“Todo estaba en su mano y lo ha perdido/ Lavalle, es una espada sin cabeza. / Sobre nosotros, entretanto, pesa / su prestigio fatal, y obrando inerte / nos lleva a la derrota y a la muerte! / Lavalle, el precursor de las derrotas. / Oh, Lavalle! Lavalle, muy chico era / para echar sobre sí cosas tan grandes”. Esteban Echeverría
Juan Galo Lavalle nació en Buenos Aires el 17 de octubre de 1797. Era el cuarto hijo de Manuel José de la Valle y Mercedes González. Lavalle ingresó como cadete en el Regimiento de Granaderos a Caballo en 1812. La influencia del General San Martín en la modelación espiritual de los jóvenes oficiales habría de ser de decisiva gravitación. 19 generales salieron de sus filas, sus escuadrones lucharon en San Lorenzo, Montevideo, Tucumán, Chacabuco, Talcahuano, Maipú, Río Bamba y Ayacucho. Los Granaderos a Caballo fueron en sí mismos, una epopeya en su dimensión Americana. En mayo de 1813 pidió al general Alvear ser enviado al frente. Ascendido a teniente en 1813, pasó en 1814 al ejército sitiador de Montevideo, a órdenes de Alvear. Luchó contra Artigas, y al mando de Dorrego combatió en la batalla de Guayabos.
En 1816, con su regimiento, ingresó al Ejército de los Andes que San Martín preparaba en Mendoza. Allí, en uno de los convites organizados por Remedios de Escalada de San Martín, la joven esposa del Libertador, Lavalle conoció a su futura esposa, María de los Dolores Correas. El 4 de febrero de 1817, tuvo destacada actuación en Achupallas donde una patrulla de Granaderos venció a fuerzas realistas superiores que trataban de impedir la marcha de las tropas argentinas. En Chacabuco fue ascendido a capitán. En Maipú mandó una compañía de Granaderos que con los regimientos de Zapiola y Freire pusieron fuera de combate a la caballería realista. Combatió en el sur contra los restos del ejército español. En Nazca, Perú, el 15 de octubre de 1820, al frente de la caballería patriota avanzó a todo galope sobre el campo realista, causando una completa sorpresa. En 1822, Bolívar se halla con sus fuerzas detenido y en inactividad, 4.000 realistas se encuentran desplegados en el área general de Quito, Cuenca y Pasco, entre aquél y las fuerzas de San Martín, a su mando está el nuevo Virrey de Nueva Granada, el General Juan de Cruz Mungeón, compañero de San Martín en la Batalla de Bailén. En tales circunstancias el Libertador refuerza con una división a Sucre, permitiéndole de esa manera iniciar operaciones hacia el Norte, a fin de facilitar el acceso de Bolívar, desde esa dirección. Dicha división fue puesta al mando del Coronel Santa Cruz en reemplazo del Coronel Arenales a la sazón enfermo. La integraron con el Batallón II Trujillo, a las órdenes de Olazábal, el Batallón IV Piura, a las órdenes del Teniente Coronel Villa; dos escuadrones de Cazadores a Caballo bajo el mando del Teniente Coronel Antonio Sánchez; y un escuadrón de Granaderos a caballo a las órdenes del Comandante Juan Lavalle. En total 1.500 hombres a las órdenes de jefes argentinos. Es el 21 de abril de 1822, que se inicia el drama de la acción de Río Bamba. Los 96 Granaderos al mando de Lavalle atravesaron sin inconvenientes la Villa de Río Bamba y al alcanzar una altura al norte de ésta, descubren caballería enemiga avanzando hacia el Sud en amplio frente. Esa fue, la oportunidad en la que Lavalle lanza sus granaderos a la carga y sorprende y bate totalmente a