Junio 25 de 1821. Hoy tuve una entrevista con el general San Martín, a bordo de una goletita de su propiedad, anclada en la rada del Callao, para comunicarse con los diputados que, durante el armisticio, habíanse reunido en un buque fondeado en el puerto. A primera vista había poco que llamara la atención en su aspecto, pero cuando se puso de pie y empezó a hablar su superioridad fue evidente. Nos recibió muy sencillamente, en cubierta, vestido con un sobretodo suelto y gran gorra de pieles, y sentado junto a una mesa hecha con unos cuantos tablones yuxtapuestos sobre algunos barriles vacíos.
Es hombre hermoso, alto, erguido, bien proporcionado, con gran nariz aguileña, abundante cabello negro, e inmensas y espesas patillas obscuras que se extienden de oreja a oreja por debajo del mentón; su color era aceitunado oscuro, y los ojos, que son grandes, prominentes y penetrantes, negros como azabache, siendo todo su aspecto completamente militar. Es sumamente cortés y sencillo, sin afectación en sus maneras, excesivamente cordial e insinuante y poseído evidentemente de gran bondad de carácter; en suma, nunca he visto persona cuyo trato seductor fuese más irresistible. En la conversación abordaba inmediatamente tópicos substanciales, desdeñando perder tiempo en detalles; escuchaba atentamente y respondía con claridad y elegancia de lenguaje, mostrando admirables recursos en la argumentación y facilísima abundancia de conocimientos, cuyo efecto era hacer sentir a sus interlocutores que eran entendidos como lo deseaban. Empero nada había ostentoso o banal en sus palabras, y aparecía ciertamente en todos los momentos perfectamente serio, profundamente poseído de su tema. A veces se animaba en sumo grado y entonces el brillo de su mirada y todo cambio de expresión se hacían excesivamente enérgicos, como para remachar la atención de los oyentes, imposibilitándola de esquivar sus argumentos. Esto era más notable cuando trataba de política, tema sobre que me considero feliz de haberlo oído expresarse con frecuencia. Pero su manera tranquila era no menos sorprendente y reveladora de una inteligencia poco común; pudiendo también ser juguetón y familiar, según el momento, y cualquiera que haya sido el efecto producido en su mente por la adquisición posterior de gran poder político, tengo la certeza de que su disposición natural es buena y benevolente.Durante la primera visita que hice a San Martín, vinieron varias personas de Lima para discutir privadamente el estado de los negocios, y en esta ocasión expuso con claridad sus opiniones y sentimientos y nada vi en su conducta posterior que me hiciera dudar de la sinceridad con que entonces habló. La lucha en el Perú, decía, no es común, no era guerra de conquista y gloria, sino enteramente de opinión; era guerra de los principios modernos y liberales contra las preocupaciones, el fanatismo y la tiranía.
«La gente pregunta —decía San Martín— por qué no marcho
sobre Lima al momento. Lo podría hacer e instantáneamente lo haría, si así
conviniese a mis designios, pero no conviene. No busco gloria militar, no
ambiciono el título de conquistador del Perú, quiero solamente librarlo de la
opresión. ¿De qué me serviría Lima, si sus habitantes fueran hostiles en
opinión política? ¿Cómo podría progresar la causa independiente si yo tomase
Lima militarmente y aun el país entero? Muy diferentes son mis designios.
Quiero que todos los hombres piensen como yo y no dar un solo paso más allá de
la marcha progresiva de la opinión pública; estando ahora la capital madura
para manifestar sus sentimientos, le daré oportunidad de hacerlo sin riesgo. En
la expectativa segura de este momento, he retardado hasta ahora mi avance, y
para quienes conozcan toda la amplitud de medios de que dispongo, aparecerá la
explicación suficiente de todas las dilaciones que han tenido lugar. He estado
ciertamente ganando día por día, nuevos aliados en los corazones del pueblo. En
el punto secundario de fuerza militar, he sido por las mismas causas igualmente
feliz, aumentando y mejorando el ejército libertador, mientras el realista ha
sido debilitado por la escasez y deserción. El país ahora se ha dado cuenta de
su Si o interés, y es razonable que los habitantes tengan los os de expresar lo
que piensan. La opinión pública es máquina recién introducida en este país; los
españoles, incapaces de dirigirla, han prohibido su uso, pero ahora
experimentarán su fuerza e importancia». Domingo
16 de diciembre. La ceremonia de fundar la Orden del Sol se verificó este
día en palacio.
San Martín congregó a los oficiales y civiles que iban a ser
recibidos en la Orden, en uno de los salones más antiguos del palacio. Era
habitación larga, angosta, vieja, con friso de madera obscuro cubierto de
adornos dorados, cornisas talladas y fantásticos artesonados de relieve en el
techo. El piso estaba cubierto con rico tapiz Gobelino, y a cada lado estaba
adornado con larga línea de sofás y sillas de brazo de altos respaldos con
perillas doradas, tallados en los brazos y patas, y asientos de terciopelo
punzó. Las ventanas, que eran altas, angostas y enrejadas como de cárcel,
miraban a un gran patio cuadrado, plantado con profusos naranjos, guayabos y
otros frutales del país, mantenido tibio y fresco por cuatro fuentes que
funcionaban en los ángulos. Por sobre la copa de los árboles, entre las torres
del convento de San Francisco, se podían ver las cimas de los Andes cubiertas
de nubes. Tal era el gran salón de audiencias de los virreyes del Perú.
