Rosas

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domingo, 25 de octubre de 2020

Rosas y los gauchos

 Por Horacio Giberti

Su cordial actitud para con los peones y gente humilde obedece a una norma que se habría impuesto a sí mismo, como lo señalara en sus confidencias a Vázquez: «Yo, señor Vázquez, he tenido siempre mi sistema particular; conozco y respeto los talentos de muchos de los señores que han gobernado el país y especialmente de los señores Rivadavia, Agüero y otros de su tiempo; pero a mi parecer, todos cometían un grande error; los gobiernos se conducían muy bien para la gente ilustrada pero despreciaban los hombres de las clases bajas, los de la campaña que son la gente de acción. Usted sabe la disposición que hay siempre en el que no tiene contra los ricos y superiores: me pareció, pues, desde entonces muy importante conseguir una influencia grande sobre esa clase para contenerla o para dirigirla y me propuse adquirir esa influencia; por esto me fue preciso trabajar con mucha constancia, con muchos sacrificios de comodidades y de dinero, hacerme gaucho como ellos, hablar como ellos; protegerlos, hacerme su apoderado, cuidar de sus intereses» (Levene, 1927, t. I, pág. 282).

La dirección de enormes estancias que agrupaban gran número de peones, y su habilidad para granjearse las simpatías de éstos, lo convirtieron en jefe de respetables masas de hombres, capaces de entrar en acción como cuerpos de línea. «El estanciero de mucho campo y mucho ganado —señala Cárcano (1917, pág. 72)— era el hombre influyente por la cantidad de capataces, peonadas, pulperos y acarreadores que vivían a su lado». En Monte, zona de frontera, Rosas había militarizado a sus peones, los famosos Colorados, que más tarde fueron oficializados: el gobernador Rodríguez dictó un decreto por el cual Buenos Aires sólo tendría dos regimientos de caballería, de ellos uno en la Guardia del Monte (Ingenieros, 1951, t. I, pág. 587). Los Colorados eran reconocidos y asegurada la falta de competidores.

Son esas fuerzas las que comienzan a entrar en acción cuando Rosas olvida su anterior indiferencia por la política y empieza a participar en ella hacia 1820, época en que la anarquía llega a su punto máximo. No puede extrañar que el primer estanciero bonaerense luche contra los caudillos del litoral que deseaban liberarse del puerto de Buenos Aires para sus exportaciones de cuero y tasajo. El tratado de Benegas (24-11-820), que pone fin a la lucha entre Buenos Aires y Santa Fe, otorga a ésta 25.000 vacunos para compensarle los daños sufridos. Rosas garantiza el cumplimiento de la cláusula y envía al caudillo López 5.146 cabezas más de las prometidas, la estancia «El Rey» (6 leguas cuadradas) con mejoras y ganados, el derecho a recaudar el diezmo en Arrecifes y una propiedad de 32 leguas cuadradas al norte de la capital santafesina.  Rosas años más tarde dijo, «Santa Fe en armonía, paz y amistad es una columna de orden en nuestra provincia; por el contrario, en guerra o en tregua presenta el punto de apoyo a los descontentos, sediciosos, perturbadores y aspirantes; es, en suma, la columna para la anarquía en Buenos Aires. Ante tal conflicto medité que para que la paz fuera sólida, sería un arbitrio proporcionar cómo hacer propietarios en la campaña de Santa Fe y dar ocupación a sus habitantes» (lbarguren, pág. 96).

Las continuas luchas civiles eran consecuencia de rápidos cambios sociales que en pocos años privaron al gaucho de ganado y tierra ajenos, antes usados sin mayor restricción. Esos gauchos formaban una creciente masa disconforme, presa fácil de caudillejos hábiles para halagarlos y utilizarlos en su lucha por el poder. Rosas comprendió el problema y trató en toda forma de conquistar al gaucho y afianzarlo en sus estancias; lograba así soldados para la causa y paz para su trabajo.

“El gobierno no intervenía en sus dominios: pero, en cambio, Rosas mantenía en ellos una disciplina ejemplar. Más gaucho que todos los gauchos era, a la vez, su protector, Justiciero y organizador hasta lo indecible, sus establecimientos se citaban en toda la provincia como inigualables modelos de orden y de actividad. La holgazanería, la embriaguez, el robo, eran violentamente castigados; y, entre todos los castigos, se tenía por más grave la expulsión del culpable, que perdiendo el amparo de tan extraordinario amo quedaba expuesto otra vez a la persecución del gobierno».(José Ingenieros)

Respecto al gaucho desposeído y sin perspectivas, factor permanente de luchas intestinas, acota Juan Álvarez (pág. 104): «Parece que esta explicación de los hechos permite comprender por qué, desde Artigas a López Jordán, hubo permanentemente sobre el litoral millares de hombres descontentos y dispuestos a rodear, con una popularidad que no conoció la guerra contra España, a cuantos se alzaran contra el gobierno autor de las nuevas fórmulas económicas. Ella justifica que el principal aspecto de nuestras querellas intestinas fuese el reparto, entre los vencedores, del rebaño del vencido, y atribuye un sentido preciso al pacto secreto que terminó la guerra entre Santa Fe y Buenos Aires el 24 de noviembre de 1820, mediante la entrega de 25.000 cabezas de ganado. Frente al lema la pampa y las vacas para todos, alzábase el derecho de propiedad».

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