Por el Prof. Jbismarck
A un siglo y medio de la publicación de la primera parte del Martín Fierro, de José Hernández, hacemos una reflexión sobre el autor y su obra. “Aquí me pongo a cantar/ al compás de la vigüela” tal vez sean los versos más famosos de la literatura de esta parte de la región. Son las primeras palabras que nos acercan a un momento de la vida del gaucho payador Martín. Obligado a incorporarse al ejército por parte de quienes lo menospreciaban al igual que a los indios, este gaucho se torna víctima de la opresión y la injusticia, y huye para convertirse en un matrero fuera de la ley.Se trata de la primera parte de El gaucho Martín Fierro, cuyo autor José Hernández, –escritor, político y quien participó militarmente en distintos momentos para defender sus ideales– ganó una enorme popularidad con la edición de aquel poema, en 1872. Siete años después, en 1879, Hernández publicó la segunda y última parte del poema: La vuelta de Martín Fierro, en la que el gaucho protagonista retorna a aquella sociedad, y en la que se reencuentra con sus hijos y otros personajes, para dar otro giro interesante en su existencia. Si bien ya había otros escritores que dieron comienzo al género de la literatura gauchesca, como Bartolomé Hidalgo, Hilario Ascasubi o Estanislao del Campo, fue la obra de Hernández la que logró posicionarse en la cumbre de la literatura argentina y la cual, este 2022, cumple 150 años de su publicación. En sus páginas, el autor expresó la vida del gaucho en el país, su estilo de vida, sus costumbres y su más profunda cosmovisión, inmortalizándola con notables versos que se perpetuaron a lo largo y ancho de la región hispanoamericana.
“Me he esforzado, sin presumir haberlo conseguido en presentar un tipo que personificara el carácter de nuestros gauchos, concentrando el modo de ser, de sentir, de pensar y de expresarse que les es peculiar, dotándolo con todos los juegos de su imaginación llena de imágenes y de colorido, con todos los arranques de su altivez, inmoderados hasta el crimen, y con todos los impulsos y arrebatos, hijos de una naturaleza que la educación no ha pulido y suavizado. Cuantos conozcan con propiedad el original podrán juzgar si hay o no semejanza en la copia”, explica José Hernández en una carta dirigida a José Zoilo Míguens, un hacendado y político del Partido Autonomista de Buenos Aires, la cual incluyó a modo de prólogo en la primera edición del poemario.
Sin embargo, luego de un siglo y medio de múltiples relecturas e, incluso, reescrituras –entre ellas, desde cuentos como “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”, de Jorge Luis Borges, a otros textos y novelas como El Martín Fierro ordenado alfabéticamente (2007), de Pablo Katchadjian;
En una suerte de prólogo, Hernández dice que intentó personificar el carácter de los gauchos y, sin dudas, moldeó ese imaginario colectivo de la figura gauchesca. -En la “Carta a Zoilo Miguens”, que funciona como prólogo de El gaucho Martín Fierro (la Ida, como se la conoce), Hernández señala que siguió “fielmente” las costumbres del gaucho, las aventuras propias de ese tipo de vida, y que “imitó” su modo de hablar, su estilo, sus reflexiones. Por un lado, entonces, Hernández ofreció a través de una ficción, una imagen del gaucho en la que el gauchaje pudo reconocerse y a la vez fue reconocido; y por otro lado, eso mismo es lo que hizo posible que esa imagen moldeara el imaginario colectivo del gaucho, y seguir analizando la eficacia de una construcción que respondía a un gaucho particular (el gaucho de la campaña aproximadamente entre 1850 y 1860) y que, sin embargo, se convirtió en un arquetipo nacional. Esa operación de esencialización que realizó la crítica, especialmente en las primeras décadas del siglo XX, es lo que hay que desmontar, para recuperar, sin esa carga ideológica, un texto maravilloso que narra la vida llena de desventuras de un gaucho de ficción con el nombre de Martín Fierro.
Creemos que hay que revisar definitivamente la relación entre el gaucho, Martín Fierro y la argentinidad. En todo caso, es fundamental, ¡y apasionante!, ver cómo se tramó esa relación, cuál fue la operación ideológico cultural, primero, y político estatal, después, que cristalizó la argentinidad en la figura de un gaucho. Esa operación fue llevada a cabo entre el Centenario y finales de la década del 30, cuando, como sabemos, tanto el gaucho como su vida se habían transformado casi por completo, integrado sobre todo como peón u obrero al mundo del trabajo, con los cambios abruptos que eso implicó. De todos modos, si hablamos de caracterìsticas del gaucho y de símbolo de argentinidad, creo que se debe al prinicipio romántico (o tardoromántico de los 70 o neoromántico de 1910) de búsqueda de color local, de pintoresquismo, de aquello que le otorgue a “lo argentino” un toque de originalidad. En ese sentido, el gaucho y la gauchesca hernandiana se convirtieron en lo original argentino, eso que parece enorgullecer porque no se encuentra en otro lado, eso mismo que Borges cuestiona rotundamente en “El escritor argentino y la tradición”. Podría decirse que sin la lengua gaucha que asume Hernández al escribir el poema, sin esa “imitación” del habla y del estilo el Martín Fierro no hubiera sido condensador de color local; en esa invención genial se concentra el futuro nacional y canónico del texto. Por supuesto, para reivindicar la figura del gaucho reponiendo las condiciones históricas y polìticas en las que vivió en la segunda mitad del siglo XIX no es preciso llevar a cabo ninguna romantización ni idealización. Igualmente, subrayar la fuerza literaria del Martín Fierro, su increíble politicidad estética, no tendria por qué implicar que lo pensemos como símbolo de lo argentino.
El potencial contemporáneo del Martín Fierro es enorme y diverso, y se aleja de las reelaboraciones de corte literario, como las que hace Borges en sus cuentos para reactualizar, creo, su politicidad. Así como Hernández inventó una forma original para la literatura argentina, así también las lecturas actuales aprovecharon nuevas zonas de experimentación. Pienso en El Martín Fierro ordenado alfabéticamente de Pablo Katchadjan y en cómo, a partir de un texto que inventó una forma original para la literatura argentina se buscan nuevas zonas de experimentación formal (el orden alfabético) que subraya de entrada y de un modo impensado la denuncia polìtica y social.
Seguramente hay toda una producción oral en diferentes regiones, que en muchos casos aparece musicalmente.
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