Por Daniel Chiarenza
Son famosos los bufones y locos que entretenían al gobernador Juan Manuel de Rosas: el Gran Mariscal don Eusebio, el Reverendo Padre Biguá, el loco Bautista y el Negrito Marcelino. También los llamados “locos de Rosas”, quienes, según Ramos Mejía, circulaban por la ciudad anunciando las victorias del Restaurador y difundiendo sus amenazas y propagandas (entre ellos, el Coronel Vicente González, Carancho del Monte, el Cura Gaete, etc.). 8 DE AGOSTO DE 1823: JUAN MANUEL DE ROSAS COMPRA AL BUFÓN “PATO NEGRO” BIGUÁ (MULATO, VESTIDO DE CLÉRIGO). El Mulato Biguá (por Carlos E. Pellegrini, 1841)
"El Gran Mariscal" don Eusebio. Aclaremos, que no es como cuentan los enemigos de Rosas
que éste se divertía “a costa de”, sino “con” Eusebio y Biguá, y se reía con
ellos a carcajadas de sus ocurrencias circunstanciales, algunas de ellas
incentivadas por el mismo Juan Manuel, como breves parodias para
ridiculizar a enemigos y adversarios.
Lo cierto es que ambos fueron protegidos de Rosas, se
alojaban en Palermo de San Benito y hasta se sentaban a su misma mesa.
Eusebio fue un soldado de Rosas, que mal herido en una
refriega de un golpe en la cabeza por proteger a Rosas, tuvo consecuencias
neurológicas. Rosas, lejos de abandonarlo, lo adoptó junto a Biguá, con quienes
gastaba bromas a amigos y enemigos, según las descripciones más escépticas de
quienes conocían el carácter burlón de Rosas.
Estos locos o bufones fueron poco menos que “naturales” en
todas las cortes europeas y recordemos que respondían a una morbosa necesidad
social que hoy continúa lamentablemente en los seguidores de Tinelli y de
Lanata.
El historiador Vicente Fidel López cuenta que para una reunión con Estanislao López y el padre José de Amenábar, Rosas vistió a Eusebio con ropas episcopales y lo presentó como Obispo de las Balchitas.
En otra oportunidad Rosas lo vistió con ropas de Embajador para ridiculizar a los representantes ingleses durante el bloqueo anglo francés al puerto de Buenos Aires.
Durante la tensión de la Confederacíon con la potencias extranjeras, Rosas invitó a Palermo a los “bonoleros” para anunciarles que reanudaría el pago de cuotas de la deuda contraída por Rivadavia por el empréstito Baring. Invitados a la residencia de Palermo de San Benito, Rosas les anunció formalmente con cortesía:
- Vamos a ir al grano directamente –les anunció Rosas- Los he citado en su carácter de representantes del Río de La Plata de los tenedores de bonos correspondientes al empréstito británico, es decir los “bonoleros”.
- “Bonehorders, señor Gobernador” –le observó un representante- pero Rosas, haciendo caso omiso a la observación continuó:
- De aquí en más la Confederación Argentina, cuya jefatura ejerzo con la aprobación de todas las provincias que la componen, comenzará a pagar a todo “bonolero” sus intereses correspondientes y que por distintos motivos no habían podido cobrar hasta la fecha.
Ante el murmullo de los representantes, se escuchó decir a uno:
- Nos alegramos enormemente por la decisión y se lo agradecemos, señor Gobernador.
- ¿Agradecer? Por favor caballeros, yo soy quien en nombre de gobierno argentino debo pedirles disculpas por la demora en dar satisfacción a reclamos tan justos como los vuestros, pero ya lo dice el refrán: “más vale que nunca”.
Entonces Rosas tose, y como habían acordado previamente con Manuelita, se abre la puerta y entran los bufones. Biguá corre a Eusebio con un revolver de madera:
- Pero...¿quién les ha dado permiso para entrar en mi despacho –fingiendo sorpresa y disgusto- Caballeros, les ruego disculpen la intromisión.
- ¡Dame todos los Patacones que llevás encima, gaucho atorrante! –le dice a Eusebio Biguá, imitando el acento gringo.
- Si, mister, tome, esto es lo único que tengo – dice Eusebio fingiendo estar asustado, y ofreciendo unas piedritas por monedas.
