estados Unidos y 100% más
que las de Canadá. La
situación de los hombres de campo se agravaba por los costos tan
elevados de estas tarifas y se reflejaba en los volantes que se
repartían con la leyenda: “El hombre de campo argentino trabaja
afanosamente para alimentar a la cruel sanguijuela de la Nación, que es
el ferrocarril inglés”.
Damián
Menéndez en su obra “Recuerdos de Córdoba” respecto a las tarifas
ferroviarias dice: “Tal afán de lucro inmediato domina a las empresas
ferrocarrileras, que las ha inducido a imponer tarifas mostruosas para
los transportes, y en vez de ser un estímulo para la producción y
fomento de los artículos regionales, constituyen un obstáculo insalvable
para que sean aceptados y consumidos en cualquier mercado. (...) No es
posible aquí el cultivo de cereales, no porque el suelo no los pueda
producir, sino porque no deja utilidad pagando los enormes gastos del
transporte.” Pocos
días después del golpe revolucionario se crea la Confederación General
del Trabajo. Esta central obrera carecía de local, no tenía fondos ni
empleados y era una unión de algunos gremios, principalmente de los
ferroviarios, nucleados en la Unión Ferroviaria. El ferroviario Luis
Cerutti ocupaba la secretaría general de la central obrera. Entre las
medidas que impulsaban en una época de desocupación que afectaba a todo
el país, estaba la jornada laboral de 40 horas y la implantación del
“sábado inglés”.
Participar en las pérdidas, nunca en las ganancias
En
1931 las empresas ferroviarias británicas del Ferrocarril Oeste y el
Central Córdoba, dispusieron suspender el escalafón vigente y rebajar
los sueldos del personal “como consecuencia de la difícil situación
financiera por que atraviesan”. Las medidas tuvieron que ser aceptadas
por la Fraternidad y la Unión Ferroviaria. En
1933 se producen nuevas rebajas de sueldos, esta vez en el Ferrocarril
Sud, con el pretexto de “equilibrar la economía (del ferrocarril) que se
ve afectada por la disminución de ingresos”. Sin embargo una noticia
aparecida unos meses antes, desmentía la supuesta crisis financiera por
la que atravesaban las empresas: “Abonarán dividendos los Ferrocarriles
del Sud y del Oeste de Buenos Aires,. La noticia causó gran satisfacción
en el mercado londinense...” Pero
no sólo las empresas ferroviarias, en medio de la crisis, seguían
obteniendo beneficios: la sucursal local del National City Bank of New
York duplicó su capital en 5 años. “Molinos Harineros y Elevadores de
Granos del Río de la Plata”, en el balance de 1930 anotaba una utilidad
que representaba el 71% el capital nominal. Durante 1932, según un
folleto confidencial de la Cámara Inglesa de los Comunes, los
frigoríficos que industrializaban la carne argentina obtuvieron
beneficios de 93,42%... Al mismo tiempo que la crisis capitalista
azotaba al mundo, las empresas extranjeras y sus socios vernáculos
continuaban embolsando sus ganancias... a costa de la miseria del país.
El pacto de la entrega
En
agosto de 1932 se realizó en Ottawa, Canadá, una Conferencia entre Gran
Bretaña y sus dominios en la cual se resolvió aumentar los derechos que
gravaban a los productos de otros países, como la Argentina e incluso
imponía cuotas de importación a los mismos.
