Por el Prof. Jbismarck
La guerra
contra el Consejo de Regencia, que comenzó
a complicarse durante 1811, generó un
proceso de profesionalización militar que dio lugar al primer motín de un
cuerpo miliciano: el del regimiento de patricios. El gobierno -ahora el
Triunvirato, que había reemplazado a la Junta- buscaba limitar el poder de las
milicias urbanas. Belgrano, quien había sido
sargento mayor del cuerpo cuando éste se formó en 1806, fue nombrado comandante
de los patricios e inició cambios disciplinarios. El resultado fue que, el 7
de diciembre de 1811, se levantaron los sargentos, cabos y soldados,
desobedecen a sus oficiales, los arrojan del cuartel, insultan a sus jefes, y
entre ellos mismos se nombran comandantes y oficiales, y se disponen a sostener
con las armas, sus peticiones, que hicieron al gobierno por un escrito
presentado, en donde pedían una tracalada de desatinos, imposibles de ser
admitidos, siendo entre ellos la mudanza de sus jefes, y nombrando a su arbitrio otros. El motín fue llamado "de las
trenzas" por la historiografía, tomando las afirmaciones de uno de los generales
que dirigió su represión, quien sostuvo
que la sublevación obedeció a la orden de Belgrano de que "se les cortase
a todos sus individuos la trenza de cabello, pues era el único de todos los
Regimientos y Batallones que aún la conservaba".
Las interpretaciones
de los historiadores sobre sus causas han sido diversas. Algunos siguieron la
opinión que enarboló en ese momento el gobierno y consideraron que la razón se
hallaba en una instigación del levantamiento por parte de la facción conducida
por Saavedra, que había sido desplazada del poder en septiembre de 1811.
Otros
compartieron la idea de una identificación del motín con ese grupo, pero
difirieron al suponerlo producto de la espontánea voluntad de los patricios y no
fruto de una conjura. En ambos casos las
trenzas aparecían como una excusa. Algunos
autores de historia militar descartaron de plano la importancia del corte de
pelo y centraron el conflicto en la pérdida de la mística del cuerpo y el relajamiento
de la disciplina.
El
episodio comenzó cuando, ante la ausencia de varios soldados en la lista
realizada en el cuartel del cuerpo la noche del 6 de diciembre, el teniente don
Francisco Pérez anunció que cortaría el pelo de aquel que faltase a otra lista.
La trenza era un distintivo exclusivo del cuerpo y cuando el teniente lanzó su
amenaza un soldado dijo que "eso era quererlos afrentar", otro que
"primero iría al Presidio" y algunos gritaron que "más fácil les
sería cargarse de cadenas que dejarse pelar". Informado, Belgrano recorrió el cuartel,
hallando todo en calma, y dijo a Pérez que "si se movían los acabasen a balazos", pero no pudo evitar que
a poco de haber partido estallara la sublevación.
En el
cuartel había unos 380 integrantes de un cuerpo que contaba con un total de
1.176 miembros de tropa. Belgrano
regresó pero fue repudiado; tras su retirada los soldados se armaron, tocaron
el tambor para congregarse en el patio y liberaron a los presos que estaban en
el cuartel, al tiempo que obligaron a los oficiales a abandonarlo. Fueron exclusivamente sargentos, cabos y
soldados los que dirigieron los reclamos. Los amotinados alcanzaron a las
autoridades un petitorio redactado por algunos cabos del regimiento. El obispo de
Buenos Aires primero, y luego algunos miembros del gobierno iniciaron
negociaciones, exigiendo para tratar el petitorio que abandonaran las armas.