- No me alcanzan, necesito más –amenazando a Eusebio con el revolver de madera- ¡Arriba las manos y entrégueme todos los patacones, gaucho apestoso!
- Pero míster, si usted me acaba de robar, no tengo nada para darle...
- ¿Y entonces como hacemos? – ambos fingen pensar.
- Ya se –dice Eusebio- tengo una idea. Déme su revolver, y yo robo a otro, así usted me puede robar a mi. ¿De acuerdo?
Biguá entrega el revolver y Eusebio se dirige a uno de los “bonoleros” y apuntándole con el arma:
- Arriba las manos, míster, entrégueme todas sus monedas.
Rosas ríe festejando la actuación y los hace retirar con un ademán, mientras los representantes sorprendidos se mantenían serios.
- Sepan disculpar a estos entrometidos.
- ¿Desde cuando comenzará a aplicarse la medida? –pregunta un ingles.
- Desde hoy mismo, de manera que ya mañana podrán pasar por la Tesorería Nacional a cobrar los intereses de sus representados.
- Hoy, sin tardanza, escribiremos a Londres comunicando la buena nueva –dice eufórico uno de los representantes.
Rosas entonces se despide, dando por terminada la reunión:
- Muy bien, señores, asuntos de Estado reclaman mi atención, de manera que me veo obligado a despedirme de ustedes. Si lo desean, mi hija Manuelita tendrá mucho gusto de en enseñarles los jardines de esta casa.
Los bonoleros se despiden satisfechos, y cuando están por salir, Rosas los detiene:
- Ah, caballeros, olvidaba decirles algo: nuestra voluntad de pagar dichos intereses es tan férrea que solo podrá alterare por causas de fuerza mayor.
- ¿Qué causas, por ejemplo? –pregunta intrigado un representante.
- No tienen porque preocuparse –acota Rosas- porque deberían producirse circunstancias altamente improbables; por ejemplo una intervención extranjera en contra de nuestro país.
En otra oportunidad Rosas lo vistió con ropas de Embajador para ridiculizar a los representantes ingleses durante el bloqueo anglo francés al puerto de Buenos Aires.
Durante la tensión de la Confederacíon con la potencias extranjeras, Rosas invitó a Palermo a los “bonoleros” para anunciarles que reanudaría el pago de cuotas de la deuda contraída por Rivadavia por el empréstito Baring. Invitados a la residencia de Palermo de San Benito, Rosas les anunció formalmente con cortesía:
- Vamos a ir al grano directamente –les anunció Rosas- Los he citado en su carácter de representantes del Río de La Plata de los tenedores de bonos correspondientes al empréstito británico, es decir los “bonoleros”.
- “Bonehorders, señor Gobernador” –le observó un representante- pero Rosas, haciendo caso omiso a la observación continuó:
- De aquí en más la Confederación Argentina, cuya jefatura ejerzo con la aprobación de todas las provincias que la componen, comenzará a pagar a todo “bonolero” sus intereses correspondientes y que por distintos motivos no habían podido cobrar hasta la fecha.
Ante el murmullo de los representantes, se escuchó decir a uno:
- Nos alegramos enormemente por la decisión y se lo agradecemos, señor Gobernador.
- ¿Agradecer? Por favor caballeros, yo soy quien en nombre de gobierno argentino debo pedirles disculpas por la demora en dar satisfacción a reclamos tan justos como los vuestros, pero ya lo dice el refrán: “más vale que nunca”.
Entonces Rosas tose, y como habían acordado previamente con Manuelita, se abre la puerta y entran los bufones. Biguá corre a Eusebio con un revolver de madera:
- Pero...¿quién les ha dado permiso para entrar en mi despacho –fingiendo sorpresa y disgusto- Caballeros, les ruego disculpen la intromisión.
- ¡Dame todos los Patacones que llevás encima, gaucho atorrante! –le dice a Eusebio Biguá, imitando el acento gringo.
- Si, mister, tome, esto es lo único que tengo – dice Eusebio fingiendo estar asustado, y ofreciendo unas piedritas por monedas.
- No me alcanzan, necesito más –amenazando a Eusebio con el revolver de madera- ¡Arriba las manos y entrégueme todos los patacones, gaucho apestoso!
- Pero míster, si usted me acaba de robar, no tengo nada para darle...
- ¿Y entonces como hacemos? – ambos fingen pensar.
