A fines de mayo de 1836, fallecía súbitamente en Buenos
Aires el marqués Carlos María José de Vins de Peyssac, encargado de negocios y
cónsul general de Francia. El 30 de noviembre de 1837 el vicecónsul francés
en Buenos Aires, Aimé Roger, presentaba por orden de su gobierno una insolente
reclamación al gobierno argentino: inmediata libertad al
litógrafo suizo César Hipólito Bacle,
detenido, en su casa particular, por haber vendido pianos del Estado Mayor
argentino al gobierno de Bolivia, con el
que se estaba en guerra; y que no se llamase a los franceses residentes en
el país al servicio de milicias, como lo disponía la ley para los extranjeros
con propiedades y familia aquí. Invocaba,
para esto último, que los ingleses estaban exceptuados del servicio de milicias
por su tratado con Rivadavia.
Después agregaría otros cargos, amenazando
con "tomar las medidas consiguientes
al honor de Francia”, si no se le satisfacía “con urgencia". Roger
obraba en cumplimiento de instrucciones del gobierno francés quién envió al contralmirante
Leblanc a que "apoyase coercitivamente” las reclamaciones
del vicecónsul. El
gobierno argentino no se negó a darle a los franceses "el mismo trato que
a los ingleses", pero siempre que se concluyese un tratado de obligaciones
recíprocas como con aquellos; de ninguna manera a titulo de imposición (8 de
enero de 1838). Roger pidió, entonces,
audiencia a Rosas, quien con firmeza insistió en “no
aceptar imposiciones”, Como Roger habló de que Francia
"desataría la lucha de partidos,
imponiéndose a los enemigos del federalismo", Rosas lo trató a los gritos
(el ministro inglés Mandeville, en antesalas, oyó los gritos y “malas
palabras”), asegurando que "los argentinos no se unirían al extranjero”, y
si la escuadra de Leblanc pretendía imponerse por la fuerza, tal vez lo
conseguiría pero "debería contenerse con un montón de ruinas”.
Sobrevino entonces la ruptura. Leblanc quiso dar "una última oportunidad" a Rosas para, que "reflexionase sobre las consecuencias" Rosas le contestó que "exigir sobre la boca del cañón privilegios que sólo pueden concederse por tratados, es a lo que este gobierno, tan insignificante como se quiera, nunca se someterá” En consecuencia el contralmirante declaró el riguroso bloqueo al Río de la Plata. ¿Qué buscaban en 1838 los franceses con sus pretensiones? Ningún provecho importante; apenas una victoria diplomática "que pusiese bien en alto el prestigio de Francia aunque fuese contra un país pequeño e indefenso como era la Confederación Argentina. No ocurrió así y una palabra poco usada hasta entonces – “soberanía” – se oyó en las calles porteñas y leyó en los documentos oficiales. No todos entendieron lo que era la "soberanía", como no todos la comprenden ahora. Muchos de los legisladores que habían dado a Rosas la suma de poderes se extrañaron de la tozudez del rústico gobernador. ¿Qué costaba aceptarle lo que pedían los franceses?: la libertad de unos cuantos malandras que se indemnizarían con chirolas, y decir que la ley de milicias no se aplicaría a los franceses.
El bloqueo fue
tremendo. No hubo recursos públicos, y no pudieron pagarse los sueldos. Los profesores no cobraron, pero no obstante la universidad no se cerró: los maestros fueron pagados por las
familias de los alumnos, y hubo que repartir los huérfanos del Asilo entre las
señoras de la Sociedad de Beneficencia. No había pan, y tampoco mercaderías
extranjeras. Pese a todo el pueblo aguantó estoicamente junto a su jefe,
pero la “clase principal" puso el grito en el cielo. Mariquita Sánchez,
hasta entonces amiga de Rosas, se distanció de éste porque "no hay jabones de olor en Buenos Aires"; en cambio los
humildes, sin pan y con poca yerba, se sintieron cada vez más solidarios con el
Restaurador.
