Rosas

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jueves, 31 de octubre de 2019

CAPTURA DEL GENERAL PAZ

10 DE MAYO DE 1831  … Cuando, a mi juicio, me hallaba a una distancia proporcionada del teatro del combate, lo que podía calcular por la proximidad del fuego que le sostenía, mandé adelantar a mi ordenanza para que, haciendo saber al oficial que mandaba la guerrilla, que yo me hallaba allí, viniese a darme los informes que deseaba. Creía que por su orden natural, la fuerza que me pertenecía, estaría en aquella dirección, pero era de otro modo. El comandante de la guerrilla sabía que debía aparecer una fuerza que, cooperando con él, exterminase completamente a la enemiga, para lo cual le había dado orden de que entretuviese el fuego mientras esto sucedía. Él, para lograr mejor lo que se le había prevenido, había colocado su partida dentro de un cerco, cambiando el frente de su línea de guerrilla, avanzando su ala izquierda; el enemigo, por un movimiento contrario, había tomado una situación paralela, de modo que ambas fuerzas contendientes presentaban un flanco a la dirección que yo traía; es decir, la fuerza que me pertenecía, el derecho, y la enemiga, el izquierdo, y apoyados ambos en el bosque; allí mismo terminaba para hacer lugar a un escampado que servía de teatro a la guerrilla; había, sin embargo, una diferencia, y era que el camino principal que yo había dejado por insinuación del guía iba a tocar el flanco derecho de mi guerrilla, y la senda por donde iba, tocaba, sin pensarlo yo, con el izquierdo de la enemiga. 
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Debe también advertirse que el ejército federal tenía divisa punzó y no sé hasta ahora por qué singularidad aquella partida enemiga, que sería de ochenta hombres y pertenecía a la división de Reinafé, había mudado en blanca, se ponían las partidas de guerrilla mías, que eran en gran parte de paisanos armados. Es también de notar que, en el mismo día, habiendo empezado a arreciar el frío, había cambiado yo de ropa, poniéndome un gran chaquetón nuevo, con cuyo traje nunca me habían visto, lo que contribuyó después a hacerme creer que me desconocían a mí los míos, como yo los desconocía a ellos. Éstas fueron las causas de las fatales equivocaciones que produjeron mi pérdida.    El ordenanza que mandé no volvió más, y la causa fué que, habiendo dado con los enemigos, fué perseguido de éstos y escapó, pero tomando otra dirección, de modo que nada supe. Mientras tanto seguía yo la senda, y viendo la tardanza del ordenanza y del oficial que había mandado buscar, e impaciente, por otra parte, de que se aproximaba la noche y se me escapaba un golpe seguro a los enemigos, mandé al oficial que iba conmigo, que era el teniente Arana, con el mismo mensaje que había llevado mi ordenanza, pero recuerdo que se lo encarecí más, y le recomendé la precaución. Se adelantó Arana y yo continué tras él mi camino: ya estábamos a la salida del bosque; ya los tiros estaban sobre mí; ya, por bajo la copa de los últimos arbolillos, distinguía a muy corta distancia los caballos, sin percibir aún los jinetes; ya, en fin, los descubrí del todo, sin imaginar siquiera que fuesen enemigos, y dirigiéndome siempre a ellos.   En este estado, vi al teniente Arana que lo rodeaban muchos hombres, a quienes decía a voces: Allí está el general Paz, aquel es el general Paz, señalándome con la mano; lo que robustecía la persuasión en que estaba, que aquella tropa era mía. Sin embargo, vi en aquellos momentos una acción que me hizo sospechar lo contrario y fué que vi levantados, sobre la cabeza de Arana, uno o dos sables, en acto de amenaza. Mil ideas confusas se agolparon a mi imaginación; ya se me ocurrió que podían haberlo desconocido los nuestros; ya que podía ser un juego o chanza, común entre militares; pero, vino en fin a dar vigor a mis primeras sospechas, las persuasiones del paisano que me servía de guía, para que huyese, porque creía firmemente que eran enemigos. Entretanto, ya se dirigía a mí aquella turba, y casi me tocaba, cuando, dudoso aún, volví las riendas a mi caballo y tomé un galope tendido.  