los enemigos que encabezaban el franqueo del callejón, los que al huir desorganizan y arrastran en la fuga a las propias fuerzas que le seguían en el pasaje. Lavalle y sus granaderos los persiguen sable en mano hasta las posiciones que ocupa en la retaguardia, la infantería realista, a cubierto de la cual el enemigo en derrota buscó reunirse y reorganizarse. Lavalle regresó con sus fuerzas al trote hacia Río Bamba. Durante el trayecto se le reunieron 30 Dragones de Colombia, a los que destacó como seguridad en el flanco. La caballería realista ya reorganizada y animada por la comprobación de los escasos efectivos patriotas avanza ahora sobre los Granaderos. Lavalle fría la sangre y firme el corazón, continúa al trote con sus fuerzas. Ahora, cuando ya ha alejado a los realistas de la protección de su Infantería y están a menos de cien metros de distancia manda: GRANADEROS, vuelvan caras y luego... ¡¡ a la carga!! El choque con los Húsares y Carabineros reales fue terrible y el entrevero sangriento. Empero la suerte se inclina rápidamente en favor de los Granaderos de Lavalle. La caballería enemiga huyó en desorden, abandonando en el Campo de Combate 92 jinetes muertos o heridos; los Granaderos por su parte sufrieron 22 bajas, de éstos 20 heridos. En Pasco, el 6 de diciembre, cargó poniendo en fuga a la caballería enemiga. En Jauja se le entregó prisionero el teniente coronel Andrés de Santa Cruz, futuro presidente de la Confederación peruano- boliviana. Intervino en Pichincha, en el desastre de Torata y en la retirada de Moquegua, donde con 300 Granaderos contuvo a un ejército varias veces superior. Juan Lavalle retornó a las Provincias Unidas en 1823, y tras un breve paso por Mendoza, donde visitó a su prometida, emprendió la marcha hacia la capital del antiguo Virreinato. El gobierno de Martín Rodríguez lo recibió con honores. Lavalle cumplió su promesa y regresó a Mendoza, donde contrajo matrimonio con María de los Dolores en abril de 1824. Regresó a Buenos Aires junto con su esposa y fue nombrado jefe del Cuarto Regimiento de Infantería, cuyo objetivo era cubrir la frontera sur del río Salado, con el fin de avanzar sobre el territorio dominado por los indígenas, un problema que comenzaba a inquietar fuertemente al gobierno. Se pretendía demarcar una nueva línea de frontera que debía estar comprendida entre las costas del mar y las orillas del río Las Flores, pasaría por Balcarce y Tandil y avanzaría hacia el oeste, hacia el límite con Santa Fe. Allí trabajó codo con codo con Juan Manuel de Rosas. En febrero de 1826, Bernardino Rivadavia fue designado presidente de las Provincias Unidas, por una farsa de congreso dirigido por la Logia Unitaria y desconocido por las provincias. En tanto, comenzó a destacarse entre los opositores la figura de Manuel Dorrego, que desde las páginas del diario El Tribuno hostigaba continuamente al poder Ejecutivo representado por Rivadavia y criticaba su proyecto de ley electoral en estos términos: «…Y si se excluye a los jornaleros, domésticos asalariados y empleados también, ¿entonces quién queda? “ Juan Lavalle fue enviado a integrarse al ejército en la guerra con el Brasil, donde nuevamente se destacó por sus dotes militares. En febrero de 1827 venció a una columna de 1.200 hombres en Bacacay. En ltuzaingó, en audaz y calculaba maniobra, arrolló a las fuerzas del general Abreu, siendo ascendido a general.