El
presidente Justo, envió inmediatamente una delegación a Londres,
encabezada por el vicepresidente de la Nación Julio A. Roca, para
solicitar que esas restricciones no le fueran aplicadas a los productos
argentinos. Roca llego a decir en una de las reuniones que la Argentina
“es desde el punto de vista económico, una parte integrante del Imperio
Británico” El
vicepresidente argentino Julio Roca (h) firma en Londres con el
ministro de comercio británico Runciman, el 1° de mayo de 1933 el
Tratado Roca-Runciman por el cual la Argentina evita la restricción de
la compra de sus carnes pero “asegurando un trato benévolo” a las
inversiones británicas. “Por
la cláusula 5 de ese tratado nefasto los frigoríficos “argentinos” de
capital inglés y norteamericano serán en adelante regulados y
controlados con absoluta prescindencia del gobierno argentino”. Será el
gobierno inglés quien dirá qué cantidad de animales deberá faenar cada
uno, controlando así el comercio de carnes argentinas. La cláusula
prohíbe además que el Estado argentino o capitales privados argentinos
construyan frigoríficos que elaboren más del 15% del caudal de carne.
Gran
Bretaña exigía también el control de la moneda , el control de los
créditos, el control del transporte automotor, el control de la
electricidad... como decía Roca: la Argentina es parte del Imperio
Británico. El
28 de diciembre de 1933 estalló una revolución dirigida por uno de los
oficiales más prestigiosos del ejército, el coronel Francisco Bosch, que
fue sofocada. Uno de los propósitos de los revolucionarios era
denunciar el pacto económico con Inglaterra. El
gobierno se muestra preocupado por la competencia perjudicial de los
ómnibus hacia el ferrocarril, lo que terminó con la cesión del
transporte automotor al capital inglés. El
plan llevado a cabo en Estados Unidos para superar la crisis económica,
conocido como el New Deal, que consistía en producir ocupación a través
de la obra pública, fue practicado en nuestro país por el gobierno de
Justo. Poco a poco la actividad comenzó a recuperarse y nuevas fuentes
de trabajo comenzaron a absorber al ejército de desocupados.
Después
de 1935 se produjo la reactivación industrial. En el año 1937 la
desocupación prácticamente desapareció. Los grandes contingentes de
desocupados rurales que habían llegado las ciudades de Rosario, Santa
Fe, Córdoba y Buenos Aires en busca de un trabajo durante la crisis,
ahora pasaban a ser obreros las nuevas industrias. Y otros nuevos se
sumaban, especialmente a Buenos Aires, atraídos por la apertura de
nuevas industrias. “De este modo los criollos de las provincias
tradicionales sustituían la mano de obra extranjera cuya inmigración
había disminuido abruptamente.” Comenzaba
el fenómeno de los “cabecitas negras” invadiendo la ciudad de Buenos
Aires, que no fue un proceso social creado por el peronismo, se produjo
con anterioridad. El gobierno justicialista lo que hizo diez años
después fue multiplicarlo gracias a un desarrollo industrial que
requirió de gran cantidad de mano de obra e impulsó la llegada de gente
del interior en busca de trabajo.
De
acuerdo a las cláusulas del pacto, en 1934 el gobierno compra
sobrevaluado el Ferrocarril Central Británico de Córdoba (en 1948 pasa a
llamarse Ferrocarril Gral. Belgrano) y se negocia el monopolio del
transporte urbano, que por ley pasa a una compañía británica. Esto da
lugar a una huelga de colectiveros en septiembre de 1936. A pesar de la
medida la ley fue sancionada y se creó la Corporación de Transportes de
Bs. As. Que daba lugar al monopolio del transporte urbano y ferroviario a
las compañías británicas.
