Por el Prof. Jbismarck
Una anécdota dice que un día Alfonsina Storni estaba en la mesa de un bar con su amigo Santiago Cozzolino y le dijo: “Estoy enferma de soledad... ¿No cree usted que yo debería haberme casado? Pero nadie quiere casarse conmigo”. El amigo reaccionó así: ¡Cásese conmigo, Alfonsina! De una tertulia literaria habida en Santa Fe, Alfonsina obtuvo un romance y de allí un hijo, Alejandro. El nacimiento se produjo en 1912 y del parto nació otro verso célebre: Yo soy como la loba, ando sola y me río... El hijo y después yo, y después,... ¡lo que sea! Las relaciones de Alfonsina Storni, madre soltera y feminista, fueron circunstanciales y desmentidas. El escritor uruguayo Horacio Quiroga, que había llegado de su refugio en San Ignacio, Misiones, durante el año 1916, conocería a Alfonsina Storni en 1922 cuando ella frecuentaba la casa del pintor Emilio Centurión, de donde surgiría el grupo Anaconda. Horacio Quiroga era ya el autor de sus libros más importantes, Cuentos de la selva, Anaconda, El desierto, y vivía de sus colaboraciones en diarios y revistas donde desempeñó un papel protagónico en el intento de profesionalizar la escritura. Alfonsina había publicado sus libros Irremediablemente (1919) y Languidez (1920). Compartieron conferencias, tertulias, provocaciones y la pasión por Wagner. Disfrutaban mucho estar juntos, los unía una complicidad indestructible. El escritor uruguayo mencionaba a Alfonsina frecuentemente en sus cartas entre los años 1919 y 1922, ese es el período en el que se presume que la relación fue más intensa. En sus misivas a su amigo José María, la menciona con respeto por su obra, la trata como su igual y solo con el nombre de Alfonsina. Hay testimonios de momentos compartidos por la pareja en la Banda Oriental. En 1925, Horacio Quiroga se radicó en Misiones. Había ido por primera vez a esa provincia en 1903, acompañado por Leopoldo Lugones. Cuando decidió regresar, pero para vivir en la selva, intentó convencer a Alfonsina. Fue Benito Quinquela Martín quien la disuadió: “¿Con ese loco? ¡No!”. El pintor tenía una relación áspera con Quiroga, quien lo llamaba “chinche”, porque el verdadero apellido del pintor de la Boca era Chinchela.
Lo cierto es que el escritor viajó solo a San Ignacio, dejando su departamento al uruguayo Enrique Amorim. Cada tanto Alfonsina iba a esa vivienda en busca de noticias de Quiroga, quien, perdido entre la densa vegetación de ese pequeño pueblo de provincia –que le inspiraría los Cuentos de la selva; no se hacía tiempo para escribir cartas. No era un hombre que hiciera exactamente lo que se esperaba de él. Este viaje a Misiones fue una prueba de ello. Sus amigos se preguntaban: “¿Qué hace este escritor de ciudad, que ama caminar por las calles de París, pasando el día a machetazo limpio en la selva, jactándose de matar una termita en tres minutos y una víbora en veinticinco”. Pero ahí estaba, flaco como una rama, construyendo con sus propias manos su casa en la selva, remando ida y vuelta durante dos días ciento veinte kilómetros entre San Ignacio y Posadas, o capaz de viajar ochocientos kilómetros en una motocicleta destartalada para visitar a una amiga rosarina. Horacio Quiroga estuvo en Misiones un año y, a su regreso a Buenos Aires, volvió a encontrarse con Alfonsina. Se reunían en una casa que había alquilado en Vicente López, donde se leían recíprocamente sus textos, o iban al cine o a conciertos organizados por la Sociedad Wagneriana. Esta relación finalizó en 1927, cuando el escritor conoció a María Elena Bravo y se casó por segunda vez (era una joven amiga de su hija Eglé), con quien tuvo una niña. Sintiendo el rechazo de las nuevas generaciones literarias, Horacio regresó a Misiones para dedicarse a escribir en la selva y a la floricultura. Algunos estudiosos de la obra de Quiroga lo relacionan con Edgar Allan Poe por la fascinación con la muerte, los accidentes y la enfermedad, quizás debido a la vida increíblemente trágica que le tocó en suerte. Quiroga, pensó que en medio de la selva podría vivir tranquilo con su mujer y la hija de su segundo matrimonio, pero un avatar político provocó un cambio de gobierno, que rechazó los servicios del escritor y lo expulsó del consulado. Un avanzado estado de su enfermedad prostática lo hizo padecer de dolores y dificultades para orinar, hasta que una cirugía exploratoria reveló que sufría de un avanzado cáncer de próstata, intratable e inoperable. La madrugada del 19 de febrero de 1937 Horacio Quiroga bebió un vaso de agua con cianuro que lo mató pocos minutos entre espantosos dolores. Alfonsina le dedicaría un poema de versos descarnados: “Morir como tú, Horacio, en tus cabales, y así como en tus cuentos, no está mal; un rayo a tiempo y se acabó la feria...” En 1935 le diagnosticaron a Alfonsina un cáncer de mama y tuvieron que quitarle el seno derecho. Dos años después su salud empeoraba rápidamente, ella presentía el final y le costaba seguir adelante producto del dolor y de su estado anímico. En los últimos momentos de su vida tenían que inyectarle morfina por el dolor que padecía producto de la enfermedad terminal, los médicos le dieron seis meses de vida y como no podía seguir sufriendo de esa manera, decidió viajar a Mar del Plata. Envió al diario La Nación un poema de despedida titulado “Voy a dormir”, una carta a su hijo y una nota a la policía para que no culpen a nadie de su muerte. El 23 de octubre de 1938 decidió terminar con la agonía y caminó hacia el espigón de La Perla, desde donde se lanzó al mar. Obreros municipales encontraron el cuerpo que fue trasladado a la capital para ser velado en el Club Argentino de Mujeres.
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