- Ya se –dice Eusebio- tengo una idea. Déme su revolver, y yo robo a otro, así usted me puede robar a mi. ¿De acuerdo?
Biguá entrega el revolver y Eusebio se dirige a uno de los “bonoleros” y apuntándole con el arma:
- Arriba las manos, míster, entrégueme todas sus monedas.
Rosas ríe festejando la actuación y los hace retirar con un ademán, mientras los representantes sorprendidos se mantenían serios.
- Sepan disculpar a estos entrometidos.
- ¿Desde cuando comenzará a aplicarse la medida? –pregunta un ingles.
- Desde hoy mismo, de manera que ya mañana podrán pasar por la Tesorería Nacional a cobrar los intereses de sus representados.
- Hoy, sin tardanza, escribiremos a Londres comunicando la buena nueva –dice eufórico uno de los representantes.
Rosas entonces se despide, dando por terminada la reunión:
- Muy bien, señores, asuntos de Estado reclaman mi atención, de manera que me veo obligado a despedirme de ustedes. Si lo desean, mi hija Manuelita tendrá mucho gusto de en enseñarles los jardines de esta casa.
Los bonoleros se despiden satisfechos, y cuando están por salir, Rosas los detiene:
- Ah, caballeros, olvidaba decirles algo: nuestra voluntad de pagar dichos intereses es tan férrea que solo podrá alterare por causas de fuerza mayor.
- ¿Qué causas, por ejemplo? –pregunta intrigado un representante.
- No tienen porque preocuparse –acota Rosas- porque deberían producirse circunstancias altamente improbables; por ejemplo una intervención extranjera en contra de nuestro país.
Bajo un ¿presuntuoso? rigor científico el Dr. José María Ramos Mejía
editó en 1915 en Buenos Aires el libro “Las neurosis de los hombres célebres",
curioso tratado que realmente ocultaba su profundo antirrosismo y lo que es peor
un insoportable tufo antipopular, pero sirva como “nota de color”:
Dr. José María Ramos Mejía, un psiquiatra que se jactaba de conocer también "el alma" de sus analizados literariamente.
“En mil ochocientos treinta y ocho –agrega Rivera Indarte en
Rosas y sus opositores- espiró su
inquieta mujer. En sus últimos momentos se vio rodeada, no de profesores que aliaran
los dolores de su cuerpo, ni de la amistad, ni de la religión, sino de una
profunda y desesperada soledad, interrumpida por las risas y obscenidades de
los bufones del Tirano. Ellos le aplicaban algunas medicinas y muchas veces
desgarraba los oídos de la pobre enferma, la voz satírica de su marido que
gritaba a alguno de los locos. La infeliz se sintió morir y pidió un padre para
confesarse. Cuando le avisaron que había expirado, mando a venir un
clérigo para que le pusiera la extremaunción, y para que no creyera que el óleo
santo se derramaba sobre un cadáver, y sí sobre un moribundo, uno de los locos,
puesto debajo de la cama en que estaba el cadáver, le hacía hacer movimientos,
pero con tal torpeza, que el sacerdote, después de haber fingido que nada
comprendía, salió espantado de aquella caverna de impiedad y reveló la escena
infernal en que había sido involuntario actor, a un eclesiástico venerable de
cuyos labios tenemos esta relación [Rivera Indarte]. Al día siguiente de su
muerte se encerró en su cuarto con Viguá y Eusebio y lloraba a gritos la muerte
de su Encarnación. En algunos momentos daba tregua a su dolor, pegaba una
bofetada a uno de aquellos y con voz doliente preguntábales: ¿Dónde está la
heroína? –Está sentada a la diestra de Dios Padre Todopoderoso, -respondía
Viguá, y volvían a llorar.
Los antirosistas en este caso los testimonios de Vicente Fidel López y de José María Ramos Mejía se dedicaron a inventar historias perversas acerca de los bufones de Rosas, pero omiten decir que, retirado Rosas, nadie los tomó a su cargo ni se ocupó de ellos. Eusebio murió en 1873 en el hospital de hombres de Buenos Aires.
Ese Ramos Mejia es un hijo de mala madre!!
ResponderEliminarCarancho de Monte.
Mejor dicho tambien, Rivera Indarte el canallita. Y los bufones actuales no se limitan a Tinelli y a Lanata, los tenemos en todos los lugares.
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