En tanto, en Buenos Aires en 1826, las gestiones diplomáticas para concluir la guerra con Brasil, nada favorables para las Provincias Unidas, y la sanción de una Constitución unitaria y centralista, pusieron en jaque al gobierno de Rivadavia, quien debió renunciar. El fracaso unitario facilitó la llegada a la gobernación de Buenos Aires del federal Manuel Dorrego, lo cual produjo una fuerte inquietud en el círculo oligárquico de la ciudad, que apoyaba al sistema unitario. Así escribía el unitario Julián Segundo de Agüero a Vicente López en ocasión de la asunción de Dorrego: «No se esfuerce usted en atajarle el camino a Dorrego: déjelo usted que se haga gobernador, que impere aquí como Bustos en Córdoba: o tendrá que hacer la paz con el Brasil con el deshonor que nosotros no hemos querido hacerla; o tendrá que hacerla de acuerdo con las instrucciones que le dimos a García, haciendo intervenir el apoyo de Canning y de Ponsonby. La Casa Baring lo ayudará pero sea lo que sea, hecha la paz, el ejército volverá al país y entonces veremos si hemos sido vencidos.». Dorrego tuvo que firmar la paz con Brasil aceptando la mediación inglesa que impuso la independencia de la Banda Oriental. Así nacía la república Oriental del Uruguay en agosto de 1828. La derrota diplomática de la guerra con el Brasil y el descontento de las tropas que regresaban desmoralizadas fueron utilizados como excusa por los unitarios para conspirar contra el gobernador Dorrego. El 1º de diciembre de 1828, un golpe de estado encabezado por el General Lavalle derrocó a Dorrego. Salvador María del Carril le escribía a Lavalle el 12 de diciembre de 1828: «La prisión del General Dorrego es una circunstancia desagradable, lo conozco; ella lo pone a usted en un conflicto difícil. La disimulación en este caso después de ser injuriosa será perfectamente inútil al objeto que me propongo. Hablo del fusilamiento de Dorrego. Hemos estado de acuerdo en ella antes de ahora. Ha llegado el momento de ejecutarla. Prescindamos del corazón en este caso. La Ley es que una revolución es un juego de azar, en la que se gana la vida de los vencidos cuando se cree necesario disponer de ella. Nada queda en la República para un hombre de corazón.” La nefasta influencia de Del Carril se aprecia en esta carta de Lavalle a Brown: «Desde que emprendí esta obra, tomé la resolución de cortar la cabeza de la hidra…….y al sacrificar al coronel Dorrego, lo hago en la persuasión de que así lo exigen los intereses de un gran pueblo. Estoy seguro de que a nuestra vista no le quedará a vuestra excelencia la menor duda de que la existencia del coronel Dorrego y la tranquilidad de este país son incompatibles».
Por su parte Brown y Díaz Vélez escriben a Lavalle interesándose por Dorrego: aquél da su opinión de aceptarle la fianza ofrecida y desterrario a Norteamérica; Díaz Vélez, que algo sabe de lo tramado en la logia, dice a Lavalle “estoy persuadido, mi amigo, que Dorrego no debe morir”. Lavalle contesta a Brown con palabras que toma a Carril: “Yo, mi respetado general, en la posición que estoy colocado no debo tener corazón” (“¡Desdichado! —acota Irazusta—, se privaba de lo único qne tenía”).
EL general Lavalle decide fusilar a Dorrego el 13 de diciembre. El gobernador derrocado se despedía de sus seres queridos: «Mi querida Angelita: En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir; ignoro por qué; más la Providencia Divina, en la cual confío en este momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí. De los cien mil pesos de fondos públicos que me adeuda el Estado, sólo recibirás las dos terceras partes; el resto lo dejarás al Estado. Mi vida, educa a esas amables criaturas, sé feliz, ya que no has podido ser en compañía del desgraciado».
Lavalle para evitar toda reacción federal, impone el terror (ocultado por los escribas de la historia oficial liberal, que es totalmente “tuerta” al analiza esta época). El Pampero aconsejaba a Lavalle "degollar por lo menos cuatro mil federales”. Una locura homicida se apoderó de los más dignos militares. Dorrego fue fusilado por orden de Lavalle el 13 de diciembre; Juan Apóstol Martínez, un héroe de la Independencia, recorre la campaña matando gauchos a los que hace cavar sus propias fosas; Estomba, otro héroe, mata tantos federales que acabará enloquecido, dejándose morir de hambre en el manicomio. "Comisiones especiales" de civiles se encargan de eliminar a la chusma federal. Era el general don Juan Lavalle el tipo del soldado caballero, que se había creado fama singular con su sable corvo de granaderos a caballo, batallando por la independencia de América desde las riberas del Paraná hasta las montañas de Ecuador. Distinguíase por el orgullo que tenía de su valor, y por la altivez. El entusiasmo fácil se apoderaba de su espíritu impresionable, y se diría que actuaba como un explosivo. Cuando Bolívar estaba en el apogeo de su gloria, Lavalle, mayor entonces, osó replicarle con entereza. “Estoy habituado a fusilar generales insubordinados”, díjole colérico el libertador. “Esos generales, exclamó Lavalle, no tenía espada como ésta.” En la persecución de Chacabuco, trabóse en singular combate con un arrogante granadero español; y en Río Bamba, repelido tres veces por un enemigo muy superior, llevó todavía otra carga hasta quedar vencedor. Tal era el hombre que, utilizado por la logia unitaria, por primera vez en su vida debía mandar a sus gloriosos soldados a derramar sangre de los hermanos y a morir a manos de éstos. Son tantos los crímenes ese año trágico, que 1829 es el único en la demografía de Buenos Aires donde las defunciones superaron a los nacimientos: hubo 4.658 muertes, cuando en 1827 fueron 1.904 y en 1828, 1.788. La expresión salvajes unitarios no fue antojadiza. Pero la reacción unitaria fracasa. Los unitarios tratan vanamente que San Martín, que está en Montevideo, acepte el gobierno y los cubra con una amnistía. "En el estado de exaltación a que han llegado las pasiones – explica el general a O'Higgins – ... no queda otro arbitrio que el exterminio de uno de los dos partidos".
