POR JOSÉ CELEDONIO BALBÍN.
El general Belgrano era de regular estatura, pelo rubio,
cara y nariz fina, color muy blanco, algo rosado, sin barba; tenía una fístula
bajo un ojo —que no lo desfiguraba porque era casi imperceptible—; su cara era
más bien de alemán que de porteño. No se le podía acompañar por la calle porque
su andar era casi corriendo; no dormía más que tres o cuatro horas, montando a
caballo a medianoche, que salía de ronda a observar el ejército, acompañado
solamente de un ordenanza. Era tal la abnegación con que este hombre
extraordinario se entregó a la libertad de su patria, que no tenía un momento
de reposo, nunca buscaba su comodidad, con el mismo placer se acostaba en el
suelo que en la mullida cama.
No es cierto que hiciese demasiada ostentación de los usos
europeos hasta el grado de chocar las costumbres nacionales (como lo dice Paz),
como no es cierto que se presentase en público con lujo ni con el esmero de un
elegante refinado. Se presentaba aseado, como lo había conocido yo siempre, con
una levita de paño azul, con alamares de seda negra, que se usaba entonces, su
espada y gorra militar de paño. Su caballo no tenía más lujo que un gran mandil
de paño azul, sin galón alguno, que cubría la silla y que estaba yo cansado de
verlo usar en Buenos Aires a todos los jefes de caballería.
Todo el lujo que
llevó al ejército fué una volanta inglesa de dos ruedas, que él manejaba, con
un caballo y en la que paseaba algunas mañanas, acompañado de su segundo el
general Cruz. Esto llamaba la atención porque era la primera vez que se veía en
Tucumán. En los días clásicos, en que vestía uniforme, se presentaba con un
sombrero ribeteado con un rico galón de oro que le había regalado el hoy
general Tomás Iriarte… La casa que habitaba, y que el general mandó edificar en
la Ciudadela, era de techo de paja, dos bancos de madera, una mesa ordinaria,
un catre pequeño de campaña con delgado colchón que siempre estaba doblado, y
la prueba de que su equipaje era muy modesto fue que, al año de haber llegado,
me hizo presente se hallaba sin camisas, y me pidió le hiciese traer de Buenos
Aires dos piezas de irlanda de hilo, lo que efectué. Se hallaba siempre en la
mayor escasez, así es que muchas veces me mandó pedir cien o doscientos pesos
para comer. Lo he visto tres o cuatro veces, en diferentes épocas con las botas
remendadas, y no se parecía en esto a ningún elegante de París y Londres…
El general Belgrano era un hombre de talento cultivado, de
maneras finas y elegantes, gustaba mucho del trato de las señoras; un día me
dijo que, algo de lo que sabía, lo había aprendido en la sociedad con ellas.
Otro día me dijo: «Me lleno de placer cuando voy de visita a una casa y
encuentro en el estrado, en sociedad con las señoras, a los oficiales de mi
ejército, en el trato con ellas los hombres se acostumbran a los modales finos
y agradables, se hacen amables y sensibles; en fin, el hombre que gusta de la
sociedad de ellas, nunca puede ser un malvado». Esta ocurrencia me hizo reír
mucho.
El general era muy honrado, desinteresado, recto; perseguía
el juego y el robo en su ejército; no permitía que se le robase un solo peso al
Estado, ni que se le vendiese más caro que a los otros. Como yo le había hecho
a él algunos servicios, y muy continuos al ejército, sin interés alguno, cuando necesitaba
paños, lencería u alguna otra cosa para el ejército, me llamaba y me decía:
«Amigo Balbín, necesito tal cantidad de efectos, tráigame las muestras y el
último precio, en la inteligencia de que, a igual precio e igual calidad usted
es preferido a todos, pero a igual calidad y un centavo menos, cualquier otro».
Después llamaba a los demás comerciantes. Generalmente éstos no tenían las
cantidades que necesitaba el general ni podían vender tan acomodado como yo,
por ser más valioso el negocio a mi cargo; así es que, continuamente le hacía
ventas.
JOSÉ CELEDONIO BALBÍN.
El señor Balbín era comerciante y
conoció muy de cerca al general Belgrano en Tucumán y Buenos Aires. En 1860,
escribió al general Mitre —entonces coronel— dos interesantes cartas sobre la
personalidad de Belgrano
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