Por el Prof. Jbismarck
En Argentina, la historia del trabajo no difiere mucho de la historia del trabajo que se puede hacer, en términos del desarrollo de las fuerzas productivas, el perfeccionamiento de los utensilios técnicos, el avance de la ciencia y la técnica como ideología. Los frutos del trabajo muchas veces se levantan contra el trabajo y parecen dominarlo e incluso relativizarlo. Cuándo aparece con mucha fuerza la idea del sujeto laboral como centro de la política argentina, y por lo tanto, esa será una idea de la historia misma de la política, y del sindicalismo argentino –cuyo tema evidente es la representación del trabajo en términos de una representación de los sujetos, los trabajadores, obreros o proletarios, nombres diversos para la misma ocupación, pero que son diversos porque están relacionados con distintas visiones ideológicas de lo que es el trabajo.
En 1903 se proyecta una Ley de Trabajo en
Argentina, es la primera con ese nombre en el país y en toda Latinoamérica.
Está a cargo de Joaquín
V. González y que pertenecía al núcleo de relaciones políticas del presidente
de la época, el general Roca. El roquismo en la Argentina es un estilo político
que tiene en vista la posibilidad de que el Estado intervenga muy especialmente
en ciertas materias de la vida social, que tenga a su cargo cierto poder
arbitral, que esté en condiciones de generar ciertos servicios que sólo al
Estado le pertenecen. Es conocida la frase del General Roca acerca de que “no
se puede rematar la aduana y el telégrafo”, es decir, las comunicaciones y el
comercio exterior tendrían que estar en manos del Estado desde el punto de
vista del roquismo. Todo lo que a Roca
se le atribuye en términos de la fuerte intervención del Estado (Pigna,
Brienza, Bayer, Milcíades Peña etc) es la conquista de tierras con la grave
situación que esto produce en los conglomerados indígenas de vastísimas zonas
del sur de la Argentina, la entrega de esas tierras a la especulación de todo tipo
–origen de la oligarquía, las aristocracias terratenientes del país, que venían
de antes pero que se consolidan con la Campaña del desierto De modo que el Estado es muy activo en
incorporar tierras, en producir una unidad territorial creando una clase
económica particularizada, privatizadora, origen, en gran medida, de buena
parte de las discusiones argentinas de las décadas posteriores; es decir, la
gran oligarquía terrateniente –en aquel momento una oligarquía criolla–, internacionalizada
a lo largo del siglo XX, es efectivamente hoy una propietaria de tierras, con
un modo bastante más difícil de discernir, porque se trata de capitales que
trabajan la tierra cuyos orígenes ya se escapan –como las tierras de la
Patagonia–.
En ese contexto de comienzos del siglo XX, donde la “cuestión social” es motivo de preocupación de los partidos liberales y tema de varias encíclicas papales, aparece la Ley del Trabajo, que está precedida por una gran investigación social realizada por un especialista en esta cuestión, el ingeniero catalán Bialet Massé quien en sus orígenes tenía simpatía por el anarquismo. De modo que también tenemos acá una situación muy interesante, porque el roquismo –el general Roca especialmente– intenta atraer para el Estado a intelectuales, técnicos de distintas proveniencias. Lo trajo a Lugones, a Ingenieros, trajo también a Bialet Massé que es enviado al interior del país, a Catamarca, San Juan, Chaco, para relevar las condiciones de trabajo de los trabajadores criollos. Y escribe un trabajo muy célebre en la memoria social argentina que se llama Situación de la clase obrera en Argentina. Es una obra muy bien escrita, deliciosa por momentos, muy crítica de las condiciones de trabajo. Además Massé, quien fue un constructor de diques, vinculado al Estado, sin embargo, paradójicamente, no dejó nunca de tener simpatía por el anarquismo. Al mismo tiempo interesado en la iluminación a gas, como Jorge Newbery, es decir, un técnico vinculado al progreso y la modernización con las tecnologías de la época.