Leblanc quiso disponer de Montevideo como base de
operaciones, y así lo pidió al presidente Oribe que se entonces los franceses
financiaron una revolución de Fructuoso Rivera, y Oribe fue sustituido por éste;
Montevideo quedó convertida en base de operaciones contra la Argentina, y don
Fructuoso, muy seriamente, firmó una declaración de guerra contra Rosas, que le
llevó Aimé Roger; éste 23 de setiembre
se dirigía un nuevo ultimátum a Rosas, acordándole el plazo perentorio de
cuarenta y ocho horas para resolver.
En consecuencia y como vamos a verlo, el contraalmirante
Leblanc se preparó a llevar sus armas contra una de las posiciones militares
del Restaurador. El comandante
Daguenet encargado de la línea bloqueadora delante de Buenos Aires, recibió la
comisión de posesionarse de la isla Martín García con una fuerza de desembarco.
A la bombarda Bordelaise armada con artillería, a la
Paixhans y estacionada al frente de dicha isla, se unieron en los primeros días
de octubre los buques siguientes: El Vigilant, con la insignia del capitán de
corbeta Daguenet, comandante de la expedición; la Expeditive, chalupa Ana
(presa) y diez lanchones, como también las goletas Eiberistas o
constitucionales procedentes de la Colonia a las órdenes de don Santiago
Soriano (a) Chentopé Loba, Eufrasia, Estrella del Sud, falucho Despacho y siete
lanchones, sumando un total de ocho embarcaciones mayores y diez y siete
menores, que fondearon en el canal al S. O. de la isla, y a tiro de fusil de
sus fuegos. El 11 a las ocho de la mañana
se aproximaba a tierra un parlamentario con esta intimación:
«Vigilante, en el fondeadero de Martín García,» octubre 10
de 1838.
«Señor Comandante:
»Tengo el honor de informaros que el señor almirante
comandante en jefe de la estación del Brasil y de los mares del Sud, me ha
impartido la orden de venir a apoderarme de la isla de Martín García. Siendo las fuerzas puestas a mi mando para
esta empresa, muy superiores a las del vuestro, y no pudiendo por esta razón
dudarse del éxito, mi deber en tales circunstancias me prescribe declararos,
señor comandante, que no recurriré a la decisión de las armas, sino en el caso
que no querrais entregar la isla que órdenes terminantes me obligan a ocupar.
»Os concedo una hora
para enviarme vuestra contestación, y si ella no fuese conforme con las
intenciones expresadas, la consideraré
como señal de las hostilidades que comenzarán inmediatamente entre nosotros.
»Aceptad os ruego, señor comandante, la seguridad de mi más
distinguida consideración.
»El capitán de corbeta comandante de la expedición.
(f.) Hipólito Daguenet. “
El
teniente coronel de infantería don Jerónimo Costa era el jefe del punto,
teniendo por segundo accidentalmente al sargento mayor (graduado) de marina don
Juan Bautista Thorne, ambos veteranos de la guerra con el Brasil. Contaba para
su defensa con una batería compuesta de un cañón de a 24 y dos de a 12; siete
artilleros, 21 infantes de línea, 63 milicianos del batallón Restaurador, 15
presos armados de lanza y 21 vecinos Canarios con garrote; con los tenientes
Benito Argerich, Antonio Miranda y Juan Rosas, y los subtenientes Domingo
Turreiro y Francisco Molina.
A pesar de lo menguado de sus medios de resistencia (133
hombres), no creyó Costa deber arriar su
bandera, sin mostrar antes, como lo había hecho con los súbditos de otro
monarca, que era digno de combatir a su sombra.
De manera que no demoró
su respuesta concebida en estos términos:
«¡Viva
la Federación!
»El
comandante de Martín García—
»Martín
García, octubre 11 de 1838.
