Rosas

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sábado, 26 de febrero de 2022

Tulio Halperín Donghi y el Peronismo

 Por Norberto Galasso

Nacido en 1925, egresa de la Universidad con los títulos de abogado y doctor en  filosofía y letras. A los 26 años, publica su primera obra: El pensamiento de  Echeverría.  En 1955, participa de la ola antiperonista y es designado profesor de Introducción a la historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad del Litoral. Poco después, se desempeña como Decano de la Facultad y luego Rector de la Universidad. Entusiasmado con la Revolución Libertadora publica “La historiografía argentina en la hora de la libertad” reproducido, después, en su libro Argentina en el callejón. Luego publica “Del fascismo al peronismo”   Sostiene que Perón impuso la máxima dosis de fascismo posible que la Argentina de  postguerra era capaz de soportar.  Critica también la conquista laboral del sistema de jubilaciones y de las licencias por enfermedades. Plegándose al axima del diputado sanmartino con su “aluvión zoológico”.  Admirador de Mitre lo compara con Perón  “Mitre, el fundador de la Argentina que el peronismo quiso abolir superó los obstáculos para hacer obra eficaz y dirigir la Nación en el sentido que se había propuesto, mientras, en cambio, Perón, no siendo estadista, resultó incapaz de abarcar la realidad en su conjunto y fracasó al apelar a un ideario, el fascismo, ajeno a esa realidad .  En 1958, ya bajo la influencia de la escuela de Los Annales:  instala la llamada “Historia Social” no sólo como alto funcionario universitario sino impulsado como gran intelectual por la señora Ocampo, estanciera y dueña de SUR, la misma que ha lanzado a Borges a la fama europea, empecinada ahora en crear un Borges en el campo de la Historia.  

  

