Por Ernesto Palacio
Había debido retirarse del sitio de Buenos Aires a raíz de su
ruptura con Artigas. Instalado en Entre Ríos, éste le había reprochado
violentamente la firma, sin su consentimiento, del Tratado del Pilar, que no
tenía otro objeto —afirmaba— que "confabularse
con los portugueses para destuir la obra de los pueblos y traicionar al jefe
supremo que éstos se habían dado". Ramírez le replicó negándole autoridad y
marchó sobre Entre Ríos. Después de
algunos combates en que la suerte le fue desfavorable, el entrerriano infligió
a su antiguo jefe una seria derrota que lo obligó a replegarse en desorden.
Desde ese momento no le dio tregua para reponer sus fuerzas, y en una violenta
y rápida persecución lo llevó hasta los confines de Corrientes. El Protector de
los Pueblos Libres se vio forzado a cruzar el río y a pedir asilo al Paraguay,
cuyo dictador don Gaspar Francia lo confinó en la villa de Caraguataí. Allí debía permanecer hasta su muerte, a los 85 años, a quien le corresponde sin disputa el
título de fundador de nuestro federalismo republicano y que fue un valiente
guerrero y un gran patriota.
Pero su ciclo había terminado, por mera acción del tiempo. Ramírez, en cambio, no menos patriota ni
valiente, era joven, lleno de bríos y se hallaba exento de la huraña obsesión
localista que achicaba la visión y había vuelto rutinaria y estéril la acción
del Protector. Enriquecido por la
experiencia de su campaña reciente contra Buenos Aires, en la que había
humillado el orgullo porteño, entrando con sus montoneras hasta el Fuerte,
oteaba un horizonte más amplio. Sin esfuerzo, asumió la sucesión del
caudillo oriental. Tenía bajo su mando toda la región mesopotámica y
ramificaciones en la otra banda, entre las guerrillas artiguistas. El 30 de
noviembre, en la capilla de Nuestra Señora del Rosario de la localidad del
Tala, proclamó la República de Entre Ríos. Además de los recursos militares de la zona,
disponía de la escuadrilla que le había cedido Buenos Aires a raíz del Tratado
del Pilar, a la que unió las embarcaciones quitadas al Protector. Se
propuso entonces llevar a cabo el gran propósito que había inspirado la acción
contra el directorio y que los acontecimientos posteriores amenazaban frustrar:
la guerra decisiva contra el invasor
portugués. El Tratado de Benegas
nada decía sobre este punto. Al tal efecto, dirigió una nota al gobierno de
Buenos Aires, en la que condenaba la política dilatoria de esta provincia
frente a la ocupación de una fracción del territorio nacional por el tradicional
enemigo; se manifestaba dispuesto a llevar adelante la guerra hasta
desalojarlo, y expresaba su confianza en que se le prestaría para este objeto
toda la ayuda necesaria, en tropas, armas y dinero. El general don Marcos Balcarce, que actuaba
en ese momento como gobernador delegado, le contestó en una nota de tono
mesurado en la que le expresaba un completo acuerdo en principio sobre la
finalidad propuesta; pero le advertía que todas las fuerzas militares de la
provincia estaban comprometidas en la campaña que el gobernador titular,
general Rodríguez, había emprendido contra los indios, quienes capitaneados por
don José Miguel Carrera asaltaban las poblaciones del sur; y que por lo demás
consideraba que correspondía al próximo- congreso decidir sobre esa guerra,
cuyo término feliz haría necesario el concurso de todas las fuerzas de la
nación. El general Carrera, en efecto, obligado por López a salir de Santa Fe
con sus chilenos, acudía a los medios desesperados a que lo llevaban las
circunstancias, con el fin de abrirse paso con fuerzas y recursos suficientes
hasta la cordillera y ganar su tierra natal. Se había corrido hasta el desierto
y aliado a tribus pampas y ranqueles, asaltado el pueblo de Salto, donde los
indios mataron y saquearon, llevándose cautivas y hasta los vasos sagrados de
las iglesias. Evidentemente, el caudillo chileno, urgido por proveerse de
recursos, no lograba disciplinar los elementos incontrolables a quienes lo unía
la fatalidad, ni evitar sus tropelías. Rodríguez
había salido a campaña para perseguirlo, con el auxilio de las milicias de
Rosas. EL general don Francisco Ramírez, jefe de Entre
Ríos —o Supremo Entrerriano, como se le llamaba— había concebido un vasto
proyecto de unificación nacional bajo su influencia, sobre la base de la
empresa común contra el enemigo histórico. — Pensó en el primer momento en
llevar una campaña contra el Paraguay, para obtener los recursos de esa
provincia, principalmente en hombres de guerra; luego, en un ataque inmediato a
las misiones, ocupadas por los portugueses desde la derrota de "Andresito".
