por Julián Otal Landi
El siempre necesario Rodolfo Kusch decía que “cultura no es una entidad estática u objetiva, sino que es algo disponible y que existe únicamente en cuanto un sujeto la utiliza. Cultura es sobre todo decisión”. Dentro de esas decisiones, el filósofo recupera la cultura popular –que ha sido históricamente menospreciada– apuntando a un pensamiento situado, provocando un diálogo cultural donde está muy presente el carácter conflictivo, e incluso llega a afirmar que “con la presión del otro, que ahora llamamos pueblo, se pone al descubierto que no somos sujetos culturales, y que cuando lo somos es porque asumimos una cultura que no es la nuestra, una cultura por la cual habíamos optado creyendo en su universalidad. Somos entonces paradójicamente sujetos sin cultura, aun cuando la practiquemos”.
Un ejemplo claro de disputas simbólicas, donde el pensamiento situado entra en conflicto con el “sitiado”, se ilustra claramente con el legado cultural de Leonardo Favio. El mendocino Fuad Jorge Jury es una figura notable e imprescindible, no solo por su aporte profundo a la cultura popular, sino también como espejo para analizar el pensamiento nacional. Leonardo Favio no fue solo un extraordinario director de cine, sino también un cantante y compositor que se constituyó en un verdadero exponente de la música popular en los sesenta y setenta. Sin embargo, los sectores del establishment aun ningunean, desvirtúan y relativizan su aporte a la cultura. Mientras que en el resto de América Favio es recordado como el Juglar de América, al cantante que con sumo magnetismo se metió en todos los hogares de los pueblos, en nuestro país se destaca sólo al director de cine. La realidad es que ambas cosas son coherentes y están relacionadas entre sí. No obstante, sectores de la crítica cultural –gracias a una militante ignorancia– siguen soslayando el legado faviano en la música popular presos de las estigmatizaciones que se arrastran de años atrás, cuando algunos la calificaban como “música complaciente o pasatista” y, en los ochenta, “mersa” o “grasa”. El carácter de “cantor de las planchas” –como lo llamaban en Colombia, porque la escuchaban las mujeres que trabajaban como servicio doméstico en la casa de los oligarcas caribeños– en nuestro país se complejiza por su adscripción al peronismo, siempre dispuesto a discutir con quien fuera, defendiendo las banderas históricas del justicialismo en tiempos de socialdemocracia. Esta ponderación del pensamiento “sitiado”, piadosamente recortado, se justifica también en los tiempos actuales de confusión ideológica, donde no se discuten políticas culturales reales, situadas, con raigambre en la cultura popular.
El 5 de noviembre de 2012 Leonardo Favio nos dejaba físicamente. Desde diversos espacios, sobre todo desde Avellaneda, se avanzó con varias exposiciones, ciclos o recitales en homenaje al Juglar de América en conmemoración a los 10 años de su partida. No obstante, su legado musical sigue quedando soslayado, supeditado a construcciones de sentido que recurren a una mentira sostenida en el tiempo: que grabó canciones para poder financiar sus películas; que al realizarlas se retiró de la música; y que retornó a ellas cuando partió al exilio, porque no contaba con recursos. Dentro de esta lógica se da a entender que el talento artístico, la honestidad y la sensibilidad de su poética se reducen a un recurso parasitario para alcanzar solvencia económica. Como si fuera un oxímoron que Favio fuera cantor y director. La disputa de sentido encierra un prejuicio clasista, una resistencia hacia el legado de Favio a la cultura popular. Para muestra, basta un botón –los demás a la camisa, diría Sandro: en octubre salió una edición especial de la centenaria revista Caras y Caretas dedicada a homenajear a Favio. El resultado es un sumun de artículos repletos de imprecisiones y apuntes intencionales para posicionar a Favio hacia un sector partidario. Desde la editorial de María Seoane –una nota repleta de adulonerías hacia Cristina, utilizando a Favio como excusa– hasta el repiqueteo del asunto Ezeiza, el ocultamiento de muchas opiniones del artista en torno al peronismo y su condena a Montoneros, o su reivindicación al líder sindical asesinado por ellos, Rucci, marca toda una tendencia adrede. Cuando incursionó en la canción, Favio fue un verdadero suceso en 1968, rompiendo todos los récords de venta, pero no tenía 40 años, como sostienen en la revista. El álbum Fuiste mía un verano fue un hito en la historia de la música popular, pero su obra no se detuvo ahí, y mucho menos por la realización de sus películas: si entre 1972 y 1975 filmó tres películas antológicas, además grabó cuatro long plays –discos larga duración– y numerosos simples. Los temas no eran grabaciones viejas, ni de baja calidad: si bien abandonó los escenarios, no descuidó su faceta artística con canciones maravillosas como “Anotaciones para Carola”, “Estoy orgulloso de mi general”, “Canción de cuna para Nicolás”, entre otras canciones extraordinarias que estaban en sintonía con su decir fílmico. En definitiva, dicha edición deja un sinsabor –solo salvado en partes por las entrevistas y un artículo delicioso de Patán Ragendorfer– y una nueva oportunidad perdida para rescatar al verdadero Favio, gran exponente de la cultura popular, propulsor de un pensamiento situado. Cuando trabajamos en torno a verdaderos exponentes de la cultura popular como Favio tenemos que ser responsables. Son válidas nuestras interpretaciones y preferencias, pero resulta necesario rescatar su obra de forma completa para las nuevas generaciones. Porque fue mucho más que Moreira y mucho más que Ella ya me olvidó. Un abordaje incisivo sobre su legado –en plataformas como Youtube se puede acceder a toda su discografía, ya que gran parte de ella permanece descatalogada– contribuiría aún más a la reflexión de sus obras filmográficas que lo consagran como uno de los mayores directores de cine argentino.
Original recuerdo del gran Leonardo Favio tambien de Kusch,estudioso de l CULTURA POPULAR ARGENTINA(falta recordar mas,del historico cine de Favio)
ResponderEliminarHugo R. SCHAFFER
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