Lavalle acaba por capitular con Rosas, a quien las circunstancias han convertido en jefe del partido federal porteño. Quedará en el poder Viamonte, apolítico, para llamar a elecciones. A partir de entonces, la situación de Lavalle en Buenos Aires se volvió insostenible y debió exiliarse en la Banda Oriental. Allí lo encontró la noticia del ascenso de Rosas a la gobernación, como consecuencia de una fuerte campaña de prensa en la cual Don Juan Manuel hablaba de Manuel Dorrego como un mártir de la patria y de Lavalle como un salvaje asesino. Éste desde Colonia, promovió dos fracasadas insurrecciones en Entre Ríos. Tomó partido por Rivera en su campaña contra Lavalleja, sublevado, y rechazó el nombramiento de brigadier general diciendo que "no había dejado ni dejaría de ser general argentino. En 1839, con apoyo de los emigrados unitarios y de los franceses, pasó con una división a Entre Ríos, donde combatió con suerte varia. Derrotado por Echagüe en Sauce Grande, cruzó el Paraná en embarcaciones francesas y con 1.100 hombres estuvo en 15 días en Luján. Rosas había organizado un ejército de 12.000 hombres, y Lavalle, sin apoyo, se retiró, tomando a Santa Fe en setiembre de 1840. Perseguido por tres ejércitos, trató de reunirse con La Madrid. A marchas forzadas Oribe lo alcanzó el 28 de noviembre en Quebracho Herrado, en donde quedó liquidado el ejército de Lavalle. Trató de organizar la guerra de partidas. Fracasó y, con menos de 1.000 hombres para contener a los 5.000 de Aldao, se dirigió a Chilecito, tratando de atraer sobre él a los federales, dando así tiempo a La Madrid para organizarse en Tucumán. Lo consiguó por algunos meses, y el 10 de junio de 1841, ante la proximidad de Aldao, buscó a La Madrid en Catamarca. Pasó luego a Tucumán, uniéndose a Marco Avellaneda, gobernador allí desde marzo de 1841, marchando ambos a Salta. Oribe, desde Río Hondo, amagó entonces sobre Tucumán. Marco Avellaneda había sido el primero en iniciar el desbande, había ido con su fuga más pronto hacia la muerte, porque su misma escolta acabó por traicionarlo entregándolo a los federales. Lavalle, con un puñado de hombres, se dispuso a vender cara la derrota. Reorganizó sus efectivos, abandonó Tucumán, donde había llegado, pero donde no podía sostenerse, y cuando la prudencia le aconsejaba retirarse se decidió por la ofensiva, atacando al poderoso ejército de Oribe. En la noche del 19 de setiembre de 1841 cruzó el río Famaillá, amaneciendo formado en batalla a espaldas del enemigo. Después de una hora de combate, el ejército de Lavalle se desbandó. La derrota de Famaillá concluyó con la coalición del norte, y Lavalle regresó a Salta, pensando aún en resistir. Su plan consistía en atraer a Oribe, alejarlo de su teatro principal de operaciones para que, en su ausencia, desarrollaran libremente su acción los generales Paz y La Madrid.
