Era cacique por derecho hereditario de Tinta (Bajo Perú) y rico propietario. Había recibido buena instrucción en su villa natal, completada por los jesuitas en el Colegio de Cuzco. Dedicado al negocio de las arrias, había recorrido el Bajo y el Alto Perú, logrando fortuna y amigos. Vivía, al decir de sus historiadores, como un príncipe, rodeado de servidores y un capellán a su servicio. Vestía lujosamente, a la española: terciopelo negro, medias de seda, hebillas de oro, camisa bordada, chaleco de tisú de oro, sombrero de castor; sobre el traje llevaba bordados de oro, insignia de su condición caciquil. Su rebeldía fue súbita. Una noche —el 4 de septiembre de 1780— encuentra en una fiesta de cumpleaños del rey al corregidor de Tinta, Antonio Arriaga, con quien discute por la represión de Cochabamba y cobro de los “repartimientos”. Tupac-Amaru lo espera a la salida con sus parciales, lo apresa y hace escribir una carta a su cajero pidiendo dinero que distribuye a los indios. Sin misericordia ahorca al infeliz en la plaza de Tungasuca.
Al grito de Tinta responden los pueblos cercanos del Bajo Perú. José Gabriel no puede controlar el movimiento que se extiende al Cuzco. Cada “corregimiento” lo interpreta a su manera: en San Pedro de Bella Vista los indios pasan a degüello a los blancos, hombres, mujeres y niños; en Calca agregan a los mestizos. El grito, que había sido la rebelión contra los malos administradores, toma tonalidades raciales. Se habla del Inca redivivo.
Aquello es desordenado y absurdo, y Tupac-Amaru ve cómo los excesos van a desvirtuar su pronunciamiento y llevarlo a una derrota segura. El 15 de noviembre quiere poner orden asumiendo la jefatura. Dará satisfacción a los suyos proclamándose Rey Inca.
Un ejército de quince mil hombres sale de Lima al mando de Gaspar de Avilés (luego virrey en Buenos Aires y Perú). El Inca ordena el ataque a Cuzco, perola acción es apresurada, y aunque cuenta más hombres, no tienen éstos el armamento ni la instrucción suficiente: se estrella contra las fortificaciones y artillería de la ciudad, y debe retirarse en desastre. Se entrega en Tinta a Areche, escribiéndole el 5 de marzo: le dice que ha obrado “en alivio de los pobres provincianos, españoles e indios, buscando el sosiego de este reino, el adelantamiento de los reales tributos y que no tenga en ningún momento opción de entregarse a otras naciones infieles”; espera se modifique el régimen tributario, y se ofrece como único responsable de la rebelión: “Aquí estoy para que me castiguen solo, al fin de que otros queden con vida y yo solo con el castigo”.
El visitador le pregunta el nombre de los demás conspiradores. Contesta con gallardía: “Nosotros somos los únicos conspiradores; Vuestra Merced por haber agobiado al país con exacciones insoportables, y yo por haber querido libertar al pueblo de semejante tiranía”.
El 15 de marzo el visitador dicta sentencia. No se limita a la pena de muerte por degüello, con espada, como hubiera correspondido a un noble; ni la reduce al jefe que se ha declarado único responsable. Areche es absurdamente cruel: a Tupac-Amaru le arrancarán la lengua “por los vituperios contra los ministros del Rey”, después será atado vivo por cada pie y mano a cuatro potros que tirarán en opuestas direcciones hasta despedazarlo; sus miembros serán exhibidos en la picota de los pueblos rebelados. A su mujer, Micaela Bastida, también le arrancarían la lengua, dándole garrote vil a ella y a la cacica de Acós; seis compañeros serían ahorcados. Fernando, hijo del cacique, de doce año, debía contemplar la tortura del padre y permanecer el resto de la vida en presidio. Lo mismo, harán con los hermanos del cacique, a pesar de no haber tomado parte en la rebelión.
No pudo cumplirse la sentencia al pie de la letra; los potros no consiguieron despedazar a Tupac-Amaru, que debió ser decapitado; a Micaela Bastida no pudo cortársele la lengua, y fue al garrote con ella. Fernando morirá de privaciones en la prisión.
La rebelión se extiende al Alto Perú. Sucesos de Jujuy y La Rioja.
Al tiempo de capturarse al jefe, la rebelión se ha extendido al Alto Perú. En Oruro los criollos se han apoderado en ero del cabildo, unidos con los indios contra los españoles; pero las masacres del Bajo Perú contra los blancos, han hecho que el jefe de la rebelión, el criollo Jacinto Rodríguez, que al hacerse cargo del gobierno el 10 de febrero ha vestido ropas indias y reconocido a Tupac-Amaru como monarca, atemorizado se pase a los españoles y coopere en luchar contra los indios.
El estado de conmoción del Alto Perú mueve al virrey Vértiz a mandar tropas de línea. No lo hace con las milicias porque tiene dudas de su fidelidad, como escribe José de Gálvez el 30-4-1781:
“… en estos parajes reconozco, si no una adhesión a las turbulencias que hoy agitan al Perú, a lo menos una frialdad e indiferencia… (las milicias se muestran) disgustadas, y vacilante su obediencia por imitar a las gentes del Perú”.
Tras las tremendas represiones, tanto Vértiz como el virrey del Perú obran con prudencia. Obtienen de Madrid la cesantía de Areche y que se deje sin efecto el alza de las alcabalas. “No era brillante ganancia —dice un comentarista— cobrar unos pesos más a cambio de tales revoluciones”.
La conmoción se tranquiliza y diluye. Los indios quedaron escarmentados, y no se moverían más. Pero los criollos, blancos y mestizos, añorarán el breve y turbulento gobierno del Rey Inca que no pudo estabilizarse por el desenfreno popular y el cariz racial; treinta y cinco años más tarde —en el Congreso de Tucumán de 1816— Belgrano con el apoyo de los diputados altoperuanos propondría la coronación con Rey Inca al hermano de Tupac-Amaru, que envejecido y enfermo permanecía prisionero en las casamatas de Cádiz.
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