por Gonzalo V. Montoro Gil
Contaba mi abuela Malvina Raquel, “Cota” (tataranieta de J.M, bisnieta de J. Bautista y nieta de J.M. León) que su padre, Rodolfo Molina Salas, tenía PROHIBIDO EN LA FAMILIA HABLAR DE J.M. de ROSAS, NI SIQUIERA PODIAN NOMBRARLO En la propia casa, y en honor a la verdad, continuaba diciendo mi abuela, no se hablaba ni a favor ni en contra de J.M. Su vida y obra era un tema tabú que no se tocaba. Esto me fue confirmado por mis familiares mayores: en nuestros hogares no se hablaba de J.M, en ese sentido reinaba un silencio absoluto. Seguramente la familia debe haberse debatido en una contradicción afectiva y cultural. Por un lado, como descendientes directos del Restaurador sentirían cierto grado de afecto, pero, por otro lado, la educación recibida desde el ingreso escolar les inculcaba una mirada negativa. Su nombre era sinónimo de “tirano” y y su régimen se calificaba como una feroz “dictadura“, dando a entender con tal término que su gobierno era ilegal. Evidentemente no se conocía lo que significan los términos “tiranía” y “dictadura“. “El tirano, es una persona que es un intruso en el ejercicio del gobierno y que no ordena al bien común la multitud que le está sometida sino al bien privado de él mismo” (Santo Tomas de Aquino).
Quedó ratificado en los hechos y no sólo en las palabras, que J.M. de Rosas no ha sido tirano. Accedió al gobierno luego de haberse negado a ello en más de una oportunidad, y finalmente lo hizo ante el ruego de la gente de todo el país. Es dable destacar que, durante su gestión, las finanzas públicas fueron tan ordenadas, que hubo superávit en su último año de gobierno. Algo inédito en nuestra historia, como lo aceptan, aun a disgusto, sus propios enemigos. La “dictadura” , la “tiranía” de Rosas fue elegida por la Legislatura antes de ser nombrado Gobernador y ratificada por un plebiscito los días 26, 27 y 28 de Marzo de 1835, cuyo resultado fue contundente: 9.324 votos y solo hubo 4 en contra, algo que fue reconocido hasta por el propio Sarmiento (“No se tiene aún noticia de ciudadano alguno que no fuese a votar al plebiscito del 26, 27 y 28 de marzo de 1835 en Buenos Aires por el cual la ciudadanía se pronunció en concederle la Suma del Poder Público a Rosas” ). Yo mismo, como autor de este trabajo, para comprender y conocer la historia, debí transitar la época de Rosas con mis propias ideas y recursos investigativos, lo que supuso luchar contra un ambiente cultural y social algo adverso en algún sentido.
Volviendo a los relatos familiares, contaba mi tía abuela María (“Mima“) que una vez, siendo ella muy pequeña, le preguntó a su abuelo J.M. León, si J.M. había sido un tirano, y éste le contestó con ternura “El tiempo lo dirá, m’hija…el tiempo lo dirá”. Esta anécdota nos demuestra indirectamente que en la sociedad de entonces estaba incorporada férrea y dogmáticamente en el imaginario social la creencia que Rosas era un tirano. Con seguridad, esos términos los habría oído la entonces niña María, y de allí surgió la necesidad de consultar a su abuelo. Podemos afirmar que el tiempo respondió a la pregunta que ‘Mima’ le hizo a su abuelo J. M. León. La figura del Restaurador fue reivindicada y cuando sus restos fueron repatriados desde Inglaterra, se les brindó una espontánea recepción nunca antes –ni después- vista. En Rosario, primero, el 30 de septiembre y luego en Buenos Aires, el 1 de octubre de 1989. Acompañada por sus hijos, “Mima“, ya con 86 años, siendo la mayor descendiente en ese momento, pudo ser testigo, gracias a Dios, de este acontecimiento histórico. Presenció la repatriación y el amor desbordante del pueblo que festejaba en las calles, en los balcones, en las plazas, con unción el regreso con honra del que consideraban su padre. No tengo presente que el pueblo se haya manifestado con tanto entusiasmo (en realidad con ningún entusiasmo) por figuras como Mitre, Sarmiento, Urquiza o Roca a quienes se les han erigido muchos monumentos en su honor. A pesar de intentar dar una imagen falsa sobre J.M. y su gobierno durante años y años; a pesar de bombardear culturalmente a través de libros, diarios y textos escolares denostando la figura del Restaurador de las Leyes, no pudieron apagar el amor de su pueblo por él. Amor dormido que, como un volcán, subió a la superficie con la repatriación de sus restos. Para el pueblo, quien volvía no era un cadáver en un ataúd, era la personificación viva de Don J.M. de Rosas. Podemos afirmar que la presión por parte de los unitarios con su intento de “lavar” (sic) la cabeza de los argentinos durante décadas inculcando el odio a J.M. hasta en nuestros días, han sido en vano. Pretendieron borrar de nuestra historia sus actos heroicos y hasta su nombre, pero como puede verse, la verdad finalmente salió a la luz. Todo el pueblo, a pesar de la educación falseada de la historia con que lo martirizaron desde el 3 de febrero de 1852 (a las 15 horas), llevó siempre internamente en su alma una cintilla punzó. Esto puede graficarse con la anécdota de un político y escritor inglés quien comentaba que muchísimos años después de Caseros, había oído a los gauchos en la frontera de Bahía Blanca y en otros lugares del interior entrar a las pulperías, clavar su facón en el mostrador, beber aguardiente o caña y luego de mirar al gringo de reojo y en modo desafiante gritar ¡¡VIVA ROSAS!! (R.B. Cunningham Graham “El Río de La Plata”-editorial Wertheimer, Lea y Cía., Londres 1914 -pag.5).