El general Juan Esteban Pedernera, dejo unas memorias muy interesantes “Han pasado más de 40 años de los hechos que voy a referir, y con todo siento gran pena en declarar hoy, libre de todo prejuicio, que a Lavalle se le había pasado el momento. No es lo mismo mandar que obedecer: una cosa es maniobrar con una Compañía, con un Escuadrón, con un Cuerpo de un arma combatiente, y otra cosa es mandar una División, y aún más difícil es organizar y mover un cuerpo de Ejército; y las dificultades son aún mayores si a esto se agregan los trabajos de la preparación de una campaña, en la que se deben tener presentes factores muy diversos y cada uno con sus menores detalles, cualquiera de los que desatendidos, fácilmente puede conducirnos a un terrible fracaso. Aquel «León que se debía tener en la jaula y soltarlo el día del combate» ya no era el mismo, ya no era el joven impetuoso y ágil de los tiempos pasados. Todo había cambiado: esa estrella se hallaba en el ocaso. Durante nuestro viaje, o retirada de La Rioja, Córdoba, Catamarca, Santiago del Estero, en diferentes pequeñas acciones de las avanzadas, como finalmente en los preparativos para el Combate de Famaillá, se cometieron errores muy graves que yo no detallaré pues no quiero censurar desde el borde de la tumba la memoria de mi querido Jefe y amigo. La disciplina estaba olvidada en la tropa y no se guardó el respeto debido a los moradores de la campaña atravesada. Después del desastre, mientras nos dirigíamos a Jujuy, en una rinconada del río Juramento, Lavalle sintió silbar las balas sobre su cabeza, pero las miraba tranquilamente con desprecio, pues jamás perdió ni decayó su valor legendario.” En Salta abandonarían a Lavalle sus viejos compañeros, los comandantes Ocampo y Hornos ya resueltos a cruzar el Chaco e ir a Corrientes para ponerse a las órdenes de Paz. Fue el “sálvese quien pueda” para los unitarios de Salta. El poderoso Ejército Libertador había quedado reducido a doscientos hombres: Lavalle dejaba Salta para intentar una imposible resistencia en las quebradas de Jujuy. Lavalle no quería dejar la guerra mientras Paz luchaba en Corrientes y Lamadrid en Mendoza (nada sabía, nada supo jamás de la completa derrota de éste en Rodeo del Medio): “debemos de ser los últimos en abandonar la tierra Argentina” Félix Frías, su secretario. cuenta que el natural taciturno de Lavalle, y melancólico después de la retirada de Buenos Aires, cambió súbitamente al acercarse a Jujuy. “Me llamó varias veces para reírse de algunas ocurrencias de esos días. Esta alegría tan extraña en esos momentos tan críticos, era para mí el anuncio de una grandísima desgracia”. Cabalgaba triste y abatido al frente a sus hombres, que no llegaban a 200. Estaba enfermo de paludismo y lo atacaban vómitos de sangre que los provocaba el polvo de corteza de quina que tomaba para esa enfermedad. La tradición oral asegura que lo acompañaba Damasita Boedo, una joven de 23 años de ojos azules que había abandonado el hogar federal solo para seguirlo. Era sobrina de Mariano Boedo, congresista de Tucumán y su hermano, el coronel federal José Francisco Boedo, había sido fusilado en Campo Santo por orden del propio Lavalle. Se piensa que decidió acompañar al general solo para encontrar la oportunidad de vengar la muerte de su hermano pero que terminó enamorándose de él. El 7 de octubre de 1841 a la altura del río del Sauce, hizo adelantar al comandante Lacasa, su ayudante de campo, para que le comunicase al gobernador de su llegada. Pero Lacasa volvió con la novedad de que todas las autoridades y militares habían huido a Bolivia