Juan Bialet Massé (Mataró –Cataluña, España–, 19 de
diciembre de 1846 - Buenos Aires, Argentina, 22 de abril de 1907) fue un
médico, abogado, empresario constructor, que residió desde 1873 en Argentina,
donde publicaría varias obras sobre medicina, entre otras cosas; además, junto
a su socio Félix Funes, construiría un dique en la provincia de Córdoba, que seguiría
en servicio hasta 1944.
El capitalismo necesitaba trabajadores que sean de cierto tipo, convertidos en obreros según el clásico proceso de la conversión de los trabajadores previos a este sistema –de origen campesino– al mundo de la fábrica industrial, trabajadores seriales. O como los llamó Marx, trabajadores “parcelarios”, es decir, que hacían una parte del trabajo, mientras la máquina, regulaba la totalidad conceptual del proceso productivo, lo cual convertía a los trabajadores en brazos mecánicos de esas máquinas.
La idea de los positivistas de la época no era esa, puesto que el tratado de las Bases que había escrito Alberdi, en el sentido de que los mejores obreros eran los de la inmigración y, particularmente, los ingleses, había establecido un largo estilo de reflexión. Existía la idea de que había que importar aquellos obreros que habían sido educados por la industrialización inglesa, la cual tenía ya dos o tres siglos –según qué momento se considere como su punto de partida–. Trabajadores producidos por la Revolución Industrial Inglesa, que provenía de fines del siglo XVII, que había estallado en el siglo XVIII, y que formó parte de una gran construcción cultural del mundo moderno que era la idea misma de obrero, es decir, alguien que no tenía los medios de producción, que cumplía horarios rígidos, alguien que estaba bajo una disciplina industrial que era semejante a la militar. Y Alberdi pensaba que ese era el modelo de obrero que precisaba la Argentina, y existía un desdén basado en la idea de que la masa cultural argentina solo producía formas políticas clientelistas y formas laborales ociosas y carentes del estímulo capitalista por excelencia que es el lucro o el ahorro. Dichas formas denotan que ese tipo de obrero no estaba entretejido con los pliegues de la cultura nacional. Bunge explica, desde el darwinismo, el comportamiento de las sociedades iberoamericanas ante el proceso de modernización, con el aluvión inmigratorio. El trabajo de Bialet Massé “Situación de la clase obrera en Argentina” tiene muy buena fama en la tradición del peronismo porque es un trabajo que responde a la idea de que se podía ver una clase obrera nacional surgida del seno de la cultura criolla, gauchesca. El gaucho, ya se dijo, no era visto como un trabajador capaz de formar parte del régimen de industrialización y de acumulación capitalista en Argentina, pero esa no es la idea de Bialet. En la última visión del gaucho, en el Martín Fierro, de José Hernández, aparece muy titubeante la idea de ese gaucho que desarrolla su plegaria de sufrimiento y de pérdida, que convive con los indios, los repudia, y vuelve dispuesto a una moral laboral; del algún modo, el Martín Fierro –que es un gran poema– tiene ese trasfondo de anunciar que, a partir de la gesta solitaria del gaucho, puede surgir un proletario.