El
tema de las nacionalizaciones no sólo eran parte del Tratado
Roca-Runciman, era un interés general. En 1937 la Unión Ferroviaria
había pedido al gobierno la nacionalización del Ferrocarril Central. En
1938 se programa un plan de nacionalización de las inversiones
británicas deficitarias en Argentina, propuesto por el ministro Pinedo
al Congreso que consistía en ”nacionalizar las empresas británicas de
ferrocarriles, cuyos gerentes estaban muy interesados en venderlas al
gobierno argentino. (...) se trataba de una venta inconveniente para los
intereses argentinos, tanto por el precio que se pagaría por los
ferrocarriles, como por la demora con que el Estado sería dueño efectivo
de estas empresas, que sólo se recuperarían por completo en el año
2.000”. Y en ese mismo año los socialistas presentaron un plan de
defensa nacional que contemplaba la nacionalización de los
ferrocarriles, petróleo, electricidad, gas, teléfonos y otros servicios. Este
proceso culminará luego de la guerra con la compra de los ferrocarriles
por parte del Estado, operación efectuada para cobrar de alguna manera
los créditos que a favor de Argentina estaban bloqueados en Londres. En
1947, cuando se produce la nacionalización de los ferrocarriles, el
Gral. Perón expresaba: “Este hecho significa el 50% de la liberación de
nuestra economía. Los transportes terrestres, marítimos y aéreos
representarán en el futuro una parte del patrimonio indivisible de la
Nación, cuyo control y responsabilidad técnica y comercial estarán
definitivamente en manos argentinas.” y señalaba que la toma de las
compañías de transporte, era el comienzo, “Tomar estas medidas para
asegurar la independencia económica era la primera etapa; ahora la etapa
de consolidación es tomar el gobierno económico”. El
1 de marzo de 1948, frente a la Estación Retiro se realiza el traspaso
de los ferrocarriles. Sobre la terminal se alzaba una tarima sobre la
que colocaron a la locomotora La Porteña. y el palco, donde se
instalaron las autoridades del gobierno y la primera dama: Eva Perón.
Mario Rapopport en su “Historia económica, política y social de la Argentina” paginas 339 y 340 nos explica que el precio que pretendían los ingleses era de 3.000 millones m$n mientras que Argentina se planto en 2.000 millones. Finalmente se pagaron 135 millones de libras esterlinas más 15 millones por las compañías colaterales, en total 150 millones de libras esterlinas equivalentes a 2.029 millones de m$n; algo más que el valor de mercado, pero notoriamente inferior al valor nominal de 250 millones de libras esterlinas (3.375 millones de m$n)
El arreglo era pagar con los saldos bloqueados en Londres de unos 130 millones de libras esterlinas y el saldo con los excedentes en la balanza comercial.
En agosto de 1947, a raíz de la suspensión de la convertibilidad de la libras, es que se acuerda pagarlos con libras no convertibles, resultado del superávit que teníamos en el comercio con Gran Bretaña. Finalmente por el “Pacto de los Andes” (12/02/1948) se formalizo la compra mediante un adelanto de 100 millones de libras esterlinas que hizo el Gobierno Ingles a cuenta de las exportaciones de carne de 1948, por el cual pagaríamos un interés del 0,5%, más 10 millones que Gran Bretaña acredito por la diferencia de precio de productos ya exportados. El saldo de 40 millones se pagaron con libras esterlinas bloqueadas en el Banco de Inglaterra. Los 80 ó 90 millones de libras garantidas quedaron a disposición del Gobierno Argentino para pagar compras en el área de la libra. Gracias a la nacionalización se incorporaron al patrimonio nacional 4.720.950 m2 de tierras a lo largo de 24.453 kms. de vías férreas; terrenos que valuados a 20 centavos m$n el m2, representan 944 millones de pesos. A esto tenemos que sumarle empresas de transporte, eléctricas, de aguas, compañías de tierras e inmobiliarias, hoteles, frigoríficos, tiendas y puertos (Dock Sud, San Nicolás, El Dorado, Zarate, Arroyo Las Parejas, Puerto Galván, Ing. White, San Isidro, Madryn, Bajada Grande, Ibicuy y Villa Constitución) A valor de mercado, los terrenos, rieles, postes, alambrados, etc (sin contar el material rodante) estaban valuados en 2.927 millones de pesos contra 2.028 pagados quedándonos gratis las empresas subsidiarias, quedando a cargo del Gobierno Argentino todos los gastos inherentes a la transferencia.