Halperín al analizar al peronismo comete errores que llamativamente no han sido detectados.  Muchos de ellos autoproclamados “peronistas” hasta lo consagran como “el mejor historiador argentino” como Felipe Pigna, Brienza o el fallecido González.   Para Halperín el 17 de Octubre estaba previamente organizado y le adjudica a Evita el rol principal en esos sucesos.  Al mismo tiempo excluye a la oligarquía de su acción criminal.   En cuanto al bombardeo a la plaza señala “El 16 de Junio, a la protesta desarmada, siguió la tentativa de golpe militar: una parte de la marina y la aviación se alzó contra el gobierno, bombardeando y ametrallando lugares céntricos de Buenos Aires. Esa noche, sofocado el movimiento, ardieron las iglesias del centro de la ciudad, saqueadas por la muchedumbre e incendiadas por equipos especializados que actuaron con rapidez y eficacia en San  Francisco, en Santo Domingo. El fuego se llevó todo hasta dejar tan sólo el ladrillo calcinado de los muros; las cúpulas levantadas y rotas por la presión de los gases de combustión, dejaron paso a llamaradas gigantescas”.   Pero, ¿y los muertos, Halperín? ¿Los argentinos masacrados por los aviadores de la Libertad?  ¿Y la Plaza de Mayo cubierta de cadáveres? ¿Y los otros muertos, allá en el Bajo, en la tarde, cuando huían los últimos aviones y ametrallaron cerca de la CGT? ¿Dónde están, en su relato?.  Fue uno de los hechos más violentos y trágicos de nuestra historia. El Alte. Isaac F. Rojas, en sus memorias, admite que la primera estimación alcanzaba a un millar de víctimas: 156 muertos y 900 heridos . El historiador Joseph A. Page señala que La Nación, del 17 de Junio, reconoce 355 muertos y más de 600 heridos . Y el periodista Jorge Lozano, en una investigación para la revista Extra, sostiene que, en las inmediaciones de Plaza de Mayo, yacían más de dos mil muertos.   ¿Por qué oculta la tragedia, mi estimado Halperín? El bombardeo de una ciudad abierta, con ómnibus estallando en masas humanas despedazadas, en sangre y horror. Están las imágenes. Luis Gregorich, que no es peronista, las reprodujo en La República Perdida, pero lo que se le ha perdido a Halperín no es la república sino la masacre. Supongo que Victoria Ocampo habrá agradecido esta trapisonda histórica llevada a cabo por el “máximo historiador de la Argentina”, según afirma buena parte de la docencia universitaria. Ahora, uno humildemente pregunta: ¿éste es el criterio científico que la Historia Social pretende insuflar en los estudiantes? Admitamos, sin embargo, que podría no tratarse de una omisión interesada sino que, dado su antiperonismo, Halperín inconscientemente borró el hecho, más preocupado por el escenario dantesco de esa misma noche. Podría también aducirse que el fervor antiperonista se encontraba muy exaltado en 1960 y esto habría obnubilado la visión  penetrante del historiador, impidiéndole observar el espectáculo de horror que mostraba la plaza histórica. Pero, ocurre, que varios años después, Halperín publica La democracia de masas y allí, en la página 83, señala: El 16 de Junio -cinco días después de la desafiante procesión del Corpus- estallaba un alzamiento apoyado sobre todo por la marina de guerra. Luego de horas de combate en torno del edificio del Ministerio de Marina y de un bombardeo y ametrallamiento aéreo del centro de la capital por los revolucionarios, el gobierno pudo sofocar al reducido grupo de insurgentes: esa noche, tras una concentración convocada por la Confederación General del Trabajo cuando aún duraban las acciones aéreas, las iglesias del centro de Buenos Aires, fueron incendiadas; no resulta difícil comprender que, luego de ver caer a su lado a las víctimas del fuego rebelde (aquí aparecen las víctimas, aunque parece referirse a soldados muertos en combate) así, la espontánea cólera de una muchedumbre por otra parte raleada por la prudencia, no basta para explicar la uniforme eficacia que la operación mostró en todas partes.  A partir de aquí, dedica más de diez líneas al tema de los incendios de iglesias, de manera tal que los muertos -aparecidos tangencialmente- tampoco adquieren relevancia, ni la espantosa masacre alcanza a ser percibida por el lector. Cualquier análisis objetivo de este texto inevitablemente concluiría imputando al profesor Halperín una manipulación histórica dirigida a escamotear la gravísima responsabilidad de quienes masacraron por odio de clase, única explicación posible del asesinato en masa.  Pero todavía hay algo más grave en este libro de Halperín que llevaría a suponer una acción premeditada y sistemática por parte del historiador: también excluye de la historia argentina a los 7 muertos y 93 heridos , resultantes del atentado terrorista del 15 de Abril de 1953 y también, como en el caso anterior, se dedica a analizar los incendios nocturnos y las detenciones que devinieron a causa de esa tragedia: Perón es interrumpido por el estallido de varias bombas, la respuesta inmediata es el incendio oficioso de las sedes de los partidos opositores y del Jockey Club, a él siguen detenciones masivas de opositores seleccionados de modo algo errático: la de la señora Victoria Ocampo... Otra vez, Halperín nos oculta los muertos. Otra vez, el lector, el estudiante, el investigador quedan desinformados de que las bombas, colocadas por un grupo de radicales, provocaron muertes y heridas en militantes peronistas que  participaban del acto.  De nuevo Halperín nos informa acerca de los muros calcinados e incluso que doña Victoria Ocampo fue detenida (permaneció treinta días en la cárcel), suceso desgraciado y verdadero padecimiento para una exquisita intelectual como ella pero que -suponemos- ni Halperín ni nadie puede juzgar más importante que la muerte de varias personas.  De esto se concluye que la clase dominante puede reprimir sin vacilaciones mientras haya historiadores del tipo de Halperín, cuyo rigor histórico se aplicará a cualquier tema o suceso salvo cuando sean asesinados los hombres y mujeres del pueblo.  “Los muertos que vos matasteis” -se le podría señalar a la clase dominante- gozan de buena salud en los libros de Halperín. 