Pero ambas acciones significaban dejar a
las espaldas enemigos, o amigos dudosos. Se decidió por intentar primero la
realización de la unidad interna bajo su hegemonía. Las circunstancias se
presentaban favorables gracias a la impopularidad notoria del sistema de Buenos
Aires. A ello lo impulsaban los refugiados en su provincia a raíz del motín de
Pagola, como el doctor Agrelo; y los emigrados a la Banda Oriental, como Alvear,
antes enemigos y a la sazón reconciliados contra el adversario común y que
esperaban las noticias del primer éxito para precipitarse a la capital, según
lo cuenta Iriarte, que vivió esos días de esperanzas, zozobras y decepciones. Pero quedaba para Ramírez una incógnita que
previamente debía resolver: el caudillo de Santa Fe. Este había ganado todos
sus galones en la lucha contra los ataques de los porteños y se hallaba unido
al entrerriano por viejos pactos que seguían vigentes. Sus antecedentes lo
obligaban a secundar la empresa, cuyas posibilidades de éxito habrían sido
entonces incontrastables, y su intervención debía, si no arrastrar a Bustos,
por lo menos neutralizarlo. Ramírez lo
invitó a que se le uniera Para derribar al gobierno de Buenos Aires (que por sí
mismo constituía una violación irritante del Tratado del Pilar), provocar su
reemplazo y llevar adelante la campaña contra los portugueses por la recuperación
de la Banda Oriental. López le replicó invocando los pactos que acababa de
firmar con Buenos Aires y Córdoba (y cuya violación ya estaba preparando la
otra parte).
Los mediocres intereses localistas se sobrepusieron, en- el ánimo del
mediocre personaje, a los grandes objetivos nacionales: sacrificaba a su aliado
en los principios por las pingües achuras de las vacas de Rosas. El
gobernador Rodríguez, por su parte, se aprestó para resistir. El 3 de marzo de
1821 publicó un bando por el que se obligaba a todos los habitantes de la
ciudad, incluso españoles y extranjeros, a tomar las armas. Como Ramírez
dominaba los ríos con su escuadrilla, debió formar otra, que puso a las órdenes
del coronel Zapiola, cerró las comunicaciones con Entre Ríos y formó un
ejército de vanguardia al mando de Lamadrid, mientras él mismo se situaba en
Luján con el resto de las fuerzas. Envió también dinero y armas al gobernador
López, que reorganizaba su ejército en Santa Fe. El general. Carrera había atravesado entre
tanto la pampa con 400 hombres, la mayor parte indios, internándose en la provincia
de Córdoba. Allí recibió una
comunicación de Ramírez, invitándolo a que se le uniese para invadir Buenos
Aires. Resolvió aceptar. Al pasar Carrera por Córdoba, Bustos se replegó sobre
la ciudad eludiendo el combate. Carrera saqueó la campaña y se dirigió al
encuentro del entrerriano. El campamento de Ramírez estaba en Punta Gorda. De
allí mandó un destacamento de vanguardia que cruzara el Paraná, tomara el
pueblo de Coronda y se proveyea de caballadas; y a la escuadrilla del coronel
Mansilla, con tropas de desembarco, a ocupar la ciudad de Santa Fe. Luego
invadió él mismo la provincia, al frente de una fuerte columna de caballería. El general Ramírez había llegado ya a
Rosario donde enfrentó a una división de caballería santafesina que le salía al
encuentro, dispersándola, y se dirigió a Coronda, donde esperaba que se le
uniría Carrera. Sin embargo la carrera victoriosa del Supremo Entrerriano había
llegado a su fin. Dos días después entraría en batalla con el grueso de las
fuerzas de López, en posición desfavorable y terreno desventajoso, y sería
derrotado con grandes pérdidas al cabo de un encarnizado combate. Con poco más de 400 hombres se replegó hacia
Córdoba. El 7 de junio se encontró con el destacamento errante de Carrera en
Río Segundo, a diez leguas de la capital de la provincia. Desde ese momento la suerte les fue adversa.
Ambos compañeros parecían signados por la fatalidad. Decidieron atacar a Bustos,
para copar sus tropas y llevar una nueva campaña contra Santa Fe. Pero Bustos
se había fortificado en Cruz Alta, donde lo atacaron el 16 y fueron rechazados
con grandes bajas, debiendo retirarse., Fraile Muerto se separarían, por no
ponerse de acuerdo sobre el rumbo que habrían de seguir: a cada uno le tiraba
su tierra. Carrera marchó en dirección a Cuyo, y Ramírez hacia el norte,
buscando el rumbo de Entre Ríos por el Chaco.
Sus enemigos despacharon dos
columnas en su persecución. Con este objeto había salido de Córdoba una
división de caballería al mando del gobernador delegado coronel Bedoya. Después
de una marcha tenaz, alcanzó el 10 de julio al resto de las tropas del caudillo
entrerriano en Río Seco, donde las destrozó completamente. Ramírez lograba
escapar, gracias a la superioridad de su montado, seguido de unos pocos
soldados y de su compañera "la
Delfina", que vestida de oficial lo acompañaba en todas sus campañas. Un
tiro de boleadoras hizo rodar el caballo
de ésta, que cayó en manos de sus perseguidores. Ramírez volvió grupas y
atropelló a lanzazos al tropel enemigo, en un intento desesperado por salvarla,
en cuya circunstancia fue muerto de un pistoletazo en el pecho.
El varón cabal perece
dichoso en la adversidad,
si le abren sus puertas de oro
patria, amor y libertad.
Leopoldo Lugones ha cantado el episodio y comenta así esa muerte
envidiable.
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