Pero los sublevados se mantuvieron férreos en su posición. El soldado Juan Herrera
sostuvo "que no se dejaban engañar" y que si no les aceptaban el
petitorio era mejor "morir como chinches". En un momento se empezaron
a intercambiar disparos y las tropas leales al gobierno que sitiaban el cuartel
comenzaron un muy violento ataque; en un cuarto de hora los patricios se rindieron
y al menos ocho de los rebeldes murieron en el combate y cuatro sargentos, tres
cabos y cuatro soldados fueron "degradados, pasados por las armas, puestos
a la espectacion pública"; ninguno de ellos era
llamado don, título que sí recibían los oficiales del cuerpo. Otros diecisiete
integrantes de la tropa fueron penados a diez años de presidio (sólo un
oficial, alférez, fue condenado a dos años de prisión por una participación
menor). Sus jueces fueron los mismos miembros del Triunvirato, quienes
justificaron la pena capital como modo de evitar la anarquía. Dos compañías de granaderos y una de
artilleros del cuerpo fueron disueltas por haber iniciado el movimiento. El
regimiento, el más prestigioso de Buenos Aires, pasó de ser el número uno del
ejército a la quinta posición y el término patricios fue extendido a todos los
cuerpos militares.
Para
entender la férrea determinación de los dirigentes del motín es necesario
examinar el petitorio redactado por los cabos que se elevó al gobierno. En su
primer punto se define la clave de la protesta: "Quiere este cuerpo que se nos trate como a fieles ciudadanos
libres y no como a tropa de línea". Los implicados actuaron al sentir que sus
derechos como milicianos no eran respetados, lo que permite explicar su
intransigencia en las negociaciones pese a estar rodeados de fuerzas mucho más
numerosas. El cuerpo era el más importante de la ciudad hasta ese momento, pero
era miliciano, es decir integrado por los habitantes de la ciudad y no por
soldados veteranos. El entusiasmo despertado por las victorias sobre los
británicos y por la Revolución, que había permitido movilizar a parte de los patricios
en las primeras campañas de 1810, se había ido evidentemente apagando
cuando la guerra empezó a alargarse. El
proceso de profesionalización del ejército implicaba una homologación creciente
de los cuerpos militares y el lugar privilegiado que los patricios habían
detentado hasta ese entonces se perdía gradualmente. De ahí que el cortarles
las trenzas, distintivo del regimiento, fuese una afrenta para sus integrantes.
Si los oficiales parecen haber aceptado los cambios, que de todos modos les
garantizaban su posición en la nueva estructura, entre la tropa la percepción
parece haber sido muy diferente y sus integrantes se sintieron atacados en sus derechos. En los
puntos siguientes del petitorio, los rebeldes solicitaban un cambio en la
oficialidad, proponiendo principalmente al capitán Juan Pereyra, quien había
integrado el cuerpo, como coronel en lugar de Belgrano. Más que señalar que
aquel organizara el movimiento -no fue siquiera sospechado por el gobierno la
demanda indica la misma situación: recuperar a un oficial respetado, que "tenía
en el cuerpo de Patricios más prestigio que Saavedra", como forma de
volver al pasado reciente. Elegir
oficiales era precisamente lo que los milicianos habían hecho en el momento de
la formación de los cuerpos, con lo cual no había nada novedoso en el reclamo.
Un último
aspecto a resaltar del motin de las trenzas es que en el
conflicto apareció fugazmente en juego la diferencia social entre oficiales y
tropa, a través de la vestimenta. Cuando el teniente Pérez replicó a un soldado
que si cortarles el pelo era una afrenta "él también estaría afrentado
pues se hallaba con el pelo cortado", otro soldado, "en tono
altanero", le gritó "que él tenía trajes y levitas para disimularlo". El autor de esta frase fue arrestado y el eje
del posterior motín estuvo en el otro aspecto recién consignado, pero el
episodio llama la atención acerca de otro antagonismo velado, de corte social y
expresado aquí en la vestimenta. Indudablemente, el hecho de que fuera la
tropa, sin intervención de la oficialidad, la que dirigiese el motín tuvo mucho
que ver con la velocidad de la respuesta gubernamental y el ataque furibundo a
poco de haber empezado el problema; de ahí también la fuerte represión a los
cabecillas. El episodio marcó el final
de las formas de militarización urbana creadas durante las invasiones inglesas,
y por ende del relativo grado de democratización que había acompañado a su surgimiento
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