    

Respecto a sus trabajos sobre el peronismo (La democracia de masas y La larga agonía del peronismo) ya se ha destacado la perspectiva reaccionaria que prevalece a su análisis. Esta se quiebra insólitamente en el segundo de estos libros donde sostiene, al pasar, que el peronismo fue una revolución social y que ello sólo puede parecer discutible a quienes creían blasfemo dudar que revolución social -y aún revolución- hay una sola: bajo la égida del régimen peronista, todas las relaciones entre los grupos sociales se vieron súbitamente redefinidas y para advertirlo bastaba caminar las calles o subirse a un tranvía. Esta afirmación demuestra -por izquierda- el desconocimiento de Halperín respecto a los procesos de liberación nacional ocurridos en América Latina que quiebran la dependencia respecto al imperialismo, pero que -salvo en el caso cubano- no constituyen revoluciones sociales sino revoluciones nacionales o antiimperialistas producidas en el marco del capitalismo. Por otra parte, inmediatamente desvaloriza su propia calificación al sostener que esa sociedad no tenía modo de perdurar y que ya, hacia 1946/48, Perón sólo se había sumado con muy escaso entusiasmo... a la oleada reformadora y nacionalizadora.   Luego, en varios reportajes, insistirá en descalificar la experiencia peronista -es decir, descalificar esa Revolución Social- pues se realizó sobre bases muy endebles queriendo, construir una sociedad que tenía que durar medio siglo sobre una situación económica favorable que duró tres años

Estas reflexiones acerca del peronismo cierran su círculo cuando Halperín señala poco después: El menemismo es el peronismo que hubiera querido Perón. En el mismo reportaje, reivindica al General Justo y señala que el peronismo apenas modificó en algo lo que Justo había armado.  Halperín va aún más allá en su rol de portavoz de la clase dominante. Así, celebra el triunfo del neoliberalismo económico y brinda por su perennidad: En la medida en que eso (la economía peronista con gran participación del Estado) está siendo demolido, Canning se llamará eternamente Scalabrini Ortiz, pero merecería llamarse Canning.   Halperin como portavoz de la clase dominante -legitimándola con el prestigio que ella misma se ha encargado de construirle- se ratifica en diversos reportajes. En ellos, una y otra vez reaparece el desdén por las masas populares y sus representantes, la glorificación del mitrismo, el escepticismo y el mensaje de resignación ante el neoliberalismo económico y la dependencia, la perennidad del modelo y tantos otros mitos con los cuales la clase dominante intenta someter al resto de la sociedad reasegurando el orden, es decir, sus privilegios. Si Romero (p.) entendía a la historia como una guía para la acción, en Halperín el mensaje se transforma en guía para la resignación: Lo más alarmante es que las soluciones de Reagan o Tatcher no fueron exitosas pero, al parecer, su único mérito es que son las únicas posibles.  Un periodista le pregunta: ¿O sea que el liberalismo no es ni siquiera una elección ideológica?, a lo cual contesta: Simplemente, no hay alternativa.  Asimismo,  cuando se trata de la dependencia, no la niega -como procedía antes la clase dominante- sino que la reconoce pero rechaza toda posibilidad o conveniencia de quebrantarla: No es necesario explicar porqué no hablamos más de dependencia. No porque no crea que haya dependencia sino porque las recetas para escapar de la dependencia resultaron todas malas y quejarse de la dependencia es más o menos como quejarse del régimen de lluvias. De tal manera, los pobres deben convencerse de que siempre serán pobres y los argentinos que siempre seremos dominados. Porque, además, aunque cierta conciencia nacional es necesaria, considerando los usos que la idea de lo nacional tuvo en la Argentina, cuantos crímenes sirvió para justificar, no me parece una desgracia que en este momento se haya mandado a guardar. En la Argentina ha sido más cierto que en cualquier otro lado aquello que decía Samuel Johnson de que el patriotismo es la última excusa de una canalla. De este modo, Halperín es, a la nueva clase dominante, lo que Mitre y sus discípulos fueron a la vieja oligarquía: portavoz ideológico y constructor de un pasado histórico que legitima los intereses del privilegio presente y propende a resguardarlo para el futuro.   

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