Fue un tremendo y constante extravertido, es decir, un
hombre que vivió siempre hacia afuera. Para él la vida interior no existía. No
le preocuparon sino las cosas exteriores y objetivas: las obras de progreso,
las leyes, la política. Moverse, escribir, pelear, gritar, planear obras prácticas,
proponer a montones ideas útiles, eso fue su vida. Su voluntad era poderosa e
indomable. Sin embargo, cuando quería
algo, no paraba hasta conseguirlo. Sarmiento procedía por impulsos espontáneos
e incontenibles y que se renovaban sin cesar, sobre todo cuando algo los
obstaculizaba. Su egolatría anormal, que le llevó hasta decir que sus hechos militares
“bastarían a embellecer la foja de servicios de los más acreditados generales”;
su vanidad pueril, que le empujaba a autoelogiarse y a no tolerar el menor
disentimiento con sus ideas; Necesitaba de otros que lo exaltasen, que
propagaran sus talentos y méritos. Rivadavia, Mitre, Roca, Hipólito Yrigoyen,
contaron con fervientes y casi fanáticos fieles que los veneraban y vivían
elogiándolos. Sarmiento no los tuvo. De sus amigos de la infancia y
adolescencia, uno, Rawson, fue su adversario. Otro, Aberastain, verdadero
admirador suyo, vivía muy lejos, allá en San Juan, y murió pronto. Los demás,
como Laspiur y Cortínez, no le hicieron propaganda. No teniendo quien lo
dijera, lo dijo él mismo, y no una sino diez mil veces.
Su costumbre de mentir la había heredado. El dijo que los Sarmiento eran mentirosos y
pintó como tal a su padre. Más de una vez reconoció tener ese vicio, como en su
carta del 28 de Octubre de 1868 a Manuel Rafael García: “Si miento lo hago como don de familia, con la naturalidad y la
sencillez de la verdad”.
De un hombre que miente puede esperarse todo, hasta
el calumniar. Pero Sarmiento no faltaba a la verdad sino cuando hablaba de sí o
cuando se refería a sus contrarios. Exageraba tremendamente la maldad o los
defectos de quienes le atacaban. No tenía escrúpulos para dejar mal a un
enemigo, como cuando le escribió a García que Mitre había ido tres veces
borracho al Senado. Y sin embargo, y en lo que le era extraño, amaba la verdad.
Sublevábale que se tergiversasen loa
hechos pasados. Y quería que la Historia presentase a los hombres como hablan
sido, con sus virtudes y sus vicios. Muchas
de sus mentiras fueron creídas por otros, hasta por la posteridad, lo que es
grave.
Casi al
mismo tiempo que, escribiéndole a Mary Mánn, reconocía no haber fundado sino
veinte escuelas, de las cuales dos en la ciudad de Buenos Aires, decía a sus
amigos de la Argentina que había “sembrado” de escuelas el país...Sus
virtudes fueron la honradez y el desinterés en materia de dinero; la
generosidad, cien veces evidenciada, como cuando ascendió a un jefe que no le
había querido ascender a él; y la ausencia de rencor, que le permitía, por
ejemplo, en un artículo sobre Frías, que acababa de morir, elogiar al amigo que
pocos años atrás recordádole lo de Magallanes.
Era optimista, excusaba o comprendía los
defectos de los otros; afectuoso en el trato social, y simpático cuando quería;
sincero casi siempre; amigo de los niños; nada figurón, como es común en
nuestros hombres importantes, sino sencillo y accesible; y enemigo de chismes y
envidias. Sus odios no fueron eternos, como se ha visto en el abrazo a Alberdi;
Era ingenuo, como todo hombre demasiado
franco: ingenuo es el que no esconde ni disimula su carácter. Dejaba ver, sin
intento de impedirlo, su monstruoso orgullo y vanidad. Incurrió en numerosas y grandes maldades;
calumniar gravemente, ridiculizar en público, ofender de palabra, alegrarse de
la muerte de otros. El general Roca dijo que Sarmiento amaba a la humanidad y
no al hombre. Pero si no era permanentemente bueno, debe reconocerse que tenía
momentos de bondad.
Lo más interesante
en él era su temperamento, con sus virtudes y defectos. Su “saber”, era periodístico. No era, en
realidad, saber, sino información. Desde los treinta años escribió sobre todo.
Debía creer que el periódico equivale a la escuela, y por eso imaginaba saberlo
todo y poder enseñar y gobernar. Lo que
caracteriza al periodista es la improvisación. El improvisó sus libros como
había improvisado sus artículos y su cultura. Leyó mucho en su juventud y en
Chile. Después, no gran cosa, según
asevera Mansilla, que le trató intimamente.
Como gobernante, lo que no imitó de
los Estados Unidos fué improvisado. Gobernó
como periodista, dando excesivo lugar a la polémica y pelear con los diarios adversos.
Tan mal lo hizo en ocasiones que Posse, el más íntimo de sus amigos, vióse
obligado a combatirle en un diario de Tucumán. En cuanto al gobierno
propiamente dicho, procedió siempre con desorden. Su literatura tiene origen
periodístico y polémico y fué improvisada, y el arte no es obra de la
improvisación. Habituado, como redactor de diarios, a manejar realidades, a moverse
en la realidad y a adaptarse, fué “oportunista” en política. De ahí sus contradicciones. Por oportunismo estuvo en contra de las
intervenciones en las provincias cuando era gobernador, y en favor de las
intervenciones cuando era Presidente. Fue la
encarnación de la inestabilidad. Jamás un hombre se ha contradecido tanto. El
contradecirse es propio del periodista.