Es el gran tema de las clases gobernantes de la época. ¿Era posible, a partir de la idea de gaucho, pasar al mundo moderno de trabajadores? En el caso de los positivistas argentinos, tenían fuertes proyectos de carácter racista, y muchos de ellos eran intelectuales de gran relevancia. Ingenieros pasa por esa tentación racista y eso no quita sus compromisos sociales y políticos posteriores. Sin embargo, Bialet Massé no incurre en esas visiones prejuiciosas pues venía del anarquismo, una proposición histórico-social y política que tiene cierta simpatía por los gauchos. Los anarquistas argentinos inmigrantes siempre vieron en el gaucho un tipo especial de oprimido, y sobre todo en el payador, que es el cantor de los oprimidos, que generó mucha simpatía en las filas anarquistas. El anarquista español, italiano, alemán, que se instalaba en las grandes ciudades argentinas, sentía una simpatía natural hacia el payador y el gaucho, porque lo veía como oprimido, y el anarquismo no era una teoría del pasaje al capitalismo, era una doctrina de la capacidad del género humano de escapar de la opresión. Bialet Massé es poseedor de esta idea, y esto lo lleva a escribir un libro donde dice que este trabajador que venía del núcleo mismo de la formación cultural argentina ha estado en condiciones de participar de la fundación de la Argentina moderna, del trabajo urbano e industrial. Ese libro tiene estas características, defiende el trabajo nacional y no es un libro anticapitalista, rompe con la idea del obrero inmigrante inglés, porque los inmigrantes ya no eran de este tipo, sino que eran campesinos provenientes de las zonas pobres de Italia y España, a los que también había que convertir al mundo industrial. La obra cumple el rol de desmerecer el mito de la incapacidad del trabajador nacional pero para hacerlo formar parte del tejido nuevo que tenía que estar presente en la Argentina a través de la creación de un mundo laboral, que sería el de la fundación del capitalismo moderno. La Ley de Trabajo de Joaquín V. González –que fue quien, en 1903, encarga el viaje de Bialet Massé al resto de la República– estaba en consonancia con esta idea y, por lo tanto, era una ley nacional que implicaba cierta tolerancia a la sindicalización, a la vez que de algún modo señalaba la inconveniencia de tomar a la sindicalización de socialistas y anarquistas de la época como motivo de represión. Así lo dice en su libro de 1910, El juicio del siglo. Ese es el primer gesto que hace la oligarquía dominante, de este sector progresista del roquismo, también del pellegrinismo, que atisbaba la posibilidad de que en Argentina hubiera una suerte de socialdemocracia tutelada por el Estado. Esta es un poco la idea de Carlos Pellegrini. Roca, por su parte, tenía ese proyecto estatista que lo haría capaz de pensar una idea del trabajador nacional con ciertos derechos que le serían respetados. En 1910, Joaquín V. González escribe el mencionado libro, el cual será célebre y cuyo nombre, como ya se dijo, es El juicio del siglo, que es uno de lo principales escritos del Centenario.
1910 fue un año de balance y de búsqueda de una real
institucionalización del país y de indagación sobre la nacionalidad. Así, junto
a los poemas de Rubén Darío y Leopoldo Lugones que cantaban a la Argentina
pujante del Centenario, Allí se presenta un enjuiciamiento a todo el siglo XIX
argentino en términos bastantes liberales. Es la Argentina vinculada al mundo
mercantil, a las inversiones, al capitalismo inglés, pero al mismo tiempo, con
un balance de la historia más amable del que habían hecho las generaciones
anteriores. Sin embargo, el libro de Joaquín V. González, publicado por
entregas en el diario La Nación, señalaba, en un último capítulo, que venía lo
que se llamaría “la cuestión social”. Era un tema que incomodaba, y que había
que resolver incorporando, integrando. Aquí se destaca la figura de León XIII,
y otros, con una postura clara, vinculada al tema del trabajo, y constituyen el
inicio de lo que con los años será el socialcristianismo o la Doctrina Social
de la Iglesia, en relación a que el trabajo debe ser incorporado y no
reprimido, etc. Se dicta, en esa época, la Ley de Residencia, que disponía la
expulsión de los militantes políticos del anarquismo y el socialismo que se
empeñaran en reivindicaciones exaltadas o practicaran la violencia. Esa ley fue
redactada por Miguel Cané, el autor de Juvenilia. Esa ley nacional del trabajo
finalmente no se aprueba y queda como antecedente de las cuestiones del trabajo
en Argentina, sentando conceptos que formarán parte de la legislación laboral,
una legislación moderna que estará asociada a las vicisitudes de la Argentina
contemporánea –donde el movimiento sindical, producto de todas estas
discusiones, es algo que no puede ser pasado por alto en una consideración
seria sobre la vida política y social del país–. Esto es lo que origina la
relación complicadísima y compleja del Estado con los movimientos gremiales y
social
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