Entre multitud de voces que me gritaban que hiciera alto, oía con la mayor  distinción una que gritaba a mi inmediación: Párese mi general; no le tiren que es mi general: no duden que es mi general; y otra vez: Párese, mi general. Este incidente volvió a hacer renacer en mí la primera persuasión de que era gente mía la que me perseguía, desconociéndome, quizá, por la mudanza de traje. En medio de esta confusión de conceptos contrarios y ruborizándome de aparecer fugitivo de los míos, delante de la columna que había quedado ocho o diez cuadras atrás, tiré las riendas a mi caballo, y, moderando en gran parte su escape, volví la cara para cerciorarme; en tal estado fué que uno de los que me perseguían, con un acertado tiro de bolas, dirigido de muy cerca, inutilizó mi caballo de poder continuar mi retirada.   Éste se puso a dar terrible corcovos, con que, mal de mi grado, me hizo venir a tierra.
En el mismo momento me vi rodeado de doce a catorce hombres que me apuntaban con sus carabinas, y que me intimaban que me rindiese; y, debo confesar, que aun en este instante no había depuesto del todo mis dudas sobre la clase de hombres que me atacaban, y les pregunté con repetición Quiénes eran, y a qué gente pertenecían; mas duré) poco el desengaño, y luego supe que eran enemigos y que había caído del modo más inaudito en su poder. No podía dar un paso, ninguna defensa me era posible, fuerza alguna de la que me pertenecía se presentaba por allí; fué, pues, preciso resignarme y someterme a mi cruel destino.   Me dijeron que montase a la grupa de uno de los soldados que me rodeaban, que era precisamente el que había servido antes a mis órdenes, me había conocido y me gritaba que parase, dándome el dictado de general: yo mostré alguna repugnancia, y él, accediendo a mi muda insinuación, dijo, resueltamente, que no lo consentiría; se le ordenó entonces que me diese su caballo, y que pues no quería que yo subiese a la grupa, que la ocupase él, en lo que convino y se hizo al instante. Así dejamos aquel lugar, mientras dos o tres se ocupaban en desenredar las bolas de mi caballo, los que se nos reunieron luego con él, de diestro, y siguieron hasta cierta distancia, en que considerándose libre de una persecución inmediata, se ordenó la marcha de otro modo. He empleado más tiempo en referir este lance y se ocupará más en leerlo, que el que se invirtió en realizarse. Todo fué obra de pocos instantes; todo pasó con la rapidez de un relámpago; el recuerdo que conservo de él, se asemeja al de un pasado y desagradable sueño: por lo pronto, era tal la multitud de consideraciones que se agolpaban a mi espíritu, tal la confusión de ideas, tal la diversidad de sensaciones, que si no era casi insensible, era menos desgraciado de lo que puede suponerse.  No obstante, pude admirar la decisión de aquellos paisanos que se habían armado para sostener una opinión política que no comprendían. ¡Qué actividad! ¡Qué brevedad y armonía en sus consejos y consultas, que se sucedían con frecuencia! ¡Qué rapidez en sus movimientos! ¡Qué precauciones para no dejar escapar su presa! ¡Qué sagacidad para evadir los peligros que podían sobrevenirles! Se creería que habían sido bandidos de profesión; sin embargo, como hasta ahora, que eran más bien impelidos por influencias personales que por otra consideración, advertí que cuando raciocinaban sobre aquella guerra y las causas que la habían producido, se entibiaba notablemente su ardor; además, estaban imbuidos en los errores más groseros sobre la administración que regía la provincia y sus oficiales tenían un gran esmero en que no les desengañasen. En lo general fui considerado, hasta cierto punto, y con pocas excepciones no les merecí ni vejámenes ni insultos.  Lo que he dicho, acaeció el 10 de mayo de 1831, como a las cinco de la tarde.

2 comentarios:

  1. Muy lindo parte. Gran Gral. Paz. Que valioso hubiera sido contar con su destreza e inteligencia en las filas federales. Saludos

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  2. dificil desenredar el comentario...Seguro tuvo tiempo para escribirlo el manco..Y lo dic, siempre fué bien tratado...

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