Por Alberto Lettieri
El 12 de agosto se conmemora la
Reconquista de Buenos Aires, gesta en la que jugaron un papel destacadísimo un
oscuro y controvertido oficial de origen francés, Santiago de Liniers, y el
pueblo rioplatense movilizado. Pese a su importancia, esta lucha no se cuenta
ya entre las más recordadas por las instituciones ni por la historia nacional,
e incluso la figura de Liniers ha sido objeto de encarnizados cuestionamientos
por parte de los unitarios primero, y el liberalismo oligárquico y su “historia
oficial” más adelante. Liniers, así, es otro de los
“malditos” de la historia oficial, y recuperar su verdadera dimensión histórica
y poner en valor sus méritos y sus debilidades constituye una tarea
imprescindible, para reconciliarnos con nuestro pasado y comenzar a analizarlo
con una mirada limpia, despojado de la parcialidad que ha caracterizado a la
historiografía nacional.
Para eso, he decidido segmentar
mi análisis sobre Liniers en dos entregas: la primera, referida a la etapa de
ascenso y consagración de Liniers como héroe popular, y la segunda, a su
vertiginosa declinación y al examen de los juicios históricos vertidos sobre su
figura y desempeño.
Cambio de suerte: las
Invasiones Inglesas y el ascenso de Liniers
Liniers comunicó al Virrey el
avistaje de la flota británica, pero no recibió orden de presentar
resistencia. Sobremonte, siguiendo
instrucciones, huyó a Córdoba con parte del tesoro real, que debía ser
preservado para pagar armas y mercenarios en España, que experimentaba por
entonces la invasión napoleónica. De este modo, la conquista de Buenos Aires
fue prácticamente un paseo para los ingleses. Se trataba, en realidad, de la
crónica de una muerte anunciada. Desde hacía al menos 30 años que había
comenzado a imaginarse la expedición, propiciada por exiliados americanos y el
gobierno británico, con el amparo de la masonería. Para 1804, el venezolano
Miranda y el comandante Popham, con la aprobación del canciller George Caning, habían avanzado muchísimo en la elaboración de
una estrategia para liquidar el dominio español en América, y el general
escocés Thomas Maytland había acercado su "Plan para capturar Buenos Aires
y Chile y luego emancipar Perú y Quito". Más aún, algunos
historiadores han confirmado la existencia de alrededor de 50 agentes
británicos reclutados entre la clase acomodada porteña que operaban a favor de
la inclusión del Río de la Plata dentro de la órbita británca, algunos de ellos
miembros destacados de la Primera Junta de Gobierno, que no dejarían de prestar
sus servicios al monarca inglés en las décadas siguientes. De este modo, con el visto bueno
de una fracción considerable de comerciantes porteños, el gobernador británico
de Buenos Aires, William Carr Beresford, se apropió del tesoro virreinal,
enviándolo inmediatamente a Londres. Para 2008, el economista Néstor Forero
estimó su monto en alrededor de U$D 87.000 millones de dólares actuales, que
nunca serían recuperados. Liniers, mientras tanto, se ponía en contacto con
Martín de Álzaga, quien se encontraba abocado a la tarea de organizar grupos
armados para tratar de expulsar a los ingleses y, aprovechando su condición de
francés, se trasladó a Montevideo, donde el
Gobernador Pascual Ruiz de Huidobro le proveyó de armas, hombres y una flotilla de lanchas. En vistas
de que el Cabildo de Buenos Aires había jurado su sujeción al monarca
británico, inmediatamente el de Montevideo consagró a Ruiz de Huidobro como
máxima autoridad española del Virreynato, y se ordenó reclutar un ejército de
1600 hombres. Casi simultáneamente se
avistaron naves inglesas aproximándose a Montevideo, por lo que se decidió que
Huidobro permaneciera allí organizando la defensa, mientras que Liniers
intentaría la hazaña en Buenos Aires.
En Colonia del Sacramento, Liniers fue
recibido por el Capitán Juan Gutiérrez de la Concha, quien había reunido una
flotilla, con la que se desplazarían hasta Buenos Aires. Hubo, sin embargo, una
parada intermedia, el 4 de agosto, en el entonces Puerto de las Conchas
–actualmente el Partido de Tigre-, donde se aprovisionarían de alimentos y
engrosarían considerablemente sus efectivos. Esta etapa estratégica en la
Reconquista ha quedado habitualmente fuera de los libros de texto.