Esto también ha sido vislumbrado por Manuel Gálvez: “Don Juan Manuel de Rosas no ha muerto. Vive en el espíritu del pueblo, al que apasiona con su alma gaucha, su obra por los pobres, su defensa de nuestra independencia, la honradez ejemplar de su gobierno y el saber que es una de las más fuertes expresiones de la argentinidad.” (Manuel Gálvez).
También fue reivindicado por Ernesto Quesada, que había sido educado en el odio a Rosas por su padre el “antirrosista” Vicente Quesada y quien cuando era ministro de Buenos Aires en 1877 fue promotor de declarar a J.M. “reo de lesa patria“.
También fue reivindicado por Ernesto Quesada, que había sido educado en el odio a Rosas por su padre el “antirrosista” Vicente Quesada y quien cuando era ministro de Buenos Aires en 1877 fue promotor de declarar a J.M. “reo de lesa patria“.
Ernesto conoció a Rosas en Inglaterra cuando lo visitó junto a su padre –Vicente- siendo un niño. En esa oportunidad tomó nota escrita de las conversaciones entre ambos (Vicente y J.M.) Ya de adulto las recuerda, y vistas a la distancia con el correr de los años, le permitieron tomar conciencia de la real dimensión de la figura del Restaurador y su importancia política. Podemos dar algunas precisiones poco conocidas respecto al momento en que la historia finalmente le hizo justicia a Rosas, es decir cuando se realizó la repatriación de sus restos. Los trámites a tales fines comenzaron muchos años antes de que ese acontecimiento histórico se concretara.Los restos de J.M. salieron de Inglaterra, pasaron por París para llegar finalmente a nuestro país el 30 de septiembre de 1989 a la ciudad de Rosario. Antes de partir del lugar de su exilio, se tomaron fotos de su residencia en Southampton: Rockstone House que se encontraba en un barrio bastante elegante llamado ‘Carlton Crescent’.
Carlos Ortiz de Rozas se ocupó tanto de restaurar y cuidar la bóveda en Inglaterra como de mantener el Mausoleo en el cementerio de la Recoleta en Buenos Aires. Finalmente, llega el día en que el cuerpo del Ilustre Restaurador de las Leyes, Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas, regresa con todos los honores primero a Rosario y luego a Buenos Aires. La vida puso las cosas en su lugar:
J.M. no quiso ser enterrado en su patria HASTA que se reconociera –ya que en vida no pudo obtenerlo- “…la justicia debida a mis servicios. Entonces será enviado a ella previo permiso de su Gobierno y colocado en una sepultura moderada, sin lujo ni aparato alguno, pero sólida, segura y decente” (testamento del 22 de Abril de 1876).
“Llegará el día en que desapareciendo las sombras sólo queden las verdades, que no dejarán de conocerse por más que quieran ocultarse entre el torrente oscuro de las injusticias.” (Juan Manuel de Rosas. 1857).
Los restos mortales de Don Juan Manuel tuvieron que aguardar hasta 1989 para que pudieran descansar en la tierra que lo vio nacer, cumpliéndose así su última voluntad. Rosas recuperó su honor y su lugar en nuestra historia: descansa en nuestra tierra, bendecido por su pueblo. Tiene sus monumentos, y su nombre está en sus calles, sus edificios y escuelas, sus barrios…
Ese merecido recibimiento que no pudo ser hecho en vida, fue concretado después de muerto. La nación, el pueblo interiormente y con plena consciencia nunca lo olvidó, a pesar de los esfuerzos de aquellos miopes que intentaron en vano que así lo hicieran.
Al recuperar la faz humana de J.M., con sus fortalezas y debilidades, lo enaltecemos. Recordemos que, en aquellos tiempos del destierro, tuvo que sobreponerse ante muchas adversidades prácticamente solo, sosteniendo sobre su alma el dolor de haber dado tanto por su nación. ¿Qué le devolvió ésta en pago? El rechazo y desprecio de las clases políticas desde su caída, pero no el de su pueblo, que con silencio resignado lo guardó en su corazón y su mente, y transmitió dichos sentimientos a sus descendientes, hecho que posibilitó que hoy día El Restaurador sea fielmente reivindicado por los herederos de aquellos.
Recordemos la idea expuesta al respecto por el músico y escritor argentino contemporáneo Litto Nebbia, en una de sus obras: “Si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia: la verdadera historia, quien quiera oír que oiga.”
Hoy los restos de Rosas descansan en paz y tal como lo quiso, con el reconocimiento de su pueblo. Se encuentran en la cripta familiar del Cementerio de la Recoleta, según consta en el certificado de titularidad.
extraido de "Revisionistas"
extraido de "Revisionistas"
Yo estuve junto a mis dos hijos mayores , que eran pre adolescentes , frente al Monumento a la Bandera y ademásdela emoción de recibir aDon Juan Manuel , tuvimos la alegría de abrazarnos con Saúl Ubaldini que estaba junto a nosotros
ResponderEliminarGracias por sus palabras Oscar, si....fue un momento unico e irrepetible....el pueblo sano y federal salió a la calle espontáneamente y no fue necesario que los arriaran al acto de bienvenida.....el corazón argentino late punzó y federal.
ResponderEliminartengo muchas mas fotos de aquellos momentos pero que no estan en el artículo.
ResponderEliminarExcelente relato. Una crónica de los hechos, matizada con recuerdos y vivencias familiares.
ResponderEliminargracias!!!!!
ResponderEliminar