Rosas

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miércoles, 24 de febrero de 2021

Los fusilamientos de 1956

Por Pablo Vazquez

El jueves 16 de junio de 1955 una escuadrilla de la aviación naval, conducida por militares amotinados con apoyo en tierra de infantes y “comandos civiles”, ametralló y arrojó sobre la Casa Rosada, la Plaza de Mayo, y otras zonas cercanas, más de 10 toneladas de explosivos. Esta masacre tuvo como saldo a más de 350 argentinos muertos y 2.000 heridos, quedando la mayoría de ellos lisiados en forma permanente.
Tres meses después, el 16 de septiembre, un movimiento cívico-militar, con epicentro en Córdoba y otros puntos del país, se levantó en armas contra el gobierno constitucional del Presidente Juan Perón, llevándolo a éste al exilio.
El 23 septiembre el general Eduardo Lonardi y el almirante Isaac Francisco Rojas se hicieron cargo del gobierno nacional bajo el nombre de “Revolución Libertadora”. Al tiempo crearon la Junta Consultiva Nacional para asesorar políticamente al gobierno, integrada por Oscar Alende, Alicia Moreau de Justo, Miguel Angel Zabala Ortiz, Julio A. Noble, Luciano Molinas, Nicolás Repetto y Horacio Storni, entre otros políticos antiperonistas.
El 13 de noviembre de dicho año las FF. AA. deponen a Lonardi, asumiendo de facto el general Pedro Eugenio Aramburu, quien con Rojas intensificó la escalada represiva al intervenir la CGT, secuestrar el cadáver de Eva Perón, disolver por decreto al Partido Peronista, perseguir, torturar y encarcelar a militantes peronistas y anulando todos los derechos sociales alcanzados por el pueblo.
El 9 de marzo de 1956 el decreto ley 4161 prohibió – bajo pena de prisión de 6 años o más – nombrar a Perón y Evita, cantar las marchas partidarias, usar escudo peronista, leer La Razón de mi vida y los discursos o escritos de Perón, escribir las iniciales E.R, J.P o P.P o utilizar las expresiones “Tercera Posición”, “Justicialista” o “Peronismo”. Además se reimplantó la Constitución liberal de 1853, anulándose los derechos sociales de la Constitución de 1949 y las reformas de las constituciones provinciales.
Esto sería el preludio del drama argentino que alcanzará su máxima intensidad el 24 de marzo de 1976 y sus 30.000 desaparecidos. El 16 de junio de 1955 fue la verdadera fecha de nacimiento del Proceso.

Frente a este clima represivo el general Juan José Valle, que un año antes había rendido la posición rebelde del ministerio de Marina que se había sublevado contra Perón, con un grupo de oficiales del campo nacional, acompañado por militantes sindicales y peronistas, planteó – al inicio de la Proclama del “Movimiento de Recuperación Nacional”- que “las horas dolorosas que vive la República, y el clamor angustioso de su pueblo, sometido a la más cruda y despiadada tiranía, nos han decidido a tomar las armas para restablecer en nuestra patria el imperio de la libertad y la justicia al amparo de la Constitución y las leyes”.
Esta acción heroica y desesperada sufrió la infiltración de personeros de la dictadura de Rojas y Aramburu, quienes disponen reprimir a dicho movimiento usándolo como “ejemplo” ante posibles nuevos levantamientos.
Entre el 9 y el 12 de junio se produjo la salvaje represión que culminó con el fusilamiento de 33 civiles y militares en los basurales de José León Suarez, en dependencias policiales de Lanús, en La Plata y en la Penitenciaría Nacional.
Antes de ser fusilado Valle le dirá, por carta, a Aramburu: “Conservo toda mi serenidad ante la muerte. Nuestro fracaso material es un gran triunfo moral. Nuestro levantamiento es una expresión más de la indignación incontenible de la inmensa mayoría del pueblo argentino esclavizado… Sólo buscábamos la justicia y la libertad del 95% de los argentinos, amordazados, sin prensa, sin partido político, sin garantías constitucionales, sin derecho obrero, sin nada. No defendemos la causa de ningún hombre ni de ningún partido”.
Hecho de sangre ocultado en la historia oficial, fue descripto inicialmente por Rodolfo Walsh en una serie de nueve notas para la revista Mayoría de los hermanos Jacovella y luego en artículos del periódico Revolución Nacional. Walsh, de inicial militancia nacionalista en la Alianza Libertadora Nacionalista, se transformó -según sus palabras- en “un hombre de izquierda” y conspiró contra el gobierno de Perón, apoyando el golpe de 1955. Sus contactos en medios nacionalistas le permitieron difundir, como escribió él en el prólogo de la primera edición, “estos hechos tremendos para darlos a conocer en la forma más amplia, para que inspiren espanto, para que no puedan jamás volver a repetirse… El torturador que a la menor provocación se convierte en fusilador es un problema actual, un claro objetivo para ser aniquilado por la conciencia civil… bastaron seis horas de motín para que asomara su repugnante silueta”.
Dicha investigación luego se publicó en su obra Operación Masacre (1957); a la que le siguieron pocos –lamentablemente- pero buenos trabajos de Salvador Ferla en Mártires y Verdugos (1966); Daniel Brion en El Presidente Duerme (2010); y Jorge Luis Ferrari en Crónica de una revolución: El 9 de junio de 1956 en La Pampa (2012).

La implementación brutal del terrorismo de Estado marcó el camino a la aplicación del Plan Conintes, de la represión en el Frigorífico Lisandro de La Torre, de la desaparición de Felipe Vallese y la posterior ola represiva contra el campo nacional.
Sólo la resistencia popular, el unir fuerzas entre los humildes, los trabajadores y las organizaciones especiales posibilitó hacer frente a los dictadores, en una lucha de años que – si vemos algún expresiones actuales – parece que vuelven a explicitar su odio contra las causas populares. Queda en nosotros seguir desde nuestros espacios, apoyando desde la militancia enmarcada en un proyecto nacional, enfrentar a dichos “profetas del odio” con hechos, con convicción, sin miedos, recordando la gesta de los mártires de 1956, y de todas y todos los que ofrendaron su vida por una patria soberana, armados con la espada de la verdad que es el pueblo organizado.

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