Lo demás es historia conocida. El
12 de agosto Liniers inició las operaciones, y tras sostener encarnizados
combates, obligó a Beresford a una rendición incondicional, apropiándose además
de 26 cañones y de las banderas e insignias de su regimiento, que serían
expuestas en la Basílica de Santo Domingo, con la leyenda: ”Del escarmiento del inglés, memoria, y de
Liniers en Buenos Aires, gloria”. La Reconquista convirtió a
Liniers en héroe porteño, y el Cabildo, sobrepasando sus atribuciones,
inmediatamente lo designó Gobernador militar, en reemplazo de Sobremonte.
También asumió funciones de administrador civil. El Virrey desplazado se
trasladó a Montevideo, pretendiendo ejercer desde allí su autoridad, y ponerse
a la cabeza de la defensa ante la inminente invasión por parte de la flotilla
inglesa que acechaba la ciudad. Sin embargo, también el Cabildo local lo
rechazó, y consiguió alejarlo rápidamente de su territorio.
Mientras tanto, Liniers decidió
enviar a los prisioneros al interior. Simultáneamente se reunió con Beresford,
y evaluando sus lamentos sobre el riesgo para su vida que significaba su
derrota, más la inconveniencia de tomar una actitud más drástica con los
oficiales británicos, con un Imperio Español en crisis, un posible intento de
nueva invasión británica y la conspiración a favor del monarca inglés de buena
parte de la clase acomodada porteña, decidió acordar una Capitulación honrosa
al vencido, confinándolo a la localidad de Luján. Pocos días después, dos
reconocidos referentes de la autodenominada “gente decente” porteña, con
engaños y sobornos consiguieron liberar a Beresford, y conducirlo a la flota
británica.
La tarea de Liniers era, por
entonces, incansable. El contraataque inglés era inminente, y no había tiempo
para perder. Una vez más salieron a
relucir sus dotes de gran organizador y estratega. Así, dispuso la organización
de una decena de regimientos, organizados según su origen territorial, entre
los que se destacaban el de Patricios, liderado por Cornelio Saavedra, y el
conformado por nativos de las provincias del Noroeste, al que se denominó
“Aribeños”. Las milicias sumaron casi 8000 efectivos.
En enero de 1807, los ingleses
desembarcaron en Montevideo. Sobremonte fue derrotado el 20 en el Buceo y sus
tropas se dispersaron. Liniers, que se había trasladado a Colonia con 1500
hombres, no llegó a intervenir. El 10 de febrero se reunió una Junta de Guerra
que decidió destituir a Sobremonte, detenerlo bajo custodia, y pso las fuerzas
militares a cargo de Liniers, en su condición de oficial de mayor rango en el
Río de la Plata. El 30 de junio, la Real Audiencia lo invistió como Virrey
interino, el primero designado en territorio americano.
Unos días después, se produjo la
nueva y anunciada invasión inglesa, compuesta esta vez por 10000 hombres que
desembarcaron en la zona de Qulmes. Los primeros combates fueron desfavorables
para los defensores y, tras la derrota en los Corrales de Miserere, Liniers
consideró capitular ante el General Whitelocke. La iniciativa fue desautorizada
por el Alcalde de Primer Grado Martín de Álzaga, por lo que se descartó. Sin
embargo, el retraso en iniciar la ofensiva final por parte del General Inglés,
a la espera del arribo del resto de sus tropas, favoreció la organización de la
Resistencia.
Llamativamente, la ofensiva
inglesa fue bastante defectuosa, y ese 5 de julio el pueblo en armas consiguió
infringirle una drástica derrota en pocas horas. Liniers entonces pudo imponer
la rendición de los ingleses y, a instancias de Álzaga, la obligación de
retirarse también de Montevideo, exigencias que fueron aceptadas sin
dilación. Para entonces Santiago de Liniers
se había convertido en héroe. Al año siguiente, el monarca español lo
confirmaba como Virrey, y un año y medio más tarde, una Real Cédula fechada el
11 de febrero de 1809 le adjudicó un título de nobleza, como Conde de Buenos
Aires: “Deseando la Junta Suprema Gubernativa del Reino premiar debidamente
los sobresalientes méritos que ha contraído el mariscal de campo don Santiago
Liniers, mientras ha estado en Buenos Aires de Virrey y Capitán General, se ha
servido concederle, en nombre del Rey nuestro señor don Fernando VII, la gracia
de título de Castilla, libre de lanzas para sus hijos, herederos y sucesiones.”
Sin embargo, una vez alcanzado el
punto máximo de su fama, Liniers experimentó una caída tan vertiginosa como lo
había sido su ascenso y en poco menos de dos años, el héroe de la Reconquista y
la Defensa sería ejecutado, acusado de traición, en Cabeza de Tigre. La
Revolución comenzaba así a imponer
destinos fatales a muchos de los actores que la habían propiciado.
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