A
través de la nacionalización del transporte, esbozada en el 2° Plan
Quinquenal del gobierno del Gral. Perón, se intentaba ahorrar los
enormes suplementos de los fletes que se pagaban al extranjero, expandir
el comercio: “en uno, o dos años, con sus propios fletes, pagan su
costo, y luego, durante veinte o treinta años, producirán divisas para
el país, sin que éste tenga que rendir vasallaje a nadie para
transportar sus productos”.
El
Estado (nacional, provincial y municipal) se convirtió en un gran
empleador. Las nacionalizaciones que se llevaron a cabo: ferrocarriles,
gas, transportes de Buenos Aires, flotas fluviales y marítimas, líneas
aéreas, demandaban gran cantidad de trabajadores y la oferta de empleo
en los primeros años del gobierno fue elevada. La
no inclusión de la Argentina en el Plan Marshall de ayuda a la Europa
de posguerra, hizo que sus productos agrarios no tuvieran colocación, y a
pesar del optimismo y de las buenas perspectivas que se tenían debido a
la gran cantidad de reservas que el país había acumulado durante la
guerra, la mala administración y errores cometidos llevó a comienzos de
1950, a la cesación de pagos en las deudas con el extranjero. El gobierno debido a la escasez de dólares del Banco Central tuvo que aceptar un empréstito de 125 millones de dólares de EEUU
De la Dictadura a la tiranía privatizadora
El
ferrocarril fue cayendo como resultado de una política económica
impulsada a sangre y fuego, y que privilegiaba otros medios de
transporte. A
mediados de 1978 el gobierno de la dictadura resolvió eliminar la
mayoría de los trenes de pasajeros del interior aduciendo razones
económicas, clausuró unos 4 mil kilómetros de ramales y echó a la calle
unos 38.000 trabajadores. El
escritor Rodolfo Walsh entrevió lo criminal de esta política y la
denunció en su “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”:
“Estos
hechos que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin
embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni
las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren.
En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la
explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor, que castiga a
millones de seres humanos con la miseria planificada”.
Como
en el siglo XIX, el general Lavalle, heroico granadero del Ejército de
los Andes, fue la “espada sin cabeza” que sirvió a la salvaje política
unitaria, y la traición de Urquiza facilitó la instalación de la
economía librecambista y la penetración de los capitales ingleses; la
Junta Militar del 76 fue el ejército de ocupación que arrasó con todo y
guardia pretoriana del verdadero amo, el poder económico. Pero
ni aún con toda su violencia, el poder militar logró imponer la
política liberal en toda su plenitud. Irónicamente, el neliberalismo se
implantó en su forma más feroz con un gobierno democrático y de la mano
de un partido popular. Con Carlos Menem en la presidencia se
privatizaron las empresas del Estado, se reglamentó el derecho de
huelga, se despidieron miles y miles de obreros. No
era la primera vez que la fuerza de las armas era insuficiente para
instaurar un régimen económico: en 1806 y 1807, dos expediciones
inglesas invadieron la ciudad de Buenos Aires y ambas fueron derrotadas.
Con el tiempo los comerciantes ingleses lograron lo que sus tropas no
pudieron hacer.
El déficit ferrocarrilero. El sinceramiento contable
En
el año 1983 el general (R) Juan Carlos de Marchi, titular de la
Asociación del Congreso Panamericano del Ferrocarril afirmaba que “la
idea deficitaria del ferrocarril es una mentira, ya que no se pueden
medir los beneficios que presta como servicio público a través de la
contabilidad convencional que deja de lado importantes parámetros”, y
señalaba que “en el congreso ferroviario de Lima postulamos el
sinceramiento contable, que es una idea de ingenieros argentinos que
está recorriendo el mundo. No se tienen en cuenta por ejemplo que en los
ferrocarriles el número de muertes por accidentes es solo un tercio de
las que se producen en las carreteras, no se consideran los tiempos de
espera y de viaje, el mayor consumo de combustibles, etc.”, “de todos
los servicios públicos que la nación presta a la comunidad, todos tienen
un titular a quien se le piden los resultados, al camino no y su
explotación es un misterio.” En
mayo de 1987 el presidente del Directorio de Empresas Públicas (DEP),
más conocido como el Holding de empresas Publicas, Enrique Olivera
declaraba al diario Crónica que Ferrocarriles Argentinos arrojó una
déficit promedio anual de 1.221 millones de dólares, entre 1980 y 1986.