ante la proximidad de los federales. Le insistieron rumbear directamente hacia la Quebrada de Humahuaca, sin detenerse en la ciudad. Era demasiado peligroso. Pero Lavalle insistió y se hizo acompañar de su secretario Félix Frías, su ayudante de campo Pedro Lacasa y de ocho hombres al mando de Celedonio Alvarez a la ciudad a buscar una casa para pasar la noche. Eligieron la vivienda que pertenecía a Ramón Alvarado y que la alquilaba el doctor Andrés Zenarrusa, quien ya había partido al exilio. Hasta el día anterior la había ocupado Elías Bedoya. Un centinela quedó en el portón de entrada. En las habitaciones se alojaron Frías y Lacasa y en el patio los soldados. Luego de la sala había otra habitación, que fue la que ocupó Lavalle. En el amanecer del 9 de octubre, el centinela sorprendió con un “quién vive” a una partida al mando del teniente coronel Fortunato Blanco. Eran cuatro tiradores y nueve lanceros. Al escuchar los gritos, el edecán Lacasa se asomó por la ventana. El jefe federal lo intimó a rendirse. Lacasa corrió hacia adentro gritando “¡Tiradores! ¡A las armas!”. Alertó a Lavalle de que los enemigos estaban frente a la casa. Cuando le dijeron que eran una veintena de paisanos, los tranquilizó. Mandó ensillar y se propuso abrirse paso. Lavalle no imaginó que en la calle un piquete de soldados enemigos, pie a tierra, apuntaban hacia la puerta. Y cuando cruzaba el primer patio hacia la calle, se produjo una descarga de fusiles. Fueron tres disparos contra la puerta, apuntando hacia la cerradura. Un proyectil que habría rebotado en el filo de la puerta o que ¿tal vez entró por el agujero de la cerradura? fue a dar a su garganta. Lavalle cayó al piso y trató de arrastrarse unos metros. Y quedó ahí. Sus acompañantes fugaron por los fondos de la casa. Su supuesto matador, José Bracho, entró a la casa, vio el cuerpo de Lavalle pero no lo reconoció. Volvió a salir para sumarse a buscar a los soldados que acampaban en las afueras. José María Rosa, el gran historiador revisionista, desarrolla una atrapante investigación sobre la muerte de Lavalle y contradice puntillosamente la versión oficial sobre la misma. En "El cóndor ciego" expone su análisis sobre las condiciones anímicas y políticas en las que Lavalle llegó a su hora suprema, y aventura su propia y sorprendente interpretación sobre lo ocurrido en la noche de Jujuy. Acosado por la culpa de sus desvíos Lavalle fue cayendo en un profundo estado depresivo. Pesaba sobre su alma el fusilamiento de Dorrego; también el haber conducido un ejército y matado compatriotas al servicio de los intereses de la logia de notables con el pretexto de luchar por la "libertad" (auxiliado por el Imperio Francés económica y bélicamente). Pero Lavalle, tan pronto ingresa al territorio argentino advierte que, a despecho de lo que le decía la Comisión Argentina en Montevideo, la opinión pública era favorable a Rosas y no iba a acompañar revolución alguna. Esta comprobación, el recuerdo de Dorrego y la humillación del dinero francés le atravesaron el alma. Fue por todo ello que, finalmente, en la jujeña casa de Zenarruza, el cóndor ciego plegó las alas y se dejó caer hacia la muerte, suicidándose. En el patio quedó el cuerpo del general, con su cabello rubio, rizado, barba larga y canosa. Sus ojos azules estaban abiertos. Sus soldados rescataron su cuerpo. Un grupo fue hasta la casa, donde muchos curiosos se habían acercado para contemplar al muerto. Le quitaron las botas, le taparon el rostro con un lienzo y lo subieron a un caballo, con la cabeza y los brazos colgando hacia un lado y las piernas al otro.
