Por Horacio Giberti
Su
cordial actitud para con los peones y gente humilde obedece a una norma que se
habría impuesto a sí mismo, como lo señalara en sus confidencias a Vázquez: «Yo,
señor Vázquez, he tenido siempre mi sistema particular; conozco y respeto los
talentos de muchos de los señores que han gobernado el país y especialmente de
los señores Rivadavia, Agüero y otros de su tiempo; pero a mi parecer, todos
cometían un grande error; los gobiernos se conducían muy bien para la gente
ilustrada pero despreciaban los hombres de las clases bajas, los de la campaña
que son la gente de acción. Usted sabe la disposición que hay siempre en el que
no tiene contra los ricos y superiores: me pareció, pues, desde entonces muy
importante conseguir una influencia grande sobre esa clase para contenerla o
para dirigirla y me propuse adquirir esa influencia; por esto me fue preciso
trabajar con mucha constancia, con muchos sacrificios de comodidades y de
dinero, hacerme gaucho como ellos, hablar como ellos; protegerlos, hacerme su
apoderado, cuidar de sus intereses» (Levene, 1927, t. I, pág. 282).
La
dirección de enormes estancias que agrupaban gran número de peones, y su
habilidad para granjearse las simpatías de éstos, lo convirtieron en jefe de respetables
masas de hombres, capaces de entrar en acción como cuerpos de línea. «El
estanciero de mucho campo y mucho ganado —señala Cárcano (1917, pág. 72)— era
el hombre influyente por la cantidad de capataces, peonadas, pulperos y
acarreadores que vivían a su lado». En Monte, zona de frontera, Rosas había
militarizado a sus peones, los famosos Colorados, que más tarde fueron
oficializados: el gobernador Rodríguez dictó un decreto por el cual Buenos
Aires sólo tendría dos regimientos de caballería, de ellos uno en la Guardia
del Monte (Ingenieros, 1951, t. I, pág. 587). Los Colorados eran
reconocidos y asegurada la falta de competidores.
Son
esas fuerzas las que comienzan a entrar en acción cuando Rosas olvida su
anterior indiferencia por la política y empieza a participar en ella hacia
1820, época en que la anarquía llega a su punto máximo. No puede extrañar que
el primer estanciero bonaerense luche contra los caudillos del litoral que
deseaban liberarse del puerto de Buenos Aires para sus exportaciones de cuero y
tasajo. El tratado de Benegas (24-11-820), que pone fin a la lucha entre
Buenos Aires y Santa Fe, otorga a ésta 25.000 vacunos para compensarle los
daños sufridos. Rosas garantiza el cumplimiento de la cláusula y envía al
caudillo López 5.146 cabezas más de las prometidas, la estancia «El
Rey» (6 leguas cuadradas) con mejoras y ganados, el derecho a recaudar el
diezmo en Arrecifes y una propiedad de 32 leguas cuadradas al norte de la
capital santafesina. Rosas años más
tarde dijo, «Santa Fe en armonía, paz y amistad es una columna de orden en
nuestra provincia; por el contrario, en guerra o en tregua presenta el punto de apoyo a los
descontentos, sediciosos, perturbadores y aspirantes; es, en suma, la columna
para la anarquía en Buenos Aires. Ante tal conflicto medité que para que la paz
fuera sólida, sería un arbitrio proporcionar cómo hacer propietarios en la
campaña de Santa Fe y dar ocupación a sus habitantes» (lbarguren, pág. 96).
Las continuas luchas civiles eran consecuencia de rápidos
cambios sociales que en pocos años privaron al gaucho de ganado y tierra
ajenos, antes usados sin mayor restricción. Esos gauchos formaban una creciente
masa disconforme, presa fácil de caudillejos hábiles para halagarlos y
utilizarlos en su lucha por el poder. Rosas
comprendió el problema y trató en toda forma de conquistar al gaucho y
afianzarlo en sus estancias; lograba así soldados para la causa y paz para su
trabajo.
“El gobierno no intervenía en sus dominios: pero, en cambio,
Rosas mantenía en ellos una disciplina ejemplar. Más gaucho que todos los
gauchos era, a la vez, su protector, Justiciero y organizador hasta lo
indecible, sus establecimientos se
citaban en toda la provincia como inigualables modelos de orden y de actividad.
La holgazanería, la embriaguez, el robo, eran violentamente castigados; y,
entre todos los castigos, se tenía por más grave la expulsión del culpable, que
perdiendo el amparo de tan extraordinario amo quedaba expuesto otra vez a la
persecución del gobierno».(José Ingenieros)
Respecto al gaucho desposeído y sin perspectivas, factor
permanente de luchas intestinas, acota Juan Álvarez (pág. 104): «Parece que
esta explicación de los hechos permite comprender por qué, desde Artigas a
López Jordán, hubo permanentemente sobre el litoral millares de hombres
descontentos y dispuestos a rodear, con una popularidad que no conoció la
guerra contra España, a cuantos se alzaran contra el gobierno autor de las nuevas
fórmulas económicas. Ella justifica que el principal aspecto de nuestras
querellas intestinas fuese el reparto, entre los vencedores, del rebaño del
vencido, y atribuye un sentido preciso al pacto secreto que terminó la guerra
entre Santa Fe y Buenos Aires el 24 de noviembre de 1820, mediante la entrega
de 25.000 cabezas de ganado. Frente al
lema la pampa y las vacas para
todos, alzábase el derecho de propiedad».
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