Por el Prof. JBismarck
Ante la muerte de Sir Manuel Quintana, José Figueroa Alcorta
asumió la efectividad del poder, que desempeñaba provisoriamente desde
diciembre por enfermedad del titular.
Figueroa Alcorta, nacido en Córdoba en 1860, había estudiado
leyes en su ciudad natal. Al año de recibirse integraba como senador la
legislatura de su provincia: eran tiempos de juarismo y el joven político
frecuentó “El Panal”, que prestigiaba al unicato y apoyaba la candidatura
méritos oficialistas en “El Interior”. En
1892 será diputado nacional roquista, y tres años más tarde asciende a la gobernación de Córdoba, donde sostiene en 1898 la
candidatura presidencial de su jefe Julio A. Roca. Ese año, terminado su período de
gobernador, será senador nacional por nueve años. Fue elegido por Roca para integrar la fórmula
presidencial con Manuel Quintana. El
episodio que le tocó vivir en la revolución del 4 de febrero de 1905 (capturado
por los Radicales) lo distanció de
Quintana.
Figueroa guardó prudente silencio, pero se le atribuyó debilidad de
carácter y se movió una campaña para eliminarlo del cargo. El resentimiento de
Quintana y el juego político de Ugarte (temeroso que por el estado de salud del
Presidente ocupase el puesto un roquista) preanunciaron un juicio político.
Emilio Mitre empezó el ataque en La Nación, sólo acallado por el estado de
sitio. No se llegó a nada porque Pellegrini desde Europa tomó su defensa, y
porque Quintana moriría antes de madurar el complot. Contra lo supuesto por sus detractores,
Figueroa reveló condiciones de carácter y energía. Sin capital político propio
y sin prestigio personal, supo conducirse como un jefe “único” y mostró rasgos
de habilidad y astucia que le permitieron contender victoriosamente contra
todos.
Lo ayudó su valoración realista de los hombres y un conocimiento
acertado del medio y la hora. En esto llevaba ventajas a su coterráneo y
antiguo jefe Juárez Celman. No era
indudablemente un estadista. Pero consiguió cumplir un agitado período de
gobierno sin dejarse manejar por otros. Nombro sus propios ministros, eran amigos de Pellegrini (Federico Pinedo
en instrucción pública y Ezequiel Ramos Mexía en agricultura); dos republicanos
(el ingeniero Miguel Tedín en Obras Públicas y Norberto Piñero en hacienda), y
a Manuel Augusto Montes de Oca en relaciones exteriores.
A los ministros
militares (Luis María Campos en guerra y Onofre Betbeder en marina) que
acompañaron a Roca en su segunda presidencia podía tenérselos como puentes
abiertos al ausente Zorro.
Roca había
madurado una enemistad tenaz contra Pellegrini, semejante a la que tuvo antes
con Dardo Rocha (factor primordial de su candidatura en 1880 como Pellegrini lo
había sido en 1898). Pellegrini y sus hombres fueron los elementos de consulta del Presidente. Lamentablemente el "Gringo" falleceria en 1905.
El congreso (fuera
de algunos ex-pellegrinistas o bernardistas) estaba totalmente contra el
presidente. No sólo se negaba a votar el presupuesto, sino que intentó
iniciarle juicio político. Figueroa
arremetió contra el congreso. Con la firma de sus ministros lo clausuró por el
medio simple de retirar los asuntos sometidos a las sesiones extraordinarias, y
puso en vigencia para 1908 por simple decreto, el presupuesto de 1907.
Sin embargo era constitucionalmente
defendible. Si el ejecutivo tenía facultad para convocar a sesiones
extraordinarias sometiendo los asuntos a tratarse, estaba dentro de la lógica
que podía retirarlos. Los bomberos
ocuparon el congreso impidiendo el acceso a los legisladores, la policía cuidó
que no se reuniesen en otro sitio.
Se planeó una sesión en territorio de la
provincia pero Figueroa y Avellaneda circularon a los gobernadores —“como
agentes naturales del P.E. nacional”— que impidiesen las reuniones en sus
jurisdicciones. La Nación clamó contra “el atropello
constitucional”, así como casi toda la prensa. Hubo juntas revolucionarias en
casa de amigos de Ugarte (Roca, más perspicaz, se llamó a silencio). Se habló
de movilizar a las fuerzas bonaerenses (policía y guardiacárceles), también de
movilizaciones en las provincias.
Algunos
optimistas esperaron un levantamiento popular “en defensa de la constitución”. Los gobernadores desconcertados quedaron a
la expectativa (menos Adaro de San Luis, que, reconocio a Figueroa, lo aplaudió
públicamente).
No pasó nada pese a los
inflamados editoriales de El Diario y los artículos condenatorios de La Nación
(La Prensa, influida por el ministro Zeballos, se limitó a un solo editorial
para salvar los principios). No se produjo la “efervescencia popular” ni se
conspiró con posibilidad de cuartel. Por el contrario, el público que acudió el
25 para ver la llegada de los congresales al clausurado congreso, los abucheaba.
El presidente mostró una decisión que asombró a quienes lo
tenían —desde el episodio de la revolución radical de 1905— por timorato y
vacilante. Logrando imponer su propio
candidato en las elecciones de 1910: el Embajador Argentino en Italia Roque
Sáenz Peña
No hay comentarios:
Publicar un comentario