Unos 3,3 millones de dólares diarios (el informe fue preparado por el
empresario de FATE y Aluar, Manuel Madanes). Lo que produciría en un
breve plazo, el colapso de ferrocarriles. El vicepresidente de FF.CC.
Héctor Hugo Zanelli sin embargo manifestó que “el déficit operativo de
FF.CC. asciende a entre 1,2 y 1,5 millones de dólares diarios.
Desconozco cómo es que Olivera llegó a esa cifra”. Y además informaba
que “el negocio ferroviario pasa por el transporte de cargas y no de
pasajeros” (las líneas diseñadas por los ingleses se tendieron sobre ese
concepto).
En
esos momentos la empresa contaba con una red troncal y primaria de
16.100 kilómetros y otra secundaria y simplificada de unos 19.700
kilómetros.
En
1987 en Francia y Alemania occidental, los balances financieros del
ferrocarril observaban un gran déficit que superaba diez veces el
déficit argentino.
Sin
embargo en ese año había obras ferroviarias en ejecución en 53 países
por un total de 14.500 kilómetros. En 74 grandes ciudades de 28 países
hay nuevas líneas y extensiones de las existentes, de los ferrocarriles
de pasajeros metropolitanos (Viena, Bruselas, Montreal, Praga, Berlín,
Munich, Budapest, Calcuta, Milán, Nápoles, Roma, México, Bucarest,
Singapur, Barcelona, Baltimore, Chicago, Los Angeles, Kiev, Leningrado,
Moscú, Caracas, etc.)
La contabilidad engañosa. El balance social
El
director de Ferrocarriles Argentinos de ese entonces, Agr. Jorge
Alfredo Gripi decía que “la contabilidad tradicional induce a equívocos
cuando se trata de juzgar la actividad real de mantener vías y correr
trenes.” Desde 1983 la Empresa Ferrocarriles Argentinos había
incorporado un balance social que señalaba el beneficio público del
servicio.
Este
beneficio era igual a la diferencia entre el gasto necesario para
transportar por otros medios el tráfico realizado por los trenes de
ferrocarriles argentinos y el propio gasto ferroviario. Este gasto
denominado “gasto alterno” se establecía a partir del costo de movilidad
de camiones y ómnibus, restando utilidades e impuestos finales e
incrementados por lo que no paga el autotransporte por ser empresa de
movilidad desatendida del camino, señalización, comunicaciones, gastos
por accidente, etc.
El gasto ferroviario incluyó el costo de servicio, gastos administrativos, déficit de ramales, pérdidas y gastos por accidentes. Las
cifras finales arrojaban un beneficio público cercano al 25%, que era
la diferencia entre el gasto alterno (887.636 millones de australes) y
el gasto del ferrocarril (666.976 millones de australes).
La
mentira del déficit ferroviario, tenía la finalidad de eliminar las
resistencias para su venta y desguace. Era necesaria la privatización
para lograr la eficiencia y rentabilidad del sector.
El
diputado Lorenzo Pepe, señalaba que en 1987 el 50 por ciento de las
locomotoras Diesel estaba fuera de servicio y también el 55 por ciento
del total del parque de vagones de carga. La obsolescencia en los rieles
oscilaban entre el 35 y el 40 por ciento, a ello se debían las bajas
velocidades de los trenes y la razón por la cual muchos vagones
descarrilaban. Se llegaron a privatizar los talleres de reparación, que
eran el corazón del servicio ferroviario. Además se habían expulsado a
casi 50.000 agentes.
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