Por Ancafilú
Había abandonado sus prósperos negocios por la defensa del
país, e inclusive su sólida fortuna
desapareció consumida por las necesidades del servicio militar. En la década de
1820, con penosos problemas económicos, se ve obligado a reclamar durante varios
años, sin mayor éxito, los numerosos sueldos que le debía el Estado. Francisco
Antonio Ortiz de Ocampo era hijo de Andrés Nicolás de Ocampo y María Aurelia
Villafañe Dávila. Nacido en La Rioja el 4 de mayo de 1771 —provincia en la cual
tendría más tarde destacada actuación—, se incorporó al ejército con motivo de
las invasiones inglesas, en carácter de capitán del cuerpo de Arribeños. Su actuación
en las jornadas de la Reconquista y la Defensa le valió él ascenso a teniente coronel. En las
filas encontró su vocación, y fue entonces que decidió abandonar las
actividades mercantiles, en las que había conquistado general aprecio. Fue partidario de la Revolución de Mayo y
tuvo un papel destacado forzando al cabildo porteño a nombrar presidente de la
Primera Junta a Saavedra. En junio de 1810 fue puesto al mando del Ejército
Auxiliar a las Provincias —que luego sería el Ejército del Norte— y fue
ascendido a general.
Avanzó rápidamente con un pequeño contingente hacia
Córdoba para sofocar la contrarrevolución dirigida por Liniers y Juan Gutiérrez
de la Concha. Fue muy eficaz en arrestar a los dirigentes del grupo, incluido
el obispo de Córdoba, Rodrigo de Orellana. Acompañaba la expedición una
Comisión Representativa de la Junta que contaba a Ortiz de Ocampo (como
Presidente de la misma), Hipólito Vieytes (Delegado del Gobierno), Feliciano
Chiclana (Auditor de Guerra) y Vicente López y Planes (Secretario). Pero se negó a ejecutar a los prisioneros,
como le había ordenado la Junta por iniciativa del secretario Mariano Moreno.
No solo los cordobeses le pidieron clemencia, sino que los mismos Liniers y
Gutiérrez de la Concha eran sus amigos y compañeros de luchas desde 1806.
Desobedeciendo órdenes de la Junta. Alarmada por el posible efecto del todavía
muy popular Liniers en la capital, la Junta envió rápidamente a Juan José
Castelli a hacerse cargo de las ejecuciones y a Antonio González Balcarce a
reemplazar a Ocampo como jefe del Ejército.
Sin embargo Ortíz de Ocampo, no abandonó la actuación pública. Fue gobernador
interino de Córdoba, cargo que se vio obligado a abandonar ante la invasión del
caudillo oriental José Gervasio de Artigas.
Como coronel mayor —grado que alcanzó en 1815—, Ortiz de
Ocampo estuvo en Mendoza bajo las órdenes de San Martín, quien por entonces
organizaba su Ejército de los Andes. Ese mismo año se hizo cargo de la
gobernación mendocina, por enfermedad del Libertador, y meses después se
retiraba del servicio activo, aunque quedó agregado a la plaza de Córdoba, de
donde pasó en 1816 a la de San Juan.
Retirarse del servicio activo no significaba, necesariamente,
abandonar por completo su actividad. A
fines de 1818 asumió la gobernación de su provincia natal y en 1819 organizó el
Cuerpo Cívico de Córdoba, y cuando en
1820, La Rioja se independizó de la provincia de Córdoba (de la que dependía
hasta entonces), ORTIZ DE OCAMPO fue su primer gobernador y a pesar de que su gestión era considerada muy
mala y tiránica, sus opositores no intentaron desalojarlo, temiendo volver a
depender de Córdoba.
Se mantuvo en
la gobernación hasta ser derrocado, a su vez, por el caudillo Juan Facundo Quiroga,
y entonces se trasladó a Buenos Aires, para descansar y tratar de cobrar
sueldos militares que se le adeudaban.
Retornó, sin embargo, a Córdoba. Cayó prisionero debido a la
revolución de 1826 en la provincia mediterránea, pero la victoria de José María
Paz, sobre Bustos (1829), le permitió volver a ejercer el mando de un
regimiento. En 1831, no obstante, volvió a la calidad de prisionero, esta vez
de Quiroga. Facundo le salvó la vida,
perdonándolo.
Cuando salió en libertad, decidió no intervenir más en la
vida pública.
Sus últimos años los pasó en la hacienda de Anguinón,
ubicada en el departamento riojano de Chilecito, donde murió el 15 de setiembre
de 1840, ya septuagenario.
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