Las MEMORIAS de Paz es uno de los libros más atrayentes de la Historiografía
nacional. Está admirablemente escrito, pese a ligeros defectos de forma, muy
explicables en quien no aspiraba a ser considerado experto en el oficio de
literato, y sin duda no lo redactó pensando en la posteridad, sino en
restablecer verdades que creyó desfiguradas por otros. Nadie escribió con más
espontaneidad ni con menos preocupación por el estilo. De haber tenido
conciencia de las dotes que tenía para la tarea que emprendió en sus MEMORIAS,
y sospechado que el éxito le daría la
fama que alcanzó su libro, no es improbable que antes de escribirlas habría
producido algún trabajo notable sobre la cosa pública, en una época en que
tantos incapaces se creían autorizados a fatigar las prensas con sus inepcias.
Pese a dicha espontaneidad, o tal vez a causa de ella, y sobre todo al inmenso talento
que reveló el libro, sumado a la cultura recibida en los institutos educacionales
de Córdoba, las MEMORIAS son de un interés prodigioso. Es sabido que Paz fue
sorprendido por el 25 de Mayo cuando estudiaba para recibirse de doctor, y que
su carrera militar debióse a la circunstancia histórica: la movilización
general decretada por la Primera junta, y la reiterada insistencia de
Pueyrredón —enviado por el nuevo
gobierno a la capital del interior, como el hombre de encargo para neutralizar
la influencia de Liniers— en que abandonara los estudios civiles por la
milicia; para que, cambiara la instituta por la espada. Ciudadano hasta la
medula, nada de lo que vio en las variadas regiones adonde lo llevaron las
necesidades del servicio, según las vicisitudes de la guerra, escapó a su aguda
observación. Al punto de que sus observaciones parecen las de un campesino,
cuando se refiere a las cosas de la campaña. Lo mismo ocurre cuando habla de la
alta sociedad que agasajó a los vencedores, cuando lo fueron; y en muchos
casos, aun después. Una de las observaciones más agudas formuladas en las
MEMORIAS del general Paz es la que atribuye el desapego permanente del Alto
Perú hacia la metrópoli que era capital de una gran parte de su país, al jacobinismo
de Castelli, con sus aires de convencional en misión, quien miraba impasible a
sus oficiales enlazar de los frentes de los templos, para arrastrarlas por las
calles de la ciudad que atravesaban, las imágenes religiosas, en un estúpido
despliegue de extemporáneo anticlericalismo. Otro pasaje de las MEMORIAS,
aporte fundamental como el anterior a la hermenéutica de los sucesos, es lo que
refiere sobre los prolegómenos de la revolución de diciembre de 1828: la
injustificada jactancia de Lavalle, diciéndole a su colega cordobés en la Banda
Oriental: "Con un escuadrón de coraceros, meteré a los caudillos en un zapato,
y los taparé con otro". El autor del libro que comentamos dice no haber
compartido tan descabellada ilusión. Y le podemos creer, puesto que él, con su
soberana libertad de juicio, pese a su admiración por Belgrano y por todos los
patriotas que habían contribuido a darnos primero libertad o gobierno propio, y
luego una patria, no dejó de ver sus errores. Y había compartido el descontento
de la oficialidad joven que se sublevó en Arequito en 1820, al ver que los
dirigentes nacionales desguarnecían las fronteras del norte para meter a las
fuerzas armadas en la guerra civil. Movimiento parecido al de San Martín en su
famosa desobediencia. Para terminar, me permito citar una página que escribí
sobre el general hace varias décadas: "Joven de veinte años al dejar sus
estudios universitarios y tomar las armas en 1810, Paz fue contemporáneo de los
hombres de la independencia y de las 'guerras civiles. Su inteligencia superior
hace sumamente valioso el testimonio que nos da su libro sobre dos épocas
decisivas de nuestra historia.
El mérito artístico de su narración nos apasiona
por los hechos del pasado, los revive en nosotros. Su ecuanimidad nos ofrece un
hilo conductor para el laberinto de natural complicación. La narración es en
las MEMORIAS amenísima. Se las lee como una novela. El escritor elige bien los
detalles, reparte equitativamente el espacio entre los mayores, los medianos y
los menores, y a todos los sitúa diestramente en la amplia perspectiva de
reflexiones generales, pasando siempre a tiempo de la representación concreta
de los hechos a su interpretación causal, y de ésta a aquélla, sin jamás perder
el hilo de la narración. Las MEMORIAS es uno de los libros más desprovistos de
egotismo con que cuenta el género, egotista por excelencia.
El autor apenas da
noticias sobre su familia, su formación, sus gustos. Y los datos personales que
no podían menos que aparecer en el libro no están destinados a explicar a Paz
en cuanto tal, como personalidad de excepción, sino para explicar a Paz en cuanto protagonista de los sucesos
que narra. Lo autobiográfico en las MEMORIAS es hermenéutica antes que
panegírico".
Fue irreparable desgracia para su carrera, y para el porvenir
nacional, que su participación en Arequito sellara su destino. Los directoriales, y sus herederos los
unitarios, jamás se lo perdonaron. Habiéndose iniciado políticamente con los
futuros caudillos, no supo perseverar en esa actitud. Los unitarios los
arrastraron a la aventura de diciembre en 1828. Pero cuando Rosas, después de
haber pensado que habría sido necesario ejecutarlo en 1831, y de tenerlo cinco
años en la cárcel, lo dejó en libertad, lo incorporó a la plana mayor del Ejército,
y después de su fuga, le mandó ofrecer una embajada cuando ya estaba refugiado
en Montevideo; no supo aprovechar el momento estelar que se le ofrecía. Su alta
estrategia, sumada a la política de Rosas, habría cambiado el destino de la
nación. Tal vez Dios no lo quiso. Nosotros pagamos las consecuencias.
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