San Martín se sentaba en el testero del salón, ante un
inmenso espejo, con sus ministros a ambos lados. El presidente del Consejo, en
el otro extremo del salón, entregaba a varios caballeros las cintas y
condecoraciones, pero el Protector en persona les imponía la obligación, bajo
palabra de honor, de mantener la dignidad de la Orden y la independencia del
país.
Como medida de primordial importancia, San Martín buscaba
implantar el sentimiento de la independencia por algún acto que ligase los
habitantes de la capital a su causa. El 28 de julio, por consiguiente, se
celebraron ceremonias para proclamar y jurar la independencia del Perú. Las
tropas formaron en la plaza Mayor, en cuyo centro se levantaba un alto tablado,
desde donde San Martín, acompañado por el gobernador de la ciudad y algunos de
los habitantes principales, desplegó por primera vez la bandera independiente
del Perú, proclamando, al mismo tiempo, con voz esforzada: «Desde este momento
el Perú es libre e independiente por voluntad general del pueblo y por la
justicia de su causa, que Dios defiende». Luego, batiendo la bandera, exclamó:
«Viva la patria. Viva la independencia. Viva la libertad», palabras que fueron
recogidas y repetidas por la multitud que llenaba la plaza y calles adyacentes,
mientras repicaban todas las campanas y se hacían salvas de artillería entre
aclamaciones tales como nunca se habían oído en Lima. La nueva bandera peruana
representa el sol naciente apareciendo por sobre los Andes, vistos detrás de la
ciudad, con el río Rimac bañando su base. Esta divisa, con un escudo circundado
de laurel, ocupa el centro de la bandera, que se divide diagonalmente en cuatro
piezas triangulares: dos rojas y dos blancas.
Del tablado donde estaba el pie de San Martín y de los
balcones del palacio se tiraron medallas a la multitud, con inscripciones
apropiadas. Un lado de estas medallas llevaba: «Lima libre juró su
independencia, en 28 de julio de 1821», y en el anverso: «Baxo la protección
del exercito Libertador del Perú, mandado por San Martín». Las mismas
ceremonias se celebraron en los puntos principales de la ciudad, o, como se
decía en la proclama oficial: «en todos aquellos parajes públicos donde en
épocas pasadas se anunciaba al pueblo que debía soportar sus miserias y pesadas
cadenas».
Después de hacer el circuito de Lima, el general y sus
acompañantes volvieron a palacio para recibir al lord Cochrane, quien acababa
de llegar del Callao.
La ceremonia fué imponente. El modo de San Martín era
completamente fácil y gracioso, sin que hubiese en él nada de teatral o
afectado, pero era asunto de exhibición y efecto, completamente repugnante a
sus gustos. Algunas veces creí haber percibido en su rostro una expresión
fugitiva de impaciencia o desprecio de sí mismo, por prestarse a tal mojiganga,
pero si realmente fuera así, prontamente reasumía su aspecto acostumbrado de
atención y buena voluntad para todos los que le rodeaban.
El día siguiente, domingo 29 de julio, se cantó Tedeum y
celebró misa mayor en la catedral, cantada por el arzobispo, seguida de sermón
adaptado a la ocasión por un fraile franciscano. Apenas terminó la ceremonia
religiosa, los jefes de las varias reparticiones se reunieron en palacio y
juraron por Dios y la Patria mantener y defender, con su fama, personas y
bienes, la independencia peruana, del gobierno de España y de cualquiera otra
dominación extranjera. Este juramento fué hecho y firmado por todo habitante
respetable de Lima, de modo que, en pocos días, las firmas de la declaración de
la independencia montaban a cerca de cuatro mil. Se publicó en una gaceta
extraordinaria y circuló profusamente por el país, lo que no solamente dió
publicidad útil al estado de la capital, sino que comprometió profundamente a
quienes hubiera agradado que su adhesión a la medida hubiera permanecido
ignorada.
Por la noche, San Martín dió un baile en palacio, de cuya
alegría participó él mismo cordialmente; bailó y conversó con todos los que se
hallaban en el salón, con tanta soltura y amabilidad que, de todos los
asistentes, él parecía ser la persona menos embargada por cuidados y deberes.
En los bailes públicos y privados prevalece una costumbre
extraña en este país. Las damas de todo rango no invitadas, vienen veladas y se
paran en las ventanas o en los corredores, y a menudo entran en el salón. Se
las llama «tapadas», porque sus rostros están cubiertos y su objeto es observar
la conducta de sus amigos, que no pueden reconocerlas, a quienes atormentan con
dichos maliciosos, siempre que están al alcance de su voz. En palacio, la noche
deldomingo, estaban las «tapadas» algo menos adelante que de costumbre, pero en
el baile del Cabildo, dado con anterioridad, la parte inferior del salón estaba
llena de ellas y mantuvieron un fuego graneado de bromas con los caballeros al
finalizar el baile.
BASILIO HALL
BASILIO HALL (1783-1844). — Marino escocés. Escribió varios
libros sobre sus viajes por Oriente y por América: Viaje de descubierta a la
costa occidental de Corea y a Lu-chú (1817); Extracto del Diario escrito en las
costas de Chile, Perú y México en los años 1820, 1821 y 1822 (1824). (Hay
traducción francesa de 1825); Viajes a la América del Norte (1829) y Miscelánea
(1841). Hall conoció al general San Martín en el Perú y sus Extractos del viaje
por las costas del Pacífico fué traducido en 1820 por el doctor Carlos A.
Aldao, precisamente con el nombre de El general San Martín en el Perú. (La
Cultura Argentina).
No hay comentarios:
Publicar un comentario