»Año 29
de la Libertad, 23 de la Independencia y 9 de la Confederación Argentina.
»Al
señor Comandante de las fuerzas bloqueadoras de esta isla
»Tengo
a la vista el oficio del señor comandante de las fuerzas navales francesas
frente a esta isla, por el que me intima la orden de entregar el destino que
tengo el honor de mandar. En
contestación a ella sólo tengo que decirle, que estoy dispuesto a sostener
según es de mi deber, el honor de la nación a que pertenezco.
»Dios
guarde al señor comandante muchos años».
(f.)
Gerónimo Costa.
Firme en su resolución, se preparó a recibir el ataque,
destacando para observar los movimientos del enemigo, tres guerrillas de
infantería y una de caballería en dirección al Sud, muelle viejo y barrancas
que miran al O., avanzando la última compuesta de diez hombres, por la costa
del N. E. En seguida dirigió algunas
palabras de aliento a sus subordinados y mandó que se levantaran en el asta
bandera los retratos de Rosas y Quiroga para inflamar su entusiasmo.
Los
aliados a su vez desprendían sobre el muelle viejo cuarenta y cinco
embarcaciones menores con gente de desembarco.
Allí se trabó un tiroteo de guerrilla que fué la señal del
ataque.
»Señor comandante de la isla de Martín García». Los buques abrieron un fuego nutrido sobre el
reducto que coronaba la isla, que lo devolvió con vigor no habiéndolo hecho
antes en cumplimiento de órdenes expresas «de permanecer a la defensiva y no
provocar hostilidades».
Eran las diez y media cuando ya en tierra los aliados en
número de 542 franceses y 182 riveristas, y organizándose en tres
columnas de ataque y una de reserva emprendieron su marcha sobre él reducto,
llevando a su frente a los jefes
orientales Santiago Soriano y José Susviela. Una de ellas avanzó por el camino, pero
guareciéndose lo posible con las grandes cercas de nopales o tunas, mientras
que las restantes y la reserva lo hacían a la sombra de las barrancas en
dirección del S. O. al N. E. La
guerrilla de siete hombres que molestó su desembarco, tuvo que replegarse
escopeteando a los agresores, pero sin que pudiera proteger la de caballería
que fué cortada por haberse alejado demasiado.
Costa pidió
a Thorne dirigiera la artillería que se abocó entonces a los asaltantes, en
tanto que con la pieza de mayor calibre contrarrestaba el fuego de a bordo,
consiguiendo alojar en el costado de la Expeditive una de sus primeras balas.
Las descargas de mosquetería y cañón, no podían ser más
violentas, y las bombas a la Paixhans de la Bordelaise, disparadas a tiro de
fusil del objetivo, levantaban nubes de
polvo en los terraplenes o espaldones de la batería causando estragos en sus
defensores, hasta que después de hora y cinco minutos de lucha, fué tomado el
reducto a la bayoneta, con pérdida de 14 hombres, incluso el subteniente Molina
y el sargento de artillería Juan Sauco que recibió una cuchillada al clavar el
cañón que mandaba; pasando de veinte los heridos.
La fuerza imperialista y sus aliados riveristas sufrió 50
bajas.
La
defensa no pudo ser más bizarra, y los franceses justos apreciadores del coraje
desplegado, devolvieron sus espadas a los prisioneros cuyos heridos atendieron
a la par de los propios, izando la bandera tricolor que flameó custodiada por
una guardia de honor compuesta de un capitán y veinte hombres, hasta el 13 al
salir el sol, que fué sustituida por el pabellón oriental.