Se
objetará que Mitre fué periodista, y sin embargo... No, Mitre no fue periodista en la exacta acepción del término. Era
dueño de un diario, pero no escribía cotidianamente. Sus artículos aparecían de
tarde en tarde, y eran siempre meditados.
¿Fué Sarmiento un genio? ¿Tuvo el talento que se le atribuye? Su
inteligencia, ¿era clara, comprensiva, penetrante? Conviene recordar que
inteligencia, talento y genio no son grados de la capacidad mental. Además,
quien tiene el genio literario o musical puede no tener la menor inteligencia
en pintura o filosofía. Sarmiento fué
hombre de intuiciones. Por algunas que hay en el Facunda y en otras obras
suyas, pudiérasele creer, por lo menos un “genialoide”. Tenía imágenes e ideas de las que solemos
considerar como geniales: el exceso de caballos en el Uruguay dió origen al
caudillismo; para terminar con las guerras civiles hay que alambrar los campos;
el Paraná se desfleca —refiérese al delta— en el Plata. Pero estas frases, que
no son raras en los escritores de talento, aun
en los nada más que ingeniosos, no bastan para manifestar la genialidad. Ni tampoco las bellezas del Facundo, pues
este libro no constituye una creación sino una interpretación de personas y
sucesos históricos.
Como gobernante, Sarmiento no creó nada ni demostró
genialidad en ninguna de sus obras: no la hay en construir puentes y caminos ni
en mandar intervenciones a las provincias. Y no fué tampoco un pedagogo genial,
pues no se precisa genio para difundir ideas educacionales conocidas ni menos
para aplicarlas.
Y si el genio es, “una muy grande aptitud para la paciencia”,
Sarmiento no lo tenía. Por sus
adivinaciones considérasele un vidente. Pero esas adivinaciones, que él cacareó
durante su vida entera, como el haber previsto la revolución del 48 en Francia,
fueron pocas.
Para adivinar la grandeza de la Argentina no hacía falta ser
vidente. Muchos la previeron. En cambio él se equivocó mil veces. Anunció cosas
que no ocurrieron. No vió otras muy
importantes: el futuro valer de la Patagónia, el marxismo, la genialidad del
Martín Fierro, las luchas por la soberanía, y el peligro del yanqui, del que
nos advirtió Pellegrini. ¿Tendría
una profunda y aguda inteligencia Sarmiento? De ningún modo. Jamás interpretó o
repitió con exactitud lo que sus enemigos habían dicho. Indudablemente había en
él mala fe. Pero en ocasiones no entendía y lo confundía todo, principalmente
en materia religiosa.
No comprendía porque no meditaba. Jamás, antes de
escribir, trató pacientemente de aclarar sus ideas. lo que tenía, en alto
grado, era talento de escritor, no de gobernante, ni de política Groussac dice
que poseía el don “de suplir el análisis de los fenómenos con un admirable
poder de síntesis”. Y esto es el
talento: la aptitud para la síntesis.
Por desgracia, Sarmiento no supo administrar
su don. Además, su talento era raro, desorbitado, algo incoherente. Pero la
personalidad, que va siempre anexa al talento, él la tenía poderosa, como escritor y como
hombre. Para su posteridad Sarmiento fue
liberal, en política y en religión.
Y hasta
abundan quienes le consideran el padre del liberalismo argentino. Un liberal en política, un demócrata, no es
partidario del autoritarismo, ni en la teoría ni en la práctica. No es tampoco
un espíritu dogmático» y lo era en grado superlativo».
Desde los treinta hasta los cuarenta años
sirvió en Chile a gobiernos autoritarios y aun despóticos. En el Estado de Buenos Aires aprobó todas las
atrocidades cometidas por los sucesores de Rosas, desde la matanza de
Villamayor hasta la confinación de tal cual enemigo.
En San Juan, según él
mismo lo contó, imponía personalmente contribuciones en dinero, con amenazas de
cárcel. En Estados Unidos encontró buenos los atropellos del Presidente Johnson,
que practicaba el gobierno fuerte; como había aplaudido los golpes
dictatoriales de Lincoln. Era contrario al sufragio universal: deseaba prohibir
el voto a los menores de edad, a los analfabetos y a los negros.
Durante su Presidencia fueron fusiladas
unas treinta personas. Puso a precio la cabeza de López Jordán y de otros.
Clausuro diarios, entre ellos La Nación y La Prensa. Elogió en Argirópolis a
todos los imperialismos, inclusive al prusiano. Un liberal cree en la igualdad de los hombres:
para Sarmiento los negros, los indios, los gauchos, apenas eran seres humanos y
los odiaba.
El liberal niega al Estado el derecho de matar, y Sarmiento
defendió en Chile la pena de muerte. Ningún liberal acepta los castigos
corporales en las escuelas, y él, aunque no los estableció, los consideraba
necesarios. No es demócrata el que quiere el máximo de gobierno, y Sarmiento declaraba
el estado de sitio a dos por tres.
La fórmula del liberalismo político es: un
policía para guardar el orden, y nada más; y él quería “más educación y más
gobierno”. Jamás negó sus principios autoritarios, aunque, a la par, por una
contradicción entre sus ideales y su temperamento, declarábase liberal. Pero
como lo que vale no es tanto lo que un hombre dice como lo que hace practicó el
autoritarismo más violento.
bibliografía:
De Paoli, Pedro "Sarmiento y su gravitación en el Desarrollo Nacional"
Furlong Guillermo "En defensa de Sarmiento"
Gálvez Manuel "Vida de Sarmiento"
Lugones Leopoldo "Sarmiento"
Pérez AMuchástegui A. J. "Crónica Argentina"
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