Lo taparon con un poncho azul y se fueron del pueblo. Para evitar que su cadáver fuera profanado, sus compañeros de armas, al mando del general Juan Esteban Pedernera, decidieron proteger sus restos. El trágico cortejo, acechado y perseguido, esquivando y burlando a sus enemigos. Al cadáver lo subieron al tordillo de pelea de su jefe y lo cubrieron con la bandera argentina que las damas de Montevideo habían bordado. Con esa bandera soñaba Lavalle entrar un día a Buenos Aires. Sus restos comenzaron a descomponerse y el calor contribuyo a eso... Había que salvar lo que se podía salvar... Danel era un francés que había perdido un ojo -se lo conocía como “el tuerto”- y además de militar había estudiado medicina en su país. Llegó al Río de la Plata en la campaña de reclutamiento que hizo Bernardino Rivadavia para incorporar a oficiales europeos experimentados al ejército. En un rancho ocupado por la familia Salas pidió un cuero y salmuera, y solo con su cuchillo emprendió la tarea. Fue a orillas del arroyo Huancalera y mientras separaba carne y vísceras, el cabo Segundo Luna lavaba los huesos que acomodó en una caja con arena fina. La cabeza fue envuelta en un pañuelo blanco y su corazón fue puesto en un frasco con aguardiente. El 23 la urna con sus huesos, la cabeza y el corazón fueron sepultados en la catedral de Potosí. El general Oribe mandó una partida a perseguirlos. Quería el cadáver de Lavalle para hacerse del trofeo más preciado, su cabeza. Un mes después de su muerte, la noticia se supo en Buenos Aires y Rosas dispuso salvas de cañones disparados desde el Fuerte, repique de campanas de las iglesias y muchos vivas a la santa federación. El soldado José Bracho, el que dijo que lo había matado, tuvo su premio. Era un pardo soltero que vivía en Buenos Aires, en el barrio de La Piedad. El 13 de noviembre de 1842 Rosas lo declaró benemérito de la Patria en grado heroico, teniente de caballería de línea, con goce de 300 pesos mensuales y 3 leguas cuadradas de terreno, 600 cabezas de ganado vacuno y 1000 lanares. Rosas dispuso que el arma que usó fuera al museo de la ciudad, y no se sabe qué pasó con ella. Dicen que Damasita Boedo no pudo o no quiso regresar a su hogar. Vivió en distintas ciudades de Bolivia, Perú y Ecuador y cuando conoció a Guillermo Billinghurst, ministro peruano, fueron a vivir juntos a Chile. Finalmente regresó a Salta donde falleció el 5 de septiembre de 1880. Se fue con su historia de misterios, que comenzó cuando una bala -vaya uno a saber cómo- atravesó una puerta y mató a un general enfermo, triste y derrotado. El 19 de enero de 1861 fueron inhumados en el Cementerio de la Recoleta, en lo que fuera la bóveda de Bernardino Rivadavia, donde en 1950 se construyó el mausoleo donde descansa el Teniente General Pablo Riccheri en el centro del cementerio. Desde abril de 1918 sus restos descansan en su mausoleo en la parte final del cementerio, decorado con una escultura de bronce de un granadero, obra del escultor Luis Perlotti
Bibliografia
Carranza Angel J. “El general Lavalle ante la justicia póstuma”
Levene Ricardo “Historia Argentina”
Palacio Ernesto “Historia Argentina”
Pasquali Patricia “Juan Lavalle. Un guerrero en tiempos de revolución y dictadura”
Quesada, Ernesto, Lavalle y la batalla de Quebracho Herrado
Rosa, José María. El cóndor ciego. La extraña muerte de Lavalle
Rosa José maría “Historia Argentina”
Sabato Ernesto “Sobre héroes y tumbas: romance de la muerte de Juan Lavalle”
Saldías Adolfo “Historia de la Confederación Argentina”
Sierra Vicente “Historia Argentina”
Sosa de Newton, Lily, “Lavalle”
Cuánto pueden engualichar los levita a un hombre sin capacidad para la intriga. He leído que perdió la caballada en un campo de mío mío.
ResponderEliminarEs increible las zonceras que se escribieron para explicar o detallar la muerte del renegado de Lavalle.
ResponderEliminarVeo con inocultable tristeza que TODOS repiten lo mismo:
La version correcta me la confió la ultima Zenarrusa en un viaje que hice en 2014 a Jujuy.
Era secreto de familia guardado fielmente.
No se porque me lo confio a mi.
Por ejemplo dejo una sola inquietud;
Alguien observo la puerta supuestamente baleada?.
Alguien sabe que un Juez Platense la hizo desmontar y traerla a La plata donde la tuvo guardada durante 50 años y posteriormente la reenvio.
Actualmente esta en el museo Lavalle en Jujuy.
Contar la tradicion oral seria u gran aporte
EliminarLavalle TRAIDOR
ResponderEliminarVendido a intereses extranjeros y a los pies d la logia
ResponderEliminarNo escribo mas d este vende patria.xq m dan nauseas
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