Daguenet trató a los vencidos con la cortesía debida al
valor desgraciado, y accediendo a sus deseos los trasladó a Buenos Aires, donde fueron desembarcados el 15 de
octubre en número de noventa y siete plazas. El comandante de la Bordelaise, Lalande de Calán, tan
intrépido como caballeresco, no sólo ofreció su bote a los jefes y oficiales
prisioneros, sino que los acompañó a tierra izando en él los colores franceses
y argentinos. Los vencidos fueron recibidos con todos los honores por el
Restaurador y fueron objeto de la viva simpatía de sus conciudadanos, tanto más
justificada, cuanto que el comandante del bloqueo dirigió un pliego al
gobierno, concebido en estos términos:
«Al Señor Gobernador
General de la República Argentina.
»Excmo.
Señor. »Encargado por el señor almirante Le Blanc comandante en jefe de la
estación del Brasil y de los mares del Sud, de apoderarme de la isla de Martín
García con las fuerzas puestas a mi disposición para tal objeto, desempeñé el
11 de este mes la misión que me había sido confiada. Ella me ha presentado la
oportunidad de apreciar los talentos militares del bravo coronel Costa,
gobernador de esa isla, y de su animosa lealtad hacia su país. Esta opinión tan
francamente manifestada es también la de los capitanes de las corbetas
francesas la Expeditive y la Bordelaise, testigos de la increíble actividad del
señor coronel Costa, como de las acertadas disposiciones tomadas por este
oficial superior, para la defensa de la importante posición que estaba encargado
de conservar. Lleno de estimación por él, he creído que no podría darle una
prueba mejor de los sentimientos que me ha inspirado, que manifestando a V. E.
su bizarra conducta durante el ataque, dirigido contra él, el 11 del corriente
por fuerzas muy superiores a las de su mando.
Soy con el más profundo respeto, señor Gobernador General, de V. E. muy
humilde y obediente servidor.
»El
comandante del bloqueo y jefe de la expedición sobre Martín García.
(f.)
Hipólito Daguenet.
»A bordo del D’Assas, delante de Buenos Aires, el 14 de
octubre de 1838».
Pero él
marino Thorne, hijo de Nueva York y uno de los defensores de Patagones en 1827,
fué el alma de tan desigual y honroso combate, recibiendo a su vez
esta prueba inequívoca de respeto del jefe oriental que le abrazó en la brecha
después de rendirlo.
«Escuadra Constitucional.—
»Rada de Martín García, octubre 12 de 1838.
»El que firma jefe de la Escuadra Constitucional bajo la
dirección del señor brigadier general don Fructuoso Rivera, tiene el honor de poner
en conocimiento del Excmo. Gobierno de Buenos Aires, que habiendo tomado la
isla de Martín García el día 11 del corriente, y deseando el señor sargento
mayor graduado don Juan Bautista Thorne
marchar a esa capital, se encuentra en el deber de decir a V. E. que ha sido
uno de los que con denuedo ha defendido el pabellón argentino en esta ocasión;
y para librarlo de la infamia de algunos que quieran dar algún informe
contrario, no trepido en darle ésta en obsequio de la verdad, siendo acreedor a
ella por la bravura que demostró en el combate.
»(f.) Santiago Soriano».
Rosas aprovechó la oportunidad de exaltar y atraerse el
sentimiento patriótico de las masas vociferando que la independencia nacional peligraba,
para arraigar así su influencia fascinadora sobre la multitud.
«… Ya no hay que dudarlo (exclamaba la Gaceta del 17 de
octubre), el plan que concibió la Santa Alianza y que tan vigorosamente
contrastó la Gran Bretaña se encamina hoy a su realización por el gobierno de
la Francia de Julio, por el Rey ciudadano Luis Felipe de Orleans. Los vastagos
de su familia o las hechuras de su favor vendrán a coronarse en la América,
abriendo a la Francia la época de una pujante colonización y de gigantescas ventajas
comerciales y políticas… y ya que se nos fuerza a la guerra, corramos a las
armas para no dejarlas sino cuando hayamos asegurado nuestra independencia y
libertad. — ¡Argentinos! ¡Americanos!
llegó la gran crisis de nuestros destinos políticos. Cada uno de los hijos de
la libertad sabrá llenar sus deberes…»
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